Algarve, donde el cielo es más alto

Los turistas nórdicos, cuando visitan la región portuguesa del Algarve, se sorprenden de que los cielos sean más altos. Cielos azules, de una luz cruda que se refleja en el encalado de las casas. No es extraño que muchos crucen en coche desde Ayamonte, en Huelva, o vuelen directos a Faro en busca de playas como las de Falesia, que se extiende hacia el norte desde Marina de Vilamoura; sus acantilados ocultan las casas que hay en lo alto de la vista de los bañistas. Hacia Faro, se puede pedalear por la playa al atardecer, con las olas lamiendo las ruedas de la bicicleta. El mismo vehículo es adecuado para recorrer la ría Formosa, 60 kilómetros de costa donde los atolones atrapan el agua del mar formando islas y marismas, un ecosistema único. Y frente al patrimonio que exhiben poblaciones como Tavira, con sus 37 iglesias y sus fachadas de azulejos, el interior luce pequeños núcleos que parecen surgir del pasado, ya sea en la sierra de Caldeirao, las cercanías del pantano de Beliche o en Foz de Odeleite, junto al Guadiana, lugares rodeados de una vegetación donde se mezclan sin orden aparente los frutales, un rosal, lavanda… como en un jardín del paraíso.

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