“Ya no soy un ejemplo y eso me alivia”

Imanol Arias

A sus 61 años, hace balance vital tras una etapa convulsa. El patriarca de "Cuéntame", el longevo serial televisivo, entona un mea culpa personal, tras asumir su delito fiscal y reconocer errores que le han llevado a reinventarse. El trabajo ayuda. En cine, con su nuevo filme "Despido procedente", y en televisión, con "Velvet Colección".

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Después de tanto tiempo interpretando al padre de los Alcántara, casi se espera que el que aparezca en el jardín del hotel madrileño donde se ha citado con Magazine sea ese señor que, a menudo, parece llevar el peso del mundo sobre los hombros. Nada más lejos de la realidad. A sus 61 años, Imanol Arias –leonés de nacimiento, vasco de crianza– tiene el gesto joven y el enjuto cuerpo en forma. La mirada, profunda, es festiva a ratos, pero se hunde en la cuenca de los ojos cuando explica los momentos oscuros por los que ha atravesado en el último año, marcados por sus problemas con Hacienda, “en trámite de resolución”, y por un laborioso trabajo de recuperación personal en el que se halla inmerso. Lo profesional, sin embargo, responde bien. A partir de ahora, Alcántara compartirá su tiempo televisivo con otro personaje, Eduard Godó, banquero y empresario, impulsor de unas galerías en el barcelonés paseo de Gràcia, en la nueva etapa de la serie retitulada Velvet Colección. La comedia negra Despido procedente le devuelve a las carteleras, en la piel de un ejecutivo agobiado por los efectos de la crisis. Son nuevos retratos que añadir a una galería de personajes con su rostro que se extiende durante 40 años.

Suele dar usted jugosos titulares. A los 45 decía que se había equivocado al matar tan pronto al galán que consideraba ser…

¿Lo maté antes de tiempo? No lo sé. Desde luego me equivoqué al darle importancia a eso. Sentía ya entonces que hay una segunda edad en el actor en la que no se puede renunciar a lo que viene, y que es tan interesante, que lo de la galanura se pierde en la anécdota y acaba tirado en un rincón, a poder ser con el ego que comporta. Lo bueno de tener más edad es que te puedes disfrazar de más cosas y la experiencia te permite ser muy competente en tu trabajo sin ser necesariamente el eje central de la historia, como ocurre cuando estás en primera línea, con 30 años.

“Tenía mucha mentira dentro y mucho secreto que me servía para seguir moviéndome por la vida sin un compromiso. (...)No quería ver que el éxito enmascaraba otras carencias”

A los cincuenta y tantos, ante cambios importantes en su entorno familiar y profesional –volvió al cine–, explicaba que se sentía paralizado: muy preocupado por mantener la estabilidad y lo conseguido…

He tardado mucho en aligerar mi angustia y reconocer que esta profesión me ocupa mucho en la vida, pero ya no lo vivo como una enfermedad. Es simplemente el aire que respiro. Lo paralizante es darte cuenta de que no puedes seguir siendo el mismo, ni te sirve ya el habitual acción-reacción en tu vida. Los cambios personales me enseñaron que debía esforzarme en conocerme y saber qué distancia hay entre lo que uno dice ser y lo que uno es realmente. Y en aquel momento era mucha: tenía mucha mentira dentro y mucho secreto que me servía para seguir moviéndome por la vida sin un compromiso. He sido muy inmaduro hasta bien mayor, la verdad.

¿No es una paradoja que cuando empezaba a llevarse mejor consigo mismo haya estado en el epicentro de tantos revuelos?

Porque lo decía, pero no era del todo verdad. He sido muy optimista y no he querido ver que el éxito profesional enmascaraba otras carencias. Cuando las cosas te van muy bien no desarrollas instinto para detectar el fracaso, y es ahí donde todo se desequilibra. Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo que, al final, he tenido que preocuparme por mí para salir a flote y con la lección aprendida. He intentado transformar algunas cosas, pero no lo he conseguido, y por eso he tenido una segunda pérdida en mis relaciones más próximas. Ha sido definitiva para darme cuenta de que la llave hay que meterla hasta el fondo y dar la vuelta, y que el compromiso real lo adquieres, de entrada, contigo mismo. Trabajo por eliminar de mí cualquier sombra de mentira y estar a la altura de mis compromisos: con mi familia, hijos y amigos, pero también con quienes judicialmente me exigen y que son procesos que no controlo yo; que me los ordena un juez. Es toda una lección de humildad.

¿Le ha perjudicado que su vida esté tan expuesta al público en todos los sentidos?

Probablemente, pero me ha servido para ordenar armarios y vaciar arcones. En eso estoy. Buscando un renacimiento personal que aún no ha llegado porque no estoy preparado, estoy formándome para ello; como viviendo una pequeña infancia. Busco bondad y tranquilidad, y me quita un peso de encima no ser ya el espejo en el que nadie se deba mirar. Después de todo esto, lo que yo opino ya no le importa a nadie. Me he ganado ese lugar. No soy un ejemplo para nadie, y eso me alivia mucho. El ego me ha mantenido alerta durante años; siempre he querido implicarme, saber de todo. Y he sido hablador de más.

¿Aspiraba a cambiar el mundo?

De jóvenes todos lo intentamos, y algo consigues, al menos en tu círculo cercano; a tu alrededor, parece que sí. Pero no es real; y desde luego no es duradero. Yo he perdido toda la autoridad que pudiera tener; en ese sentido soy como un ex. Ahora que ya sé que no puedo cambiar el mundo, me esfuerzo en lo que sí puedo transformar. En hacer mejor lo que hago que afecta a la emoción y a los sentimientos de muchas personas a través de mis trabajos. Me lo tomo como lo que es. Una responsabilidad.

“Yo fui un inconsciente, y los que me conocen saben que es así. Somos muchos quienes ponemos nuestros negocios en manos de asesores, y la ley respecto a actores y sociedades ha dado muchas vueltas”

Igual que José Sacristán representó al español de la transición, en usted se miraron los primeros jóvenes de la democracia. ¿Lo disfrutó en algún momento?

De aquellos barros vienen estos lodos. En esa época está el germen de todos los errores que he cometido en mi vida, por un modo equivocado de entender las cosas. A veces por dejación, pero sobre todo por inconsciencia; por creer que eres poco menos que intocable. Lo cierto es que había y hay que vigilar si tienes algo de simbólico.

¿En qué momento está la investigación sobre sus finanzas?

Continúa. Se determinó un delito fiscal que yo asumo, y estoy cumpliendo todos los pagos en la medida que se me va permitiendo, porque el proceso es muy largo. En cuanto a lo de sentirme o no imputado y mi grado de inconsciencia en todo esto, ya he declarado, y esto lo debe determinar el juez. Ahora debo cumplir con lo que dejé de hacer más el 170%. Si lo haces y la intención no era sucia, te sientes muy aliviado. Yo fui un inconsciente, y los que están a mi lado y me conocen saben que es así. Somos muchos los que ponemos nuestros negocios en manos de asesores, y la ley con respecto a los actores y las sociedades ha dado muchas vueltas. Pero, en este sentido, ahora para mí es todo mucho más sencillo. Cotizo como trabajador y punto.

¿Cómo lo está viviendo?

Todo depende del grado de angustia que seas capaz de asimilar. Si tienes mucha, el corazón te puede dar un susto. La clave está en aceptar lo que te corresponde y en verbalizar que estás afectado. Yo he conseguido no desarrollar ningún rencor, ni esto está en las conversaciones de mi vida, no hablo de ello. Y todavía será la primera vez que yo diga que la culpa es de tal o de cual hijo de puta. No sé hasta qué punto es, en realidad, una oportunidad para corregir lo que haces mal.

¿Cómo cree que le ve ahora el público?

Igual que antes, aunque a veces, en la calle, veo que alguien me mira con algo más de sorpresa. Pienso que ahora me ven como alguien normal.

¿En qué se diferencia de aquel chaval que se enfrentó a su familia y llegó a Madrid casi sin recursos, empeñado en ser actor?

Vine sin nada, casi con la maletita de cartón con la que decía Landa que llegó él de Pamplona, y ahora somos saga. Resulta que tengo dos hijos actores. La vida es increíble. Considero que el trabajo sirve ahora para perseverar, pero también para cumplir, para dignificar y para vivir. Antes matábamos la vida personal por el trabajo. Cuántas horas les habrá quitado a mis hijos la obsesión por ser alguien o por mantenerme; la inseguridad y el miedo. Y querías amarrar y estar fuera de casa para no pensar en todo esto. En el fondo soy un privilegiado, porque he sobrevivido a la vorágine de aquellos días. Muchos, no. Con el tiempo se aplaca el ansia y ya no hay tanto que calcular ni pretendes derrotar a alguien. En esto no hay rivales. Qué estupidez. Y ahora quiero cuidarme, pero no para estar estupendo en una sesión de fotos; sino para tener memoria y estar fuerte en los rodajes.

“Respeto todo lo que ha dicho Juan (Echanove). Cuando se está sufriendo, es difícil medir el tono y la profundidad. Él ha expresado su opinión con total claridad, y lo que pensemos los demás sobra”

¿Le sigue entusiasmando esta profesión?

De un modo más relajado. Antes con los compañeros y los directores era un poco caníbal. Siempre deseando absorberlo todo, fagocitar al otro. No ponía límites. Ahora sólo aprieto y dejo que aprieten hasta un punto. No quiero tener que decir que me están ahogando como si fuera una llave de judo. Hay etapas en las que pones más dolor y te olvidas de ti, y lo artístico se convierte en una experiencia casi fustigadora que no te deja indemne, que además es algo a lo que tengo tendencia: a dejarme perjudicar. Lo doy por bueno si el precio es el conocerte cada vez más, pero siempre acaban saltando cosas por los aires. Es una profesión de alto riesgo.

¿Antonio Alcántara le roba plano?

Y más me gustaría que me quitara de en medio. Yo no soy él. Antonio Alcántara es mi padre. Su esencia, aunque hace varios años que ya no está con nosotros, sigue viva en el personaje. Él vivía todavía cuando se creó el personaje y muchos años después. Al ser mi padre, intentaba traspasar a Alcántara todo lo que yo tenía de él y que era mucho más de lo que creía, porque, al final, uno se parece a los padres como un calco. Cuando murió me encontré un poco desolado y perdido. Mi padre hace a Antonio Alcántara interesante. La gente le quiere porque le recuerda a sus padres, y en el origen de todo ese cariño está el mío.

¿Por qué todo lo que ocurre en torno a la serie, la salida de una actriz con cruce de acusaciones, el final del personaje de Echanove, acaba siendo noticia de alcance?

Bueno, ha habido actuaciones que todos podíamos haber evitado, porque eran internas del equipo y por las que ya nos hemos disculpado unos y otros. Cuéntame es importante, además de como producto televisivo, en cuanto al calado, a la profundidad con la que se expone esa forma de ver la historia de España, suave, sentimental, sensorial, con humor. Y además te da poder para decir algo. Por eso está en el punto de mira. Y cuando alguien sale de la serie se producen situaciones muy dolorosas porque somos como una familia. Yo respeto todo lo que ha dicho Juan. Cuando se está sufriendo es difícil medir el tono y la profundidad. Como compañero y con el cariño y el respeto que le tengo, estoy siempre en un estado de disposición hacia él. Ha expresado su opinión con claridad, y lo que pensemos los demás sobra. Lo único que puedo decir es que entiendo a mi amigo, a mi compañero, a ese enorme actor y a esa persona tan importante para esta historia.

Cuando las cosas no están como deberían, ¿le alivia recordar que no todo han sido malos momentos?

Pero eso no está necesariamente unido al éxito; va más allá. Me siento muy honrado de tener un hueco en la filmografía de Almodóvar, de Gutiérrez Aragón o de Chávarri. Fui muy feliz con Vicente Aranda. Filmando El Lute me enseñó otra forma de trabajar, de buscar las cosas en mi interior, que parecía un juego, pero era un reto de gran profundidad. También en América, donde por la lejanía te chequean menos a diario, he vivido y he amado mucho y lo he pasado mal cuando alguna vez no he hecho las cosas todo lo bien que querría. He disfrutado del teatro y lo echo mucho de menos. Te pone en tu lugar. Cuando hicimos Comedia sin título con Lluís Pasqual… Qué pena que las circunstancias me apartaran de aquel grupo de trabajo tan excepcional…

“Cuando empiezas de cero económicamente a esta edad, ves cuántas cosas de las que te rodean son innecesarias. He descubierto la meditación, y me ayuda a estar centrado”

Cita El Lute (1987), en la que casi por primera vez en el cine español el héroe pertenecía a una minoría étnica a menudo despreciada. ¿Cómo ve el actual rebrote del racismo en distintos países?

Los dibujantes de fronteras han puesto el rotulador a trabajar, y esta vez no es un 0.4, es un 0.8. La frontera es más impenetrable y más ancha. Somos más esquivos incluso en la mirada interior. Creo que el miedo al que viene, al de fuera, la sensación de inseguridad en la que vivimos y a la que no es ajena la violencia, nos va a jugar a la contra. Con respecto al Lute, tenía una guía para interpretarlo. Las palabras con las que empiezan los relatos de perdedores: “Mi vida empezó con el rumbo errao”… Así se inicia el que voy a encarnar en teatro y que se titula La vida a palos. La escribió Pedro Atienza, por desgracia ya fallecido, y cuenta momentos de la vida de un gitano, pícaro y auténtico superviviente, relacionándolos con los distintos palos del flamenco.

Vuelve al teatro, va a repartir su tiempo entre dos series, y el cine sigue ahí…

Pero por escasez de opciones, seguro. El cambio generacional de los cineastas me ha pillado en una edad en la que pocos estamos en activo y siempre habrá un personaje de un padre o alguien mayor. Yo creo que el cine no me ha abandonado porque no podía, y yo le saco el jugo de otra forma. Arrastro menos lastres y me divierto más.

Le ofrecen más comedias que antes…

Y muy diferentes. Anacleto era pura acción, con humor vertiginoso. El de Despido procedente es mucho más negro. Hago de un directivo español que se ha quedado hecho polvo por participar en un despido colectivo que ha causado varios suicidios. La empresa le envía a Argentina para que se tranquilice y al poco ve que allí ocurrirá lo mismo y está en medio otra vez. Acabará buscando las compañías adecuadas para evitarlo: pícaros, pero sin grandes despachos.

En el filme, quien quiere su silla es un joven ejecutivo (Hugo Silva) que le menosprecia por su edad. Un caso claro de viejismo. ¿Nota esto a su alrededor?

Sí, claro. Es injusto, pero lógico. El mundo circula a enorme velocidad. Todo tiene que rendir al máximo en el mínimo tiempo y coste. Eso no deja espacio para la reflexión y la calma que exigen ciertas decisiones. Pero también los experimentados debemos estar al día en un mundo que ha cambiado más en 20 años que en 20 siglos. Los jóvenes que practican el mobbing generacional aún no han aprendido que llega un momento en que el tiempo no es un problema sino un aliado y que siempre queda otra puerta por atravesar. Al big data, de ellos, le interesa cuándo y cuánto van a pagar por lograr lo que creen merecer. Al de los de mi edad, cuánto tiempo más podemos mantener nuestros hábitos de consumo y lo que vamos a costar cuando enfermemos.

¿Piensa mucho en el futuro?

Pero mucho más en el presente. Cuando empiezas de cero económicamente a esta edad te das cuenta de cuántas cosas de las que te rodean son completamente innecesarias. He descubierto la meditación, que practico a diario, me ayuda a estar centrado y me sirve para visualizar y componer los personajes. Ya sé que el trabajo siempre acaba enredando por algún sitio, así es…

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