“Estoy enfadado con el establishment"

Paul Preston

Después de libros como la biografía de Franco o El holocausto español, el historiador Paul Preston publica ahora Un pueblo traicionado (Debate) en que hace un larguísimo recorrido por un siglo y medio de corrupción entre los dirigentes españoles. Y por la incompetencia de muchos de ellos.

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"No suelo leer mucho en internet”, asegura el hispanista Paul Preston, “pero ya he visto allí un par de acusaciones de gente que, aunque evidentemente no ha podido aún ver mi último libro, ya han dicho que ‘este será otra prueba de la hispanofobia de Preston’. Creo que un libro que se llama Un pueblo traicionado muestra, precisamente, lo contrario, amor por España”. Después de varias celebradas obras, en que Preston (Liverpool, 1946) ha estudiado la historia contemporánea española, ahora ha acometido con esta última el titánico esfuerzo de explicar la corrupción de los gobernantes y la incompetencia de muchos de ellos entre 1876 y el 2014, y cómo estas prácticas han provocado un divorcio entre sociedad y dirigentes que, en gran parte, dura hasta hoy. Las conclusiones le llevan a una mezcla de esperanza y enfado. “Pero mi enfado –precisa—va contra el establishment, no contra el pueblo”.

Su libro es la historia de un desencuentro, de un distanciamiento. Hay fases de sintonía entre sociedad y clases dirigentes, pero muy pocas. Habla incluso de traición sostenida en el tiempo por parte de las clases dirigentes.

Efectivamente existe ese desfase. Mi tesis es que cuando unas fuerzas políticas intentan llevar a cabo reformas para reflejar la realidad social, hay una reacción, muchas veces de carácter militar, que acaba dando lugar a diferentes dictaduras. El último caso fue el 23-F, que, por una vez, fue un intento fallido. La democracia actual ha superado en parte esa dinámica, pero no ha podido resolver la corrupción.

"En el franquismo la corrupción estaba totalmente institucionalizada; Franco la utilizó como forma de control sobre sus potenciales rivales"

La corrupción ha formado parte del mismo sistema en momentos como la Restauración, donde, sin ella, no se hubiera garantizado la alternancia de partidos. Y eso sucede en otras épocas. Se puede pensar que, si es intrínseca al sistema, es casi imposible de erradicar. ¿O es una visión demasiado sombría?

Estoy de acuerdo. Por ejemplo, después de la Primera República, cuando se trata de apuntalar la monarquía, Cánovas del Castillo se enfrenta a una gran disyuntiva: si da una democracia plena, hay el peligro de que los de abajo voten en contra de lo que los de arriba realmente quieren. Pasó lo mismo, por ejemplo, después con el catalanismo: la gran burguesía de los primeros años que lo impulsaba, con personas como Francesc Cambó, tenía dos grandes motivaciones: por un lado, más autonomía, y por otro, protección respecto a la clase obrera, y por eso en 1923 apoyaron el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera pensando que tendrían ambas cosas. De hecho, tras el golpe que tuvo lugar en Barcelona fueron todos en masa a la estación a despedir a Primo y nada más llegar a Madrid, este empezó a imponer una legislación anticatalana. Y pasó lo mismo al comienzo de la Guerra civil, cuando Cambó, por razones socioeconómicas, apoyó el golpe militar aun sabiendo que era un movimiento totalmente anticatalán.

Usted ha hecho una tarea ingente para confeccionar una lista escalofriante de casos de 1876 al 2014.

¡Es que no se salva ni uno! Viendo los personajes del libro, si tuviera que hacer una especie de top ten de la corrupción, el número uno sería el financiero Juan March (1880-1962), el número dos, Franco. Y en el ranking de la incompetencia, el primero, Francisco Largo Caballero [que llegó a presidente del gobierno en la Guerra Civil]. Es complicado, hay tantos que para hacer esa lista necesitaría al menos un día para pensarlo (risas). Hacer un libro sobre corrupción era muy difícil porque los corruptos no dejan constancia de sus actos. Y, respecto a los casos más actuales, hay un problema adicional: igual se tarda cuatro, cinco o hasta diez años en que alguien los descubra; luego hay una investigación, e igual pasan dos o tres más hasta que llega a la justicia; luego los tribunales tardan cinco años en emitir su juicio... Una de las técnicas que he utilizado en el libro, también pensando en amenizar la lectura, es buscar anécdotas llamativas que ilustren la situación. Por ejemplo, el capítulo que más me gusta es sobre la dictadura de Primo de Rivera [1923 a 1929], porque allí la corrupción era tan abierta, tan descarada… la concesión de monopolios –como por ejemplo el de exterminio de ratas–, los puestos de trabajo muy bien pagados para todos los parientes del dictador y sus amigos... Hay cosas que son grotescas, que si no fueran dramáticas, tendrían su gracia. Por cierto, otro que debería estar en ese ranking es Jesús Gil.

Sobre Primo de Rivera, usted califica la corrupción del régimen de “frenética”.

Primo emitía unas notas oficiosas cada día, que son como los tuits de Trump actuales, y que revelan mucho de lo que pretendía ocultar. En uno de ellos, cuando habla de unas suscripciones de dinero para el régimen, que en realidad iban directamente a su bolsillo, acaba diciendo que “todo esto fue por una magnífica ocurrencia mía”.

"Tengo algo de esperanza; creo que la justicia en España está combatiendo a los corruptos y se está creando una cultura distinta"

¿En ese ranking tal vez estaría Lerroux?

¡Hombre, por supuesto! Alejandro Lerroux [que llegó a presidir el gobierno en 1933] también tiene gracia. Hay una anécdota de cuando le ofreció un ministerio a Miguel Maura, que lo rechazó. A la salida, el secretario de Lerroux le dijo si quería ganar una fortuna con un chanchullo vinculado con el Ministerio del Interior. Maura se quejó a Lerroux, que le dijo: “Estos chicos...”.

¿Un par de nombres más?

Más actual, Francisco Correa, y, del pasado, uno del que se habla poco y que es una figura que de alguna forma he reivindicado en el libro es Severiano Martínez Anido [1862-1938, gobernador militar de Barcelona y luego ministro con Primo de Rivera], además de verdugo y asesino también era un corrupto importante, aunque quizás no tanto como March o Gil. Es que hay tantos…

¿Es en el franquismo cuando la corrupción fue más descarada?

Y además totalmente institucionalizada, a través, por ejemplo, del reparto de puestos de trabajo, muchas veces los de los altos funcionarios más importantes, lo que se traducía en una total incompetencia. Por no hablar de otras cosas que hacía Franco para su propio provecho, como las suscripciones nacionales que luego iban directamente a su cuenta bancaria. O, algo que me ha chocado, como el gran número de propiedades inmobiliarias de su hermana Pilar.

"La campaña por el Brexit fue a base de mentiras, pero lo que no se dijo nunca es que van a hacer fortunas unos pocos"

Describe a Franco como un incompetente en muchos temas, como la economía, pero, en cambio, tuvo una inteligencia fuera de lo común para seguir en el poder...

Estamos hablando de gente que llega al poder, y eso ya es una muestra de cierto tipo de competencia. Luego viene lo demás. En el caso de Franco ¿cómo llega al poder? Primero con una guerra, con una inversión de terror durante los años del conflicto y los cuatro o cinco años posteriores, de cuyos réditos estará viviendo el resto de su mandato. Él controlaba muy bien, además, el funcionamiento del sistema y los medios de comunicación. Y, cuando metía la pata en política económica, lógicamente, no había nadie que le criticara. Y respecto a la corrupción, Franco, además de enriquecerse a sí mismo, la utilizaba como forma de control sobre sus potenciales rivales dentro del régimen, como otros generales.

Es fácil llevarse las manos a la cabeza cuando se lee sobre la corrupción del pasado. Pero respecto a la España contemporánea el hecho de que usted narre la larga lista de los casos de las últimas décadas puede hacer pensar que estamos a niveles parecidos al siglo XIX. ¿Qué diferencia ambas épocas?

Tengo algo de esperanza y de optimismo. Creo que la justicia en España está combatiendo la corrupción y, poco a poco, va moldeando una cultura un poco diferente. Lo que pasa es que, claro, ocurren muchas cosas que podrían hacer pensar lo contrario. Por ejemplo, siempre se pensaba que en Catalunya no había corrupción como había en Andalucía, hasta llegar a aquel famoso discurso de Maragall sobre el 3% de Convergència, por no hablar de Pujol. Pero, como le decía, creo que poco a poco se van contrarrestando ciertas cosas. Por ejemplo, los casos en torno al PP han supuesto un susto tan grande para este partido que se han tenido que espabilar. Y lo mismo ha sucedido con el PSOE, aunque sus casos son más del pasado.

Recoge una cita del juez Garzón que dice que “la corrupción no ha sido algo que haya preocupado en exceso a la ciudadanía”. ¿Eso permitió su crecimiento?

Es cierto que la corrupción ha sido la norma durante muchos años, pero ha habido un cambio últimamente. Antes, en los países nórdicos y en Gran Bretaña, la idea general era que el objetivo de entrar en el servicio público era trabajar en beneficio de todos; en cambio, en España, Italia y Grecia, uno entraba en política más bien para beneficio propio. Ahora, eso que sucedía en los países del sur, ocurre en el Reino Unido, de una manera muy sofisticada, pero eso no quita que sea corrupción al fin y al cabo. Volviendo a lo que usted decía, tome el ejemplo de Marbella. Mucha gente de esa ciudad sabía de las prácticas de Gil y parece que no les preocupaba. Pero es que esto ahora sucede en Gran Bretaña, y en EE.UU.. Si usted pregunta a estadounidenses “¿pero a usted no le preocupa que Trump pueda ser un corrupto o que haya acosado a mujeres?”, le dirán “no, no, yo creo que es un buen hombre”, y lo mismo pasa aquí con Boris Johnson. Respecto a la corrupción en Andalucía, al inicio del libro, en el siglo XIX, hay anécdotas de gente que considera que una vez en la política hay que aprovecharse, porque es la única manera en una sociedad pobre de solucionar ciertos problemas. Hasta cierto punto, puedo entender la corrupción pequeña, ¿sabe lo que quiero decir? Para llegar a fin de mes, mucha gente tiene esa tentación, pero, en cambio, esas corrupciones masivas, como la de Fabra, eso ya es otra cosa. Pero, vamos, este libro está escrito por un guiri inocente, porque mi ética frente a todo esto es bastante cándida.

"Respecto a la corrupción, lo que antes sucedía en los países del sur de Europa ahora ocurre en el norte; hay una degradación general"

¿Se puede decir, pues, que ha habido una degradación general en Occidente?

Efectivamente. Por ejemplo, en el Brexit. Una cosa es el proceso populista, es decir, la manera como se persuadió a millones de personas para que votasen a favor del Brexit, aunque era algo que iba en contra de sus intereses. Ahora, en cambio, los brexiters dicen que ese voto era por la salida pura y dura sin acuerdo, el no deal, pero esto no fue así, porque había más cosas: había voto de protesta, había cierto resentimiento respecto a cosas que están mal en la UE, había una queja contra la inmigración en un país que está sobrecargado, había montones de cosas. Por otra parte, la campaña fue a base de mentiras, como que no habría efectos económicos y que, en cambio, habría muchos fondos para la salud pública. Pero lo que no se dijo es que, a base de eso, van a hacer fortunas unos pocos especulando contra la libra o saliendo de las leyes de la UE.

¿Se puede establecer un ranking entre países? ¿Cuál cree que es la especificidad de la corrupción española?

Oficialmente existe una liga [se refiere a la lista de Transparencia Internacional]. Los que están en los puestos peores son normalmente países africanos y creo que el país menos corrupto es Dinamarca, pero Gran Bretaña está en un discreto puesto número doce y Alemania en el once, de manera que, por lo que decía antes, yo no elegiría al Reino Unido como modelo de buena conducta. España está por encima del puesto 40. En España hasta hace poco, sobre todo en las cuestiones inmobiliarias, la corrupción era cutre, es decir, una corrupción a base de sobres, mientras que en Gran Bretaña es más sofisticada, legal de alguna manera, como por ejemplo la especulación contra la moneda, o tener dinero en paraísos fiscales o las empresas que radican su sede en lugares en que tributan muy poco y no lo hacen en los países donde tienen sus mercados… eso es teóricamente legal y, por tanto, no queda reflejado en la liga de la corrupción. Otro ejemplo: los cambios en los límites de las circunscripciones electorales en Gran Bretaña –que tienen un único diputado– para favorecer a un partido. Eso es legal, pero me parece corrupto.

Sobre el distanciamiento entre la política y los ciudadanos de la que hablábamos al principio, tal vez en la sociedad española estemos viviendo ahora mismo un nuevo capítulo con la segunda repetición electoral en cuatro años.

Es que ha habido una sucesión de desilusiones cuando la gente se ha enterado de determinadas cosas. En los primeros años de gobiernos socialistas había un auge económico, optimismo y orgullo nacional; pero luego, a medida que empezaron a aparecer casos de corrupción, la gente acumuló decepción. Pero eso no sucedió sólo con los socialistas, sino con la política en general, porque después llegó Aznar diciendo que con ellos no habría corrupción, y aún empeoró y, claro, esto es acumulativo. Es una fuente de decepción y desilusión. Pero ahora hay otro elemento que también se da en Gran Bretaña, que es que la política está empatada. España lleva mucho en que no ha habido un gobierno con mayoría y eso acaba por crear la sensación de parálisis, que no hay reformas importantes y con ello crece la decepción. No veo solución a eso, porque además todo está distorsionado por los medios de comunicación y las redes sociales. En este sentido, la situación es muy deprimente, a pesar de que, como dije antes, poco a poco, aunque sólo sea por temor a las consecuencias, se va reduciendo la corrupción.

"En la relación Catalunya-España quien tenía la solución era Maragall, cuando decía que había que ir al federalismo asimétrico"

Respecto a la relación Catalunya-España, usted da el dato de que, de 1814 a 1900, durante 60 años en Catalunya hubo estado de excepción. Eso querría decir que históricamente no ha sido una relación plácida. Desde esa perspectiva, ¿cómo analiza lo que ocurre hoy?

Esta relación es en gran parte una de las grandes consecuencias de todo lo que cuento en un libro que se llama Un pueblo traicionado. Corrupción, incompetencia política y división social (risas). Si comparamos la situación de Catalunya en España con la de Escocia o Gales en el Reino Unido, vemos que esos casos son más asimilables, por ejemplo, al de Galicia. Es decir, cuando el nacionalismo es de una región pobre, el centro lo siente menos como amenaza y lo puede gestionar. Pero no es el caso de Catalunya, porque es rica. Pero mire, yo soy un guiri inocente y hay cosas que prefiero no comentar, porque suena muy fácil para un extranjero decir “haber hecho estas cosas para solucionar el problema”. Dicho esto, creo que quien tenía la solución era Pasqual Maragall cuando decía que había que ir al federalismo asimétrico, y habría sido posible evitar mucha confrontación. No cabe duda de que, como pasa en todos los temas relacionados con el populismo, siempre hay quien quiere provocar más la confrontación. Y eso pasa a ambos lados.

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