“En mi vida conduzco yo, odio ser copiloto”

Leonard A. Lauder

Si hoy en día se puede hablar de un mecenas con mayúsculas de las artes, ese es Leonard A. Lauder, empresario de cosmética, ávido coleccionista y filántropo. Su fondo de 81 cuadros cubistas donados al Met de Nueva York sigue creciendo con la energía renovada que le da ser un recién casado a los 82 años: “Es grandioso, excitante”

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Lauder hace un guiño a su historia con Barcelona. La primera vez que llegó a España fue a bordo de un destructor estadounidense en calidad de teniente de la US Navy en los años cincuenta

La primera vez que vine a España fue a Barcelona, en 1957...” Leonard A. Lauder abre al máximo sus ojos de iguana y arquea las cejas: tiene una cara cómica, de dibujo animado, y también una elegancia única. No importa que se haya manchado la corbata azul cielo, ni que vaya un poco encorvado por una reciente operación de espalda, ni que lleve deportivas negras a juego con su traje oscuro. La elegancia y las respuestas rápidas le salen como chispas. El principal coleccionista de pintura cubista del mundo, el filántropo más importante de los últimos años y uno de los hombres más ricos del planeta (el 137, según Forbes) otea el horizonte desde la vidriera de la planta 34 del hotel donde se alberga y busca algo en el horizonte, pero no lo encuentra.

“Sí, fue en diciembre de 1957. Era teniente de la Marina estadounidense y viajaba a bordo de un destructor. Estuvimos una semana aquí y luego viajamos a Cartagena... Uno de mis encargos era ir a hacer las compras. ¿En qué punto del puerto atracamos entonces?”, pregunta.

El puerto barcelonés ha cambiado mucho en estos 58 años. También su vida. Lauder saluda al fotógrafo como el teniente de la US Navy que sigue siendo a sus 82 años. En todo este tiempo no ha cesado de protagonizar aventuras empresariales (la compañía de la familia, la cosmética Estée Lauder), políticas (asesor de Reagan en los 80, presidente del think tank Aspen Institute) y artísticas (en el cine, y sobre todo en la pintura, la gestión de museos y la filantropía). Invitado por la Fundación Arte y Mecenazgo de La Caixa, Lauder lleva meses explicando los detalles de su donación al Metropolitan (Met) de Nueva York de 81 cuadros cubistas (Picasso, Gris, Braque, Léger) valorados en mil millones de euros. Un hito.

“No entiendo la donación de 81 cuadros al Metropolitan como un nuevo comienzo para mí, sino como una herramienta para transformar”

“Muchas veces hago donaciones de manera anónima, así que no lo hago para ser inmortal, sino más bien para que otros coleccionistas amigos sigan el ejemplo: ‘Lo haré si lo hacéis’”

“Miro al pasado para seguir educándome, el que no entiende las lecciones de la historia está condenado al fracaso. La historia no se repite, pero sus versos riman”

El teniente accede a embarcarse en una conversación con Mg Magazine. Elige mesa (en el apartamento del hotel hay cinco o seis) y parece de póquer. “¿Vamos a jugar?”, pregunta. Si hay una sola cosa que hay que saber sobre Lauder es que nunca hay que jugar a póquer con él. La derrota es segura.

En 1957, la guerra de Corea ya había acabado.

Sí, era reciente, sin embargo la guerra fría estaba por todas partes, siempre la guerra fría. Estando en otro acorazado surgió una de las primeras crisis serias y nos enviaron a alta mar durante siete u ocho semanas. Había mucha tensión con Rusia en aquellos años.

Su donación al Metropolitan ha roto moldes. ¿Ceder todos esos cuadros es un modo de crear nuevos comienzos para usted o para sus obras?

En todo caso, no son comienzos para mí. Creo ciegamente en la palabra “transformación”, si tienes la capacidad financiera y el poder mental, si puedes transformar una sociedad, una nación, un museo y hacerlo un poco mejor de lo que era, ya has conseguido tu aportación a la humanidad. Empecé con esa idea en mis años de universidad y el coleccionismo es algo que he llevado conmigo toda mi vida. No entiendo la donación al Met como un comienzo, sino como una manera de transformar un museo, ya muy importante, e introducirlo en el siglo XXI.

El Metropolitan es completísimo, sin embargo sus fondos en cubismo eran limitados.

Sus fondos en arte del siglo XX son muy buenos. Yo fui el presidente del Whitney durante muchos años. En 1930, Gertrude Whitney, acudió al Met y les ofreció su colección de pintura americana además de una suma considerable para la manutención de los cuadros. En el Metropolitan declinaron la oferta alegando que este tipo de arte no estaba a la altura, es decir que no tenía la categoría del arte europeo. Sin embargo, América también se transformó en ese sentido.

¿Donar le convierte a uno en inmortal o al final es sólo un acto de gratitud?

Muchas veces hago donaciones de manera anónima, así que se podría decir que no busco la inmortalidad en ese sentido, aunque a lo mejor sí lo hago para que otros sigan el ejemplo. Una vez cedí una colección entera de pintura norteamericana de posguerra, pero lo hice después de que el resto de los miembros de la junta se comprometiera a dar piezas de sus colecciones. Les dije: “Lo haré si lo hacéis”.

También ha dado muchas cantidades en metálico.

Pero como un incentivo para que las instituciones mejoren sus fondos, puedan investigar. Es lo que hice con el Met.

Uno de esos 81 cuadros se titula La concha, nuestro futuro está en el aire. ¿Su experiencia le dice que hay que ir al encuentro del futuro?

No se puede llegar a ningún lado, ni conseguir una meta a menos que puedas ver el futuro. Cuando conduzco un coche, llevo el volante, tengo un destino. Odio ser el copiloto. A veces nos tenemos que dar cuenta de si somos pilotos o pasajeros, y sobre todo saber hacia dónde vamos. Aquí en España ha habido cambios recientes en las elecciones, ese es el poder de buscar tu futuro, el de la democracia. Democracia significa que el poder está en las manos de la gente, también eso es ir a por el futuro.

Hablando de futuro... ¿Mira al pasado con frecuencia?

Lo miro para seguir educándome. El que no entiende las lecciones de la historia está condenado al fracaso. La historia no se repite pero sus versos riman. Hay que comprender y aprender del pasado. En mi empresa doy un curso a mucha gente joven y una de las asignaturas que les imparto se titula “La cámara de los horrores de Leonard Lauder”. Errores que cometí en el pasado y de los que quiero que aprendan para que no los cometan mañana.

¿La cámara de los horrores es muy amplia?

Afortunadamente no mucho: es más bien pequeña, ha habido más triunfos que fracasos, de lo contrario no estaríamos hablando ahora mismo.

Es curioso porque en la actualidad se valora más su perfil asociado a las artes que a su tarea como empresario.

Depende del ángulo desde el que se mire: soy un hombre asociado a las artes, pero también he tenido mi papel en la industria del cine y, durante un tiempo, también política.

Eso fue en los ochenta.

Fue por poco tiempo, en la elección del presidente Ronald Reagan, serví como asesor en uno de sus comités relacionados con el comercio, que es un área que me fascina. Me parece que si pudiéramos llegar a más acuerdos en materia de comercio, tendríamos muchas menos guerras. Mi hermano está más involucrado en política que yo.

“¿Demócrata? ¿Repúblicano? Yo soy americano y eso quiere decir que estoy a favor de lo que sea bueno para mi país y no para mi bolsillo. Soy bipartisano”

“Es mejor ostentar el poder que ser emérito. Resulta frustrante ver que ciertas cosas se pueden hacer mejor y se hacen más bien peor. Es la vida”

“Trabajar con la familia es un desafío constante: tienes que ser mucho más considerado. Lo fui primero con mis padres y luego con mis hijos”

El hermano de Leonard Lauder, Ronald, fue durante un tiempo embajador de Estados Unidos en Austria y ha financiado numerosas asociaciones judías o del Partido Republicano.

¿Qué dice cuando la gente le pregunta de qué bando es?

Yo les digo que soy americano. E insisten: “¿Eso qué significa?”. Y les respondo que eso quiere cir que estoy a favor de lo que es bueno para mi país, no para mi bolsillo. Soy bipartisano.

Los republicanos no lo han sido para nada en los dos mandatos de Obama.

Yo, si apoyo a un candidato, tiene que ser bipartisano. Hay una institución que no es muy conocida que se llama la Coalición del Pasillo de en Medio, un grupo de diez republicanos y diez demócratas que piensan en el país, no en el partido. A veces consiguen cosas, a veces es muy difícil. ¿Por qué? Porque a veces sus intereses dependen mucho de la gente del Estado al que representan.

Leyendo su biografía, viene a la mente aquella canción que cantaba Ella Fitzgerald y que se llamaba Fascinating Rythm.

(Risas) Tengo un montón de momentos para relajarme, no crea. Viajo mucho y eso es descansar. Si tienes capacidad para pensar y tienes dinero puedes ayudar a los que te rodean de muchas maneras. No sólo ayudar, sino marcar la diferencia y un simple detalle puede servir para ello, una llamada de agradecimiento. Podemos dejar nuestras huellas en la arena de la playa sin que las olas las borren para que los que vengan más tarde las vean.

El verbo jubilarse no está en su diccionario.

¿Jubiqué?, ¿puede deletrear esa palabra, por favor?

Jubilarse

Jubiqué... (Risas)

Usted es presidente emérito de varias instituciones, incluida su empresa. ¿Se siente como el presidente Obama, camino del final de su mandato, que es la figura del pato cojo, ya con poco poder de decisión? ¿Es liberador ser emérito?

Rotundamente no. Mejor que ser emérito es más divertido ostentar el poder y muy frustrante ver cómo ciertas cosas que tú sabes que se pueden hacen mejor, más bien se hacen peor. Así es la vida.

Pero usted tiene voz en la empresa, ¿no?

Mi despacho está todavía allí, tengo a mi equipo allí y formo parte de la dirección ejecutiva y, además, soy el máximo accionista. Todo el mundo tiene una voz, desde la secretaria más modesta hasta el ejecutivo mejor pagado. Yo también tengo mi voz, pero a veces me gustaría que se oyera más alto.

¿Trabajar con la familia es tan difícil?, ser el jefe de los hijos, los nietos…?

Difícil, no sé. Un desafío constante, eso sí. Tienes que ser mucho más considerado con tu familia. Lo tuve que ser con mi padres y luego con mis hijos y colegas. Uno de los puntos fuertes de este país, por ejemplo, es que tiene más empresas familiares que la mayoría de los países del mundo. Si yo fuera español, sería mucho más optimista que si fuese de casi cualquier otro país y justo por eso.

Usted habla de coleccionistas nuevos ricos y caprichosos que cuando ven un cuadro dicen “lo quiero, lo quiero, lo quiero”. Usted no es un nuevo rico y se ha educado para coleccionar, pero ¿a veces también le sale el “lo quiero, lo quiero”?

Cuando empecé a coleccionar cubismo, ya tenía decidido que las obras acabarían en un gran museo. Desde el inicio. Teniendo eso en cuenta, me pregunté ¿qué obra podría ser icónica para ese museo? Mi idea era si ese cuadro superaría el listón más alto. La mayoría de los museos guardan mucha más obra en sus almacenes que la que tienen colgada. ¿Qué pieza compro para que siempre esté expuesta?

¿Como una Gioconda o un ­Gernika?

Exacto. Una Mona Lisa, un Gernika. Una pieza tan potente que siempre estará a la vista de todos. Sigo comprando arte para el Met, sin embargo las tres últimas telas que he conseguido no las he comprado, sino que he dado el dinero al museo para que las adquiera. No hay más espacio en mis paredes y yo lo que quiero es reforzar la colección y eso es otra vuelta de tuerca a mi idea.

“Sigo edificando mi colección cubista y, desde que soy un recién casado, coleccionamos fotografía. Estar casado a los 82 años es excitante, fantástico, algo grandioso”

“Uno de los puntos fuertes de España es que tiene más empresas familiares que la mayoría de los países. Si fuera español, sería mucho más optimista justo por eso”

Muchos coleccionistas se lamentan de no haber comprado tal o cual pieza en su momento. Al contrario, ¿ha vendido obras que hubiera querido retener?

Sí, pero si las vendí fue para poder comprar más obras cubistas. Una vez tuve un paisaje magnífico de Egon Schiele, pero lo tuve que vender. También tuve gouaches de Schiele y con ellos conseguí dinero para agrandar mi colección. Yo nunca quise ser un coleccionista de un poquito de esto y un poquito de lo otro.

Empezó con postales, luego con carteles de guerra, siguió con carteles de Toulouse-Lautrec, más tarde con el cubismo… ¿Qué será lo siguiente?

Las postales las di al Museo de Bellas Artes de Boston, los carteles al MoMA… Continúo edificando mi colección cubista y desde que soy un recién casado –estamos a punto de llegar a nuestro quinto aniversario, cinco meses en realidad (risas)–, estamos coleccionando fotografía y también nos interesan los artistas californianos. Coleccionar juntos es excitante.

Su mujer, Judy, es fotógrafa.

Sí. He tenido muchas fotografías en el almacén, ahora, con la llegada de ella he redecorado la casa y he colgado unas cuantas fotos de Irving Penn en el lugar en el que había cuadros. Hay dos paredes repletas de fotos. Ya sabe lo que se dice: New wife, new life.

¿Mejor eso que No woman, no cry?

Me gusta estar acompañado. Mi actual esposa y yo hemos sido amigos durante 35 años. Solíamos viajar juntos con nuestras parejas. Ella era amiga de mi mujer y yo de su marido. Las dos parejas nos casamos en 1959.

¿Cómo es ser un recién casado a los ochenta y tantos?

Es excitante, fantástico, algo verdaderamente grandioso.

Lauder no pierde su sonrisa de dibujo animado en ningún momento y responde con diligencia, sin mirar al reloj. Sin embargo, tuerce ligeramente el gesto cuando se le recuerda indirectamente que es un hombre de muchos posibles, tantos como 9.500 millones de dólares (en euros, algo menos). Él, claro, prefiere hablar de la humildad que aprendió de sus padres en la mesa del comedor, que no de sus posesiones materiales y del hecho que está entre los 50 personas más ricas de Estados Unidos. Al casarse con Judy, ahora Lauder, antes apellidada Glickman, la pareja suma media docena de propiedades. Pero Lauder cree que la cifra puede llevar a engaño, pues no quiere dar la idea de millonetis frívolo. En cambio, prefiere hablar de cosas mundanas, de que ve las noticias en el gimnasio por la mañana o de que le gusta la serie televisiva Downton Abbey.

¿Entonces, tienen seis casas?

Si se cuentan las viviendas tipo cabaña en la montaña con una sola habitación, tal vez sí que hay seis, no lo sé. Unas pocas, tal vez está en lo cierto. No quiero dar una imagen errónea.

¿Tiene la sensación que hay una carrera de filántropos en Nueva York, a ver quién dona más obra?

No, una vez di una suma considerable de dinero al Whitney para que se construyera el nuevo edificio. Acudieron a mí y me dijeron que estarían muy honrados en ponerle mi nombre al edificio y les dije que no. Les razoné que en el futuro podían necesitar dinero y que si el edificio llevaba mi nombre perderían la oportunidad que alguien en el futuro llegase y pusiese mucho dinero. En cambio si el edificio estaba aún por bautizar…

Muchas veces le han bautizado como el abanderado de la educación.

La educación es clave para la esencia humana. Todos nos estamos educando todo el tiempo, a nosotros, a nuestros hijos. Yo me considero casi hecho a mí mismo. ¿Que mis padres pagaron mis estudios? Sí. Pero yo decidí dónde y qué estudiar. Cuando estaba en la Marina daba clases a los alumnos que no tenía el bachillerato. Les daba clases de Historia de América. A cada sesión, se apuntaban más y más alumnos.

Le han nombrado Monumento vivo de Nueva York.

Sí, es una campaña para recoger fondos y así preservar el patrimonio de la ciudad. Es genial, una buena señal, ¡significa que estoy vivo y que esta noche voy a comerme una paella!

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Lauder es un coleccionista muy respetado por sus colegas. En la imagen, conversa con la empresaria Alicia Koplowitz tras un un acto en CosmoCaixa Barcelona.

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Lauder repasa a mano en el último momento sus notas para intervenir en dicho acto

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