Neandertales: los otros humanos

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Durante mucho tiempo se creyó que el neandertal era un eslabón en una evolución cuyo cenit éramos nosotros. Pero hoy la ciencia ha demostrado que esta especie, que convivió con el 'Homo sapiens', tenía la gran mayoría de las cualidades que creíamos que sólo eran nuestras. En realidad, nunca fuimos tan únicos y especiales como pensábamos; los neandertales fueron los otros humanos.

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Anochece. Unos cuantos neandertales cocinan el íbice que horas antes han cazado, junto con unos mejillones y frutos secos que han encontrado. Alrededor de una hoguera, comparten el ágape; un hombre mastica paciente la comida y se la pasa bien machacada a un viejo desdentado. Al acabar, los adultos se colocan junto a los niños y comienzan a enseñarles cómo fabricar herramientas de piedra a la vez que algunas mujeres decoran conchas. Luego, se echan a dormir mientras el fuego poco a poco se consume.

Es una de las escenas que podrían haber ocurrido en Gibraltar, donde hace 30.000 años habitaron los neandertales. Seguramente, son la especie Homo de la que más sabemos, después de la nuestra. Aparecieron en Europa hace alrededor de medio millón de años y fueron también humanos, capaces de la mayoría de los comportamientos que durante mucho tiempo consideramos únicos de nuestra especie: cuidaban a los otros, tenían capacidad de lenguaje y pensamiento simbólico, un incipiente arte. Y además lograron una nada desdeñable hazaña: supieron adaptarse a cambios climáticos descomunales y sobrevivir durante miles de años en un continente hostil, en plena edad del hielo, asediados por el frío, el hielo y el hambre.

Cuando los sápiens llegaron a Eurasia desde África hace unos 40.000 años, compartieron con los neandertales espacio, recursos y también lecho

Cuando los sápiens llegamos desde África hasta Eurasia, hace unos 40.000 años, ellos estaban aquí. Y, aunque durante poco tiempo –en términos evolutivos–, compartimos espacio y recursos. También lecho. Y como herencia de esas relaciones quizás amorosas o quizás violentas, todos los humanos no africanos tenemos entre un 1% y un 3% de ADN neandertal.

“Somos simplemente una de las distintas especies humanas que surgieron de forma sucesiva en África”, sentencia Carles Lalueza-Fox, investigador del Instituto de Biología Evolutiva (UPF-CSIC) y uno de los mayores expertos en genética antigua del mundo.

Algunas de esas especies de humanos a veces emigraron y se expandieron por otros continentes, donde se diferenciaron genéticamente y dieron lugar a nuevas especies. Luego, se extinguieron. Pero también fueron humanos. Nosotros somos sólo los más recientes y los únicos, eso sí, que hemos conseguido llegar hasta la actualidad.

Esa supervivencia en solitario arroja numerosas incógnitas. ¿Qué hizo que los sápiens llegásemos a formar enormes sociedades, a conquistar el planeta, a desarrollar tecnología única? ¿Por qué fuimos, en definitiva, los humanos más ­exitosos?

La respuesta a todas esas preguntas pasa por entender aquello que nos separa de los otros, en este caso de los neandertales, que son nuestros primos evolutivos más cercanos. Y eso no parece ser tarea fácil, puesto que cada descubrimiento nuevo que se realiza nos acerca un poco más si cabe a ellos. ¿La solución? Hay que buscarla de la paleogenética.

“Es el momento en que más información sobre los neandertales tenemos y, curiosamente, no es arqueológica, puesto que con excepción de El Sidrón (Asturias), hallado en el año 1994, el resto de los yacimientos son muy antiguos. Toda la nueva información de que disponemos es genética”, apunta Carles Lalueza-Fox.

“Seres embrutecidos”

En 1856, un grupo de operarios que estaba trabajando en una excavación cerca de Dusseldorf, en Alemania, en el valle de Neandertal, desenterraron fortuitamente unos restos óseos peculiares que pensaron que pertenecían a un oso de las cavernas. La colección acabó en manos de un profesor local que, tras estudiarlos, concluyó que debían ser los restos de “un miembro” primitivo de nuestra raza.

Aquel hallazgo se realizó poco antes de que Charles Darwin publicara El origen de las especies, por lo que pronto aquellos fragmentos óseos entraron en el debate de cuáles eran los orígenes del ser humano. Durante las décadas siguientes fueron apareciendo más restos fósiles que se asemejaban a los hallados en el valle de Neandertal en Bélgica, Francia, Gibraltar.

Los científicos del momento, tras examinarlos, concluyeron que pertenecieron a un miembro de una humanidad alternativa, a la que bautizaron como Homo neanderthalensis, y hasta mediados del siglo XX se consideraron poco más que una especie inferior, seres deformes cubiertos de pelo, embrutecidos, incapaces de cualquier tipo de pensamiento y capacidad cognitiva.

“Tradicionalmente se han proyectado muchos prejuicios sobre los neandertales, de la misma forma que hicimos con los llamados pueblos primitivos o salvajes”, considera el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, director del Centro de Evolución y Comportamiento Humanos (UCM-Isciii) y codirector del yacimiento de Atapuerca. “Si repasamos la literatura de los siglos XIX y XX sobre las colonias europeas en África –agrega–, veremos que se los representa igual que a los neandertales. El mismo viejo prejuicio de que la nuestra, la raza blanca, es la única con alma. La única inteligente, la única línea que ha producido un ser humano con razón. La idea, vamos, de que somos únicos. Esa imagen del hombre de las cavernas, peludo, bruto, casi grotesco, popular desde que se descubre el primer neandertal, dice más de nosotros que de ellos”, concluye Arsuaga.

Pero ¿quiénes son?

Físicamente, sabemos que eran algo más bajitos que nosotros en promedio; con unas extremidades cortas con relación al tronco; anchos de espalda, robustos, musculosos, con una gran capacidad craneal, mayor que la del sápiens. Tal vez lo más identificativo es que tenían la cara proyectada hacia adelante, con una nariz ancha y larga; gruesos rebordes óseos encima de los ojos que hundían su mirada. Y no poseían mentón en la barbilla. Algunos estudios genéticos muestran que tenían la piel pálida, ojos claros y muchos eran pelirrojos, características asociadas a los climas fríos.

Su historia, como todas las historias humanas, comienza en África, cuando un ancestro común salió del continente en algún momento hace entre 500.000 y 700.000 años, muy posiblemente el Homo heildebergensis. Al llegar a Eurasia, algunos se dispersaron hacia el este y dieron lugar a los misteriosos denisovanos. Y otros hacia el oeste, de los que surgieron los neandertales. Ambas especies humanas extintas camparon por el continente durante 300.000 años, en la edad de hielo, refugiándose en cuevas de caliza.

“Nadie tiene ninguna duda de que los neandertales nacieron en la Sima de los Huesos, en Atapuerca, hace 400.000 años”, asevera Arsuaga. “Aquí está la población más antigua conocida de este linaje. La sima nos enseña cómo se produjo la neandertalización, qué fue lo primero que cambió, los huesos, que es la base para los estudios tanto de genética como de anatomía”.

Los últimos yacimientos neandertales también están en la península Ibérica, en Gibraltar, considerado el último refugio de estos humanos, y datan de hace unos 30.000 años, fecha en la que se desvanecieron del planeta.

Cuando los Homo sapiens llegamos procedentes del Próximo Oriente a Eurasia hace unos 45.000 años, nos hibridamos con ellos, que es quizás lo que más ha contribuido a humanizar a estos homínidos. También compartimos lecho con los denisovanos, y algunas poblaciones humanas contienen en su ADN genes de aquel linaje. Paradójicamente, a estos misteriosos humanos descubiertos en la cueva de Denisova, en Siberia, aún no les hemos podido poner cara, puesto que sólo se han encontrado algunos fragmentos óseos de manos y pies, así como algunos dientes. Todo lo que sabemos de ellos procede de la paleogenética. Gracias igualmente a esta disciplina, sabemos que los denisovanos también tuvieron encuentros con neandertales, como demuestran, además, los restos fósiles recientemente descubiertos de un individuo mitad neandertal y mitad denisovano.

No había un ellos y un nosotros, defiende el biólogo sueco Svante Pääbo, uno de los fundadores de la paleogenética y codirector del Instituto de Antropología Evolutiva (EVA), que hace unas semanas recibió el premio Princesa de Asturias de investigación científica y técnica, sino una metapoblación, compuesta por grupos cambiantes de humanos que de tanto en tanto coincidían en tiempo y espacio. Y a veces, se reproducían.

Un grupo de expertos ha logrado leer el ADN de los neandertales y con sus conclusiones ha puesto patas arriba nuestra historia evolutiva

“Es más apropiado pensar en la evolución como en una especie de malla en tres dimensiones, interconectada, con algunas de las conexiones más finas, otras más gruesas”, explica a Magazine David Reich, genetista de la Universidad de Harvard. Junto a Lalueza-Fox y a Pääbo, Reich completa el dream team de la genética de poblaciones antiguas. Han sido los pioneros en lograr recuperar y leer el ADN de individuos que vivieron hace cientos de miles de años; han puesto patas arriba nuestra historia evolutiva y han comenzado a arrojar luz, de forma fascinante, sobre muchos episodios que, al final, explican cómo somos.

En este sentido el primero que abrió camino fue Pääbo presentando en 1997 el primer genoma mitocondrial de una especie extinta humana, el neandertal, y una década después, en el 2009, publicó el borrador del primer genoma completo. Gracias a ello, sabemos que los humanos más cercanos a los sápiens tenían la capacidad de hablar; que nos hibridamos con ellos, que quedaron impregnados en nuestro ADN y que su legado genético nos confirió variantes adaptativas para resistir mejor el frío o fortalecer el sistema inmunitario. Aunque también otras que aumentan nuestra propensión a sufrir ciertas enfermedades. Y tanto Lalueza-Fox como Reich han participado en la consecución de esos descubrimientos increíbles.

“Los neandertales –apunta este último– debieron de ser mucho más similares a nosotros de lo que habíamos imaginado, capaces de muchos comportamientos que típicamente asociamos a los humanos modernos. Tuvieron lenguaje, cultura y comportamientos sofisticados. Quizás por ello se hibridaron con los sápiens”.

De hecho, se ha descubierto que compartimos muchos comportamientos y capacidades que durante mucho tiempo pensamos que eran exclusivamente humanos. Para empezar, se sabe que cuidaban de sus enfermos, mostraban compasión, un rasgo que nos suele emocionar porque nos resulta muy humano. Quizás uno de los casos más paradigmáticos es el Viejo, en términos neandertales, de La Chapelle aux Saints, un yacimiento al sudoeste de Francia. Hallado en 1908, se trata de un varón de entre 25 y 49 años que vivió hace unos 60.000 años. Carecía de muchos dientes y seguramente sufrió importantes infecciones bucales que le impidieron comer con normalidad; además tenía artritis y un problema degenerativo en la cadera y en el pie izquierdos. Sin embargo, no lo abandonaron, sino que lo cuidaron y alimentaron hasta que murió. Y luego, se preocuparon de enterrarlo. De hecho, los neandertales son la primera especie Homo que enterraba a sus muertos.

Es posible que los neandertales fueran los primeros artistas; unos dibujos de hace 65.000 años hallados en tres cuevas españolas serían la prueba

El registro neandertal también muestra que los adultos enseñaban a los niños. Había pues transmisión de conocimiento y acumulación de cultura: por ejemplo, en la excavación de Arcy sur Cure, Francia, se descubrieron huellas de neandertales expertos, de estudiantes avanzados y principiantes, que los expertos creen que serían niños, tallando sílex para fabricar herramientas de caza.

De hecho, contaban con una industria lítica, llamada musteriense, que les permitió sobrevivir durante mucho tiempo, aunque tecnológicamente era mucho más sencilla que la del ser humano moderno, aparecida hace 50.000 años en África, y que explotaban nuevos materiales, como hueso o cuerno. Los neandertales, a diferencia de los sápiens, no pescaban, carecían de arcos y flechas, y tampoco conocían las azagayas, lanzadas a distancia con propulsores y que les hubieran facilitado la caza de animales de gran tamaño.

Elaboraban joyas y eran capaces de hacer pegamento a partir de abedul mediante un proceso bastante complejo que requería calentar la corteza de este árbol al menos hasta 340ºC. Fabricaban ocre y otros pigmentos, quizás para pintarse la cara y el cuerpo, lo que evidencia una visión del mundo simbólica. Y en este sentido, en Gibraltar se han hallado indicios de que usaban plumas oscuras de pájaros, quizás por estética o con algún propósito ceremonial.

Se ha visto que se automedicaban: en el yacimiento de El Sidrón, por ejemplo, se ha encontrado individuos que habían consumido manzanilla y hongos penicilium, de los que se extrae la penicilina, seguramente para tratar los abscesos bucales que tenían. Usaban mondadientes. Y aunque durante un tiempo se pensó que eran carroñeros, se sabe que explotaban los diferentes terrenos en que vivían.

Poseían el gen FoxP2, que permite el lenguaje. “Seguro que hablaban, no se puede desarrollar un linaje humano con esas características culturales sin la capacidad de comunicación. Otra cosa es que hablaran como nosotros, con las mismas propiedades lingüísticas y estructurales de los lenguajes modernos que conocemos ahora”, apunta Antonio Rosas, investigador del grupo de Paleoantropología del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y responsable de la investigación antropológica de El Sidrón, que ha llevado a la primera secuenciación de ADN neandertal en España.

Y uno de los últimos descubrimientos: fueron seguramente los primeros artistas de la historia. Un equipo de científicos liderados por el arqueólogo de la Universitat de Barcelona João Zilhao descubrió recientemente unas enigmáticas pinturas rupestres en tres cuevas españolas que datan de hace 65.000 años, más de 20.000 años antes de que los Homo sapiens, los llamados humanos modernos, llegaran a la península Ibérica. Se trata de dibujos abstractos: una mano en negativo, un depósito mineral cubierto de pintura en una pared de una cueva y un patrón geométrico, que recuerda a una escalera. Eso implica que los neandertales tenían cierto pensamiento simbólico y pone sobre la mesa una cuestión, y es que quizás esta capacidad cognitiva ya estaba presente en los ancestros de humanos y neandertales.

...Y se esfumaron

Sócrates ya se preguntaba qué nos convertía en humanos y, a menudo, aunque esa pregunta tiene muchas respuestas, se solía aludir a nuestra capacidad, supuestamente única, para contar historias y crear arte. Pero ahora sabemos que los neandertales también la poseían. Y entonces, ¿por qué se desvanecieron?

Que ya no estén se debe a una combinación de factores. Para empezar, a que seguramente nunca fueron una gran población y su declive demográfico fue muy prolongado en el tiempo para terminar en la extinción. Vivían en pequeños grupos familiares, dispersos geográficamente.

“Tenían una baja variabilidad genética. Hay signos de que se reproducían entre familiares cercanos y de que había endogamia, lo que hizo que perduraran mutaciones deletéreas. Algunas afectaron a la fecundidad en general. Se suma que conocemos poco de su ciclo reproductor y de su capacidad de interacción con otros grupos”, apunta Antonio Rosas.

A esos factores hay que añadir las glaciaciones: Eurasia llevaba milenios sufriendo un clima inestable, medio continente estaba cubierto de gruesas capas de hielo que hacían que los recursos escasearan.

Y con esas condiciones de partida, aparecimos en escena los sápiens. Con ventaja. Y lo hicimos con algunas innovaciones tecnológicas que nos otorgaron cierta superioridad, como el arco y las flechas y azagayas lanzadas con propulsores, lo que hacía que las estrategias de caza de animales grandes fueran eficaces. O agujas de coser, que podían significar proteger mejor a los bebés contra el frío y bajar la tasa de mortalidad infantil. Todas esas innovaciones, no obstante, no estaban tanto vinculadas a una mayor inteligencia sino a un mayor tamaño de población, porque cuantos más miembros tiene una comunidad, más probable es que alguno dé con una innovación y esta se extienda.

“Los neandertales se extinguieron porque llegamos nosotros. Aunque hay quien opina que se hubieran extinguido solos, desaparecieron porque nos parecíamos demasiado”, considera Juan Luis Arsuaga.

Únicos, pero no superiores

Durante buena parte de la historia nos hemos sentido excepcionales porque fuimos únicos, al menos en nuestro imaginario colectivo, pero la ciencia ha ido derruyendo esa fábula antropocéntrica y dándonos una lección de humildad. La tradición religiosa e incluso filosófica se ha impregnado de ese sentimiento de unicidad durante milenios: el Homo sapiens era único, desde un punto de vista cultural, moral y económico. Y eso ha justificado y orquestado nuestra forma de entender y obrar en el mundo.

No obstante, durante el último medio siglo hemos aprendido que hubo más humanos y que las similitudes entre algunos de esos grupos ya extintos, como los neandertales, y nosotros hacen tambalear nuestra posición de preeminencia. La diferencia es que nosotros hemos logrado sobrevivir.

“¿Qué hubiera pasado si los neandertales, la especie humana más parecida a la nuestra que jamás haya existido, hubieran llegado a nuestros días? Podría haber ocurrido, no estaban predestinados a la extinción”, plantea Lalueza-Fox en Palabras en el tiempo. La lucha por el genoma neandertal (Crítica).

Si Europa hubiera sido un continente aislado, como América, quizás podríamos haberlos encontrado en tiempos más recientes, defiende este científico. “Entonces, nuestra historia, filosofía, cosmogonía, tal como hoy las conocemos, habrían sido sin duda completamente diferentes, porque ya no estaríamos solos, no seríamos ­excepcionales”.

El gran yacimiento 

El yacimiento de El Sidrón (Asturias) es el más rico del mundo para estudiar el ADN de los neandertales. Hallado en 1994, de él se han extraído más de 2.500 fósiles pertenecientes a 13 individuos de ambos sexos, siete adultos y seis menores, que vivieron hace 49.000 años. El análisis genético ha revelado que formaban una unidad familiar. El estudio de las microestrías de sus dientes ha permitido saber qué comían: seguían una dieta bastante vegetariana en la que incluían alimentos curiosos, como el musgo. Se ha visto que se automedicaban: uno de los adultos de este yacimiento había ingerido componentes de un árbol que contiene ácido salicílico, del que se obtiene la aspirina, así como hongos del género Penicilium, con propiedades antibióticas. Se desconocen por qué murieron. La Galería del Osario donde se encontraron no es el sitio donde perecieron, sino que los huesos llegaron allí por una gran tormenta que los arrastró. Otro misterio es que hay evidencias de canibalismo. “Para Occidente, el canibalismo es un tema tabú, pero es muy frecuente en las poblaciones humanas. Y no necesariamente en los términos de barbarie que asociamos a este comportamiento. Como decía Dalí, ‘el canibalismo es una de las manifestaciones más evidentes de la ternura’”, asegura Antonio Rosas, paleoantropólogo del CSIC que ha liderado las excavaciones y la investigación del yacimiento.

Minicerebros neandertales

El grupo liderado por el sueco Svante Pääbo, del Instituto de Antropología Evolutiva (EVA) Max Planck, en Leipzig (Alemania), impulsó el proyecto Genoma Neandertal, que logró secuenciar por primera vez el ADN de una población extinta. Publicaron sus hallazgos en el 2010 y fue entonces cuando identificaron una lista de 200 genes distintos entre humanos y neandertales. Sin embargo, desde entonces, no se ha podido avanzar en descubrir qué hacen esos genes, cómo se traducen esas diferencias. De ahí que Pääbo, como anunció The Guardian recientemente, se halle embarcado en un proyecto de genómica funcional, para fabricar “minicerebros” en el laboratorio usando ADN neandertal. El objetivo es entender diferencias clave entre la biología del cerebro de humanos y neandertales para capacidades como la socialización, el lenguaje o ­planificar. Los organoides de cerebro se hacen a partir de células madre humanas que se editan para que contengan versiones neandertal de diversos genes. Tendrán el tamaño de una lenteja y serán incapaces de pensamientos o de sentimientos, pero replicarán algunas de las estructuras básicas de un cerebro adulto. “Queremos saber si hay una base biológica que explique por qué los humanos modernos lograron ser millones y más tarde miles de millones de personas, esparcirse por el planeta y tener cultura”, afirma el investigador sueco en el rotativo británico.

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