Turquía, viejas piedras junto al mar

Viajes

La costa sur de Anatolia es una Turquía de paisaje mediterráneo y en la que se suceden las ruinas de antiguas ciudades grecorromanas, cada una con su teatro.

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O pones un teatro en tu pueblo o no eres nadie. Poner un teatro y prepararse un sarcófago modelo enorme baúl del tesoro donde pasar la eternidad. Parece que esa fue la norma de todo personaje pudiente de la costa licia, en el sur de la península de Anatolia. También es posible creer que las columnas de mármol las regalaban. Se encuentran por todas partes. El visitante puede sumergirse en el mar y allí, sobre el fondo rocoso, encon­trar unas cuantas columnas, y más allá habrá restos de paredes, algunas ánforas rotas, un retazo de mosaico... Esta costa es así.

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En el sur de la península turca de Anatolia se estira una franja estrecha. Corre junto al mar, estrujada por la escarpada cadena de los montes Tauro. Con cimas que superan los 3.000 metros, desde siempre se han erigido en frontera natural. Contuvieron la expansión del islam durante siglos. Al primer embate de los árabes, el imperio bizantino perdió Egipto y Siria, pero los montes Tauro aguantaron renovadas campañas durante unos cuantos siglos. Y es en esa franja costera donde crecieron civilizaciones peculiares, como los pánfilos y los licios.

Producían sus vinos, frutas, disponían de madera de cedro. Y tuvieron sus más y sus menos con hititas, lidios, griegos, persas, macedonios y romanos, entre otros. El resultado: una mezcolanza de estilos, creencias y montañas de piedras, a menudo esparcidas como piezas de un puzle de arquitectura clásica. El paraíso de todo arqueólogo o de un pintor romántico.

Quien deje atrás los campos infinitos de la meseta anatolia, cruce los montes y descienda hacia la costa, sentirá que regresa a casa. Puro paisaje mediterráneo, áspero, con arbustos ralos pegados a la roca, montes con pinos, los campos de frutales que permite el terreno. Se extiende el horizonte, se recorta el litoral. La antigua ciudad de Side clava su península en el mar. Las murallas romanas protegen el acceso por tierra. Al traspasarlas, se descubre el monumental ninfeo, la vía columnata, el teatro, las ágoras. Luego se alcanzan las calles vivas del pueblo, rebosantes de turistas, y con algunos rincones de paz a la sombra de unos árboles. Las playas aquí son privadas, y para acceder a alguna, es preciso pedir alguna consumición en el restaurante que la gestiona. Al final de la península, se alcanza el puerto. Encima, más columnas, las que sostenían el templo de Apolo. A sus pies, algunas barcas donde sirven el pescado más fresco de la costa, y a un precio razonable.

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Los resto del teatro de Cnidos, junto al mar

La prosperidad de Side pronto levantó envidia y, a los pocos kilómetros, el rey de Pérgamo fundó Antalia, hoy capital de esta costa. De camino, se pasa por otro teatro, el de Aspendos, con capacidad para 15.000 espectadores. En Antalia se mezclan tiendas, gentes, coches, el ajetreo de la modernidad. Pero su ciudad vieja está todavía encerrada dentro de las murallas, que se pueden cruzar por el arco triunfal de la puerta de Adriano. En el interior han restaurado las casas –cada una, un jardín–, las calles están impolutas y todo termina en un abrupto acantilado cortado sobre un mar oscuro.

Del mundanal ruido apenas queda el recuerdo cuando se asciende al monte. En sólo 30 kilómetros se superan más de 1.000 metros de desnivel y se llega a las ruinas de Termessos. La antigua ciudad se apostó en un nido de águilas. Todavía hay que caminar un cuarto de hora entre rocas y bosque tupido de pinos, cipreses y encinas. Se cruzan las murallas. Por doquier aparecen piedras talladas, cisternas, sarcófagos, paños de pared que se sostienen de milagro... Y la vegetación clava allí sus raíces. Pueden intuirse una vía columnata, templos, un gimnasio, retazos de la segunda muralla. Hasta que se alcanza el teatro y el espectáculo quita el aliento: de fondo se levanta una cima de roca azul, un valle que se precipita y tanto cielo... No se puede imaginar escenario mejor donde representar una tragedia griega, donde enfrentarse a la fatalidad del discurrir de la vida, al abandono de los dioses.

Se podría creer que regalaban las columnas de mármol, pues están por doquier, hoy, sumergidas en el mar

Más arriba, se halla una necrópolis con colosales arcas de piedra amontonadas, abiertas. La tumba de Alketas, compañero de Alejandro Magno, está tallada en la pared de roca. No es la única. Hay más tumbas excavadas en el camino de vuelta, y más piedras, y templos desmontados. Todo indica que aquí ya sonaron las trompetas del Apocalipsis hace tiempo.

Es una sensación que se percibe también en otros lugares de la costa licia, que se extiende hacia el oeste. De camino, hay que parar en Demre, la antigua Mira. Además de las ruinas, con su teatro y las tumbas en la roca, guarda una basílica ortodoxa del siglo VI con frescos. La visitan muchos rusos. Y algunos que esperan ver renos, trineos y duendecillos elaborando juguetes. Y es que en Demre ejerció su magisterio Nicolás de Mira, aquel san Nicolás que, convenientemente tuneado, se convirtió en Papá Noel.

Kekova no queda lejos. La isla cierra una ancha bahía. Se puede alquilar paseos en barco en el puerto de Uçagiz y durante dos horas repasar las orillas, donde se encuentran más tumbas y casas que se hunden en las aguas turquesas. Las precipitó un terremoto en el siglo II. Debajo del agua, se distinguen muros, mosaicos y cerámica. Una tortuga saca la cabeza.

Poco más al oeste, también hay restos bajo el mar del pueblo de Kas. Y entre las tiendas y restaurantes de esta localidad pesquera se encuentra alguna urna notable. No podía faltar un teatro, donde descansar al atardecer.

Para regresar a los paisajes épicos hay que adentrarse de nuevo en el monte. Por una pista se llega a Cadianda, unas ruinas a medio excavar y casi sin visitas. Hay una necrópolis, y en la cima, junto a las termas, un estadio, en el que se distinguen la línea de salida y la pista recta que debía recorrerse. La flanquea la grada donde se sentaban los notables. Cadianda también tiene su teatro: grandes pinos han crecido en las gradas.

En Demre ejerció su magisterio Nicolás de Mira, aquel san Nicolás que se ha tuneado en Papá Noel

A poniente, la península de Anatolia deja de mirar al sur para asomarse en el mar Egeo. Y justo en ese ángulo, aún se estiran dos penínsulas, la de Bozburun y la de Datça. La primera está cubierta de bosques (que esconden algún teatro y ríos con pozas ambarinas). La de Datça gana 80 kilómetros al mar; es montañosa y, donde lo admite el terreno, crecen almendros, olivos, granados, naranjos. Justo en su punta se asentó Cnidos. Colonia dórica de reconocidos comerciantes –hasta tenían una factoría en Egipto–, contaba con dos puertos, su teatro y varios templos, de los que quedan centenares de piedras esculpidas. Cerca están las islas de Rodas y Kos. Cnidos remite a otra historia, la de esas colonias griegas que se instalaron en la costa occidental de Anatolia. Allí se levantaron la fabulosa ciudad de Éfeso, Pérgamo, de vertiginosa acrópolis, y Mileto, donde vivió Tales, el primer filósofo. Pero la suya es otra civilización, y hablaban la lengua de Homero.

De regreso al golfo de Hisaronu, el visitante puede darse un último baño. Los bosques caen sobre el mar, y distintos cabos impiden ver la salida. Si al atardecer espera una mesa con un surtido de meze (entremeses), hasta puede imaginar que los dioses tampoco se fueron tan lejos.

►El viaje

Existen numerosos vuelos a Estambul, y allí abundan los vuelos hasta Antalia, principal ciudad de la costa mediterránea de Anatolia.

►Cuándo ir

Las temperaturas en verano son similares a las de la península Ibérica. Puede haber picos de calor. Como en todo el Mediterráneo, primavera y otoño son las mejores épocas para viajar.

►Cómo desplazarse

Para tener autonomía, lo mejor es viajar en coche. Resulta fácil alquilarlo. Turquía ha realizado un notable esfuerzo para mejorar su red viaria, pero hay que ir con cuidado pues algunos conductores interpretan las señales de tráfico más como una sugerencia que como una norma. Para quien no quiera arriesgarse, las agencias de viajes pueden poner a disposición un coche con conductor.

►Dónde dormir

Apartamentos, hoteles, campings... el visitante puede encontrar el alojamiento que se ajuste a sus gustos, con todos los estándares de higiene y comodidad. Lo mismo puede aplicarse a la restauración. Además, los precios resultan más que razonables.

MAR E HISTORIA

Termessos

Las ruinas con más aliento épico y romántico de esta costa. Se encuentran en lo alto de un monte, esparcidas entre los árboles. Imprescindibles las vistas del teatro y las necrópolis con grandes urnas amontonadas.

Antalia

Capital de la costa, deja su ajetreo para la urbe moderna, mientras que la ciudad vieja todavía está protegida por murallas.

Side

La ciudad guarda numerosos vestigios romanos. Además es un destino turístico de playa, pero conserva su núcleo antiguo, donde las construcciones no rebasan los dos pisos de altura.

Bahía de Kekova

Un paseo en barco permite distinguir antiguas habitaciones, mosaicos y necrópolis, fuera y dentro del agua.

Cadianda

Ruinas poco conocidas, se visitan normalmente en solitario. No renuncie a fotografiarse compitiendo en su estadio o junto a los pinos que han crecido en las gradas de su teatro.

Hisaronu

Las limitaciones de edificación han mantenido esta bahía como un regalo para la vista, con bosques y rocas que caen sobre el mar.

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