“Es obligado denunciar la desigualdad”

Javier Bardem

En 'Loving Pablo', Javier Bardem interpreta al narco colombiano Pablo Escobar, un papel que se había propuesto encarnar ya hace diez años. Bardem habla en esta entrevista sobre la maldad, sobre cómo afronta sus interpretaciones, sobre el éxito, y sobre el tema estrella en Hollywood: la desigualdad y el acoso.

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Javier Bardem –tres nominaciones al Oscar, una de ellas convertida en estatuilla, seis Goya, un Bafta, un Globo de Oro y premiado en Venecia, Cannes y San Sebastián– parece haber desarrollado la habilidad de pasar inadvertido. Sin postureo, se pasea por la vida con aire de profesor de instituto algo despistado. Llega puntual a la cita en un hotel madrileño, conduciendo el coche. Nada denota el glamur que se le presupone a uno de los actores más galardonados y prestigiosos del cine actual. Tiene tanto de que hablar y además disfruta haciéndolo, que en la charla se mezclan anécdotas con recuerdos que le llevan a la emoción o al enfado, cuando se refiere a los abusos, consecuencia del arraigo de la desigualdad, que se destapan en su mundo profesional.

Pero, por lógica, en el discurso de Bardem (Las Palmas, 1969) tiene indiscutible presencia Pablo Escobar, que lleva en su mente y en su empeño más de una década, deseoso como ha estado de otorgarle una vida fílmica. Lo consiguió con cómplices como su esposa o Fernando León, que ya le dirigió con éxito en Los lunes al sol.

Debe de haber encontrado algo en Escobar extremadamente interesante para justificar su empeño en encarnarlo.

Sí, es algo extraño. Sentía que podía interpretarlo sin que perdiera su esencia y se instaló en mi sistema nervioso. Un tipo con un poder extraordinario que en unos años, los setenta, en los que todo era brillo y juerga, se inventa una cosa que se llama narcotráfico, el negocio entre los negocios. Pero que, en el fondo, es un campesino que quería pasar inadvertido (le gustaban los coches, pero poco más), hasta que su ansia por conseguir respeto le hizo meterse en ­política y ahí acabó. Me recuerda al padrino Corleone, pero en latino, y encima con existencia real: que igual construía pisos para pobres que mandaba asesinar a los que le estorbaban. Es un personaje muy goloso.

Resulta muy curioso que alguien así buscase ser respetado.

Seguramente el que lo busca con tanto ahínco sabe que no lo merece. Escobar, con todo lo que poseía, vivía con una inseguridad muy grande sobre cuál era su lugar en el mundo. Nació en un lugar tan pobre que desde pequeño fue incapaz de discernir cuánto era suficiente. Cuánto dinero, mansiones, cuántos muertos. No se le calmaba el hambre porque no sabía qué era hartarse; no sabía qué son los límites. Estaba desconectado de la realidad. No se enamoraba como los demás ni lloraba ni reía como los demás, y se ponía agresivo, pero no quería que nada lo afectara porque no tenía empatía, como si parte de sí estuviera muerta. Entender todo eso es mi trabajo.

Por tanto, ¿nada humano le es ajeno?

Como actor me gustaría. Sería maravilloso. Como persona me resulta imposible tener una mirada comprensiva sobre ciertos comportamientos. Como intérprete debo saber reconocer lo que hay de humano en los personajes y –como dice Victoria Abril–, defenderlos. Por encima de todo, gusten o no. Nuestra labor no es juzgar: es mostrar. Bruno Ganz, cuando representó a Hitler en El hundimiento, contaba que llegó a reconocer cómo se instalaba dentro de él. Y se dio cuenta de que estaba hurgando en rincones de su interior que le repugnaban. Y aun así entraba cada día en su piel y le daba su realismo, su expresión…

Lo difícil será quitarse el uniforme y volver a la normalidad…

Te crees que no te llevas el personaje a casa, pero no es verdad. Al menos ahora ya no sorprendes a los que te rodean porque, aunque tú no te des cuenta, ellos lo saben. Pero cuando te lo recuerdan, te entra una especie de pavor. Piensas: “Está dentro de mí y no me entero”. Bueno, pues ahora que acabo de interpretar a un personaje con un alma muy bonita en la película de Asghar Farhadi, descubro que me resulta más fácil que antes conectar con la sensibilidad de otras personas. Que tenía una caja ahí esperando a que aprendiera a abrirla. No me lo esperaba y me he llevado una alegría.

“Ahí están los 50, cuando yo siempre he tenido 23. A ver como se gestiona eso. Yo creo que cuando uno está donde quiere estar, el tiempo no existe. Sólo cuando se apagan las luces te duelen los huesos”

Al margen de que hayan formado una familia, la impresión es que Penélope Cruz y usted se entienden bien trabajando; como si hubieran ido a la misma escuela.

Y fue así desde Jamón, jamón, pero rodando esta sí pensamos: “Cuidado, que esto no puede traspasar nunca la frontera de lo personal”. Y fue mucho más fácil de lo que imaginábamos porque estaba claro lo que era de uno y lo que era del personaje. Aun así hubo que hacer un ejercicio de distancia, porque esa pareja no tiene nada que ver con la nuestra, que es más intensa, más viva. Claro, el gesto (por ejemplo, un roce en la mejilla) que le harías para expresar algo a la persona con la que convives no es el que haría Escobar. Ni Virginia, el personaje de Penélope, lo recibiría igual. Todo esto nos hacía entenderlos mejor. Ha sido muy divertido y muy sano. Y después llegabas a casa y: “Hola, ¿cómo estás?”.

¿Qué clase de actor es? Disciplinado, cabezota, se deja dirigir…

Todo eso y más. Y depende del día. Me puedo obsesionar con una idea y defenderla con el director y llegar una mañana pensando que no tengo ni puta idea de hacia dónde voy. Tiendo más a esto. A dejar la puerta abierta a lo imprevisible. Estudio y pienso mucho en el personaje, como signo de inseguridad absoluta. Si no voy preparado, me aterra ponerme delante de una cámara porque no me gusta. Lo paso mal cuando no hay un personaje que me tape. Por eso no llevo bien que me fotografíen.

Pero a los actores se les presupone un mínimo de vanidad…

Absolutamente. Si no la tienes, no te dedicas a esto. Pero eso nunca puede ser el motor. Lo es la imperiosa necesidad de expresarte siendo otro. Cuando lo consigues, el placer es enorme. Pero también soy muy consciente de lo que llamamos “el oficio”. Eso te impide andar mirando lo hecho y pensando en lo que queda por hacer.

¿Venía en el ADN de los Bardem?

Seguramente, pero no lo sabía. Lo que sí me dio mi familia es un enorme sentido de la realidad sobre esta profesión. Hemos vivido lo más grande y lo más terrible. Y me enseñaron a abrazar los buenos momentos y a preservarme cuando algo no gusta o no llega. El éxito y el fracaso, como decía Kipling, sólo son dos farsantes. Si no hubiera nacido en mi familia, no sé cómo me hubiera afectado el auge de Jamón, jamón. No recuerdo ir por ahí creyéndome Marlon Brando. Pero seguramente era tan volátil y tan sensible como cualquier chaval que quería un trabajo y ser reconocido. No recuerdo haber visto jamás a mi madre ni exitosa ni fracasada sino constante. Teniendo claro que lo que hay que hacer es currar.

Tiene hijos, sobrinos, ahijados… ¿Les recomendaría su profesión?

Es complicado. Penélope y yo hemos tenido la suerte de poder vivir de esto desde el principio, de que nos hayan dado oportunidades que luego nos hemos currado. Pero la realidad es que el número de actores en paro es escalofriante. Y al mismo tiempo sé que si estás infectado de esto, poco vas a poder hacer por evitarlo. Es una profesión muy bonita. La gente que transita por ella suele ser maravillosa, sensible. Es un trabajo que te enriquece, te hace estudiar más que en todos tus años de colegio, te abre al mundo y te aleja de juicios y de prejuicios.

¿Cómo analiza, desde esa óptica, los revuelos que rodean su mundo estos días?

Pasan tantas cosas… Hay tantas sensibilidades encontradas que, con que asomes la cabeza, te dan con el mazo digas lo que digas. Pero no me gusta el fundamentalismo. El otro día, el maestro Carlos Saura en los Goya le dijo a mi mujer: “¡Qué bien estar en este escenario con una mujer tan guapa!”. Y le caen las del pulpo a este señor, que está fuera de toda sospecha, por decirle un piropo a mi mujer, que, por cierto, estaba preciosa. No nos volvamos locos, por favor. Eso no tiene sentido. Por otro lado, apoyo por completo la lucha por la igualdad de géneros en salarios, en derechos, en presencia. Parece anacrónico tener que recordar que debe ser así y no se puede aceptar otra cosa, y tanto un hombre como una mujer tienen la capacidad y obligación de denunciar una desigualdad.

“Hay que apoyar a las víctimas de abusos en todos los sentidos, pero no perdamos de vista lo fácil que resulta acusar en estos momentos y que te crean sin más”

Hay todo un debate alrededor del respeto a la obra de un artista más allá de los turbios asuntos que ensucien su vida privada, como es el caso de Woody Allen. ¿Le parece complejo?

Es importante que alguien se pare a pensar sobre esto. Que todos los días aparezcan sospechosos de abusos da mucho miedo. Pero todos tenemos derecho a la presunción de inocencia, no lo olvidemos. Hay una corte y unos jueces ante los que hay que probar los delitos, pero creo que eso lo ha barrido el juicio mediático. Estamos hablando de abuso sexual a una menor; es abominable y tenemos la sensibilidad a flor de piel. Woody Allen ha ido a juicio dos veces y no lo han declarado culpable. Con todo, siendo un artista con una gran trayectoria, si se probase que eso sucedió, yo, particularmente, no podría volver a ver ninguna de sus obras. Es distinto lo de Weinstein. Hay grabaciones que he escuchado, he reconocido su voz, con un tono repugnante, en las que presiona a una mujer hasta llegar al abuso. Hay que apoyar a las víctimas en todos los sentidos, pero no perdamos de vista lo fácil que es acusar en estos momentos y que te crean sin más.

Después de interpretar a Escobar, ¿le es más fácil detectar la maldad?

Bueno, parece que está en todas partes, ¿no? Donde hay mentira, abuso, agresión. En casa sólo se pone la tele para que los niños vean los dibujos y aun así llega todo; es imposible abstraerse. Salvo que cojas un barco y te vayas a la Antártida, como acabamos de hacer mi hermano y yo, a apoyar a Greenpeace. Pues hay otro mundo, amigos. Hay gente de todas partes, con familias algunos, que van allí a montarse en una balsa que se les rompe en aguas a 20ºC bajo cero, para encontrar pruebas que demuestren que como eso no se proteja no sabemos lo que puede pasar. Luego hay dos realidades distintas. La maldad hace mucho ruido y está muy presente en los medios, pero la bondad la supera con mucho en el día a día de muchas personas que casi nunca salen en las noticias.

Tiene los 50 años a la vuelta de la esquina. ¿Alguna vez pensó que a esta edad tendría tanto repertorio?

Para nada. Tampoco ando dándole vueltas. En mi casa no hay nada que recuerde a qué nos dedicamos, salvo algún premio, y tampoco en un lugar especial, por la salud mental de nuestros hijos. Mamá y papá tienen un trabajo, que es hacer películas, como cualquier otro. Y espero que lo que venga tenga un sentido, aunque sea económico. ¿Que con lo ganado en Piratas del Caribe me puedo permitir hacer cine independiente durante cuatro años? Pues ya está. Y encima, mis hijos se lo pasaron en grande viéndola. Por otro lado, ahí están los 50, cuando yo siempre he tenido 23. A ver cómo se gestiona eso. El otro día fui al concierto de Metallica, y el batería, que ya tiene una edad, es un animal escénico; una cosa tremenda. Yo creo que cuando uno está donde quiere estar, el tiempo no existe. Sólo cuando se apagan las luces te duelen los huesos.

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