“Justificamos la maldad con la locura”

Dolores Redondo

Con tres obras en menos de dos años, la donostiarra Dolores Redondo ya es el referente mundial de la novela negra española. Traducida a casi 30 lenguas y leída en cuatro continentes, vende tantos libros y acumula tantos muertos como ninguna cocinera jamás había contado.

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Redondo, en la concurrida plaza de la Constitución

Camina por San Sebastián con esa elegancia que ejercen las donostiarras. Cuando mira las barcas del puerto, brilla en los ojos de Dolores Redondo (1969) la memoria de una estirpe con ocho marineros que murieron en tierra de cáncer. Tantas veces esperó a su padre en ese lugar, tantos años le despidió cuando volvía al mar el día de Navidad, que parece que a su dolor no le queden ya lágrimas para llorar. Porque hay mucho luto en su infancia, su rostro y su aliento aspiran el gusto salado de la vida y la mar. Decían los críticos que su increíble éxito se debe a su conjuro de palabras escritas, que mezcla mitología y realidad. Pero ahora que cierra su Trilogía del Baztán con Ofrenda a la tormenta (ed. Destino) –que sigue a El guardián invisible y Legado en los huesos–, desvela que su secreto fue y es un caso de verdad. El resto, literatura, literatura y nada más que literatura.

¿Por qué desvela su secreto mejor guardado en la nota de la autora?

Porque quiero ver en la cárcel a los que hace 30 años mataron a una niña de 14 meses en un sacrificio ritual en un caserío de Navarra. Se llamaba Ainara, pero aún no tiene una tumba, ni una lápida con su nombre donde ponerle una flor.

¿Qué pasó?

Una secta la mató en un ritual, hizo desaparecer su cadáver y, una vez logrado su objetivo, se disolvió. No puedo desvelar detalles porque el caso sigue abierto bajo secreto judicial. Los presuntos asesinos saben que son sospechosos y cada cual conoce su grado de participación. Viven y ejercen su profesión en varios lugares de España. Son personas cultas y entre ellos hay médicos, abogados, dentistas…

“Un crítico me dijo que no había logrado acabar la novela anterior y no entendía cómo puedo ser tan cruel. Le respondí que sólo hago literatura y que la crueldad está en la realidad”

Esta tercera entrega de su trilogía es la más estremecedora.

Un crítico me dijo que no había logrado acabar la novela anterior y no entendía cómo puedo ser tan cruel. Le respondí que sólo hago literatura y que la crueldad está en la realidad. Un entrevistador radiofónico me insinuó lo mismo y le contesté que, mientras emitían la noticia de una matanza en Irán, él reía como si nada estuviese pasando.

¿Los cuentos que le contaba su abuela eran crueles?

Sí. Eran leyendas gallegas, vascas y navarras llenas de espíritus malignos que me aterrorizaban. Pero esos cuentos y leyendas siempre estuvieron ahí, hemos crecido influidos por ellos y a veces mitos y magia se cuelan en la realidad.

¿El mal existe?

Sin duda. Nuestra sociedad tiene problemas para distinguir lo que en la edad media se tenía claro. Al alejarnos de la cultura religiosa del pecado, justificamos la maldad con la locura y la enfermedad mental. Algunos criminales pueden estar locos, pero los hay que llegan a la locura por el mal, y eso se puede diferenciar. Un profesor estadounidense ha establecido un baremo de maldad y hay quien practica el mal porque sí. Y aunque le busquemos explicaciones, a veces no la hay.

Dentro de su baremo particular, ¿cuál sería el peor crimen?

El más sangrante y el que más me repugna es el asesinato de un niño. En la violencia contra las mujeres hay un adulto contra una adulta. Pero una criatura no puede defenderse ni elegir. Y lo más incomprensible es que le haga daño quien debería protegerle.

El sacrificio de un hijo a Dios ya aparece en la Biblia.

La entrega de lo puro y lo tuyo es un doble sacrificio aberrante, pero Dios salva la vida al hijo de Abraham. Sin embargo, hace poco, una mujer fue lapidada en Siria, su padre participó y se siente honrado cometiendo semejante horror. En el caso de los terroristas suicidas, la decisión es suya, pero los niños no tienen opiniones, el fanatismo cosifica a la criatura y no la tiene en cuenta. No se puede analizar ni explicar desde la lógica que haya gente capaz de matar por una fe, pero la fe es poderosísima y eso me espeluzna.

Sin llegar a esos extremos, ¿qué piensa de las criaturas maltratadas?

Crecen dañadas e incapacitadas para distinguir el amor bueno del malo. No hay daño peor que el que se pueda cometer contra la infancia. Conozco adultos que arrastran como una cruz el dolor de la violencia infantil y nunca lo superan. Hay dos cosas básicas que se aprenden en la familia. Son a qué hay que tener miedo y qué es el amor, el bueno y el amor malo.

“La mezcla de culturas ha traído cosas muy provechosas. Pero a causa de la crisis económica y del descalabro moral, todo lo nuevo o desconocido resulta atractivo”

Casi todo acaba mal para la protagonista de sus novelas, la inspectora de la Policía Foral de Navarra, Amaia Salazar.

Todo se le desmorona porque viene dañada de origen, aprendió mal esas dos cosas de la familia y volvieron los viejos demonios y los viejos fantasmas. Quizá por casualidad o por azar, la hice nacer el mismo año que asesinaron a la niña Ainara en un caserío de Navarra. Tenía esas ideas en la cabeza cuando comencé a escribir la trilogía, pero la antigua noticia de un caso real me hizo encajar todas las piezas.

Parece que su mujer policía tampoco logra descubrir el buen amor.

No me gustan las plañideras en mi novela ni en la vida real. Es muy común que la gente haga cosas y luego lamente las consecuencias. Ella elige llegar el placer con libertad y responsabilidad y eso le aporta poder. Como todo acto lleva consecuencias, hay que apechugar con ellas, por eso los triunfadores son los que asumen las consecuencias de sus actos con responsabilidad.

Pero después de la seducción, a veces el amor es ciego.

El erotismo es tangible en mi novela, está presente en todos los aspectos cotidianos de la vida y va tan unido al placer como la comida. No me gusta la seducción porque tiene un matiz de engaño, de manipulación o de juego que a veces acaba en lucha y batalla. De lo que se debe hacer y lo que no se puede hacer surge la culpabilidad por haber cedido.

Se dice que el sentimiento de culpa hace a la persona más vulnerable ante los manipuladores de conciencias.

Cierto. Es el caso de las sectas, que captan a personas que se sienten solas, desorientadas o están pasando malos momentos vitales. Por eso todos los cuerpos policiales de España tienen agentes especializados en detectar grupos sectarios que se camuflan en zonas rurales y usan la naturaleza, la vida natural, la agricultura de autoconsumo o las comunas como coartada.

En su novela hay una afirmación políticamente incorrecta que atribuye el aumento de sectas a la inmigración.

La mezcla de culturas ha traído cosas muy provechosas. Pero a causa de la crisis económica y del descalabro moral, todo lo nuevo o desconocido resulta atractivo. Ya nada será como antes, cuando para practicar el vudú había que viajar a otro continente. Rituales, santeros y brujos que eran lejanos están ahora muy cerca. Si a todo eso se suma el alejamiento de la Iglesia de agnósticos, ateos y laicos, se olvida que la persona es capaz de forjar su destino y no se puede torcer la estrella a base de ritos y magias.

“No son corruptos, son pecadores. Pero ya no llamamos a las cosas por su nombre y se culpa de todo a abstracciones como la sociedad, el sistema, la casta…”

¿Por qué dice que ver las iglesias vacías le afecta el alma?

Recibí una educación católica, estudié en un colegio religioso y me gustó el cristianismo que me enseñaban, el perdón, el amor, la alegría del Jesús fraternal de los brazos abiertos y la igualdad de las personas. Pero desde que accedí a la Iglesia como adulta, no he encontrado esos principios. En el fondo, es una reclamación ante la sensación de que no hay comunión. La gente se ha ido alejando y hemos tenido más caridad los cristianos de a pie que la propia Iglesia. El papa Francisco me da esperanza, porque ante la crisis moral la Iglesia no ha sabido hacer la labor de relajarnos y se ha perdido la alegría del cristianismo.

En su novela relata que el Papa ha enviado más exorcistas a España.

Si el Papa ha habilitado nuevos exorcistas formalmente y en Roma se organiza un curso para exorcistas que imparte un sacerdote español, es porque cada vez hay más gente que está o se siente afectada por cosas negativas. Y si se practican más ceremonias de desagravio, es porque hay más rituales y sectas anticristianas. Está demostrado que hay brujos que esclavizan a prostitutas nigerianas cortándoles un mechón de cabello y amenazándolas con maldiciones. Es curioso que si insulto a alguien tendré problemas con la justicia, pero si maldigo a alguien no pasa nada.

Los personajes mitológicos que aparecen en su obra no son hermanitas de la caridad.

Los malos mitos dan salsa a un imaginario colectivo plagado de muchos malos y pocos buenos. Esos personajes mitológicos no son dioses, sino genios y potencias antojadizas, como la bruja de las tormentas brutales. Pero también pueden ser beneficiosos si les caes bien y cumples sus ritos. En caso contrario, sufres las consecuencias de sus iras y tienen un carácter muy voluble.

Una licenciada en Derecho no debería creer en tabús.

Pasa que todo lo que imaginé como ficción resultó ser real. Y que cosas que ahora se llaman corrupción son pecados bíblicos como la avaricia y la codicia. No son corruptos, son pecadores. Pero ya no llamamos a las cosas por su nombre y se culpa de todo a abstracciones como la sociedad, el sistema, la casta…

¿Y respecto a la muerte?

Con la muerte ha pasado lo mismo que con la fe. Ahora todo está dirigido. El hospital, el tanatorio y la sensación higiénica no permiten curar bien el duelo. Hemos apartado creencias de nuestras vidas porque somos modernos y avanzados, pero habíamos convivido constantemente con la cultura de los muertos aparecidos y desaparecidos, con la Santa Compaña…

Con o sin creencias, siempre queda el dolor.

Cuando surge el momento del gran dolor, todo se gestiona como higiene emocional, como una castración de vivir el dolor en una sociedad que no quiere ver el sufrimiento. El dolor se anestesia con pastillas, a pesar de que sea bueno sacar a la luz el sufrimiento. No saber enfrentarse a las pérdidas llevó a muchos ejecutivos franceses a suicidarse, aunque las pérdidas sólo son un cambio de la vida.

Digiere la fama “con la tranquilidad de que en San Sebastián pocos me conozcan y de que alguien lea mis novelas en la playa justo al lado de mi familia y no me identifique porque no soy mediática”

¿Hay muchas muertes en su vida?

Viví unos años en que se me morían familiares jóvenes, fuertes, con aspecto sano y me parecía que se me iban a morir todos. Paseaba con mi madre por el cementerio y había muchas tumbas de jóvenes muertos en la mar. El cementerio de San Pedro de Pasajes tiene la media de fallecidos más joven de España porque muchos fueron marineros. En mi infancia, la gente se enlutaba y era espantoso ver a familias enteras vestidas de negro. Algunas viudas no se quitaban nunca más el luto y llevaban dos alianzas en el dedo como símbolo. Ahora el negro está de moda, pero hay mucha diferencia entre vestir de negro o de luto. En mi novela, hay un policía que observa esa diferencia en una madre y comienza a investigar.

¿Qué es ser hija de marinero?

Vivir con el padre ausente y tener unas relaciones muy especiales con él. El deseo del padre que no está no se colma cuando está y lo idealizas en el regreso. Después, las despedidas son terribles, y mucho más cuando entran a tierra el día antes de Nochebuena para vender el pescado; retornan al mar el día de Navidad y sus familias lloran en el puerto. Ese drama se repite la semana de Año Nuevo, cuando el mar está peor que nunca. Si alguien se queja del precio del marisco, digo que el dinero no paga todas las lágrimas de nuestras familias. En la familia gallega de mi abuela había percebeiros, y los acantilados de Costa da Morte están plagados de cruces de marisqueros que perdieron la vida. Es parecido a los mineros: nunca se les paga lo bastante el precio del carbón. Todo eso nos hace diferentes.

Y de ahí, al matriarcado.

Sí, porque las mujeres y las hijas de marinos crean relaciones muy especiales entre ellas. A las mujeres les tocaba sacar la familia adelante y no se trataba de agobiar al padre con problemas domésticos los días que estaba en casa.

Se casó con un navarro, viven en Navarra con sus hijos y ejerce de donostiarra.

Vivo feliz y contenta en Navarra, pero mis raíces están en San Sebastián y al final siempre se vuelve a casa. Puedo hablar y escribir de lugares que no conozco, pero al hablar y escribir de lo mío me siento refrendada. Como soy hija de la ciudad, puedo dar mi punto de vista.

Cerró su restaurante de San Sebastián y cambió su oficio de cocinar por la literatura. ¿Añora los fogones?

El trabajo no, porque es muy duro y exigente, con horarios incompatibles con la relación de pareja, la familia y las relaciones sociales. Normalmente, los matrimonios de la restauración trabajan juntos, porque si no, no se podría resistir. La parte hermosa de la cocina es la creativa y la sigo practicando con mi familia y mis amigos. Si quisiese volver a los fogones, tendría que hacer un reciclaje con las nuevas técnicas y máquinas que hacen que una cocina parezca un laboratorio.

¿Cómo es su cocina personal?

A fuego lento, tradicional, p­urista, conservando los sabores de los productos de donde estoy.

¿Su plato de madre de familia?

Hay miles de recetas, aunque todas son distintas. En casa la llamamos sopa de pescado a nuestra manera.

¿Alguna relación entre su cocina y su literatura?

El máximo placer de la cocina, el amor y la literatura es que los otros disfruten.

¿Qué la haría disfrutar después de cerrar el ciclo de su trilogía?

Ver encarcelados a los malos que asesinaron a aquella criatura callada a la que truncaron el inicio de su vida por una locura fanática. Es mi compromiso con la víctima, la tengo presente y espero que haber con­tado esta historia sirva para estimular la investigación y que la justicia actúe.

¿Cómo digiere su inesperada fama mundial?

Escribiendo durante el horario escolar de mis hijos. Con la vida familiar a veces interrumpida por los viajes y actos de promoción. Con la tranquilidad de que en San Sebastián pocos me conozcan y de que alguien lea mis novelas en la playa justo al lado de mi familia y no me identifique porque no soy mediática, y me incomodan los tiempos rápidos y pautados de la televisión.

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La escritora paseando por el mercado de la Bretxa

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Dolores Redondo posa en un rincón de la iglesia de San Vicente, en la calle 31 de Agosto de la Parte Vieja de San Sebastián

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Dolores Redondo, en el funicular del monte Igeldo, en San Sebastián. En su niñez, acudía con frecuencia con su abuelo, que le contaba que era un “fornido gigante” quien tiraba de la cuerda para hacer ascender el funicular hasta la cima

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Dolores Redondo atraviesa el túnel que lleva al “río misterioso' en el monte Igeldo, en San Sebastián

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