"Trabajar es lo único que hago"

Christopher Walken

Sus personajes encarnan la violencia contenida, la maldad y un humor tenebroso y magnético. El actor estadounidense, figura de culto para varias generaciones de espectadores, recibe un homenaje en el festival de Sitges por su brillante trayectoria.

Vertical

"A veces, cuando estoy conduciendo… En la carretera. Por la noche. Veo dos faros que vienen hacia mí. Rápido. Me asalta entonces el impulso de dar un golpe de volante y abalanzarme sobre ese auto que avanza en dirección contraria. Anticipo la explosión; el ruido del cristal destrozado; las... las llamas que surgen y la gasolina que fluye”. ¿Miedo? ¿Inquietud? Estamos ante una de las escenas de Annie Hall (1973), de Woody Allen, una de esas escenas que han resistido y resistirán el paso del tiempo, y quien acaba de decir –de susurrar– estas amenazantes palabras no es otro que un joven Christopher Walken (Nueva York, 1943) al inicio de su carrera. Walken sólo tenía esta breve aparición como Duane, el hermano de Annie. “Si, bueno, bien, Duane –contesta Allen– me tengo que ir. Tengo que volver al planeta Tierra”.

Nosotros, por el contrario, estamos a punto de ingresar en el planeta Walken acompañados por el propio Christopher Walken. Es un lugar muy curioso. Por momentos extraño, por momentos imprevisible. Pero muy amable y acogedor con los recién llegados. Buena parte de las interpretaciones del actor se sitúan en un mundo de miedo y de amenaza, de violencia contenida. Donde tras el peligro latente, tras la violencia anunciada, se esconde una sonrisa burlona. En la escena siguiente de Annie Hall se ve, tras la insistencia de los padres de Annie, que Duane/Walken está al volante. Por la noche, frente a los faros de los coches que avanzan en dirección contraria. Woody y Annie (Diane Keaton) están a su lado, y la atribulada cara de Allen arranca una carcajada al espectador al mismo tiempo que comparte su miedo…

“Trabajar es lo único que hago. Me cuesta decir que no. No tengo hijos ni aficiones, no me gusta el golf ni el tenis. Soy demasiado viejo para internet, no tengo móvil...”

“La gente es… la gente somos… un misterio. A veces todo es obvio, pero detrás de la obviedad se esconde otra cosa. Siempre he sentido que hay una extraña conexión entre lo que nos hace reír y lo que nos espanta, y muchas veces descubro que es lo mismo”, explica el actor, desde su casa de campo, al norte del estado de Nueva York, donde vive alejado del ruido de fondo de la ciudad. “Aquí vivo con mi mujer, y hay días que sólo veo al recogedor de la basura”, asegura.

Christopher Walken, sin embargo, abandonará su habitual misantropía –legendaria en Estados Unidos– para estar en el festival de cine de Sitges (desde este fin de semana hasta el 16 de octubre), donde recibirá el homenaje de este certamen ­especializado en el terror y la fantasía. Un homenaje, en realidad, a todo aquello que Walken ha encarnado a lo largo de los años. Con una carrera a sus espaldas en el teatro y en el cine que se extiende más allá de los 50 años. “Tengo un tío. Tenía. Era muy divertido –dice el actor–. Cuando abría la boca la gente ya se estaba riendo, y él no entendía por qué. No entendía nada. Es muy interesante, sí, siempre pienso en él. La personalidad de la gente es misteriosa”.

Walken, como actor, se revaloriza por momentos. En Estados Unidos muchos recurren a una imitación del singular intérprete. Especialmente Kevin Spacey, el gran especialista en convertirse en Christopher Walken para arrancar una sonrisa. Para Walken todo empezó con una pistola en la sien para jugar a la ruleta rusa. Es la famosa escena de El cazador (1978), el filme del recientemente fallecido Michael Cimino que le valió un Oscar. Una película donde Walken roba protagonismo, o lo comparte, con, entre otros, Robert De Niro, su compañero de generación. Walken interpreta a Nick Chevostarevich, un obrero de una fábrica de acero que se ve metido en la guerra de Vietnam con sus dos amigos de siempre, y donde todos acaban en un campo de concentración. Jugando, de forma forzada, a esos juegos prohibidos. “Para encontrar la tristeza necesaria para rodar ese filme tuve que remontarme a mi infancia, cuando me enviaban a los odiados campamentos de verano. Nunca me gustaron. A veces pensaba que nunca más volvería a casa, y evocaba ese sentimiento de soledad cuando rodaba las escenas del campo de concentración”, dice Walken.

Con Cimino rodó también Las puertas del cielo (1980), una película tan legendaria como discutida. Dicen que la grandilocuencia de su director acabó con la United Artists, productora del filme, y de hecho con una forma de entender Hollywood. Pero nadie pone en tela de juicio la interpretación de Walken. Eso pasa con este actor robaescenas: que ofrece maravillosas interpretaciones en películas poco valiosas o cuestionadas.

“Si yo fuera el candidato presidencial, mi lema sería ‘abróchense los cinturones’, o mejor, ‘tengan cuidado’. Ser cuidadoso es muy importante. Alguien me dio ese consejo cuando era joven y no lo he olvidado”

“Me cuesta decir que no. No tengo hijos, no tengo aficiones, no me gusta el golf ni el tenis. Soy demasiado viejo para internet y los ordenadores. No tengo teléfono móvil. Sólo están mi mujer, Georgianne, con la que llevo casado cerca de cincuenta años –y que me acompañará a Sitges–, y mi gato. No me gusta ir de compras; me agota. No viajo por placer; como actor ya he viajado demasiado. Trabajar, ir a trabajar es lo único que hago. Por eso quizá he sido tan poco selectivo en mi carrera, si es lo que quiere decir…”, comenta el actor.

Walken habla pausado, poniendo los puntos de las frases en lugares inesperados, dejando largos silencios entre esas mismas frases. Nunca se sabe si habla en broma o en serio, y este periodista empieza a pensar, tras un rato de conversación, que Walken habla en los dos sentidos. Dicen que su forma de expresarse es idéntica a la de Donald Trump. “Bueno –dice él –, los dos somos originarios de la misma parte de Nueva York, del barrio de Queens. Tenemos más o menos la misma edad, aunque nuestros ambientes han sido muy diferentes… Estoy cansado de Trump. En las noticias, en la televisión, Trump todo el tiempo. Somos muy diferentes, aunque hablemos parecido. Para empezar, yo odio las pistolas. Creo, la verdad, que hubiera sido mejor que se hubiera quedado en el negocio de los bienes raíces”, bromea.

Pero supongamos que, en vez de Trump, fuera Walken el candidato a la presidencia. ¿Cuál sería su lema presidencial? “¿El mío?”, se pregunta el actor. “Abróchense los cinturones”, creo. “No me gusta correr. Sólo conduzco los domingos por la mañana, muy temprano. Cuando salgo a buscar el diario. O mejor: ‘Tengan cuidado’. Ser cuidadoso es importante. Si yo fuera presidente, sólo pediría una cosa: tened cuidado… Con todo. Alguien me dio a mí ese consejo cuando era joven y nunca lo he olvidado”.

En su haber hay películas maravillosas, como La zona muerta (1983), rodada a las órdenes de David Cronenberg. Un thriller con elementos sobrenaturales basado en la obra homónima de Stephen King. “King me dijo que era uno de sus libros favoritos y, definitivamente, una de las mejores adaptaciones de una de sus obras al cine”. El recuerdo de Hombres frente a frente (1986), otro de sus grandes filmes, también permanece. Carismático y contenido, sí, contenido, aunque parezca mentira, en esta película de James Foley, junto a un casi adolescente Sean Penn.

“Me dedico a esto desde hace 50 años”, dice. “He hecho películas que son buenas; otras no lo son tanto. A veces tienes una buena historia con un buen director y buenos compañeros a tu lado. Parece que todo se confabula para que la cosa funcione: eso que en inglés llamamos serendipity. Estás en el momento justo en el sitio adecuado y ¡bum!, todo cae en su sitio y todo funciona bien. Es sobre todo una cuestión de suerte. Como casi todo, en realidad. Una cuestión de suerte”.

Hay otras títulos suyos que quizá no son tan apreciados desde un punto de vista convencional, pero tienen su punto de interés. Por su singularidad, por su extrañeza o simplemente porque Christopher Walken está en el reparto. Películas como la terrorífica Communion (1989), donde las pesadillas son premoniciones y excusas para extrañas escenas imposibles. Ángeles y demonios (1989), en la que Viggo Mortensen comparte terrorífico protagonismo con Walken, o Un ratoncito duro de roer (1997), en el otro extremo del espectro cinematográfico, donde Walken encarna un ducho cazador de ratones a domicilio. “Llevo cerca de 200 películas rodadas”, insiste el actor. “No las cuento exactamente. Tengo la sensación de que muchas nadie las ha visto nunca; ni yo mismo las he visto, la verdad. Pero esta que me comenta, Un ratoncito… la vi la otra noche en televisión; me gustó, es divertida”.

Del Oscar de El cazador y de la candidatura por Atrápame si puedes (2002), de Spielberg, a películas como Osos a todo ritmo, también del mismo año 2002, por la que Walken estuvo nominado al peor actor del año en los famosos premios Razzies, que se conceden un día antes que los Oscar. Si se mira su carrera con perspectiva, parece que en un momento dado todas las posibilidades que tenía como actor, que son muchas, se concentraron en el papel de criminal, calmado, contenido, pero con un potencial de violencia que se intuye en sus ojos. “En esta industria, que cuesta mucho dinero, tienden a encasillarte. Lo que ha funcionado una vez, dicen, volverá a funcionar. Yo soy un actor. Voy donde me llaman. Y todos los papeles son interesantes para mí. Tan sólo hay que descubrir la manera. He hecho musicales, comedias, thriller, ciencia ficción, de todo. No tengo una preferencia. Todas las películas son un desafío y de todas he aprendido algo”, afirma.

Cristopher Walken, camino de la leyenda, pasará por Sitges. Un festival muy querido por Quentin Tarantino, cuya película Pulp Fiction incluye uno de esos cameos inolvidables en los que Walken se ha especializado. Un largo soliloquio inquietante y absurdo. “Era la última escena del rodaje –cuenta–. No vi a nadie. Invertimos una mañana en rodarla. Le aseguro que llegué con el texto aprendido. Siempre lo hago igual, sea el papel que sea. Me cuesta mucho aprender mis líneas. Para eso me encierro en mi cocina, día tras día, hasta que lo domino. Con todos los papeles es lo mismo. Horas y horas en mi cocina. Sólo yo y el personaje”.

A su manera inimitable (aunque sea el actor más imitado de su generación), Christopher Walken habla de todo con facilidad. De todo menos de un capítulo triste en su biografía: la muerte de Natalie Wood. La actriz y él acababan de rodar Proyecto Brainstorm a las ordenes de Douglas Trumbull, y para celebrarlo se fueron a navegar en el velero de la actriz, acompañados por Robert Wagner, el marido. El 29 de noviembre de 1981 moría Natalie Wood. Se cayó por la borda y se ahogó, según el informe oficial. Caso cerrado. Pero no está uno seguro de si Christopher Walken también lo ha cerrado del todo. Hay cosas que no se olvidan.

TRES PAPELES INOLVIDABLES

Nick Chevostarevich en El cazador , capitán Koons en Pulp Fiction y Wilbur Turnblad en Hairspray junto a su mujer Edna (John Travolta)

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