“El consumismo es un periodo infantil”

Juan Genovés

Uno de los pintores vivos más reputados, referente contra la dictadura y símbolo de la transición, Juan Genovés siempre ha abrazado la crítica social en sus telas o de viva voz, denunciando el miedo que reinó durante el franquismo o la injusticia y la corrupción que atenazan a la España actual.

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Genovés posa ante una de sus últimas telas, Planeo, en la galería Marlborough de Barcelona

Multitud y soledad. Masa e individuo. Almas que vienen o todo lo contrario, figuritas que están allá abajo, hormigas humanas con camisetas de colores que buscan la redención o quieren perderse, que se han extraviado y son felices por ello. A lo mejor huyen porque están atrapadas. Quien observa el cuadro también queda intrigado por la minuciosidad de esa coreografía de miedos, gritos silenciosos y carreras, por el laberinto de colores y pequeños objetos incrustados, hilos, conchas recogidas de la playa, papelitos de caramelo.

La profundidad estética y la voluntad política, de reivindicación, de denuncia, siempre han ido de la mano en la pintura de Juan Genovés (Valencia, 1930), uno de los artistas españoles vivos más internacionales, más premiados y más admirados (en el extranjero al menos) y más comprometidos políticamente contra el franquismo y durante la transición a la democracia. Un cuadro suyo (El abrazo, adquirido hace justo 25 años por el Reina Sofía) se convirtió en icono de la transición y luego en una escultura en Madrid en recuerdo de los abogados de Atocha asesinados.

“En la dictadura pasamos mucho miedo, nos la jugábamos. He oído el castañeteo de dientes de la gente y eso no se olvida... creíamos que cambiaríamos el país y después surgió esta democracia en minúsculas”

Genovés, que ha sido aclamado en sus últimas exposiciones en Londres, París o Barcelona, es el pintor español más veterano. Difícil admitir que tiene casi 85 años. Demuestra vigor y exhibe una energía que reserva enteramente a pintar. Alérgico en los últimos años a la vida social y a las entrevistas, el pintor valenciano confiesa a Magazine su decepción ante los partidos de izquierdas (a los de la derecha ni los nombra), ante la “gentuza” y los “gángsters” corruptos que pueblan la política española, y el momento “confuso y difuso” que se vive en la actualidad, la falta de justicia, la toxicidad del actual mundo consumista. Voz firme, tacos incluidos, Genovés certifica que no está de vuelta, porque para él volver es morir, desvela escenas “íntimas” con sus cuadros y se emociona cuando recuerda a su primo hermano, el escritor Paco Candel.

No hace más que exponer y vende todo lo que expone incluso antes de exponerlo. Nueva York, París, Londres..., está en la cresta de la ola.

No lo digo como autohalago, pero se están haciendo exposiciones mías en galerías o ferias, como por ejemplo en China, y la gente está encima de los cuadros. Se agolpa. En Miami, igual, y en París, tres cuartos de lo mismo. En la exposición que se hizo en Nueva York, pinté un cuadro muy grande. La galería Marlborough está en un piso, en uno de esos buildings altos, y sucedió que al querer subirlo no cabía en el ascensor por muy poco, unos 10 centímetros. Me llamaron porque no sabían qué hacer y al final se decidió exponerlo en la planta baja, cerca de la zona de los ascensores por donde pasaba todo el mundo. Hubo tal aglomeración que tuvieron que llamar a la policía. Antes de la exposición y después, tuvieron que poner a un guardia de seguridad.

¿Es porque hay un imán en su pintura?

Tal vez sea que la multitud que aparece en los cuadros llama a la multitud. Pero lo importante es el trabajo, el trabajo y el trabajo. Lo que vale para mí es que a las cinco de la mañana estoy trabajando en mi estudio tranquilamente y eso es lo ideal. Lo de las inauguraciones, tanta gente, no me gusta mucho, la verdad. Lo que me va es subir los 16 escalones del estudio, que antes de una reforma eran 18, el olor a pintura que desprende, entrar, y trabajar.

Su última exposición se titula Ir y volver. ¿Usted va o vuelve?

Yo siempre voy, pero también pienso en la vuelta, ya me la imagino, porque soy muy mayor y ese es el límite. Yo voy, porque la vuelta la identifico con la muerte, igual otra gente piensa diferente. De todos modos, la sociedad va a su ritmo y así será siempre y no obedecerá nunca a las prohibiciones, es muy humano ir hacia delante, para saber, para buscar…, y la vuelta, pues no sé.

La imagen de un artista no suele casar con la de alguien feliz, pero usted tiene razones para serlo, trabaja, tiene éxito, lo que hace le sale bien…

Algunas veces me sale bien. Otras no. Cuando sale mal, lo paso fatal, pero claro, no siempre puede ir todo bien en la vida. De vez en cuando hay un algún cuadro que se me cruza, me obstaculiza, que se niega a que yo avance no sé por qué y me pego con él, le doy un cabezazo… al final lo dejo contra la pared, lo castigo.

¿Habla con el cuadro? ¿Qué le dice?

Le digo de todo, “cabrón, hijo de puta, no puedo contigo, me estás jodiendo, no sé qué hacerte”. Estoy solo en el estudio y grito, no me oye nadie, así también me libero. Luego el cuadro está allí arrinconado, voy, lo giro y veo si todavía está de morros contra mí. Son cosas que me pasan.

Los pone de cara a la pared, como antes a los niños en el colegio, y a veces los rasga y los rehace…

Sí, pero esa es mi vida, mi vida profunda. A mí no me gusta viajar, no me gusta la vida social, la estoy perdiendo. Las personas hablando me dicen poco, mi obra me dice mucho, continuamente me está sugiriendo cosas. En cambio, veo que las personas siempre dicen lo mismo.

“A veces algún cuadro se me cruza y me pego con él, lo pongo de cara a la pared, le digo: ‘Cabrón, hijoputa, no se qué hacer contigo’, estoy en el estudio, solo, nadie me oye, y así me libero”

¿Es aburrido que lo estén elogiando todo el tiempo?

Eso no me gusta nada. Cuando voy a El Perelló, al lado de Valencia, y voy a un bar y me dicen: “Hombre, Genovés, siéntate aquí…” pues ya no vuelvo. Yo me he vuelto ermitaño ahora, ¿eh? Antes nunca lo fui ni estuve encerrado en la torre de marfil. Cuando uno es viejo, la energía ya no es igual. El truquito que me he buscado es estar muy fuerte en lo mío y distribuir esa energía. Si está al 40%, yo estoy en lo mío, en mi obra…

La madre del pintor Lucian Freud dijo una vez que la primera palabra que dijo siendo niño fue alleine, quiero estar solo. A usted le toca estar solo en la vejez.

Mi energía me lo impone, y la pintura me exige toda mi energía, completamente. La pintura te reclama todas tus fuerzas, y si tú no se las das, no sale lo que tú quieres.

Tiene 84 años, 85 en mayo. ¿La vida se le hace corta, tiene prisa?

Corta no, la vida es lo que es, el momento. Ni miro hacia atrás ni hacia delante, me fijo en el momento y ya está.

Cuando mira un cuadro suyo… ¿Lo ve como un espejo, como un regalo, se ve usted, algo de usted?

El otro día me trajeron al estudio un cuadro que pinté cuando tenía 23 años, me acordaba muy bien de esa pintura, pero al mismo tiempo me estuve preguntando: “¿Cómo hiciste tú eso? ¿Y tú pintaste esto?”. Lo miro como un extraño, puedo admirarlos así. En la retrospectiva que me hicieron hace dos años en Valencia en el centro del Carme se exponían cuadros de la época de la dictadura y vi con toda claridad cómo estaban reflejados el miedo, la tensión, y lo miré y sentía que no era mío. En la sala donde se exponían los trabajos de finales de los cincuenta e inicios de los sesenta, la época del movimiento Hondo, los observé y me pareció que no los había visto nunca antes, que eran nuevos, todo ese miedo, esa tristeza... Pues da la casualidad que los pinté.

“Miedo” es una palabra que cita muy a menudo, miedo y la lucha contra él.

Sí, en aquellos años, cuando estábamos en la resistencia contra Franco, porque éramos la resistencia. A veces dicen: “La oposición al antiguo régimen…”. ¡Y una mierda! Era resistencia contra la dictadura. En aquella época teníamos mucho miedo, pero mucho, nos jugábamos la vida. Yo he oído cómo a algún compañero le castañeteaban los dientes del miedo. Clac-clac-clac-clac-clac… El que lo ha oído una vez ya no se le olvida nunca. Sí, pasábamos mucho miedo… pero lo superábamos. Además, en aquel momento creíamos que íbamos a cambiar el país de verdad y después apareció esta democracia en minúsculas...

¿Qué piensa cuando ve el estado de la política española hoy en día?

Está pregunta es jorobada… los partidos de izquierdas… las ilusiones. Nosotros teníamos ilusión, creía que íbamos a cambiarlo y eso nos daba la fuerza para vencer ese miedo, pero ahora se ha perdido esa ilusión por el país. Ves que la gente joven continúa, pero lo veo todo tan difuso y tan confuso. Y después, la democracia es una democracia que se pronuncia mucho: democracia, democracia, democracia, pero yo tengo un sentido de lo que debe ser: un sistema que consiga la felicidad posible de cada ciudadano, un sistema que ayuda a conservar la ilusión, y estamos ante una democracia prohibitiva, leyes para prohibir y luego una gentuza, unos gángsters que están viviendo a expensas de la gente pobre. Es una vergüenza y me avergüenza. Sí, me avergüenza.

¿Hace falta una nueva transición o ni eso vale ya?

La primera transición tuvo muchos problemas. Yo veo que el sistema no funciona, hay que cambiar la Constitución, cambiar tantas cosas. Tengo un proyecto, una ilusión que, claro, ya no veré. A mí me gustaría una república federal de Iberia, en la cual estuviera incluida Portugal. Una federación republicana para que cada nación de este país estuviera en su sitio, pero unida y ­dentro de la Unión Europea. A mí me parece lo más lógico. La palabra España no la trago, para siempre ha sido lo negativo, la negación.

¿Y los portugueses?

Yo conozco a muchos que están a favor. Ese era el proyecto de José Saramago. Dicen: “Si se cambia el nombre de España, lo que sea, aunque Lisboa no sea la capital”. Yo lo veo lógico. Lo que no se aguanta de ninguna de las maneras es eso de “Una, grande y libre”, porque es una mentira desde siempre, una mentira basada en una imposición.

Hace muy poco declaró que Picasso no le gustaba demasiado… ya era hora de que alguien lo dijese, tampoco pasa nada. ¿Si usted no fuera usted, qué pintor le habría gustado ser?

A mí no me gustan los pintores, me gusta la pintura, hay trozos de pinturas que me vuelven loco. No soy nada mitómano, y eso que he conocido a grandes artistas. Francis Bacon fue muy amigo mío, he conocido a Rothko, a Duchamp. Dos años antes de su muerte estuvo en una exposición mía y me acuerdo de que hablamos en catalán, él con un acento un poco francés. Me decía: “Je parle un poquet”, lo aprendió en Cadaqués. Se decía que estaba en contra de la pintura, que él había pasado a otro estadio. Pero eso era mentira, me lo explicó él mismo en una larga conversación, aunque lo que realmente le interesaba era el ajedrez. Me preguntó si sabía jugar y le dije que no mucho… creo que se decepcionó.

Antes hablaba del miedo, de la fuerza para superarlo. También se ha quejado de la injusticia de la vida. Al miedo parece haberlo vencido, ¿y a la injusticia?

Contra la injusticia hay que luchar, porque siempre está ahí. Hay que hacerle frente, pero es muy difícil y ¿sabe por qué? Por la sencilla razón de que la gente no pierde el sentido del consumo, ahí está el resorte. La izquierda ha despreciado eso y creo que ahí está su punto débil. La gente tiene su manera de pensar a partir del consumo, de gastar, de comprar cosas, de coger cosas. Creo que ese es un periodo infantil del ser humano, y no lo hemos superado. Nos pasa igual que cuando los países imperialistas iban a América y luego a África, regalaban abalorios y brillantes y espejitos al nativo y a cambio se llevaban todas las materias primas, todo el oro. Hoy en día, nuestros espejitos son los coches, las casas, el poder, y todo ello se va metiendo en la estructura. Cuando superemos el consumo, ese periodo infantil, podremos hablar de otras cosas. La izquierda eso lo ha minimizado.

Usted era primo de Paco Candel, un gran escritor, también preocupado por temas sociales, valenciano como usted, que en Catalunya dejó una gran huella.

(Un silencio prolongado)

Mare meua… Éramos primos hermanos, pero en realidad éramos más hermanos que primos. Nos hemos conocido de siempre, nos hemos tratado, siempre juntos. Cuando se me fue, se me fue un hermano, un amigo, era una persona impresionante, fantástica. Tengo un recuerdo muy grande de él. Lo recuerdo con mucha emoción.

Es muy futbolero. ¿Va mucho a ver a su equipo a Mestalla?

Valencia es mi descanso y allá me voy cuando en Madrid estoy un poco así. Tanto mi padre como mi tío jugaron en el Valencia, en el antiguo campo de Algirós. Cubells, otro jugador de la época, era primo hermano de mi padre. Cojo el AVE y me planto en el campo. A veces voy en tren, acudo al partido y me vuelvo al estudio. También voy a El Perelló, donde tengo un piso, allí no pinto, pero pienso mucho. Es un apartamento elevado, un noveno. Ecológicamente es una bestialidad, pero cuando subo ahí estoy rodeado de mar, como en un faro.

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Detalle de otra de las obras que se pueden disfrutar en la exposición barcelonesa

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Genovés y su obra Verdor en la galería Marlborough de Barcelona

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Detalle de una obra reciente de Genovés, artista que desde hace décadas investiga el concepto de multitud y soledad

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