"La sabiduría no llega con la edad, eso es un cuento”

Leonardo Padura

Arraigado a su Cuba natal y su cultura, “por encima de gobiernos y políticas”, el prolífico novelista Leonardo Padura afirma que necesita sentirse en casa para escribir. Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, sus obras conquistan ahora las pantallas con una serie televisiva de cuatro entregas.

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Pisa las alfombras del hotel madrileño en que se desarrolla la charla con Magazine con la firmeza del que ha visto mundo. Habanero amante del béisbol que ya no practica, culpa a este de su afición a narrar, “que surgió al descubrir que nunca sería buen jugador, lo que me empujó hacia el periodismo deportivo”. Devino en novelista prolífico; tanto como den de sí las aristas de la Cuba de Castro, que llegó a su vida cuando cumplió cuatro años y que ha retratado en sus escritos entre la melancolía y la disconformidad. Premio Princesa de Asturias de las Letras hace dos años, Leonardo Padura entra enseguida en materia comentando que su segundo nombre es Caridad porque sus padres eran devotos de la patrona de Cuba. “Y eso me ha hecho tan caritativo que ahora me leo una novela de 300 páginas de un amigo sólo para escribirle una frase laudatoria en su libro”, comenta serio, pero con la risa bailándole en los ojos. Son expresivos, como su voz.

Sus narraciones dan pie estos días a dos ambiciosos proyectos audiovisuales. Uno de ellos, gestado en España, convierte varias de sus novelas en una serie para televisión titulada Las cuatro estaciones de La Habana y compuesta por cuatro capítulos. En el primero de ellos, estrenado previamente en cines, Jorge Perugorría da vida al policía Mario Conde, su personaje emblemático. El segundo, en fase de preparación, está producido y protagonizado por Antonio Banderas, que se meterá en la piel del Conde de los primeros relatos.

¿Cómo valora tanto interés por convertir sus palabras en imágenes?

Me halaga, porque actualmente el nivel de las series de televisión es muy alto. En la española, los guiones los escribo con mi esposa, Lucía, y ha resultado un desafío. Para ser fiel a lo escrito tenía que ser muy noir, y eso tiene un inconveniente. Cada causa provoca un efecto, y no se pueden eliminar las primeras sin que los segundos se dejen de entender. Eso en la novela no da problemas, porque empleas las páginas que consideres necesarias. Pero en lo audiovisual hay que sintetizar sin que se pierda el eje argumental ni la esencia de cada personaje. Y eso conlleva un proceso quirúrgico siempre doloroso. Por eso el bisturí lo maneja mi mujer.

En los noventa, cuando estuvimos al borde de la inanición, me planteé el exilio, pero decidí que no me era posible. Por encima de todo está mi relación con esta cultura, que es mi esencia”

“Es dramático que en mi país haya tanto talento joven desaprovechado. Pero nadie se muere de hambre. Los que viven del turismo hacen dinero, y los de la periferia se buscan el modo de salir adelante”

“Creo que España, cuando hubo gran riqueza material, perdió la oportunidad de potenciar la o las culturas, anclarlas y formar un espacio para la creación, fuera de idas y venidas políticas”

“El periodismo ya no es lo que era. Ahora manda el número de palabras, y para mí es una conmoción recortar un artículo”

“Cuando veo que la gente joven no aprovecha su tiempo me da mucha pena. Yo daría todo por volver a tener 25 años”

¿Firma como suya esa imagen familiar de La Habana decadente, pero briosa, de edificios en ruinas y tejados de colores?

Siempre fue una ciudad muy pretenciosa. De grandes fortalezas y pocas iglesias, porque allí no había mucho que evangelizar. Cuando llegó el boom azucarero que sitúa a la ciudad en el centro del comercio internacional alcanza su gran esplendor, del que quedan restos como suspendidos en el aire a partir del triunfo de la revolución, en 1959. Y, al poco, empezó su decadencia física porque no se la cuidó, creció la población con los que llegaban del campo, y se deformó debido a la búsqueda de alternativas de los cubanos para seguir teniendo un sitio donde vivir. Ahora tiene la forma de lo que no tiene forma, el estilo de lo que no tiene estilo, como dijo Carpentier.

Todavía vive usted en la casa que construyó su padre...

En la que nací. Y antes que yo, mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo. Luego elevé un piso para hacer mi vivienda, y en la construcción original siguen mi madre y uno de mis hermanos. Ahí se han mezclado las manos y los esfuerzos de toda la familia. Tengo un fuerte sentido de pertenencia a la casa, al barrio y a la ciudad. Se me curan los males cuidando los árboles del patio. Tengo una relación con la tierra muy visceral. Para poder escribir tengo que estar en Cuba y en mi casa. Fuera puedo trabajar guiones o algún artículo. Pero no escribir una novela, sin estar al tanto de lo que pasa en la esquina de mi calle donde algún vecino desarrolla sus estrategias de supervivencia; algunas, verdaderamente curiosas, por decirlo de algún modo.

¿Dramáticas, tal vez?

Pues en cierto modo, también. Lo es el hecho de que haya tanto talento joven desaprovechado. Pero nadie se muere de hambre. Los que se mueven en torno al turismo están haciendo un buen dinero, y los que llaman de forma despectiva palestinos –gente sin tierra–, que viven en la periferia, se buscan el modo de salir adelante, vendiendo yogur o azúcar o pintura, porque el Gobierno ya ha reconocido que lo que paga, siendo el principal empleador, no alcanza.

Si pudiera escribir fuera de casa, ¿se habría marchado?

El exilio ha sido una constante en la historia cubana y está integrado en nuestra cotidianidad y nuestra cultura. Se marcharon muchos. Desde José María Heredia, el primer poeta cubano, hasta Reinaldo Arenas, Cabrera Infante, Carpentier, Nicolás Guillén... En los 90, cuando no había aguacates ni pintura que vender y estuvimos al borde de la inanición, me lo planteé, pero decidí que no me era posible. Pagando las consecuencias de no tener un acceso rápido a internet, de que los libros a lo mejor circulen poco, pero por encima de todo eso está mi relación con mi cultura, que es mi esencia, que evoluciona, pero también es permanente, y que, por supuesto, está por encima de gobiernos y políticas. Tal vez para un pintor o un cineasta sea menos dramático el desarraigo…

¿Entiende que haya gobiernos que desprecien la cultura de su país?

No, porque no es inteligente. Pero sé a qué se refiere y no me gusta explicar realidades en las que no vivo porque están llenas de matices que se me pueden escapar. Sí creo que España, cuando hubo gran riqueza material, perdió la oportunidad de potenciar la o “las” culturas, anclarlas y formar un gran espacio para la creación, fuera de idas y venidas políticas, que la dejara al margen de ese fenómeno global que Vargas Llosa bautizó como “la cultura del espectáculo”. Tan banal y donde cabe todo, hasta lamentables manifestaciones en programas de televisión. Ocurre en el mundo editorial. Se publica mucho; gran parte de ello intrascendente, y más que fomentar la lectura quita las ganas. También las editoriales españolas tardaron en adoptar el libro digital. Lo miraron con cierta altanería y ahora andan retrasados.

¿Por qué el cubano cuenta tan bien los cuentos?

Porque vivimos con las puertas y las ventanas abiertas y nos pasamos el día conversando. Junte a dos cubanos y tardarán segundos en contarse las vidas. Yo pertenezco a esa cultura, pero es terrible que la privacidad no exista. Mis amigos del barrio saben que escribo por las mañanas, pero les da igual. Vienen a que les haga un café o a pedirme que le dedique un libro a su médico porque van a consulta. No se dan por enterados.

¿Qué le llevó a elegir el género negro para narrar sus historias?

Que permite hacer el tipo de literatura que se quiera y con la altura que se prefiera. Ahí está Vázquez Montalbán o Hammett y Chandler. Se puede profundizar en los personajes y enfrentarles con situaciones que modifiquen o subrayen sus principios, pero para todo ello se debe hacer una descripción minuciosa de la sociedad en la que se producen, que casi nunca es conformista, claro.

Usted no lo es…

Con total tranquilidad y responsabilidad. Me consta que hay a quien no le gusta lo que escribo; que preferiría que me fijara en otras cosas. Tengo una relación muy dramática con lo que le ha ocurrido a mi generación, que creció en la revolución y creyó, participó en las guerras de África, donde trabajé como periodista, y de pronto sintió agrietarse la tierra bajo sus pies. Ante todo he tratado de reflejar ese proceso en mis escritos como yo lo entiendo.

¿Qué debe a su Mario Conde?

Me ha sido muy útil para ofrecer esta mirada sobre la realidad cubana. Desde la primera novela necesité crear un personaje inteligente y sensible con un punto de vista crítico e irónico sobre el entorno que me permitiera profundizar. Y es policía; conoce de primera mano lo peor de lo peor. En su mirada hay dolor y desencanto pero también fidelidad a una forma de ser y vivir, no son personajes que niegan el pasado.

¿Dónde termina el personaje y empieza el autor?

A veces escribo cosas que no sé si las piensa él o yo. Nuestra relación se mueve en el territorio de lo sentimental con respecto al día a día cubano que hace que podamos entender que, pese a lo desperdiciado, no todo está perdido porque sigue existiendo gente como Conde y sus amigos. Personas capaces de sufrir y disfrutar a la vez de lo que ocurre, conscientes de lo vivido y de las dificultades que llegarán, pero que poseen un sentido de la pertenencia que puede hacer que se salven muchas situaciones intrincadas.

¿Qué anda cavilando estos días?

Pues pienso en lo inteligente que ha sido y sigue siendo Obama, por ejemplo. Y no se me va de la cabeza el imbécil de Trump. O lo atrevido que ha resultado el papa Francisco, que tiene a muchos descolocados. O lo empecinado que está siendo Nicolás Maduro. Pero también pienso en la envidia que provoca esta profesión mía y en las críticas que se esconden tras razones políticas…

En la adaptación de Vientos de Cuaresma, parte de la acción transcurre en el instituto donde estudió. ¿Es destino del escritor novelar recuerdos?

La memoria es uno de los grandes bienes del escritor y le puede facilitar material factible de convertirse en literatura. El gran drama de Hemingway, y lo que probablemente le llevó al suicidio, fue darse cuenta de que perdía sus recuerdos, porque sin ellos un narrador no es nada. Cuando leo a escritores ya mayores, percibo cómo utilizan la literatura para reflejar las preocupaciones que les perturban desde su memoria personal.

¿Qué es lo mejor de hacerse mayor?

Nada. La novela que escribo ahora ocurre cuando Conde llega a los 60 y reflexiona sobre lo que significa empezar a ponerse viejo. Hoy a esa edad nadie se asume como tal, pero Hemingway murió a los 62 años y le decían papá, y a Trotski, el viejo. Voy a cumplir 61 y ya no soy el que era. Lo de la sabiduría que llega con la edad es cuento de camino. No hay nada más preciado que la juventud, y cuando veo que la gente joven no aprovecha su tiempo, desde la parte intelectual hasta la sensual, me da mucha pena. Esos jóvenes con la vista perdida en Madrid, La Habana o Nueva York con un móvil en la mano viviendo una vida artificial. Yo daría todo por tener 25 años otra vez.

¿Cómo era entonces?

Tremendamente curioso. Trabajaba como periodista con 25 años y gracias esa profesión aprendí algo que sigo practicando: que uno escribe para comunicarse. No me interesa poner trabas al lector, lo que no significa ser superficial. También aprendí que aunque se escriba sobre asuntos locales, la perspectiva debe ser universal. Pero el periodismo ya no es lo que era. Ahora manda el número de palabras, y para mí es una conmoción recortar un artículo.

¿La Habana y Barcelona se parecen tanto como se dice?

Creo que sí. Y la historia lo justifica. Muchos de los catalanes que construyeron sus casas y palacios en Barcelona llegaban de Cuba; los que llamaban indianos. Y muchos expertos de la construcción y maestros de obra eran catalanes. El Ensanche y el centro de Cuba tienen un aire de familia. Aunque para nosotros el modernismo catalán funciona como art déco. Son ciudades luminosas y deslumbrantes que se convierten en inquietantes y evocativas cuando se pone el sol.

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