"Cuando pinto me dan crisis de cachondeo"

Luis Gordillo

Acaba de cumplir 60 años en el oficio y lo celebra con una fundación que lleva su nombre y tres exposiciones: en Madrid, València y su Sevilla natal. Confesiones tragicómicas de Luis Gordillo, leyenda viva (hay pocas) de la pintura española.

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Retrato de artista con brocha-perilla, Luis Gordillo en su estudio de Villafranca del Castillo, Madrid

Algunos lo llaman el Rey del Mambo de la pintura española. Y tal vez sea así. En todo caso, más que una corona, Luis Gordillo (1934) lleva gorra de loneta que le protege del sol que pega fuerte en el jardín junto a su estudio: maravilla arquitectónica en la que reina el color en todo su caótico esplendor. Gordillo es triple noticia. Celebra 60 años de oficio, se dice pronto. Expone en la galería Marlborough de Madrid y en el Convento de Santa Clara de Sevilla, donde se ha instalado una muestra permanente con obras que ha cedido a la ciudad. Son las primeras pinceladas de la nueva fundación que lleva su nombre y que ha visto la luz gracias al empeño de su mujer, Pilar Linares.

“Antes, cuando era joven, vender un cuadro era como si viniera Dios y te señalara con el dedo. Ahora tengo cariño a mis cuadros, me sabe mal venderlos y no me gusta nada verlos partir”

El artista sevillano –juguetón, lúcido, provocador...– se aferra al pincel sin intención de recapitular ni descansar (y eso que hace tres años le vio las orejas al lobo); más bien de seguir redondeando una trayectoria que da para unos cuantos mambos, boleros y chachachás.

¿Qué escuchaba ahora en la radio?

Un programa muy interesante. Hablaba del poeta Byron, que murió luchando por la independencia de Grecia. Lo ambientaban con música de Berlioz. Me recordó a los brigadistas de la Guerra Civil.

¿Lleva mucho en el estudio?

Un par de horas. ¿Qué hora es? ¿Una menos cuarto? Ahora me suelo tomar un cafelito y doy una vueltecita por el jardín. Regreso, trabajo un rato más y por la tarde alargo un par de horas más si no estoy cansado. Ahora he estado en Sevilla tres días y que si entrevistas, rollos, la exposición, no he parado… pero en ningún momento he sentido el cansancio que me viene cuando me enfrento a un cuadro. Es como si me fuera a la guerra.

¿Qué relación tiene con sus cuadros? ¿Baila o pelea con ellos?

Con el cuadro, mis relaciones son difíciles y hasta dramáticas, densas. Algunos son más fáciles. Otros son cuadros de meses. Van haciéndose. Los dejo, los retomo...

¿Le hablan? ¿Les habla?

Los cuadros están en la placenta, son como fetos, se están haciendo. Hacen blublublú. De vez en cuando paso, los limpio un poco, les pregunto qué necesitan y les doy de comer y los voy viendo crecer. Son como familiares, unos bebés, algunos viejos, otros ancianos que están fatal. A todos hay que cuidarlos, algunos para que crezcan y otros para que mueran. Algunos se mueren y los tengo que tirar. Hay gente que hace un cuadro de principio a fin y no sé cómo. Deben de tenerlo muy claro en la cabeza.

“Soy una persona muy depre. Me miro al espejo y digo ‘joder, qué asco de tío que te ha tocado’. Para mí la pintura es como el tronco al que se aferra el náufrago. De lo contrario, me ahogaría”

¿Y usted no?

No, incluso con cuadros que empiezo con un estudio previo, con el collage, el ordenador… Cuando la idea pasa de una pantalla a un soporte de tres metros, la pintura requiere otras necesidades ópticas. Y ahí es donde el lío es más gordo.

Trabaja mucho con el ordenador. ¿Cuál es el proceso?

La fotografía es muy importante en mi carrera. En los setenta hice mucha cosa que ahora interesa. En Alicante he hecho una exposición con mi trabajo que abrirá a finales de mayo en el IVAM Centre del Carme. Personalmente no sé nada de ordenadores ni teléfonos, pero artísticamente voy al estudio de un chico, trabajamos imágenes, imprimimos...

¿Qué es eso de que le entristece ver partir sus pinturas y que no tiene ganas de venderlas?

Últimamente me pasa, sí. Me sabe mal venderlas. Ahora que no las necesito (risas). Antes, de joven, vender un cuadro era como si viniera Dios y te señalara con el dedo. No me gusta nada verlos partir. Es como si vendiera un hijo o se fuera a EE.UU. a la universidad. Realmente pierdo algo. Ahora les tengo cariño, antes no me pasaba porque creía que eran obras fallidas.

¿Y visto en perspectiva?

La cosa ha cambiado. Los actuales están llenos de interrogantes, a pesar del cariño que les tengo, y los viejos no sólo no eran fallidos sino que están vivos.

En ese amor al cuadro… ¿hay algo de narcisismo? ¿Son las obras un reflejo, un espejo?

No sabría decir. En mí hay narcisismo en cantidad, como yo creo que en todos los artistas. Es un narcisismo extraño porque yo soy una persona muy depre muy depre y es como si fuera una rebelión contra la depresión. Un depresivo no puede ser narcisista porque en el fondo está fundido. Yo me miro al espejo y me digo ‘joder, qué asco de tío que te ha tocado’. Para mí la pintura es como el tronco al que se aferra el náufrago, el salvavidas. De lo contrario me ahogaría. Tal vez podríamos hablar de narcisismo negativo o de masoquismo.

En los inicios decía que le costaba vender obra…

En los inicios y en la continuación, a ver si se cree que aquí hay cola para comprar… (risas).

¿Cuándo empezó a respirar económicamente?

El primer respiro fue con el galerista Fernando Vijande. Buscaba artistas y me hizo un proyecto de contrato. En aquella época eran 15.000 pesetas, allá por los setenta. Por entonces, daba clases de francés para vivir. No soy como esos artistas, hay muchos, que creen que por el hecho de serlo les tienen que dan de comer por cojones. Yo me aseguraba la comida. A partir de ahí, dejé las clases y pude pintar todo el día. Y ya no volví atrás.

“‘Blancanieves y el Pollock feroz’, ‘Mondrian inspira, Mondrian expira’: algunos títulos se me ocurren mientras los hago, otros salen poco a poco: esos son los mejores”

¿En todos estos años ha llegado a entender el mercado del arte?

Realmente es algo extrañísimo. A veces pienso que de un día para otro se va a derrumbar todo, y que los cuadros no van a valer nada. Que todo fue un espejismo.

Con algún pintor ha pasado…

Sí, pero el mercado en general sigue aumentando, sigue siendo exagerado. Hay una pintora inglesa, Jenny Saville, que es muy joven. El otro día salió un cuadro de ella por diez millones de euros. ¿Usted sabe lo que son diez millones?

Ni idea…

Si pinta veinte buenos cuadros al año… ¿qué fortuna debe de tener ya? Puede vivir toda su vida. Es como cuando sueñas cosas, que los sueños son muy distintos a la reali­dad. Parece que su realidad sean sueños.

Fue Gerhard Richter quien dijo que se estaba pagando demasiado por sus propios cuadros.

Richter ha sido un número uno durante años. Pero hay otros que también deben de ganar mucho.

Hace casi diez años que le dieron el premio Velázquez y le hicieron, bueno se hizo usted mismo, la retrospectiva en el Reina Sofía. ¿Aquello fue cima o…?

...El inicio del ocaso (ríe).

…o trampolín?

He de decir que esa exposición no se hizo por el Velázquez. El premio me tenía que hacer una, que no me la ha hecho y se la hizo a todo el mundo. Pero como coincidió… La muestra del Reina Sofía la preparé durante dos años. Me la curré. Era una instalación enorme que tuvo un gran éxito.

“Tàpies es un ídolo para mí: si quitas el 70% de su obra, que no sirve para nada, te queda lo mejor que se ha hecho en España después de la generación de los Picasso y compañía”

¿Se lleva bien con el éxito?

En mi caso el éxito fue viniendo milimétricamente. Ha sido algo curiosísimo. Hay casos como los de Miquel Barceló, que surge y hace patapum y se instala a nivel internacional. Tàpies también tuvo un éxito muy juvenil y también internacional. Mi caso es más pasito a pasito, pero no se ha interrumpido. Noto últimamente que me han convertido en alguien en España, y eso cuando me dieron el Velázquez no era así, no estaba consolidado. Que usted esté aquí entrevistándome significa muchas cosas.

Absolutamente.

El que me hagan la fundación, también. El otro día me dieron un premio en la Universidad de Sevilla… No me queda casi ninguno por recoger.

Cierto, tiene más medallas que un general norcoreano.

Tengo casi todos los premios, pero a nivel andaluz es ya una broma. Ni los recuerdo. He de decir que me propusieron para el honoris causa de la Universidad de Sevilla y me dijeron que no… yo quería ir con el gorrito ese (risas). El otro día hasta salí en el telediario de las nueve. No me había pasado nunca.

¿Todavía sigue ese régimen laboral de descansar los fines de semana y no pintar aunque, como suele decir, se aburra “un huevo”?

Lo sigo un poco, sí. Pero el fin de semana sigue siendo muy largo. Algún rato me vengo al estudio, de lo contrario se hace inacabable.

¿Ve la tele?

Sí, la veo. A última hora, cuando ya estoy muy cansado y no estoy para lecturas ni para nada. Veo un poco lo que dan y veo mucho El Intermedio… los ves todos los días, son como amiguetes, son cuatro o cinco, como una familia que viene a cenar.

Usted es un pintor que juega y lucha por el humor. Cuando uno admira sus cuadros no se troncha, pero ríe mucho. ¿Cómo lo logra?

Estoy convencido… en eso soy muy bipolar. Ya he dicho antes cuáles son mis males, pero también soy un tío que sale a saltar, a dar brincos. No me lo explico muy bien. Cuando pinto me pongo muy cachondo, me pueden dar crisis de cachondeo puro y de un humor... Me admiro como humorista cuando me da por ahí (carcajadas).

Le podemos enviar su currículum a los de El Intermedio.

Sí. Tengo un libro mío, Little Memories, que mezcla eso, el masoquismo con humor enloquecido. Después están los títulos de los cuadros, que para mí son importantes. Puedo llenar dos folios con posibles títulos de un cuadro. Me lo curro. A veces no aparece un buen título, porque no lo encuentro, pero normalmente me parecen parte de la obra, la consolidan. Casi siempre son divertidos.

A ver qué le parece esta selección de Magazine de sus grandes títulos… Blancanieves y el Pollock feroz. Ética para cisnes. Corona de espina-cas. Corazón de Jesús en vos confío. Mondrian inspira, Mondrian expira...

Esos son muy buenos todos. A veces se me ocurren mientras pinto. Otras veces el título va brotando poco a poco. Esos son los mejores. Ya le digo que me pongo en serio con los títulos.

Es decir, que cuando se canse de pintar puede ser humorista…

O poner títulos a cuadros. Los vendo. En mi personalidad existe ese bascular tan exagerado. No sé de dónde sale mi parte humorística o si es un escape. Mi padre era de Valladolid y mi madre de Triana. Ahí saltó una chispa. ¿Oiga...?

¿Sí?

Que está agotando casi todas las preguntas.

Es que hemos empezado por la mitad de la lista. ¿Se acuerda de su debut en la Sala de Información y Turismo de Sevilla, hace 60 años?

Buf. Esa cifra es tremenda. Parece mentira, 60 años pintando. Es casi la vida de una persona.

¿En perspectiva, cómo se ve personal, profesionalmente?

He hecho un gran esfuerzo. Eso cada día lo veo más claro. También es cierto que no he tenido más remedio. Incluso a veces dudo de mi vocación en el sentido de que, volviendo a la imagen del náufrago, no tenía más remedio que aferrarme a la pintura; si no, me moría. Y lo digo literalmente.

Alguna vez ha explicado que al principio tuvo sus dudas.

Tuve unos años iniciales muy problemáticos con respecto a la pintura porque lo dejé varias veces… Me fui a París para pintar y allí dejé de hacerlo. Me iba a la Sorbona a estudiar cultura francesa, aprendí mucho de pintura aunque no pintara. Cuando regresé ya no era pintor. Estuve en Londres durante un tiempo y allí tampoco lo era.

¿Ir a ser y dejar de serlo?

Fue así, estaba en mis inicios, todavía estaba dando botes. Yo estudié Derecho y cuando me metí en esto ya era mayorcito. Yo soy de los de la generación de El Paso… Tàpies era Dau al Set, tenía más de diez años más que yo. Era distinto. Pero Antonio Saura, Rafael Canogar eran o son más o menos de mi edad. Yo estaba en Sevilla y aún no me sabía pintor. También estudié música y no lo tenía claro… Cuando me puse en serio, aprovechando una crisis positiva, hice la exposición del 59. Es lo más vanguardista que he hecho en mi vida.

No lo dirá en serio.

Sí, sí. Lo que hice fue envolver papel de embalar de ese marrón, añadir papel de periódico que pegaba y encima hacía todo tipo de guarradas: mientras el engrudo estaba húmedo, rayaba, manchaba. Me parece que me pusieron una denuncia…

¿Por inmoral?

Seguro, igual lo era (ríe). Ahora que he vuelto a Sevilla he pensando en esa muestra y en el hecho de que no me sentía ni vanguardista ni nada. No lo recuerdo siquiera como una aventura, sino que lo asociaba a la misma necesidad de respirar.

Esos vacíos que explica, en los que no se sentía pintor, ¿aparte de sufrir, valían para algo?

Yo había estudiado Derecho. Cuando me echaba una novia de buena clase, me sentía obligado a seguir mi tradición burguesa, hacer oposiciones… Tenía una novia en Madrid de la que me acuerdo mucho, era de familia bien del barrio de Salamanca, y me daba la vocación burguesa y dejaba de pintar, después volvía. Lo volvía a dejar. Estuve así mucho tiempo. De la crisis salgo con el psicoanálisis… eso me sirvió.

Antes hablaba de Tàpies…

Tàpies es un ídolo para mí. Como persona me la trae floja, como persona yo creo que no era muy recomendable. Como artista, quitando el 70% de su obra, que no sirve para nada, queda lo mejor que se ha hecho en España después de la generación de los Picasso y compañía. Le admiro mucho. En aquel momento para mí era Dios divino.

Usted ha tenido ídolos… pero también seguidores

En los setenta se habló de gordillismo. No me gusta esa palabra, pero existió entonces con algunos artistas que me copiaban claramente, pero después han venido muchos otros que sin copiarme me han tenido de maestro. Prefiero esto a lo otro, claro. Justo ahora estoy preparando una exposición en Murcia junto a dos de estos chicos, Miki Leal y Rubén Guerrero. Estamos haciendo tres trípticos entre los tres. A seis manos. Al final, cada uno termina uno.

¿Lo que expone en Sevilla y en Madrid son dos historias distintas.

Sí, en Sevilla son una serie de dibujos que yo hice con el mito de Carmen. Eso tiene que ver con mi abuela, que se llamaba así y que era trianera y cigarrera. Son unas 30 obras que van donadas a la ciudad. El resto son series de obra gráfica. Ese es el principio de la fundación. No quiero monopolizar el espacio. Hemos hecho la primera exposición. Lo que expondré en Marlborough es todo esto que se ve en las paredes del estudio.

Lo de la fundación, las donaciones… ¿son un regreso a sus raíces, un testamento en vida, nada de lo anterior?

De la ciudad, de Sevilla, lo que recibo son más bien efluvios. Eso ha sido una idea estupenda de Pilar. Yo nunca me hubiera metido en ese jardín, tampoco digo que esté en contra. En absoluto, ¿eh? Yo me dedico a pintar, del resto se ocupa ella. La que lo ha trabajado y lo ha hecho es ella.

¿Ha llegado a tal madurez que las etiquetas ya no le importan?

La sensación de que sí siento que estoy llegando a una madurez por lo difíciles que son los cuadros. Quizás porque es un momento de síntesis. Siento que me podría morir perfectamente ahora dando mi obra por definida.

Música, pintura, poesía, silencio

El estudio posee una belleza rara, hasta la papelera llena de cartones recortados parece una obra de arte conceptual. Con un secador de pelo, el artista simula que se dispara en la sien o que acribilla a la fotógrafa, como el Elvis de Warhol. Tiene pintura blanca en los dedos. Bajo una mesa languidece una careta de Obama, y al lado, otra de Felipe González que el artista ha reproducido con métodos digitales.

A la vista, un libro de Rimbaud, discos de Duke Ellington, trapos, rotuladores, cuadros de cara... y de cara a la pared, con sugerentes títulos al desnudo: Malestar controlado, Una temporada en el infierno. A veces, entre pregunta y respuesta, se hace un silencio que rompen los páajaros que, afuera en el jardín, van de rama en rama.

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Gordillo, fotografiado el 12 de abril pasado, con obra que ahora expone en Marlborough-Madrid

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