“La desigualdad ante la ley es imperdonable”

Elena Anaya

Desde su debut, hace dos décadas, Elena Anaya (Palencia, 1975) ha aportado intensidad a personajes complejos con los mejores directores del país, como Almodóvar, León de Aranoa o Medem, y varios títulos en Hollywood. La actriz, comprometida con el medio ambiente, inicia un año lleno de proyectos y con un filme por estrenar, 'Lejos del mar', de Imanol Uribe.

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Camisa de cuero y falda de Salvatore Ferragamo

Cumplió los 40 en verano, aunque mantiene prácticamente el mismo aspecto que cuando fue vista en una pantalla por primera vez, como una chiquilla menuda y algo pizpireta, hace dos décadas. Sin embargo, la mirada no es la misma. Es la que alerta de que a Elena Anaya (Palencia, 1975) le han pasado cosas. En su mundo personal, que guarda bajo siete llaves, y en el profesional, como le ocurre a las actrices expuestas y quién sabe si osadas de más. Una vez iniciada por Fernando León de Aranoa y Julio Medem, al que debe dos de sus candidaturas al Goya –por Lucía y el sexo y Habitación en Roma– ha sido varias veces cómplice de Agustín Díaz Yanes y de Pedro Almodóvar. Gracias a los malabarismos de su personaje en La piel que habito, acabó con la rugosa estatuilla en los brazos. Una afortunada carambola le permitió iniciar su carrera en Hollywood, haciendo de vampira en Van Helsing. Allí suele volver de vez en cuando para rodar, por ejemplo, Infiltration, junto a la estrella de la serie Breaking Bad Bryan Craston. Inicia el año con la agenda repleta de proyectos, y deseando que vea la luz Lejos del mar, el nuevo filme de Imanol Uribe en el que encarna a una doctora que vio morir a su padre de niña, a manos de un etarra, excarcelado años después por la doctrina Parot. “Leí el guión –explica– y me pasó algo muy curioso. Al acabarlo tuve la sensación de haberme pegado una zambullida en el mar como si tal cosa, y según estaba saliendo de él una ola inesperada me hubiera puesto patas arriba. Nunca se ha contado el dolor que se queda dentro de una persona cuando le ocurre algo así. Dolor y violencia: muerte por muerte. Nadie se puede reponer de una cosa así.

“Yo no me perdonaría no hacer nada ante el cambio climático que sufrimos. Somos la última generación que puede intentar mejorar las cosas, quizás la próxima no tenga tiempo. Es un tema que me enerva”

¿Cree que es posible la reinserción social de quien ha cometido un asesinato?

No lo sé, sinceramente. Si hablamos del ser humano todo puede ser. ¡Cuánta gente hay que comete una atrocidad con 18 años y se marca a sí mismo y a su familia para siempre, cuando, con esa edad, eres víctima de tu propia falta de consciencia! En cualquier caso, y en especial en estos asuntos con tantas aristas, lo que no se puede tener es la mente estrecha. En otros países los temas espinosos se abordan con otra actitud; con más valentía y facilidad. La reinserción de una persona que cometió un asesinato y se ha pasado 25 años en la cárcel nos atañe a todos. Es labor y responsabilidad de todos. Pero, claro, también la víctima debe vivir un proceso de reinserción…

¿En qué sentido?

Porque la vida se le ha quedado por los suelos, completamente descolocada y sólo queda sitio para el dolor. En la película se muestra cómo quienes la rodean no le hablan del asunto porque entienden que la mejor forma de volver a la normalidad es obviarla, cuando es justo lo contrario lo que necesita. Esto es una cosa muy de aquí, muy de este país. Parecemos todos muy abiertos hasta que nos topamos con temas de los que no se está dispuesto a hablar. Y lo que destruye –el dolor, la tristeza, la ira–, no pinta nada escondida debajo de las alfombras de casa. Hay que sacarlo; la expresión es sanadora. Si no hablamos de los miedos nunca los superaremos. Y nunca llegará el perdón.

Reflexionando sobre ese concepto, el del perdón, que encierra una realidad que no siempre es absoluta, buscando lo que considera imperdonable, hace distinciones “porque no es lo mismo si me lo aplico a mí o los demás. Yo no me perdonaría no hacer nada ante la situación medioambiental que estamos sufriendo. Eso es muchísimo más importante que la mayoría de las noticias patéticas, de unos contra otros, de las que se hace eco todo el mundo. Acabo de hacer con Greenpeace un viaje al Ártico y es un hecho irrefutable que se está derritiendo y que hay que protegerlo sí o sí. Estamos en plena campaña para ello y ya hay siete millones de personas que nos han refrendado con su firma. Y aquí venga a hacer reportajes curiosos con gente que está tomando el sol en la playita en diciembre y a la que no le han contado que somos la última generación que puede hacer algo de verdad para mejorar las cosas. Igual a la próxima ya no le da tiempo. Es un tema que me enerva”.

“Estamos como estamos porque estos señores no creen que la cultura forma parte del individuo y prefieren que no pensemos mucho, que no seamos muy críticos. Y no les está saliendo mal del todo”

¿Y qué no perdonaría a los demás?

La falta de igualdad ante la ley es imperdonable. No todos pagamos los mismos peajes. Inexplicablemente hay personas que salen indemnes de cualquier delito cometido, aunque hayan sido juzgadas y condenadas y siguen saliendo en televisión a diario como si tal cosa. Personas que consiguen que se reinterpreten las leyes a su favor, y a ti te cascan una multa mientras buscas cambio para el parquímetro. Y cuando la desigualdad está justificada tampoco se aplica. ¿Cómo van a pagar lo mismo, a esas ­empresas privadas, unos señores que no pueden poner la calefacción para calentar a sus hijos que otros a los que les sobra el ­dinero?

Aplica el concepto de injusticia a su propio entorno, “como si no estuviera ya suficientemente castigado por un paro atroz” y que ahora, con los abusos que parecen haberse cometido en el tema de las ayudas al cine, vuelve a estar en el ojo del huracán, “como si todos los que nos dedicamos a esto fuéramos unos mangantes. No, perdón, lo serán algunos. Pero todo eso, en el fondo, es resultado del continuo ataque contra la gente de la cultura de los gobiernos de la derecha. Los mismos que consideran que la cultura es simplemente ocio y venden la imagen de que somos gente mantenida con los impuestos de los demás. Con la de ayudas que se dan a industrias que son absolutamente nocivas para el planeta. Nos enfocaron con el tema de “No a la guerra” que les sentó tan mal y ahí seguimos”.

Hay voces que opinan que ustedes se significan demasiado…

Con todo el derecho, como cualquier otro ciudadano. En aquel momento nos metieron en una guerra que nadie quería y el que lo decidió así se manifestó en contra. Es terrible que eso haya derivado en el desprecio por la cultura a la que se trata de asfixiar lentamente. Estamos como estamos porque estos señores no creen que forme parte del crecimiento del individuo y prefieren que no pensemos mucho, que no seamos muy críticos, no vaya a ser que no nos puedan convencer de que todo lo hacen bien. Y no les está saliendo mal del todo.

Considera que la cultura y el diálogo van de la mano; “no puede ser de otro modo. Acceder a ella es una manera cierta de crecer y mejorar. Y claro, te permite solucionar los conflictos hablando, pactando; no como cabezotas. Te abre los ojos al mundo; a nuestra realidad y a la del resto del planeta. El germen de la mayoría de los problemas que tenemos es la falta de comunicación. Yo no lo consiento en mi vida. Si tengo un malestar con alguien lo soluciono; intento ver qué ha pasado. No soy rencorosa pero además no siento que tenga cuentas pendientes ni me acuesto enfurruñada. Soy muy directa.

“A los 20 crees que todo es eterno y vives sin miedo, de forma atropellada. A los 40 miras bien por dónde pisas. Sabes que tus tropezones causan dolor a quien te quiere y que el billete vale sólo para una vez”

¿Le gusta ir por la vida ligera de equipaje?

Sí, pero llevo otras mochilas que pesan o han pesado, que son personales y de las que he decidido no hablar. Mis padres me educaron con mucha normalidad y mucho sentido común, e intento aplicar lo que aprendí de ellos cuanto puedo.

Según cuenta, no fueron padres al uso, ni intentaron quitarle de la cabeza su deseo de dedicarse a ser otros. “Al contrario. Fue muy fácil explicárselo. Claro, me advirtieron que tenía que prepararme y que me asegurara de que me hacía feliz. Ahora, a veces vienen chavales con sus padres a preguntarme si esta profesión merece la pena. Y veo la mirada de los padres diciendo sin decir “¡Quítaselo de la cabeza!”. Pero no lo hago. Al contrario, les digo a ellos que tiene que apoyar a sus hijos en el camino que han elegido”.

¿Cómo recuerda a aquella chavalilla que empezó a abrirse camino con apenas veinte años?

Asustada y valiente a la vez. Me vine de Palencia a Madrid con 19 años a comenzar la aventura y la aventura continúa. Tenía que buscarme la vida y todo parecía muy complicado, pero, en cuestión de meses, hice un casting y me dieron un papel protagonista. Me presenté a las pruebas de la Real Escuela de Arte Dramático y saqué una nota altísima; como nunca en mi vida. Tuve que abandonarla ya que faltaba mucho a clase porque estaba filmando. Compartía piso con dos chicos franceses que no hablaban español, y yo ni palabra de su idioma. También tuve mucha suerte. En África, esa primera película, encontré gente estupenda: el director Alfonso Ungría, Imanol Arias, y otro chaval como yo, Zoe Berriatúa, que ahora hace sus propias películas y que tenía más experiencia. Él fue quien me explicó lo del raccord: que te tienes que acordar de en qué punto emocional se quedó tu personaje en un momento, para continuar de forma coherente en el plano siguiente que resulta que lo ruedas tres semanas más tarde. Además, hacía de una chica con un bebé de un año y pico, que cada vez que me veía salía huyendo… Todo muy difícil, pero maravilloso a la vez.

¿Cree que posee ese brillo especial que hace que sea centro de la mirada del espectador?

Creo que todos tenemos nuestro propio brillo. Cada cual a su manera. Y si tengo una energía diferente se lo debo a mis padres, que desde siempre me hicieron creer que la magia existe y que te debes ilusionar con lo que amas. Me hicieron valiente. Aunque luego me muero de miedo por cualquier estupidez.

Pero también por otras cosas que no son, en absoluto, banales. “Sí me han aterrado algunos de los personajes que he tenido entre manos. Tienes que entrar en rincones muy oscuros de tu ser y de tu vida para crear puentes entre la realidad y lo que vas a interpretar, que son peligrosos porque puedes conectar con cosas muy bestias y muy locas. Y darles voz y expresión y mirada. Y de repente, algo se transforma dentro de ti. Esa es la maravilla de actuar. Cuando sientes que esa cosa mágica ocurre. Es como un calambrazo que te atraviesa y que hasta te impide seguir hablando.

¿Sale de esos lugares con facilidad?

No. De las consecuencias, buenas o malas, de ese viaje ya no te desprendes nunca. Te acompañan toda la vida. Es como si tienes un accidente de coche. Esa experiencia no se te olvida jamás. Pero ningún personaje me ha dañado y todos me han enseñado algo. Me han dado perspectiva; son gentes de vidas oscuras y torturadas, que atraviesan situaciones a menudo terribles que no parece fácil que yo vaya a vivir.

Tiene fama de profundizar mucho en ellos…

Es que me gusta mucho mi trabajo, pero eso no quiere decir que me deje atormentar por él. Se te quita la tontería bajando a hacer la compra. Llegas a casa después de interpretar a un ser diabólico y está la nevera vacía. Ahí está la realidad; la vida.

¿Ser actriz le ayuda a transitar por ella?

Todos vamos aprendiendo en este viaje, cada uno en su oficio, en su lucha diaria. A mucha gente le parece que lo que hacemos nosotros es especialmente difícil. A mí lo que me flipa es lo que hace el señor que viene a instalar el wifi.

Pero no juega con sus sentimientos…

Es que deberíamos estar todos mucho más cerca de ellos de lo que lo estamos, porque es lo que nos hace humanos. No se puede ir por la vida como si nos hubieran hecho una lobotomía para no sentir y pasar por todo como de puntillas. Hay que mojarse. Si no este paseo no merece la pena.

Sonríe, y se le pone cara de adolescente, cuando se le pregunta si le han venido a visitar algunas reflexiones especiales al cumplir los cuarenta. “¡Por supuesto! Me pasé el día intentando zafarme de un rodaje para poder celebrarlo de alguna manera”, explica divertida. “En realidad no ha habido balance, ni mirada atrás. Ahí está la realidad otra vez. Vas perdiendo a gente que te importa mucho y eso te parte el alma, pero forma parte de la vida. A los 20 te crees que todo es eterno y lo vives todo sin miedo, atropelladamente. A los 40 miras muy bien donde pisas. Primero, porque ya sabes que tus tropezones le provocan mucho dolor a los que quieres y segundo porque ya te has dado cuenta de que el billete vale sólo para una vez.

¿Es de guardar o de tirar?

Pues creo que más de guardar. El otro día se me rompió una tubería y tuve que desmontar un armario y empezó a salir material de todo tipo, de películas mías o que me gustan, fotos de cuando era una cría y empezaba a salir en las revistas. Un montón de guiones, porque no he tirado ninguno. Ahí estaba el de La piel que habito y, de pronto, me quedé pensando que me gustaría volver a trabajar con Almodóvar, que no es algo que ya doy como hecho…

Entra en una edad difícil para las actrices; en eso están todas de acuerdo…

Nunca entenderé por qué a partir de determinado momento deja de interesar lo que nos pasa a las mujeres; justo cuando estamos en lo mejor. Las actrices realmente admirables ya tienen una edad. También hay jóvenes maravillosas, preciosas de ver, pero las personas más apetecibles son las que acumulan experiencias; tienen más vida. Eso tiene que cambiar y en ello estamos. Ahora estoy rodando Wonder Woman. Han tardado 75 años en decidir llevar a cabo una película de superhéroes centrada en un personaje femenino. Ya les vale.

Y aparece Hollywood en la charla. Donde el cine se hizo grande; el lugar al que, “se supone”, que todo actor quiere llegar. “Y una vez allí, te das cuenta enseguida de que, para algunas cosas, es un mundo aparte. En ésta, como llevamos disfraces de héroes o villanos que no quieren desvelar, no nos dejan salir del “caravanón” porque puede haber drones equipados con cámaras para robar fotos. Y si no queda más remedio, me ponen una especie de túnica con capucha que me tapa de la cabeza a los pies. Lo que pasa es que luego, a la hora de hacer mi trabajo, yo charlo con la directora de mi personaje, me explica qué necesita y le aporto mi visión para hacer un trabajo interesante y no un cliché. Al final es una aventura, pero con más gente. El caso es andar. Hay que estar allá donde haya un buen personaje… Pero últimamente le estoy cogiendo una fobia a hacer y deshacer maletas…”

Estilismo José Herrera • Maquillaje y peluquería Beatriz Matallana Beatrizmatallana.com • Asistente de fotografía y making off Pancho de León • Asistentes de estilismo Fran Jymz y Samuel San

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