Reikiavik, huellas del espíritu pionero

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Ingólfur Arnarson dejó Noruega. Se marchó al exilio, hacia el oeste, a la inhóspita Islandia. Para establecer donde asentarse, lanzó al mar los pilares que flanqueaban su sitial. Dos años más tarde, dos de sus esclavos los encontraron en una bahía de la costa oriental. Allí se estableció: Reikiavik, la “bahía humeante”, por las humaredas de vapor que emanaban del suelo. Once siglos después, la ciudad guarda todavía algo de aquel espíritu pionero. No sólo por los honores dedicados a sus ancestros vikingos, con la estatua del descubridor de América Leifur Eriksson frente a la Hallgrímskirkia, iglesia de peculiar fachada, o la Solfar, escultura que representa una nave solar. Quizá es el aire provisional de sus calles tranquilas, la presencia constante del océano o esa luz nórdica tamizada siempre por alguna nube. O quizá innovadoras instalaciones, como Harpa, auditorio vanguardista que fue premio Mies van der Rohe en el 2013.

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