"La ansiedad es parte de nuestra naturaleza"

Josep LeDoux

El trabajo del neurocientífico Joseph LeDoux, uno de los expertos mundiales en el cerebro emocional, ha sido clave para entender la relación entre miedo y ansiedad. Muy crítico con los fármacos disponibles para los trastornos derivados de esta última, LeDoux es un investigador incansable, fascinado por los prodigios del cerebro.

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Joseph LeDoux (Eunice, Luisiana, EE.UU., 1949) es profesor de Neurociencia y Psicología en la Universidad de Nueva York y director del Center for Neural Science de esta institución. Los numerosos premios obtenidos en su campo no le han impedido desempeñar asimismo una prolífica labor de divulgación (a nivel académico y generalista), que incluye libros como el conocido El cerebro emocional (Ariel), conferencias y blogs. Se le considera una eminencia en la amígdala cerebral. Este órgano con forma de almendra tiene un rol crucial en desencadenar nada más y nada menos que el miedo y la ansiedad, dos emociones que tanto sirven para salvarnos la vida como para hacérnosla imposible.

“El miedo y la ansiedad son experiencias conscientes subjetivas, pertenecientes al modo de pensar de cada uno”

A ambas emociones ha dedicado LeDoux parte de su trabajo como neurocientífico, disciplina a la que, según cuenta, se dedicó casi por casualidad. El rol de las emociones en la elaboración de recuerdos y la formación del cerebro consciente son otros de sus campos de investigación.

Pese a tanto ajetreo, este neoyorquino de adopción tiene tiempo para liderar un grupo de música, The Amygdaloids, en cuyas letras habla de la enfermedad mental. La tarde en que el Magazine lo entrevistó se preparaba para un concierto con su banda, aunque no dejaba traslucir ansiedad alguna.

¿Es cierto que su padre era carnicero y usted, de niño, le ayudaba y de esa experiencia surge su vocación por el estudio del cerebro?

Bueno, de forma indirecta. Crecí en una ciudad pequeña de Luisiana que tenía una tradición cultural francesa. Y sí, mi padre era carnicero y trabajé un poco con él: como era un niño y tenía los dedos pequeños, mi tarea consistía en sacar las balas de los cerebros de las vacas, para que pudieran ser vendidos como delicatessen.

Perdone, las vacas… ¿se mataban a balazos?

Eran atontadas con una bala antes de ser sacrificadas. Luego se las ponía en una camioneta, se las cubría con una manta y se las llevaba hasta la ciudad, a las cámaras frigoríficas. Todo bastante primitivo, sí. Mi trabajo era extraer las balas de los cerebros de aquellos animales y limpiarlos. Estaban recubiertos de membranas muy duras, que había que sacar porque si no, los sesos no pueden comerse. Durante este proceso, el cerebro prácticamente se desmonta delante de ti, y así pude empezar a aprender cómo es anatómicamente: ver qué partes salían más fácilmente, observar el córtex, los hemisferios…

¿Conocía ya estos términos?

No, de niño no sabía nada sobre ellos. Pero me imagino que retuve todo aquello de algún modo. Aunque, cuando llegó el momento de ir a la universidad, no se me pasó por la cabeza dedicarme al estudio del cerebro. Quería ir a la Universidad de Baton Rouge porque era mejor y parecía más divertida que la de mi localidad natal. Mis padres me dijeron que me dejarían ir siempre y cuando estudiara algo práctico, como finanzas, para después volver y trabajar en un banco.

¿Y usted quería hacer eso?

Lo que yo quería era ir a Baton Rouge, así que accedí. No saqué unas notas demasiado buenas. No me gustaban mucho las finanzas… Pero ahí me quedé, en parte porque estábamos en plena guerra de Vietnam, a la que estaba prácticamente destinado a ir en cuanto acabara la universidad. Así que hice lo que pude para quedarme.

“No reconocer la limitación de los estudios con animales ha llevado a errores en la producción de fármacos contra la ansiedad”

¿Cómo pasó de las finanzas al cerebro?

Me empecé a interesar por la psicología: al principio, para saber qué motiva a la gente a comprar. Ahí me topé con el concepto de la disonancia cognitiva, que analiza cómo funcionan los pensamientos conflictivos en tu cerebro: cómo decides, cómo evalúas… Empecé a estudiar un poco de psicología social e hice un curso sobre la psicología de la motivación y, casi sin querer, me topé con una disciplina que estudiaba cómo aprendía el cerebro.

Y se enganchó…

Decidí hacer un doctorado. Tras recibir varios rechazos, conseguí que me aceptaran en la Universidad de Stony Brook, en Nueva York. Allí trabajé para Michael Gazzaniga, el psicólogo padre del llamado síndrome de cerebro dividido.

¿En qué consiste ese síndrome?

Lo sufrían pacientes que padecían epilepsia severa y que, en algunos casos, eran tratados dividiendo en dos el cerebro. La cirugía consistía en cortar las conexiones principales entre los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro, para que las convulsiones no saltaran de uno a otro. Este procedimiento parecía ayudar a hacer más controlable la epilepsia más severa o, por lo menos, el efecto de los medicamentos.

¿Su bagaje era suficiente para trabajar en un tema tan delicado?

Mi trabajo consistía en hacer pruebas a estos pacientes, para saber cómo les afectaba esta división, teniendo en cuenta que en el hemisferio izquierdo es donde reside el habla. Los primeros estudios de Gazzaniga descubrieron que si pones un estímulo en el hemisferio izquierdo y le preguntas a un paciente con este síndrome lo que ve, te dirá: “Una manzana”, por ejemplo. Pero si pones el estímulo en el derecho, te responderá que no ha visto nada, porque las conexiones están rotas. La información no puede acceder al otro hemisferio, se ha quedado aislada. Necesitamos el lenguaje para saber qué pasa en el hemisferio derecho.

“Se dice que cada generación cree que la suya es la era de la ansiedad. Los ‘millennials’ y la generacion X lo piensan. Los ‘baby-boomers’ y sus padres lo creían...”

¿Y cómo pasó del cerebro dividido al estudio de las emociones?

Nos pasó una cosa curiosa: nos encontramos con pacientes que, pese a haber sido operados, respondían a los estímulos. Pese a haber sido divididos, su hemisferio izquierdo encontraba una explicación para lo que su hemisferio derecho le hacía hacer. Pensamos que quizás las emociones, el sistema cerebral que las rige, tenían algo que ver con estas actitudes no conscientes. Pensé que sería interesante estudiar las emociones como un sistema no consciente.

En esa época sería un campo poco explorado…

Trabajábamos con técnicas muy básicas, con ratas de laboratorio, para averiguar cómo funcionaban los mecanismos del miedo y la ansiedad. Adoptamos un procedimiento a partir del reflejo condicionado, la reacción pavloviana al miedo: tras un shock auditivo, el animal reacciona con una parálisis corporal y el aumento de la presión sanguínea. Si pensamos que el cerebro es un sistema de conexiones, quise saber cómo fluían esas conexiones. Así que a partir del oído de las ratas empezamos a rastrear el flujo de la información hasta el cerebro.

Y, siguiendo estas conexiones, llegaron hasta la amígdala ­cerebral…

Sí. Nos dimos cuenta de que la información que ocasionaba la reacción de las ratas no llegaba a la corteza auditiva (la región del cerebro que procesa los sonidos), porque si la lesionábamos, las ratas aún podían ser condicionadas. Pensamos que debía ir a otro lugar y llegamos hasta la amígdala. Fuimos capaces de hacer un mapa de todo el circuito.

¿Fue un hito?

Sí, lo fue. También fuimos capaces de entender por qué se producían ciertas conductas humanas. Y como estudiábamos el miedo condicionado, la amígdala se conoció como el propulsor del miedo en los humanos. De todos modos, yo me sentía un poco incómodo con este término. De hecho, lo que me ha ocupado más en los últimos años es tratar de corregir esta idea.

¿Por qué?

Porque el miedo y la ansiedad son experiencias conscientes subjetivas –es decir, pertenecientes al modo de pensar de cada uno–. Y, aunque podemos aprender mucho de la conducta animal, hay límites en este tipo de estudios. Creo que no reconocer esta limitación ha llevado por el camino erróneo a la producción de fármacos contra los trastornos de ansiedad.

“¡Mi mujer dice que no lidio con la ansiedad demasiado bien! Intento meditar y toco con mi grupo de heavy”

Pero, si la medicación para tratar el miedo y la ansiedad no es adecuada, ¿cómo deberíamos enfocarla? Millones de personas toman ansiolíticos, como las benzodiacepinas…

Usted ha mencionado las benzodiacepinas. Si las ha tomado alguna vez, habrá experimentado que uno se siente mejor pero… no acaba de estar bien. No estoy diciendo que no tengan efecto, porque los tienen: te hacen adormecer, por ejemplo. Y algunos psiquiatras dicen que producen un embotamiento emocional, como si se bajara el volumen del sistema. Gracias a la investigación con animales se han podido desarrollar fármacos para cambiar síntomas conductuales, pero no se ha tenido en cuenta la experiencia subjetiva. Cuando se reconozca que esta tiene que ser tomada en cuenta, se empezará a integrar la ciencia de la emoción con la psicoterapia y la ciencia de la consciencia. Ese es el enfoque.

Hoy las emociones y su gestión están en auge. Pero hay voces que alertan de. que se están transformando en un producto. ¿Cree que el capitalismo las está pervirtiendo?

Bueno, el capitalismo tiene formas de pervertirlo todo [ríe], así que ¿por qué no? Lo cierto es que hoy se mueve muchísimo dinero alrededor de las emociones. Tiene razón, es un negocio inmenso.

Volviendo a la ansiedad, ¿una persona nace ansiosa o se vuelve ansiosa?

Ambas cosas. Siempre son las dos. Hay mucha evidencia de que en la ansiedad influyen ambos factores: tanto la genética como la experiencia, tu entorno, tienen un rol importante.

Un mito en torno a la ansiedad es que es una cuestión del ­primer mundo, que en sociedades con asuntos más urgentes no se padece tanto. ¿Cree que es así?

A nivel científico no podría decirle, porque desconozco si hay estadísticas… Pero quizás podríamos hablar primero de lo que es el miedo: la sensación, por ejemplo, que experimentas cuando, paseando, te encuentras con una serpiente plana y enorme en medio del camino y de repente tu corazón se acelera y tus pensamientos se centran en que eso es una serpiente grande y que puede morderte. Pero pronto ese miedo se convierte en ansiedad: en preocupación por si va a morderte, si será venenosa, si tendrás que ir al hospital –y a qué hospital– y lo que pasará con tu familia si mueres… El miedo se transforma en ansiedad de forma muy rápida. Y no sé si en el primer mundo hay más o menos miedos, pero lo que sí sé es que hay culturas más o menos miedosas. Yo creo que más que con el nivel social, la ansiedad tienen que ver con la cultura que nos rodea.

En su libro Anxious dice que los trastornos vinculados al miedo y a la ansiedad afectan al 20% de la población estadounidense: son el primer trastorno mental. ¿Se puede hablar de una epidemia actual de ansiedad?

Se dice que cada generación cree que la suya es la era de la ansiedad. Los millennials y la generacion X lo piensan. Los baby-boomers y los padres de ellos lo pensaban… Cuando era pequeño sentíamos ansiedad por la amenaza de una guerra nuclear con Rusia, luego llegó Vietnam. Ahora tenemos el calentamiento global y Donald Trump… Es complicado. Pero la ansiedad es parte de la naturaleza humana. Soren Kierkegaard ya dijo que era el precio que teníamos que pagar por el libre albedrío: la libertad que tenemos para tomar nuestras propias decisiones. La opción de escoger y no equi­vocarse crea mucha ansiedad. La vida es un libro en blanco y tú lo has de escribir, y eso es una carga enorme para el ser hu­mano.

La ansiedad tiene mala reputación, pero puede ser una aliada, ¿verdad?

Sí, es útil para movilizar nuestros recursos, para traer todo a la parte delantera de nuestra mente y concentrarse. Un estudiante sin una cierta dosis ansiedad, no va a salir adelante, porque la necesita par a sacar ese examen o ese curso. Pero el problema es que, a veces, es tan estresante que no puedes concentrarte, te bloquea. Se trata de encontrar ese punto perfecto en el que no nos cree estrés y nos sea útil.

Y usted, ¿cómo lidia con su ansiedad?

¡Mi mujer dice que no demasiado bien! Intento meditar, aunque cuando más necesitas meditar es cuando más estresado estás y… cuesta. Pero lo encuentro muy útil. También toco con mi grupo musical.

¿Qué tipo de música tocan?

Llevamos más de trece años juntos y hemos sacado ya seis álbumes. Un diario dijo que tocábamos heavy mental. La verdad es que las temáticas de las canciones, que escribo yo en su mayoría, están relacionadas con la mente y el cerebro. Esta noche damos un concierto.

¿Se siente ansioso antes de actuar?

Siento anticipación, no ansiedad. Aunque tocamos un par de canciones que no he interpretado antes, así que… tengo que en­sayar.

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