Es el pecado más delicioso, en todas sus versiones. Sea negro, blanco o rubí –una nueva tipología de color rosa completamente natural descubierta hace dos años–, desde que el chocolate viajó a Europa con el descubrimiento de América poco tardó en convertirse en el alimento prohibido con más fanáticos en todo el mundo.
Decimos prohibido porque hay quienes tratan de evitarlo a toda costa por miedo a engordar, quienes ven en él menos virtudes que bondades o quienes son tan adictos que prefieren no tenerlo en su despensa. Nosotros, en cambio, lo adoramos sin ningún tipo de paliativos ni de remordimientos.
Suena a locura, pero nuestra historia culinaria demuestra que no lo es, ¿o no recuerdan a aquellas abuelas que lo añadían a sus guisos de caza?
Tanto nos gusta que además de emplearlo en recetas de repostería, hace tiempo decidimos experimentar con él también en la cocina salada. Suena a locura, lo sabemos, pero nuestra historia culinaria demuestra que no lo es, ¿o no recuerdan a aquellas abuelas que lo añadían a sus guisos de caza para hacer sus salsas mucho más contundentes? Además, este ingrediente casa muy bien con el pollo, con la langosta o con la perdiz, y en México incluso protagoniza uno de los platos más tradicionales del recetario del país: el mole, un plato de origen precolombino donde el chile y el chocolate se combinan a la perfección.
Entonces, ¿por qué no soltarse un poco la melena para añadírselo a un arroz con gambas, como nosotros hacemos en una de las recetas que sigue a continuación? Les animamos a probarlo y sorprenderse.
Eso sí, para los platos salados recuerden que sólo vale usar chocolate negro, de otro modo le aportará demasiado dulzor. El blanco, en cambio, déjenlo para los licores, zumos y batidos o para preparar la segunda receta que les proponemos hoy. Esa está reservada para los amantes del dulce.