Blade Runner | ridley scott | 1982
Prodigiosa fábula en clave de ciencia ficción en la que unos androides vienen a la Tierra liderados por un moderno Prometeo, con el propósito de ver al padre creador para pedirle vivir más. Cuando comprenden que esto no es posible, Roy acepta la muerte, valorando la vida ajena y la suya propia, en uno de los monólogos más conmovedores del cine contemporáneo. “He vistos cosas que vosotros no podríais creer… más allá de Orión… cerca de la puerta de Tannhäuser… Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. Quienes presenciamos esta película, maravillados por su atmósfera futurista y estilizada, comprendimos la metafísica del morir, el sentido de la existencia. Dicen que el actor Rutger Hauer improvisó este final, inspirado en sus raíces nórdicas que conectan con El séptimo sello de Bergman.
“Es hora
de morir”
En la bella secuencia final, Harrison Ford contempla la grandeza de su oponente, creado artificialmente por un científico, al igual que Frankenstein. Roy no es un monstruo sino un superhombre que aparece desnudo, bajo una lluvia permanente en la oscuridad de la urbe tóxica y posmoderna. Sobre una azotea repleta de grandes ventiladores que simbolizan la eternidad, perdona la vida a su rival, salvándole de caer al vacío. Se sienta ante él a esperar la muerte pronunciando el sentido monólogo. Lleva una paloma blanca entre las manos. Rostro escultórico, cabeza sumisa, mirada trascendente y perdida. Rodado en cámara lenta, neones cyberpunk, notas de Vangelis. Cuando acaba la última frase, silencio. La paloma vuela al cielo como el alma que abandona el cuerpo después de morir. Pocas veces el cine ha brillado con tanta intensidad. No hay mayor maestría que saber morir.