"El teatro es mi vida, pero tiene sus costes”

Cayetana Guillén Cuervo

Actriz, por convicción y herencia, pese al inicial recelo familiar, Cayetana Guillén Cuervo (Madrid, 1969) lleva tres décadas de profesión y éxitos en cine, televisión y teatro. Ahora da vida a Hedda Gabler, uno de los grandes personajes de Ibsen, una mujer atrapada a la que se acerca desde su propio dilema como madre y profesional.

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Se asoma a los ojos de Cayetana Guillén Cuervo, habitualmente sonrientes, una traza de preocupación. Le ocurre siempre que comienza un nuevo espectáculo teatral en el que, además de interpretar, se encarga de la producción. Madrileña del 69, aunque le gustaría que no se conociese su edad “por pura coquetería y porque creo firmemente que el actor debe tener la del personaje que interpreta”, pasea su cuerpo de adolescente – “genético; porque como y no engordo”– por los acogedores saloncitos “a la antigua” del María Guerrero, donde recibe a Mg Magazine. Reconocido como uno de los templos del teatro europeo, se halla escondido en una callejuela de la zona noble de Madrid y fue testigo de algunos de los grandes éxitos de sus padres: el inolvidable Fernando Guillén, tristemente fallecido, y la que fue su esposa, Gemma Cuervo. Ya fuera en solitario o con su propia compa­ñía, contribuyeron a renovar el teatro del país en los últimos años de aquella dictadura cicatera hasta para morir. Los tiene muy en cuenta a la hora de elegir hacia dónde dirige sus fuerzas; qué obra será la siguiente que la desvele. Estos días lo hace Hedda Gabler de Ibsen; la historia de una mujer cruel y manipuladora por infeliz, atrapada en una jaula de oro.

Glenda Jackson, Maggie Smith, Ingrid Bergman y Cate Blanchett han dado vida a este personaje. ¿Tan atractivo es?

Bueno, yo esto no lo pienso nunca. Si caigo por un momento en que todas estas actrices han pisado por donde quiero caminar yo, igual no salgo a hacer la función. Las puedo tener como inspiración, pero no deben ser un peso. Me siento privilegiada al acercarme a lo que a ellas les ha interesado. No debo de estar equivocada si también estuvieron enamoradas de Hed­da Gabler, quisieron dar luz a sus razones y afrontarla.

¿Los grandes textos nunca pierden vigencia?

Los clásicos, por ejemplo, hablan de las grandes verdades de los seres humanos. Por eso no perecen ni envejecen; porque tienen la capacidad y la lucidez de estar reflexionando sobre asuntos que nos interesan siempre. En este caso, de lo que ocurre cuando llegas a tener conciencia de que no eres quien deseabas ser, que no estás viviendo la vida que querías, que no has cumplido tus sueños y anhelos. Que la vida te ha ido arrastrando a una trampa y no tienes la valentía para salir de ella. Eso le puede ocurrir a una mujer de principios del siglo XX y a una nacida hace 25 años.

Tienen ustedes, las actrices, algunos aliados entre los dramaturgos contemporáneos verdaderamente importantes…

Es cierto que nos han escrito papeles increíbles, quizá porque el universo femenino, siempre tan encorsetado por una sociedad a menudo hostil, es muy atractivo para los grandes dramas. En el caso de Ibsen creo que hay mucho de él en el personaje de Hedda; estaba lleno de deseos sin cumplir. Se sentía profundamente infeliz y encerrado. Vivía de forma intachable, pero le hubiera gustado ser otro mucho menos cobarde; por eso, en sus obras destrozaba lo establecido por los biempensantes de la época. Por eso, y por darle el poder a la mujer en sus obras, se le echaron encima. Al final intentó suicidarse…

“El universo femenino es muy atractivo para los grandes dramas. En el caso de Ibsen, creo que hay mucho de él en el personaje de Hedda: era infeliz; estaba lleno de deseos sin cumplir”

“Sufro lo infinito cuando trabajo; me siento culpable. En realidad creo que debería estar en casa cuidando de mi hijo. Pero hay otra parte que te impulsa a perseguir tus sueños”

“Intento ser tan honrada como mis padres. Sé que no estaría donde estoy si no fuera por ellosy por otros tantos que lucharon por la democracia desde la cultura”

“Disfruté muchode la noche y no me arrepiento de nada. Me encanta salir. Soy muy gamberra. Pero desde que soy madre lo he reducido al uno por ciento”

“Los artistas no hemos sido muy inteligentes con nuestra oposición pública. A mí no me pillan más. Es triste ver que dar la cara no ha servido para nada”

¿Ibsen fue uno de los primeros feministas?

Era un hombre que amaba a las mujeres en realidad. Sus personajes femeninos tienen que llevar las cosas a los extremos. Nora, de Casa de muñecas, abandona a sus hijos para salir de su encierro dorado. Esto es algo de lo que una mujer difícilmente se recupera. Hedda tiene un final terrible después de haber mostrado su crueldad y su vileza a cuantos la rodean. Ibsen era capaz de destruir al personaje para dar que pensar al ser humano; en concreto, a las mujeres. Les explicaba que por muy difícil que fuese el camino de la libertad, por muchos sacrificios que hubiera que hacer, era el que había que tomar.

¿La entiende bien? ¿Alguna vez se ha sentido así de encajonada?

Todos los días, pero yo tengo mucha culpa. Sufro lo infinito cuando trabajo, sobre todo en el teatro, porque las grabaciones de Versión española o de El Ministerio del Tiempo tienen generalmente horario escolar, pero el teatro no. Y quiero estar en mi casa haciendo los deberes con mi hijo, siento que esa es mi obligación. Pero está esa otra parte que te impulsa a perseguir tus sueños y tus ilusiones profesionales. Entonces no queda otra cosa más que pasarlo fatal y sentirse culpable por todo. La madre que hay en mí lleva encima siglos de hábitos y unos comportamientos fijados en el ADN. Yo en realidad creo que debo estar en mi casa cuidando de mi hijo. Lo otro es un empeño, una opción de vida.

Y sin embargo, cuando elige un proyecto, se compromete del todo: ejerce de productora, además de actriz. Eso precisa doble dedicación…

Lo que hace aún más difícil desligarme de esa sensación de no estar haciendo lo correcto. La contradicción es tremenda: me hace infeliz realizar el trabajo que yo misma he puesto en marcha para mí. El teatro es mi vida, es mi elección, pero el precio emocional es muy alto. No soy libre para dárselo todo.

¿Un hombre en sus circunstancias lo pasaría igual de mal?

No. Estoy segura de que se sienten mucho menos culpables porque se les ha educado de esa manera. Ojo, yo soy muy protíos; nada cansina en ese sentido, y siempre he estado rodeada de hombres estupendos, empezando por mi padre y mi hermano. Resumiendo, que se produce un fenómeno muy curioso. Cuando voy al colegio del niño, a hablar con los profesores o a una reunión de padres, yo me paso el rato justificándome delante de ellos, mientras las otras madres tal vez piensen que soy esa mujer consecuente y libre que hace lo que desea, cuando en realidad me siento muy culpable por no llevar la vida que llevan ellas.

¿No resulta chocante que esto le suceda a la hija de dos actores y empresarios teatrales?

Y lo mejor es que yo nunca les eché en falta de niña. Eran otros tiempos, y las prioridades se organizaban de otra manera. Hacía falta dinero para criarnos a los tres, para darnos una buena educación. Eso era importantísimo para ellos. Pero además estaban muy comprometidos con su trabajo y les costaba tanto poner en marcha aquellas obras tan a contracorriente, sin taquilla asegurada, sin día de descanso. Y cuando no, estaban grabando un Estudio 1 o alguna película. Para ellos el trabajo era sagrado porque era un privilegio. Mi padre nunca entendió que yo me sintiese culpable por esto.

Las obras que elige producir tienen mucho que ver con las que sus padres estrenaban en plena dictadura, luchando contra la censura. ¿Es consciente de su legado?

Estoy orgullosa de él y lo tengo profundamente arraigado. Es ese gran teatro que conmueve las almas y las conciencias. Como artista soy resultado de la educación que recibí. No les voy a llegar ni a la suela de los zapatos, pero intento ser tan honrada como ellos. Siempre que abordo algo pienso qué opinaría mi padre. Tengo su foto en el camerino y cada vez que salgo a escena le dedico la función. Soy muy consciente de que no estaría donde estoy si no fuera por ellos y por tantos como ellos que lucharon por la democracia a través de la cultura. Si no fuera por esa generación que tanto se sacrificó, no habríamos pasado de Arniches.

¿En esos momentos especialmente, la cultura demostró su verdadera dimensión social?

Era mucho más arriesgado poner en cartel El malentendido de Camus, porque ya sabías que te las ibas a ver con la censura, que una de Jardiel Poncela. Entonces te cerraban el teatro, te arruinabas y te volvías a levantar. Esa coherencia con la cultura, pero también con la vida, mi hermano Fernando y yo, que hemos seguido sus pasos, la hemos visto a diario durante años. Ahora ese alcance está muy mermado. Ya no parece posible que la cultura sea un motor para los cambios sociales porque ya no está en la ecuación. No entra en los planes de los políticos; no está en su escala de valores. No interesa.

¿Considera que esa exposición pública de los artistas para manifestar su oposición a ­diversos aspectos de lo político les ha jugado a la contra?

No creo que hayamos sido muy inteligentes. A mí, desde luego, no me pillan más ahí. Yo ya tengo tribuna a través de mi trabajo, de mis personajes y de los textos que consigo llevar a la escena. Ese es mi medio de expresión. A través de lo que hago; ni panfletos ni banderas. Particularmente, me he sentido muy triste al comprobar que dar la cara no ha servido para nada. Por otro lado, no deja de ser un privilegio que las opiniones de los artistas tengan altavoces, pero eso no quiere decir que lo que yo pienso o digo valga más que lo piensa o expresa cualquier otro ciudadano del país. ¿Qué importancia tengo yo? Mis ideas y mis opiniones están en lo que hago; lo demás es privado.

Se ha referido a su amor –culpable– por el teatro. ¿Cómo fue su niñez entre bambalinas?

Pues normalísima; era mi día a día. Me recuerdo por allí correteando mientras uno ensaya y el otro se maquilla, haciendo los deberes en los camerinos, aprendiéndome los textos de las funciones de tanto escucharlos o cogiendo aviones sola desde niña. Alguien me soltaba en un aeropuerto, al cuidado de una azafata y con un cartel, y otro me recogía en la otra punta del país. Pero no estaba fascinada por aquello. Era normal para mí. Yo no pensaba: “Lo que ha hecho mi madre, que acaba de dejar clavado al patio de butacas”. Así que cuando me sacó en Mérida a hacer de paje en Julio César con cinco años aguanté el tirón, salí a saludar y tan ricamente. Estaba habituada a ver a mis padres haciendo de otros, como mi hijo me ve ahora a mí. Le divierte.

¿Nunca le dijeron sus padres que no fuera actriz?

Eso estaba implícito en sus silencios. Mis padres sabían mejor que nadie que esto es más duro de lo que parece. Nunca nos animaron. El pacto fue que acabáramos una carrera. Fueron inflexibles en ello. Pero me vieron muy decidida y muy currante. Así que cuando Pedro Masó me eligió en un casting para mi primer papel, en la serie Segunda enseñanza, como se enteraron antes que yo, porque tenía 15 años, me pusieron el guión en el árbol de Navidad. Fue un detalle precioso.

Poco después ya trabajaba con los mejores: Almodóvar, Uribe, Martínez Lázaro, Armendáriz…

Es que era incansable. Me presentaba a todas las pruebas y me daban papeles pequeñitos, pero que estaban muy bien. Y luego tuve una época muy curiosa porque por un lado trabajaba mucho en las películas de Albacete y Menkes, que eran los más modernos y los más gamberros, y a la vez en las de Garci, mucho más sosegado.

¿No se hacía lío?

Ninguno. Pero es que yo soy un poco así. Igual me pongo una peluca, me subo a un bafle y me lanzo a bailar, que me planto un traje de chaqueta cerrado. Garci es el intelecto, el refinamiento. Pasear con él por Nueva York era increíble; es un pozo de sabiduría. Aprendí mucho de él, siendo muy jovencita. Es un director estupendo y un maravilloso amigo. Pero, por edad, yo tenía que ver más con esos otros locos maravillosos que hacían películas como Más que amor, frenesí o Atómica, muy de la nocturnidad y del golfeo.

¿Ha disfrutado mucho de la noche?

Mucho. Me encanta salir. Lo que pasa es que, desde que soy madre, lo he reducido al uno por ciento. Pero no me arrepiento de nada que lo que hice; cero patatero. De hecho, me gustaría salir de marcha mucho más. Me libera, me lo paso teta con mis amigos. Soy muy gamberra. Lo que ocurre es que a la mañana siguiente, quiero estar con mi niño. Tiene ya nueve años, o sea que me quedan con él cuatro o cinco, lo que a la velocidad que va esto, es como si dijésemos diez minutos. Pero vamos, cuando salgo no entro.

En Atómica interpretó a una escritora y periodista, que fue la carrera que estudió por imposición familiar…

Y que ejerzo, además. Ya de niña me gustaba mucho escribir, y creo que tengo facilidad para la comunicación, de ahí lo cómoda que me siento presentando programas de televisión o poniendo mis impresiones sobre un papel. Soy observadora y quizá me fijo en detalles que suelen pasan inadvertidos. Me interesa lo pequeño de la vida, lo que hace que entienda por qué los seres humanos hacemos lo que hacemos. Y he sido muy de la calle, colaboraba en comedores sociales... Soy una persona muy activa.

¿Practica la empatía?

Tengo facilidad para ello. Me cuesta muy poco ponerme en la piel del otro, ya sea el panadero o Hedda Gabler; me interesa entenderlos. Este concepto es básico para la convivencia. La esperanza está en que recuperemos la comunicación. Y la sonrisa. Esa que, venga de donde venga, te alegra el día.

¿Nota amargura en la calle?

Sin duda. La gente lo está pasando mal y eso afecta muchísimo a las relaciones humanas, porque cuando tienes problemas, la felicidad del de al lado molesta; te descoloca. La frustración te hace egoísta, envidioso y manipulador. Hay crispación, pero sobre todo amargura, porque se han roto muchos sueños a medio construir, no nos lo esperábamos. Teníamos la confianza de que nuestro país era un sitio maravilloso para vivir y así lo habríamos defendido. Nos hemos sentido manipulados y estamos dolidos.

¿Con la economía personal o familiar resuelta se verían las cosas de otra manera?

Tener eso más o menos resuelto es básico para la serenidad de las familias. Podemos mitificar el taparrabos, pero, como decía Fernán Gómez en El viaje a ninguna parte, la dignidad es agua caliente, una cama limpia y algo para cenar. Todo eso y mucho más lo hemos ganado los ciudadanos trabajando duro; nadie nos ha regalado nada, y se lo han llevado por delante. Es muy injusto, y no hay nada más amargo que la injusticia.

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Cayetana en la piel de Hedda Gabler, el clásico de Ibsen actualmente en cartel, en el teatro María Guerrero de Madrid

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La actriz en una escena de El Ministerio del Tiempo, que emite TVE.

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