En el mirador de Jinama se inicia uno de los principales senderos de la isla de El Hierro. Desde este punto, las vistas del valle de El Golfo son espectaculares. Aquí se inicia un recorrido vertical que produce vértigo, pues en un trayecto de poco más de cuatro kilómetros, el desnivel supera los 900 metros de altura. En el descenso, las perspectivas cambiantes del paisaje, su rica vegetación, la luminosidad variable y las brumas en movimiento ofrecen continuos atractivos a la contemplación.
El Camino de Jinama simboliza la historia de subsistencia de El Hierro. Por aquí pasaba la Mudada, el temporal y cíclico cambio de residencia de la población nativa que bajaba desde los pequeños pueblos, a 1.200 metros de altura, hasta el valle del Golfo. Familias enteras, con el ganado y los enseres domésticos, protagonizaban este singular fenómeno de trashumancia emprendido por caminos empinados que comunicaban la parte alta de la isla con el valle del Golfo. “En este camino, es importante cuidar la suela del zapato. El suelo es empedrado en algunos tramos y es resbaladizo por la humedad”, nos explica sobre el terreno Enrica Baudino, guía de senderos. El Hierro cuenta con una red de caminos (270 km) bien señalizada que conforma el legado de aquella población andariega: un inventario de caminos utilizados por carboneros y pastores.
La Mudada también se hacia desde Sabinosa (en el extremo occidental de la isla) hasta la cala de Tacorón (en el sur, en el Mar de las Calmas), donde la memoria popular ha dejado el recuerdo de la travesía de una aturdida niña de 10 años que viajó sola a lomos de un burro oyendo sonidos extraños. “Era mi bisabuela, que vivió con terror el viaje; pensaba que eran las brujas, cuando lo que oía eran los sonidos de las corujas (lechuzas) que le silbaban, le aullaban y le ululaban”, nos explica Rosa María, de Sabinosa.
También es popular el sendero de La Llanía, protagonizado por el brezal, un bosque húmedo y tupido que lleva a una de las calderas mejor conservadas de la isla y al Bailadero de Las Brujas, donde, según la leyenda, se reunían de noche las mujeres para ser transportadas y viajar hasta Cuba a ver a sus maridos y luego volver.
Entre quienes aprecian la belleza de estos senderos están Paolo Cosobel y Enrica Baudino, que trabajan como guías de naturaleza en la isla. Los cambios en el paisaje, su luminosidad y la convicción de que “este no es un lugar turístico” fueron algunos de los argumentos que convencieron a Baudino a quedarse a vivir aquí. “He viajado mucho y siempre he ido a lugares donde la naturaleza es la protagonista”, sentencia Cosobel para explicar por qué recorrer estos caminos se ha convertido también para él en su modo de vida.