“Hemos perdido el privilegio de la inocencia”

Jorge Drexler

Hace 25 años que editó sus primeras canciones y cambió la bata blanca por la guitarra. Hoy, con 53, el cantautor uruguayo Jorge Drexler disfruta de un público fiel, un Oscar y un Goya y más de una decena de discos, a los que ahora suma ‘Salvavidas de hielo’, en el que evoca al mentor de sus inicios en España, Joaquin Sabina, y donde reivindica cierto silencio ante tanto ruido exterior.

Horizontal

De Jorge Drexler llama la atención su hablar suave y concentrado –se piensa muy mucho lo que dice antes de hacerlo– y esa media sonrisa que se le queda en los labios, a menudo, y que nunca se sabe si acabará aflorando del todo o quedará reservada para disfrute propio. El cantautor de Montevideo ya entró en los 50, pero no es hombre de efemérides ni de aniversarios. Se sorprende cuando se le recuerda que hace 25 años justos que editó su primer trabajo “en casete, porque en Uruguay ya no se usaban los vinilos y apenas había llegado el CD. Vendió 33 copias”. Sin embargo, deja entrever que encuentra cierto placer en ese dato inesperado: “Me hace pensar lo diferente que ha sido mi vida de cómo inicialmente la planeé”. Otorrino de profesión, músico de vocación, tras más de una decena de discos editados y un Goya y un Oscar a la mejor canción en la estantería, recupera esa voz única como cantante y compositor en su último trabajo, recientemente publicado, que lleva por título Salvavidas de hielo. Minimalista, en él la guitarra es el instrumento central.

Sabina tuvo la culpa de ese vuelco en su vida, y usted le ha regalado una canción…

¡Cómo no! Se titula Pongamos que hablo de Martínez, por no subrayar lo obvio, pero se sabe que hablo de él desde la primera estrofa. Yo aspiraba simplemente a grabar alguna canción de vez en cuando y a tocar en algún garito de Montevideo cuando me convenció de que me viniera a España a probar suerte y de paso a sumergirme con él en el Madrid de los excesos. Desde aquello nada ha sido como estaba proyectado. Todo ha sido infinitamente mejor. Dejé de ser ese niño que siempre estaba en la luna, según decían mis profesores, o ese joven algo rígido de cuerpo, pero también de mente, que vestía bata blanca.

“Desde que Sabina me convenció de probar suerte en España, en los noventa, nada ha sido como estaba proyectado, sino infinitamente mejor”

¿Cómo era ese “Madrid de los excesos”?

Increíble, aunque yo lo pillé ya casi en los noventa, cuando empezaba a aflojar. Para alguien como yo, que acababa de llegar de un país chiquito y menos ajetreado, fue increíble. De esos días mano a mano con Joaquín Sabina guardo como un tesoro una fotografía en la que estoy con la guitarra cantando en un garito que capta perfectamente la esencia del instante, las ganas de convencer, de comunicar, de aventurarse. Ya hace años que vivo en Madrid, que es una ciudad que tiene una relación muy especial con la música. Nunca callan en ningún concierto, pero te devuelven una calidez y una energía difíciles de encontrar. Tengo un pequeño estudio de grabación en Chueca, en pleno centro de la ciudad, que me sirve más para aislarme de todo y probar cosas nuevas que para otras cosas. Para componer…

¿Mejor que en los bares, que eran uno de sus lugares favoritos?

Y lo siguen siendo. Gozo de gran anonimato, lo que me permite observar el entorno con detenimiento y buscar el detalle.

Que un músico dedique una canción al silencio, como en este disco, ¿no es ilógico?

Pero es que andamos muy faltos de sosiego desde que decidimos que lo queremos todo y para ayer. A la hora de enfrentarnos con esta catarata de ofertas, de bienes que necesitamos o nos hacen necesitar, hacemos muchas tonterías. Tenemos más libros de los que nos va a dar tiempo a leer y más pares de zapatos de los que nos pondremos. En esta vida de niños caprichosos no nos damos cuenta de que la felicidad funciona por contraste. No se puede apreciar lo que pintas si no tienes una buena calidad de blanco en el lienzo. Ni lo que escuchas si no disfrutas de un silencio real para aprehender una canción con un mínimo de concentración. Me rebelo contra esto. Ni siquiera sé si recibimos más información de la que somos capaces de asimilar y esto nos hace infelices. En este momento creo que hay que hacer un ejercicio de frugalidad. Se nos olvida por qué hacemos las cosas; la nana no sirve para un niño que duerme. Es para hacerle dormir.

¿Para qué le sirve el silencio?

Para recuperar la capacidad de enfocar. Me asusta comprobar cómo en el móvil o en el ordenador puedo llevar abiertas hasta 20 pantallas minimizadas. La lectura en silencio de un libro requiere borrar el entorno. Yo busco espacios donde no tenga acceso a otro tipo de cosas, pero soy muy goloso y, al final, quiero saber qué pasó con mi familia hoy, qué le ha parecido la canción a tal, cómo ha ido el partido... Y no pretendo erradicar mis contradicciones, son una materia prima tan importante como el silencio en la música. Tener dos puntos de vista sobre las cosas me ayuda a la hora de adquirir profundidad. Sobre lo que no tengo duda es sobre nuestro deseo de comunicación desde que pintamos un bisonte en una pared.

Vertical

Hay una frase en su canción Movimiento que da que pensar: “Si quieres que algo muera, déjalo quieto”.

Ahí está la contradicción de la que le hablaba. Quiero y necesito silencio, pero al tiempo, necesito acción. Al final creo que es porque la actitud contemplativa no tiene por qué ser algo estático. Cualquier disciplina meditativa, la música o la lectura, o la conducción de un coche, requieren atención. La quietud que tiene la cabeza es relativa; eres consciente. El concepto que tengo de la vida –tengo una formación en medicina y ciencias; no humanista– es que está en un equilibrio dinámico. Las personas son procesos abiertos con sus contradicciones, con sus hábitos. Yo soy yo y también soy el otro. No soy una estatua. Estoy vivo porque estoy en movimiento.

En su nuevo trabajo recuerda a su mentor Sabina, el Montevideo de su juventud, a su primera novia. ¿Le llegó la nostalgia al cumplir los 50?

No lo había pensado. En el disco anterior estaba a punto de cumplirlos y descubrí el baile, o sea que me sentía muy activo. En el ambiente en que me crié, entre intelectuales de izquierdas en medio de una dictadura militar, bailar no estaba muy bien considerado. Ahora me apunta usted esto y me asusta haber envejecido de golpe sin darme cuenta. No creo ser nostálgico; tengo una buena relación con el momento que me ha tocado vivir, pero uno no percibe esas cosas cuando está dándole forma a un disco. No tienes una visión global previa sobre cada trabajo salvo que sea una obra temática. Empiezas a aprehenderlo cuando ya está terminado. Componer es un proceso completamente inconsciente donde el azar tiene un rol importante.

¿Cómo lo definiría?

Como algo muy poco descansado (risas). En esta ocasión tenía tiempo y nada concreto sobre lo que deseara escribir, por lo que he dejado las antenas bien abiertas cada día desde primera hora de la mañana. Encendía la radio en cuanto dejaba a los niños en el colegio y he jugado a componer con lo primero que escuchaba. Un día apareció Sabina y pensé: ahí está otra vez, peleando. Qué placer verlo de nuevo activo con una canción tan bonita y tan bien producida. Jugando fuerte, y me puse a escribir. Movimiento salió de un comentario, también en la radio, sobre una novela sobre los migrantes. Abracadabra surgió en el supermercado porque alguien me explicó cómo una de mis canciones le había tocado profundamente a su madre y pensé adónde van las canciones “que soltamos al viento, llevando a los corazones quien sabe qué sentimientos”.

Es arriesgado esto, porque la radio, como cualquier otro medio, da pocas alegrías…

Pero lo que me interesa más es encontrar lo trascendente en lo cotidiano, no andar buscando el “gran” tema sobre el que escribir. Me funciona muy bien lo del radar para eso. Uno escribe sobre lo que puede, no sobre lo que debe. La gente piensa que uno narra desde su propio yo, desde su consciencia. Pero no es así. Hay que bajar un nivel más, hasta el subconsciente, y hay canciones que se quedan ahí años y, cuando finalmente salen adelante, más que reflejar una vivencia novelan un recuerdo. Pero más vale tarde que jamás.

“Tenemos más libros de los que podremos leer y más zapatos de los que gastaremos. En esta vida de niños caprichosos no nos damos cuenta de que la felicidad funciona por contraste”

¿Qué es lo que le preocupa más en este momento?

La pérdida de la inocencia. Era un privilegio que teníamos y que quizá no volvamos a disfrutar de él. Hay un enfrentamiento entre dos mundos: el de la empatía y el de la inacción; un mundo de personas que incluyen en su círculo a los demás, a otras especies animales y al planeta y otro grupo que claramente siente que ellos son ellos y los otros son los otros. Unos tienden a incluir y los otros a excluir. Creo que el mundo va evolucionando en la medida en que los sistemas de empatía, siempre más frágiles, tienen que aprender a defenderse de los no empáticos. Y, por otro lado, estamos intentando resolver problemas globales –sociales, económicos, religiosos– con soluciones regionales. Eso no sirve para los grandes asuntos como los problemas medioambientales. En esa gradación de la falta de empatía, hay gente terriblemente agresiva, como los que perpetraron el atentado de Barcelona, y otra más benigna que reclama comarcas propias.

¿Cómo valora que se haya instalado entre nosotros la desconfianza; el “todo el mundo miente”?

La libertad, la empatía, la democracia, el Estado de derecho, son todos conceptos muy frágiles que parten de la confianza. La confianza es lo que nos ha hecho especie, lo que nos ha diferenciado de los otros primates. Nosotros somos gregarios, estableces sensaciones de pertenencia con las personas que hablan tu idioma, que son de tu equipo de fútbol, que son de tu país. Cuando subes a un avión confías en un desconocido que supones que está preparado para conducirlo. Ningún otro primate tiene esa confianza, y cuando se rompe es muy difícil de arreglar, pero no hay más remedio que abordar entre todos, de manera abierta, los graves problemas en los que estamos inmersos.

Escuchando otro de los temas del disco, Asilo, cabe preguntarse de dónde surge una canción de amor…

Esta, en concreto, es una petición de refugio sentimental de alguien que necesita ser acogido aunque sea sólo por una noche. En mi caso, las canciones de amor salen de una necesidad de comunicación tan grande como los mensajes que uno escribe cuando está borracho y que debería borrar sin ninguna duda al día siguiente. La materia prima es diferente. También hay amor en una canción dedicada a tu hija que ha llenado tu vida de objetos de color rosa. Es un sentimiento igualmente genuino.

El universo amoroso humano se hace inabarcable. Parece que siempre queda algo por contar…

Las canciones de amor son fractales. Cuando más te acercas a ellas, más percibes que la realidad del amor es infinitamente densa. No intento tanto cambiar los asuntos como encontrar nuevos ángulos de enfoque de temáticas habituales. Componer es como mirarse en una enorme bola de espejos.

“Las canciones de amor nacen de una necesidad de comunicación tan grande como los mensajes que uno escribe cuando está borracho”

¿De qué iba esa canción que nunca enseñó?

Tengo dos o tres. No poseo la capacidad de Leonard Cohen o de Sabina para escarbar en ciertas cosas tan abiertamente. Concretamente hay una que me toca tan de cerca –y a quienes me rodean– que no tuve fuerzas para meterla en el disco. Me interesa escribir canciones como acto de vida, pero me interesa más vivir, y una canción no debe hacer daño a personas queridas. Pero tal vez le llegue su momento de ver la luz. ¡Quién sabe!

Últimamente muchas personas se declaran fascinadas por su país. ¿Se ha convertido Uruguay en un lugar ideal o tal vez idealizado?

Más lo segundo. Tengo perspectiva a través de mi familia que vive allí. La última vez que escuché a José Mugica (expresidente) en una entrevista comprobé como gran parte de la sociedad se le echó encima. Hay problemas importantes que tienen que ver con la seguridad, con la educación, con la falta de trabajo, pero hay otros aspectos en los que se ha avanzado mucho. Un treinta por ciento de la energía proviene del sol. Se ha sabido usar la eólica también. Están informatizadas todas las escuelas, todos los niños tienen un portátil, están conectados con el mundo y aprenden rudimentos de programación desde hace ya 8 años. Tradicionalmente Uruguay ha tenido una muy buena educación pública; soy nieto de maestros y lo sé. Hasta el punto de que, por la posición de mi familia, yo debería haber estudiado en un colegio privado, pero me enviaron a uno del Estado. Estoy muy orgulloso de que mi país haya mirado de frente a la relación que tiene con la marihuana y haya dado el paso de regularizar la venta de cannabis o de que tenga un poso de laicidad tan grande, pero el momento es muy convulso alrededor. Argentina y Brasil, nuestros vecinos mayores, lo están pasando muy mal, y eso no nos viene bien; dificulta que asentemos lo que se está consiguiendo. Pero el país está muy vivo; no anda quieto. Para nada.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...