Aperitivo, pincho, entrante, carne, postre, café, copa y, si hace falta, puro. Bilbao no es ciudad de plato único, y su menú artístico no acaba con su buque insignia, el Guggenheim, qué va. El siempre reluciente museo, que atracó en la Ría hace 20 años, es la estrella de una carta que ha ido creciendo en cantidad y calidad: a las galerías y los museos (algunos, centenarios) que ya existían se les han añadido centros artísticos multiusos, colmenas de creación para jóvenes, becas y la huella de grandes diseñadores atraídos por la marca Bilbao. La ciudad no es un paraíso ajeno a la crisis, que ha golpeado muy duro al sector de las artes plásticas; sin embargo, su latido es fuerte, y su sangre huele a nueva. Un paseo prolongado por el off (y el off off) Guggenheim dibuja un ovillo de locales, ideas e iniciativas que, al desmadejarse, forman un mapa vibrante. A la sombra del museo estadounidense, otros centros de arte han reverdecido o brotado con fuerza. “Cuando abrimos en 1984, Bilbao era conocida por la comida y poca cosa más”, recuerda Petra Pérez, al frente de Vanguardia, una de las galerías más veteranas. “En aquella época empezamos a proponer otro arte, esculturas más atrevidas, y venía la gente y preguntaba: ‘Ah, ¿están montando todavía?’, y les tenías que decir que la pieza era así. La presencia del Guggenheim también ha ayudado a educar”. La red de galerías ya recibe la visita de turistas que primero van al museo custodiado por el perro Puppy y luego tienen más hambre de arte. Ahora, además, abundan los cruceristas amantes del arte.
“Hoy en día dices ‘Bilbao’ y te prestan atención en las ferias, la tarjeta de presentación mejora, es un pequeño trampolín que luego tú tienes que aprovechar”, cuenta Ignacio Mugica, de la galería Carreras Mugica, una de las punteras de la ciudad, con artistas de primera fila como Txomin Badiola, Pello Irazu y Asier Mendizabal (los grandes nombres del panorama vasco actual con permiso de los eternos Chillida y Oteiza) o la gallega Ángela de la Cruz.
La primavera artística bilbaína se extiende con propuestas clásicas, como el más que centenario Museo de Bellas Artes (fundado en 1908), el Bilbao Arte, una poderosa plataforma de creación y apoyo a jóvenes artistas con 36 becas anuales, o Kalao, la única galería española que exhibe arte africano contemporáneo. El Azkuna Zentroa, polo multiarte instalado en una antigua alhóndiga, donde se guardaban los vinos, y rediseñado en parte por Philippe Starck, se erige como una réplica local complementaria al Guggenheim. El centro, que lleva el nombre del ya fallecido exalcalde Iñaki Azkuna, abrió en plena crisis (2010), “pero fue una señal de que Bilbao no se conforma, que va a por más en el apartado cultural”, recuerda Lourdes Fernández, directora del centro. Javier Viar, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, cumbre del poderío industrial de la ciudad, razona que el Guggenheim se ha adaptado a la ciudad, “no es un pegote. La ciudad recibió su impacto, lo acogió y lo asimiló”. La gran pinacoteca el arte vasco, que se remonta al siglo XIII, cerró hace poco una exposición de escultura realista a la que acudieron 152.600 visitantes, la cuarta más populosa en sus 108 años de historia.