Té matcha, el tesoro japonés

"Un 'matcha latte', por favor”. La petición se escucha cada vez con mayor frecuencia en los 'coffee shops' de Nueva York. Favorecido por la tendencia de la alimentación saludable, el té matcha, vinculado a la cultura japonesa, ha aterrizado a este lado del Atlántico bajo varios formatos.

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Además de ingrediente de moda para recetas dulces y saladas, se extiende como bebida. La versión verde del chai latte y del capuchino son especialmente celebradas. Algunos locales, en línea con la corriente vegana, sustituyen la leche de vaca por leche de soja o almendras y presentan el brebaje con artística decoración.

¿Qué lo hace tan deseable? Se trata de un concentrado de propiedades nutricionales. Es un potente antioxidante –una taza equivale a diez de té verde– y un drenante natural que ayuda a depurar el organismo y combatir el exceso de colesterol y triglicéridos. Además, su aportación en zinc, selenio, magnesio y cromo contribuye a reforzar las defensas. Para culminar la lista de virtudes, proporciona energía y facilita la concentración sin aumentar la tensión ni el ritmo cardiaco. ¡Un auténtico tesoro!

Como cabe esperar, no es un producto barato ni fácil de producir. “El secreto consiste en utilizar las primeras hojas de la planta del té, que en japonés llaman tencha, y su color verde intenso se debe a un sistema –una especie de toldos– que permite reducir gradualmente la exposición solar a medida que se acerca el momento de la recolección”, explica Takashi Ochiai, propietario de la célebre pastelería japonesa que lleva su nombre en Barcelona. Cuanto más tiernas son, más aroma y propiedades tienen las hojas, que deben ser recogidas a mano, sin los tallos. El matcha –en japonés significa té en polvo– se obtiene después del secado del tencha y de triturarlo en unos aparatos que utilizan el mismo principio que los molinos de piedra para prensar las olivas en frío.

A fin de conservar intacta su esencia, este té debe evitar el calor. Por eso, Ochiai lo hace llegar directamente por avión desde la plantación japonesa de las montañas de Aichi. “El matcha que llega en barco no tiene la misma calidad, porque la ruta pasa por África, donde las temperaturas son elevadas”, precisa el pastelero, que importa unos 300 kilos al año para su negocio. Con los impuestos, le cuesta unos 100 euros el kilo. Pero asegura que vale la pena. La demanda se ha triplicado en los últimos dos años. “Cada vez vienen más jóvenes a la cafetería tomarse un matcha latte o un batido de matcha”, constata.

En Japón es mucho más que un producto de lujo. Forma parte intrínseca de su cultura. “Sólo se toma para la ceremonia del té, algo muy especial que sigue un estricto ritual”, precisa Ochiai. De hecho se considera una disciplina igual que la caligrafía tradicional (shodo) o el arte floral (ikebana). A diferencia de otros tés, el matcha no se infusiona, sino que se vierte en agua previamente calentada y se bate con una escobilla de bambú para que no queden restos en el fondo y quede una textura cremosa en la superficie. No todo el mundo aprecia su particular sabor, algo amargo, de ahí el éxito de sus versiones occidentalizadas. En Estados Unidos la tendencia ha inundado las redes sociales y conquistado a muchas celebridades, como Gwyneth Paltrow, Kylie Jenner o Reese Whiterspoon, adquiriendo el estatus de elixir de belleza.

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