Aroma de eternidad

Lisboa

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Lisboa es una de aquellas ciudades que resisten, imponiendo su autenticidad a la uniformización turística. El barrio de Baixa –donde se reúnen las marcas internacionales de moda– se sigue inundando cada vez que llueve con intensidad con el agua que vierten las cuatro colinas que dibujan el perfil de la capital. En los rincones menos transitados de Alfama, cuyo nombre significa “mil fuentes”, aún se percibe el ambiente árabe, como de medina, de quienes le dieron forma. Y los sábados todavía abre sus puertas la Feira da Ladra, el rastro de Santa Clara que va del Panteón Nacional a la Iglesia de São Vicente da Fora, donde se venden verdaderas antigüedades y cachivaches improbables a precio de risa. Pero Lisboa no permanece inmóvil, y buena prueba de ello es la LX Factory, un antiguo recinto industrial de Alcántara, repleto de tiendas y cafeterías de aire hipster y en cuyas bocacalles asoman puentes elevados por los que traquetean los trenes, como si estuviéramos en Brooklyn.

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