“El franquismo no está superado”

Alberto San Juan

A sus 50 años, la trayectoria del actor madrileño Alberto San Juan sigue ligada a su compromiso social y político. Tras las comedias de sus inicios, un Goya en el 2007 y sus trabajos con el grupo Animalario, compagina su debut en la dirección en el filme 'El Rey' con la gira teatral de Mundo obrero.

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Alberto San Juan no para. Literalmente. Sentarle un rato a charlar cuesta, pero cuando lo hace se dedica en cuerpo y alma a un arte que domina. Desde que se inicia la conversación, este madrileño de cincuenta años deja que el rastro de ese compromiso social que marca su trayectoria profesional –subrayada por su pertenencia al grupo teatral Animalario– aflore con la naturalidad de la costumbre. Ni traza de esa melancolía ni el permanente enfado –su ceño fruncido es leyenda– que reviste a muchos de sus personajes de madurez; uno de los cuales le valió el Goya al mejor actor por el drama Bajo las estrellas en el 2007. De los de juventud –en la serie Más que amigos o en comedias como El otro lado de la cama o Airbag– guarda buen recuerdo, aunque ahora está en otra. Debuta como cineasta en "El Rey", afilado repaso a la transición en clave de ficción con personajes reales –se reserva el derecho de interpretar a Franco–, y lleva de gira Mundo obrero, un estudio sobre cómo la injusticia social interfiere en las vidas de tres parejas de enamorados en décadas distintas. En clave de musical.

¿Pluriempleo por vocación o por necesidad?

Podría ser por lo segundo, porque mi profesión tiene un extraordinario nivel de desempleo, pero es que soy muy curioso y quiero estar en todas las salsas. Me meto en más cosas de las que mi cuerpo aguanta, y me arrepiento. Pero siempre cumplo. Ando en demasiados líos…

La polémica que generan debe de darle más trabajo todavía…

Para eso se hacen también. No se puede rodar un filme como "El Rey", en el que se manejan datos y conceptos a los que se da apariencia de realidad y donde está Franco, Juan Carlos, Adolfo Suárez y Felipe ­González, y esperar que a nadie le pique. El franquismo es algo que no está superado en España.

“En Alemania no se discute que del nazismo no se puede hacer apología, y aun así hay neonazis en los parlamentos europeos. Pero hay consenso social y una actitud clara de condena. Aquí, no”

¿Y no le parece curioso que, en algún momento, pareciera todo lo contrario?

Va a ser cierto que lo mejor que hizo el diablo fue convencernos a todos de que no existe. Pero hay una fundación que ha recibido subvenciones públicas y se dedica a ensalzar la figura del dictador y el golpe de Estado que acabó con la democracia en España. En Alemania no se discute que del nazismo no se puede hacer apología, y, aun así, tenemos a los neonazis en los parlamentos europeos. Pero hay un consenso social y una actitud clara de condena. Aquí, no.

¿Lo achaca a la transición?

Se quiso dar por cerrada la cuestión en el pacto entre el franquismo reformista y los antifranquistas, pero el olvido ni se pacta ni se decreta, para empezar. Porque olvidar te impide no repetir antiguos errores que pueden tener graves consecuencias. Por eso me empeñé en sacar adelante "El Rey", que es ficción y es algo que pretende entretener y apasionar partiendo de hechos ciertos, narrados desde una óptica surrealista. Pero ¿hay algo más surrealista que la realeza en el siglo XXI?

Pero forma parte de la realidad y de la cultura de este país. Se sale a la calle y hay palacios. Se va a un museo y hay retratos reales de reyes.

Sí, pero también forma parte de nuestra cultura el republicanismo; más en unas partes del país que en otras, quizá. Aquí ha habido dos periodos así. De emancipación de la mujer, de las clases más desfavorecidas, de desarrollo, avance y progreso que acabaron abruptamente por más que haya historiadores que dicen que la República ya estaba herida de muerte por sus propias contradicciones. Entiendo lo que quiere decir; la monarquía es referente y forma parte de nuestro imaginario y de nuestra cultura. Habla de cómo nos posicionamos en el mundo. Pero el franquismo también. Y el movimiento obrero.

“En Alemania nose discute que del nazismo no se puede hacer apología, y aun así hay neonazis en los parlamentos europeos. Pero hay consenso social y una actitud clara de condena. Aquí, no”

¿Cómo contar esa historia, la del Mundo obrero, en poco más de una hora en escena?

Sin ninguna pretensión de rigor académico; no es una clase de historia. Es un espectáculo de teatro que tiene como eje a ­varias parejas de enamorados: en los años treinta, en los setenta y en la actualidad, que pertenecen a la clase trabajadora y están abiertos a la lucha contra la explotación del ser humano, lo que interfiere en su romance. La alienación y el abuso laboral no te dejan energía física ni mental para disfrutar del amor. Ojalá no existiera esa lucha de clases que nos aleja de nuestro objetivo como seres humanos: el amor es lo único que tiene sentido; el fin de todo esto es conseguir disfrutar de los placeres carnales y espirituales de la vida.

La última parte de la función, la de la pareja del siglo XXI, trata del retroceso en avances sociales y libertades. ¿Cómo hemos llegado hasta ahí?

Por comodidad y falta de solidaridad, pero la realidad no miente. ¿Qué parte de la población gana lo suficiente para vivir sin angustia y para ahorrar algo por si de pronto ocurre algún problema? Yo vivo en un entorno que no es ­especialmente desfavorecido, y todos vivimos al día. Y no hablo sólo de los del teatro, porque ahora me relacio­no con los padres de los compa­ñeros de mi hijo, que tiene 5 años, y hay de todo. Y todos viven en casas diminutas, con trabajos con horarios que se expanden infinitamente. No sirve de nada que haya por ley una jornada de 8 horas, como derecho conquistado ­irreversible y universal, si el jefe te llama cuando le viene en gana. No se puede trabajar, estar pendiente de eso todo el rato y dedicar a la crianza la atención que mere­ce. Ese derecho se consiguió en 1919, gracias a una huelga en Barcelona que monta la CNT, y un siglo después aún no es real. Da igual lo que diga la ley; lo que dice el día a día es muy diferente.

¿Le preocupa cómo sufre la libertad de expresión?

La crisis ha evidenciado que las democracias occidentales basadas en el Estado de derecho no eran lo que parecía: ni estaban claros los derechos ni la protección del individuo. Técnicamente lo son porque se hacen elecciones cada cuatro años y quien quiera pueda crear un partido. Y se supone que hay libertad de expresión, aunque los grandes grupos de comunicación son propiedad de personas que tienen unos intereses determinados que no coinciden con los de la mayoría. Estamos viviendo un periodo de confrontación social muy grande, y el 15-M fue crucial como ejemplo de una toma de conciencia colectiva enorme. Se ha visto que se pueden cambiar las cosas, que hay alternativas que acaben con el sistema de privilegio que garantiza que la riqueza se concentre en una minoría a costa de la precariedad de la mayoría.

Viendo la situación actual, ¿cree que ese cambio ha tenido el alcance que se esperaba?

El ataque contra Podemos ha sido y es constante, y sus propias contradicciones también han hecho que estén en un lugar que no les permite transformar la realidad. La aparición de Ciudadanos, que aprovecharon ese camino abierto para ofrecer una supuesta regeneración del sistema, tampoco funciona. La gente los percibe como si fueran los de siempre, pero con la diferencia de que aún no han robado, aunque ya se va viendo mejor de qué cuerda van y con quién salen en la foto. En la confrontación, el sistema reacciona y, como la persuasión no funciona, aparece la represión, de la que la ley mordaza es el mejor ejemplo.

¿Cree que el poder judicial podría haber frenado ese desarrollo?

Debería, pero está muy politizado. Se ha perdido la confianza en él, si alguna vez se tuvo. Siempre ha sido un colectivo eminentemente conservador, y además son los políticos quiénes eligen a la cúpula. Es muy difícil sostener que eres independiente en estas circunstancias.

Y en medio de todo, está Catalunya…

Yo, de esto, con lo que me identifico es con la movilización popular del 1 de octubre, en la que un número importante de catalanes de toda edad y condición se echa a la calle poniendo en peligro su integridad física para defender unas urnas, organizándose entre ellos a través de las redes, y uno esconde una en el horno y otro en el garaje. Demuestra la capacidad de compromiso al margen de las estructuras de poder. Ahí existe un impulso de afirmación democrática muy importante. Pero claro, ¿dónde encajan ahí los de Convergència o como se llamen ahora? Han actuado tradicionalmente como el PP o el PSOE. Han cometido las mismas barbaridades y han robado lo mismo. Y todo se pincha como una burbuja cuando, después de declararse la independencia unilateral, luego no era real y dicen los de ERC que no hay fuerza social para hacerlo.

¿Cree que tiene arreglo?

Sí, pero no inmediato. La solución es un referéndum pactado con garantías que no se puede celebrar ahora mismo en tal estado de tensión. En esto hay que darse una tregua, ver qué ocurre con los presos, que nunca debieron estar en la cárcel. Pero a la derecha, da lo mismo el nombre de la formación, esta crispación con las banderas de un lado a otro le da votos, y no les importa arriesgar la convivencia y angustiar a millones de personas si hace falta, con tal de ganar poder institucional.

¿No concibe el arte sin compromiso?

No, en este momento. Cuando todo está patas arriba. Comprometerse es, para mí, una cuestión cívica elemental de un modo global, pero que encuentra su desarrollo donde tu capacidad de incidencia es mayor: en tu barrio o en tu ciudad. Me gusta intentar ser un buen vecino y un buen ciudadano, aunque no siempre me salga porque soy un desastre y un miserable como cualquier otro. Para eso, la primera condición es defender el derecho a una existencia digna de todo bicho viviente. La labor del arte, del teatro, no es otra que preguntar qué hacer y poner en contradicción y cuestionar las creencias establecidas. Hay que intentar mirar las cosas de otra manera y, a poder ser, iluminar las zonas oscuras.

“Todo teatro es político. También Arturo Fernández transmite unos valores en el escenario. Lo que pasa es que yo saco a Suárez o Franco”

¿Todo teatro es político?

Por supuesto. Cuando Arturo Fernández levanta el telón transmite unos valores, una determinada opinión sobre las relaciones humanas, explica cómo cree que debe ser la conexión hombre-mujer. Eso es tan político como lo que hago yo. Lo que pasa es que en las mías salen Suárez o Franco. Hay muchas formas de contar la vida. Está igual en un cuadro abstracto de Mark Rothko o en una canción de Santiago Auserón.

Que le ha escrito esos números musicales de Mundo obrero…

Claro. No hay razón para no poder decir las cosas que nos preocupan desde el humor o desde la ironía, o con música. Es un gran artista. Explorador y curioso como un niño. Ha hecho siete canciones para el espectáculo que le destrozamos en escena (risas).

Usted ya cantó de joven en El otro lado de la cama. ¿Iba entonces más ligero de equipaje?

Supongo que sí, pero no soy nada serio. Me gusta el cachondeo por encima de todo, y en las obras que pongo en pie trato de huir de la solemnidad y de la doctrina. Eso, para la Iglesia. Yo no creo en dogmas.

¿Adónde se ha ido toda esa alegría que impregnaba el cine, la música, la cultura española en aquellos años noventa y en los primeros de este siglo?

Salíamos de tiempos muy oscuros, de una gran movilización social sostenida en los setenta en el ámbito obrero, vecinal, universitario, con la implosión del feminismo, el ecologismo y el antimilitarismo. La llegada de los socialistas al poder y la entrada en Europa nos hizo pensar que ya estaba todo el trabajo hecho y que ya podía irse cada uno a lo suyo, que había unos señores muy listos resolviendo los problemas de todos. Y, de pronto, el arte que había participado en esa lucha desde el cine o el teatro indepen­diente se vuelve inocuo. Y si haces una película sobre la Guerra Civil eres un coñazo. Y de pronto, nos ofrecían personajes que vivían en pisazos de 400 metros con terraza porque, ­según los guionistas, era lo que la gente quería ver. Y al que hablaba de la reconversión industrial como León de Aranoa en Los lunes al sol se le respetaba, pero cogía fama de espeso, cuando estaba situado en la esencia del cine: coger una cámara y ­echarse a la calle a ver qué te encuentras.

¿Eso es lo que quería hacer como actor? ¿Interpretar a gente de la calle?

En aquel momento yo no sabía qué quería hacer, pero yo no veo que las cosas sean más graciosas porque el personaje viva en un piso enorme y no en uno más pequeño como el que tenemos la mayoría. Lo curioso es que entonces si hablabas de política eras un pesado y ahora es un no parar, a menudo aturdidos por esas tertulias televisivas hirientes y con gente que se insulta.

“Mi grado de timidez era tal que no pude relacionarme con normalidad hasta que con 24 años entré por azar en una escuela de teatro”

Usted podría haber sido uno de esos contertulios. Iba para periodista.

Fui muy sumiso de joven y no me atreví a explicar que tenía una pulsión secreta. Mi grado de timidez era tal que no pude relacionarme con normalidad hasta que con 24 años entré por azar en una escuela de teatro. Lo del periodismo fue por mi padre (el dibujante y escritor Máximo). Es un oficio noble como el de maestros y médicos, dificilísimo de ejercer con libertad e independencia. La persecución y censura que ejerció Esperanza Aguirre en ciertos medios madrileños la hemos visto todos quienes vivimos aquí.

¿Si hubiera sido menos peleón estaría mejor situado?

Quizá. Pero gano lo suficiente para vivir y podría trabajar incluso menos. No sé qué ocurrirá en el futuro. Nunca he constatado que me hayan vetado. Si es así, qué se le va a hacer.

¿Cómo valora que su amigo Willy Toledo sí lo esté, al ­parecer?

Es terrible que por decir lo que piensas puedas verte ante un tribunal. Le recomiendo a menudo que abandone las redes sociales porque le van a dañar el alma. Lo han convertido en un personaje excesivamente visible que se le parece pero no es él. A veces no estoy de acuerdo con lo que dice, pero tiene todo el derecho a expresarse como le parezca. Y él en esto es muy radical: defiende la libertad de expresión de cualquiera aunque sea un nazi, mientras no actúe incitando al odio. Pero como la justicia está como está… No son buenos tiempos.

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