Popularizado desde hace años en Estados Unidos, donde se disputan eventos de centenares de kilómetros, algunos sin avituallamientos ni asistencia mecánica, el gravel (significa grava) ha empezado a calar recientemente en el Viejo Continente. En esencia, se trata de recuperar ese ciclismo de mediados del siglo pasado que discurría por firmes sin asfaltar. Por entonces, el ciclismo de montaña todavía no había nacido, así que ese era un ciclismo verdaderamente todoterreno. Y eso es lo que ofrece hoy el gravel. Aunque con los avances tecnológicos de nuestros días. En fin, el mejor mestizaje entre carretera y montaña.
El ADN del gravel. A simple vista se podría pensar que las bicicletas de gravel son modificaciones de las de carretera o de las de ciclocross (CX). Sin embargo, tienen entidad propia. A diferencia de las primeras, admiten portabultos, no se centran en el rendimiento sino en pasar largas horas sobre el sillín y suelen montar manillares acampanados. Igualmente, en contraste con las bicicletas de CX, su geometría es más relajada y su cuadro no está optimizado para cargarlo al hombro, como en las explosivas carreras de ciclocross en las que hay frecuentemente barro.
Más diferencia con respecto a las citadas disciplinas son los neumáticos, que son más anchos, ni lisos ni con tacos, sino con cierto dibujo, y se suele optar por prescindir de las cámaras (tubeless). En su lugar se aplica un líquido sellante que, en caso de pinchazo, se encarga de taponar eficazmente el reventón o corte en la cubierta. Su diámetro es idéntico al de las bicis de carretera y CX (700c), aunque algunas gravel también son compatibles con ruedas de 27,5” (o 650b) de bicicletas de montaña. Igualmente, entre sus particularidades destaca la amplia adopción de los frenos de disco –en lugar de los de llanta–, que ofrecen una frenada más homogénea y fiable en todo tipo de condiciones.
Puesto que se sabe cuándo empieza la aventura pero no cuándo termina, la hidratación del ciclista debe quedar bien asegurada. Por eso la gran mayoría de estas bicis admiten más de dos portabidones. Tampoco el peso, un elemento primordial en los modelos de competición, resulta esencial en las gravel. En este sentido, en muchos casos prima un montaje fiable, a costa de ser más pesado, sobre uno ligero y cuya integridad pueda verse comprometida al rodar sobre grava o senderos. Y puesto que en muchos casos las rutas son de varios días y se acampa por el camino, cuanto más sencillos sean el montaje y su tecnología, mejor.
En cuanto al cuadro, la omnipresente fibra de carbono en competición suele usarse sólo en las horquillas para brindar un extra de confort. Generalmente el cuadro es de aluminio o acero. Aunque las más exclusivas siguen siendo totalmente de fibra de carbono y titanio.
Las gravel son bicis polivalentes que llevan intrínseco un ADN aventurero, ese gusanillo que pica al ver un nuevo camino y que lleva a preguntarse adónde irá. Es la acompañante perfecta para transitarlos. Sus principales defensores, acérrimos amantes del ciclismo clásico –también de su equipamiento y look vintage–, abogan por las ventajas de rodar por pistas exentas del peligro de compartir la carretera con otros vehículos. Se plantea la salida, en la que un camino solitario llena tanto como un abrazo.