“Tengo problemas para recordar los 70”

Al Pacino

El nombre de Al Pacino es leyenda del cine, y a esta altura están la carrera y la vida que ha llevado el actor. Resulta interesante, tan potente como verle en la pantalla, escuchar cómo reflexiona sobre su celebridad con la distancia que dan los años y el anclaje a la realidad que son sus hijos.

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RICARDO DEARATANHA / GETTY

Algún día, cuando ya no esté, alguien contará su vida en una película, no sólo porque Al Pacino habrá sido, sin duda, uno de los grandes actores del primer siglo del cine, sino porque, además, las cosas nunca fueron sencillas para este hijo de inmigrantes sicilianos que, abandonado por su padre cuando tenía dos años, siempre pareció estar destinado a convertirse en estrella a pesar de haber crecido en uno de los barrios más pobres de Brooklyn. Dueño de un talento natural que ya de niño le exudaba por los poros, Alfredo Pacino pronto encontró su vocación en el teatro.

Para cuando Francis Ford Coppola le dio el papel de Michael Corleone en El padrino, por el que recibió la primera de sus ocho nominaciones al Oscar, ya era el secreto mejor guardado de Hollywood, pero aun así su impredecibilidad y un temperamento conflictivo estuvieron a punto de dejarle fuera de aquel filme.

Lo que siguió es conocido: una de las carreras más sólidas de la industria, en la que, a lo largo de varias décadas, profundizó en su talento, manteniendo intacta una celebridad que orilla la leyenda. Próximo a cumplir los 76 años, y después de haber superado las urgencias económicas que tuvo que afrontar cuando su mánager de toda la vida le estafó y le dejó en la ruina, Pacino ha reencontrado su rumbo y ha vuelto a sorprender con un par de papeles en los que demuestra que sigue siendo un grande. Tras brillar en La sombra del actor de Barry Levinson, donde exploró lo que es lidiar con las crisis y con la fama, ha vuelto a tocar esos temas en Nunca es tarde de Dan Fogelman, recién llegada a la cartelera. En este filme encarna a un célebre rockero que, decidido a reconquistar a un hijo del que nunca se ocupó (Bobby Cannavale), deja de lado los beneficios de su celebridad para compartir con él y su familia una vida normal. Hablar del filme, por el que Al Pacino obtuvo su 17.ª nominación al Globo de Oro, fue una buena oportunidad para indagar cómo es estar en la piel de una de las figuras más famosas del mundo.

“Le digo la verdad: si no quisiera seguir haciendo esto, no lo haría. Muchas veces hay que aceptar trabajos para pagar las cuentas. Por suerte, no es mi caso. Es curioso, porque he estado haciendo esto 50 años”

¿Disfruta más de esta última etapa de su carrera?

Un poco más, simplemente porque estoy tratando de hacer cosas con las que siento una fuerte conexión, y eso siempre ayuda. Uno siempre está buscando formas de encontrar proyectos que le agraden y que a la vez gusten a la audiencia, pero en realidad, lo que está buscando es un vehículo para expresarse. No es fácil encontrar un proyecto que me guste. Leo obras de teatro, libros, a veces doy seminarios. Muchas veces trabajo con orquestas sinfónicas, haciendo Shakespeare o leyendo poesía. Mientras siga teniendo la buena fortuna de disponer de estas oportunidades, y mientras pueda mantenerme en pie, lo seguiré haciendo. Por suerte tengo alternativas, y en este momento estoy más disponible que antes para poder aceptarlas. Mis hijos más pequeños son los que en realidad dictaminan bastante lo que termino haciendo. Ha sido así en los últimos 15 años. Ahora que son un poco mayores y empiezo a ver cuál es la dirección que van tomando sus vidas, me permito más cosas. Pero, le digo la verdad: si no quisiera seguir haciendo esto, simplemente no lo haría. Es muy bueno tener la posibilidad económica de decir algo así. En este mundo en el que vivimos, a todos nos gusta hacer cosas, pero muchas veces hay que aceptar trabajos para sobrevivir y pagar las cuentas. Por suerte, no es mi caso. Es curioso, porque soy la misma persona que ha estado haciendo esto durante 50 años. Pero todos evolucionan, y yo también. Supongo que ya no digo las mismas cosas que decía 20 años atrás. Lo cierto es que muchas veces siento que estoy dando excusas de por qué sigo trabajando, pero mientras haya desafíos y la oportunidad de superarlos, no los voy a desaprovechar.

Si en algo se parece la experiencia de Danny Collins (su personaje de viejo rockero en la película) a la suya, es que a él todo el mundo le conoce, y a usted también. ¿Cómo es de agotador que todo el mundo sepa quién es Al Pacino?

Es tal como me dijo Lee Strasberg una vez. Todo pasa por ajustarse. Uno tiene que hacer un montón de pequeñas cosas para lidiar con ese tema, pero ni siquiera sé explicar cuáles, porque vienen y van. A mis hijos les molesta mi celebridad porque a veces se vuelve muy complicado ir a algún sitio con ellos. Se dan cuenta del problema y suelen decirme: “Papá, te tienes que quedar en casa”. Es que todo cambia si van por la calle conmigo. Yo nunca he tratado de disfrazarme cuando salgo a la calle. Nunca me he puesto un sombrero y un par de gafas para tratar de pasar inadvertido. Hay ocasiones en que me arrepiento, me doy cuenta de que los hubiera necesitado, pero no lo hago porque es algo que me hace sentir muy incómodo. De alguna manera es esconderme. Vamos, en ocasiones, lo he intentado con mis hijos, y créame, no funciona demasiado. Siempre terminan descubriéndome. Así que ya no lo hago más...

¿Cuál ha sido el encuentro más extraño que ha tenido con un admirador?

Siempre tengo encuentros muy extraños con los fans, para qué voy a mentir. Una vez en Nueva York un hombre me tomó del brazo en la calle porque me quería decir algo. Yo iba a subir a un auto que me estaba esperando. Hablé con él un ratito, pero el chófer abrió la puerta para que subiera y arrancó. Yo intentaba subirme, pero el hombre seguía cogiéndome del brazo, así que terminé corriendo al lado del coche, que seguía avanzando con la puerta abierta en medio del tráfico de Nueva York mientras el hombre me hablaba. Finalmente terminé saltando y me subí en marcha. No son cosas que me pasen todo el tiempo, pero pasan. Otra vez, un hombre, en la calle, me preguntó si era Al Pacino. Le dije que sí y me respondió: “Felicitaciones, de verdad te pareces a él”.

“Un amigo muy loco que supe conservar me decía: ‘Acuérdate, Al, de que el peor vicio son los consejos’. Hoy, mis hijos más pequeños me mantienen al día de lo que pasa en el mundo”

¿Cuál es la peor parte de la fama y cuál la mejor?

La peor parte, particularmente cuando era joven, es que uno tiene que atravesar un proceso en el que se va distanciando de sus amistades. Afecta tanto a tu vida que crea un muro con la gente que conocías antes de que te volvieras famoso. Pero las ventajas son infinitas. Es así. Para empezar, la gente te reconoce inmediatamente, y eso equivale a una confianza inmediata como actor. Además, la gente quiere hablar contigo, lo cual es bueno, y tienes trato preferencial en los restaurantes y las aerolíneas. En ese plano, las ventajas son inmensas. Claro, es cierto también que a veces los autobuses con turistas pasan delante de mi casa... pero ese es el precio de la fama...

A Danny Collins le encantan los aviones privados, los coches de lujo y la buena vida. ¿Ha sido importante eso para usted?

Es algo que viene y va. Es todo lo que puedo decir. No siempre tuve ese tipo de vida. Hubo una etapa en la que sí fue así, y luego ya no. Uno tiene que adaptarse. Es algo que le toca a todo el mundo. Cuando uno se convierte en una figura pública desarrolla diferentes formas de lidiar con la atención. Después que ha pasado un tiempo, aprendes cuáles son las cosas que tienes que evitar, las que no te queda otro remedio que aceptar, y esa es la forma de sobrevivir. Eso es lo que me gusta de este personaje: cuando era joven, hablaban de él como el nuevo Bob Dylan, y luego todo el mundo se olvidó de él. En ese entonces la carta de John Lennon hubiese sido muy importante para él. Pero encontró una forma de sobrevivir, que fue cantar las canciones de otra gente. Aunque abandonó su vocación, que era escribir su música.

En la carta que John Lennon escribe a Danny Collins, le dice que tiene que seguir siendo fiel a su arte aunque se convierta en rico y famoso. ¿Cree que si la carta hubiera sido para usted habría podido seguir ese consejo?

Creo que lo he seguido bastante en mi carrera. Cuando comencé tenía cerca a mi mentor, Charlie Laughton, que era una gran persona. Le conocía desde que yo tenía 17 años. Era mi profesor de teatro, pero también mi colega y mi director. Me convertí en su alumno en mi época mas dura, cuando no tenía nada. Él siempre estaba allí. No hace mucho que se fue, y siempre a lo largo de mi vida estuvo allí como mi guía. Siempre me sugería que hiciera esto o lo otro. Y me recordaba cuál era la esencia de lo que hacía, qué me hizo llegar adonde llegué. Eso me ayudó mucho. Y también supe mantener una distancia prudente respecto a las drogas y otras cosas que uno puede meterse en el cuerpo, eso también fue muy importante. Y él fue esencial en que tomara conciencia de todos esos peligros.

¿Cuál fue el mejor consejo que le dieron?

El que me dio Lee Strasberg. Él me conocía desde que yo era muy joven. Yo sentía que el mundo estaba cambiando a mi alrededor, algo que le pasa a cualquiera que de golpe comienza a ser famoso y, honestamente, te sacude mucho. Él me miró a los ojos y me dijo: “Querido, simplemente te tienes que adaptar”. Hace ya mucho tiempo, pero tenía razón. Es que ¿qué otra opción tenía? Uno tiene que ajustarse y seguir adelante...

“¿Que cuánto bebía en los viejos tiempos? ¿Cómo podría acordarme? Por suerte, es cosa del pasado. En mi última película, cada vez que me sirvo un trago, en realidad es té”

¿Sigue pidiendo consejos?

No. Un amigo muy loco que supe conservar me decía: “Acuérdate, Al, de que el peor vicio son los consejos”. Cuando uno es joven no les presta atención, pero cuando llegas a mi edad, los estás buscando todo el tiempo. No necesariamente consejos, pero sí ciertas cosas que me sirven para informarme. Todo pasa por estar informado. Mis hijos más pequeños me mantienen al día de lo que pasa en el mundo...

Su personaje puede beber un trago tras otro. Es público que en otros tiempos, usted era también así. ¿Cuántos tragos podía llegar a beber?¿En los viejos tiempos? ¿Cómo podría acordarme? Nadie me los contaba. Pero por suerte es cosa del pasado. Para esta película cada vez que me servía un trago en realidad era té. Pero es cierto, en diferentes periodos de mi vida, solía tomarme todo lo que encontraba. Cuando era joven no podía pagarme el whisky, y luego, eso dejó de ser un problema. Disfrutaba de los buenos vinos, y siempre me gustó el martini. Bebía lo que me apeteciera ese día.

¿Recuerda qué compró con su primer cheque?

Por supuesto, algo para comer. Hice todo tipo de trabajos cuando era muy joven, porque provengo de la parte baja de la clase media. No teníamos dinero. Vivíamos en el último piso de un edificio sin escaleras con mi madre, mi abuela y mi abuelo. Mi padre estaba ausente. Crecí en el sur del Bronx, un barrio, por decirlo de alguna manera, muy pintoresco. Tenía muchos amigos en la calle, y allí fue donde lo aprendí todo. Fueron los mejores amigos que tuve. Luego aproveché un golpe de suerte y me tocó disfrutarlo en una ciudad increíble en ese entonces, Nueva York. Me fui a vivir a Greenwich Village a los 16 años y fui parte de ese mundo, estaba todo el tiempo entre los cafés y el teatro. Hacía 16 funciones a la semana y luego pasábamos el sombrero y con lo que nos repartíamos nos alcanzaba para comer. Esa fue mi infancia y juventud, por lo que para cuando tenía 24 o 25 años había experimentado una vida en la actuación. Y tenía muy claro que eso era lo que quería hacer. Sabía que en algún momento me tenía que ir bien, porque era algo que me encantaba.

¿Y se acuerda de la primera entrevista?

Por supuesto, era para una revista. Tendría 26 o 27 años, 28 a lo mejor, y trabajaba en el teatro. Vinieron a mi casa y me hicieron la entrevista. Dije esto y lo otro, y luego la leí y me quedé impresionado. No es que no me tratara bien, pero las cosas que la periodista escribió en su artículo, sus descripciones, eran muy diferentes de lo que me dijo cuando vino a mi casa y también eran muy distintas de cómo yo recordaba las situaciones que describía en el artículo. Un par de días después apareció una foto mía en el periódico, que me tomaron en la calle. En la misma página aparecía la foto de un político muy importante y en otra página alguien también famoso. Sentí que no pertenecía a ese grupo. Fue una sensación de desconcierto, no entendía qué me estaba pasando. Durante un tiempo no quise dar entrevistas, no comprendía qué tenía que ver eso con lo que yo hacía, que era actuar. A mí me interesaba hacer diferentes papeles, no convertirme en una celebridad. Y ahora, aunque lo intente, no puedo ser una celebridad, porque soy un actor famoso, que era a lo que aspiraba cuando empecé. Hay una diferencia entre una cosa y la otra, no muy grande, pero la hay...

“La gente del marketing es la que define hoy si una película se va a ver o no. Si no tienes dinero para promoción, tu filme no se va a ver. Las ganas de hacer películas y el interés del público siguen siendo los mismos”

¿Extraña aquellos tiempos de bohemia?

No, porque me acuerdo muy bien de todo aquello. Y la verdad es que sería muy raro tratar de volver a aquella vida. Vamos, alguna que otra vez lo he hecho. Trabajé en Edipo durante siete meses y medio junto a Dianne Wiest en el Actor’s Studio de Nueva York, que sigue allí, como cuando yo era un muchacho que iba a tomar clases. Claro, ya no voy en metro, porque la gente me reconoce y me lleva un buen tiempo poder llegar adonde quiero ir. Ya no puedo volver, pero sí recordar. Adoro los recuerdos que tengo de esos tiempos. De vez en cuando me siento en el jardín y pienso en esos tiempos. Si me ves meditabundo y te preguntas “¿en qué estará pensando Al?”, la respuesta es muy simple: se está acordando de cuando era joven y vivía en Nueva York. Era un gran lugar para vivir, y estoy feliz de haber podido hacerlo.

Hace unos años comentó que no se acordaba de nada de los setenta...

Bueno, no es que no me acuerde de nada. Tengo algunos recuerdos. Era una época muy explosiva, y tuve la suerte de trabajar en muchas películas con grandes directores de entonces, pero yo era bastante desenfrenado y trataba de vivir a tono con el estilo explosivo de la época. Mis recuerdos son muy fragmentarios porque estuve en diferentes estados mentales en diversos momentos. Y no diré nada más al respecto. Pero como está viendo en vivo y en directo, uno puede sobrevivir a toda esa locura. Aunque si algún día me siento a escribir mis memorias, voy a tener algunos problemas cuando llegue la parte en la que tengo que hablar de los setenta...

¿En qué medida ha cambiado como actor desde aquellos primeros tiempos?

No siento que sea diferente hoy de como fui entonces, aunque sí creo que hay ciclos que tienen que ver con la edad. Es algo que suelo decirles a mis hijos, que están atravesando un ciclo. Lo que ha cambiado en mí es que ahora cuando decido participar en un proyecto, me fijo en el todo, mientras que antes sólo me fijaba en el papel. Todo pasaba por si sentía que cuajaba en el personaje. En lo que no he cambiado es que nunca me apuro demasiado. No hago proyectos para tener algo para hacer. Puedo esperar. Era bastante joven cuando decidí tomarme un tiempo para descansar. Durante cuatro años no hice nada, y siempre estoy dispuesto a volver a hacerlo si no aparece nada que me apetezca.

Lleva haciendo películas más de 40 años. ¿Qué opina de la evolución de la industria?

Algún tiempo atrás no hubiese podido opinar, pero en este último año he visitado varios festivales, por lo que tengo una idea más clara de lo que se está haciendo. Creo que hay muchos tipos de películas diferentes, particularmente a partir del movimiento del cine independiente. En los viejos tiempos, cuando hacíamos cosas como Pánico en Needle Park o Tarde de perros, las hacían los estudios, y hoy serían consideradas películas independientes. Creo que lo que ha cambiado es el marketing, que se ha convertido en un factor fundamental de cómo se estrena un filme. La gente que se encarga de eso es la que define si una película se va a ver o no. Si no tienes suficiente dinero para promoción, tu filme no se va a ver. Ese es el mayor cambio, porque las ganas de hacer películas siguen siendo las mismas, y lo mismo vale para el interés del público, pero la forma de hacerlas ha cambiado. Y en los viejos tiempos podíamos darnos el lujo de ensayar durante un tiempo antes de rodar, para que nos conociéramos entre todos y se generara cierto tipo de energía grupal. Pero hoy es mucho más difícil disponer de ese tiempo porque las películas se hacen mucho mas rápido.

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