"Ha habido mucha gana de coche oficial”

Manuela Carmena

Manuela Carmena ha conseguido un excelente resultado en las elecciones municipales en Madrid, que la podrían aupar a la alcaldía. En esta entrevista, publicada en MgMagazine en agosto del pasado año, Carmena habla del poder y de la justicia. Es un buen momento para recuperar estas reflexiones

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Manuela Carmena recibe a MgMagazine en la luminosa cocina de su acogedor chalet madrileño, muy alejado de malabarismos de diseño, en el que su bicicleta, que usa habitualmente para desplazarse por las calles de la ciudad donde nació hace setenta años, ha tomado posesión del vestíbulo. Hace décadas, en tiempos más peligrosos, se negó a utilizar el coche oficial que su cargo conllevaba e iba a trabajar en metro con su escolta. Era por entonces jueza decana de Madrid, uno de los muchos cargos de responsabilidad que ha desem­peñado a lo largo de treinta y cinco años de carrera, que la han convertido en pieza fundamental del desarrollo de la justicia en España desde que la democracia llegó para ­quedarse.

Una bandeja de magdalenas, recién hechas por ella para la ocasión facilita la charla con esta mujer de rostro anguloso y mirada inteligente, conversadora nata, observadora de su tiempo y magistrada comprometida con la justicia social. Fue fundadora de los primeros despachos laboralistas mientras la dictadura franquista agonizaba con lentitud y podría hacer sido uno de los abogados asesinados en la matanza de Atocha. Un cambio de última hora en el lugar de una reunión le salvó la vida. Lo cuenta en las páginas de su primer libro, mediante el que sublima una vocación de escritora que estaba casi olvidada y en la que se ha entrenado creando su propio blog. Se titula Por qué las cosas pueden ser diferentes. Reflexiones de una jueza. Y no deja asunto espinoso sin abordar.

¿Cómo cree que el ciudadano percibe la justicia?

Como algo ajeno y que da miedo. En los últimos tiempos, algunas sentencias han mostrado que puede parar los pies y limitar el poder del gobierno cuando quiere imponer su criterio más allá de lo que dicta la ley. Pero el ciudadano particular no se siente especialmente relajado cuando pisa un juzgado. Ni mucho menos.

¿No debería ser lo contrario?

Se supone que estamos a su lado, no enfrente. Para defender derechos del hombre desarrollados adaptándolos a la medida del ciudadano, a su tamaño, a su capacidad de comprensión y de aceptación. En el ayuntamiento de Bilbao hay una estatua de la Justicia muy elocuente, en la que esta aparece sonriendo, mostrando empatía, relajada. En actitud amable. Así sería mi ideal. Cada vez que cualquiera recibe una notificación oficial se le acelera el pulso; lo tengo comprobado.

“La arbitrariedad del régimen jurídico del franquismo acentuó la desconfianza del ciudadano ante la justicia. Aunque viene de siempre, de cuando el ciudadano no era más que súbdito”

¿Cree que esto procede de los años de la dictadura en los que los ciudadanos se sentían a menudo bajo amenaza?

Viene de antes; viene de siempre. Desde que el ciudadano no era tal: era súbdito, y la justicia era, a menudo, caprichosa, interesada y fácil de esquivar. Obviamente, en el caso español la arbitrariedad del régimen jurídico del franquismo acentuó esta desconfianza. Pero incluso así, el gran logro del siglo XX es la generalización de las democracias, aunque nosotros llegásemos un tanto tarde. Ahí se fija la condición contemporánea de ciudadano y la máxima de que la justicia es igual para todos. Sin embargo, nosotros no nos consideramos como tales hasta que ­Franco y sus telarañas desa­parecieron.

Antes decía que algunas sentencias recientes han ayudado a que el hombre de la calle piense que no está desamparado. ¿Qué opina del encarecimiento del acceso a la justicia?

Es completamente incomprensible. Ya se va viendo que una gran parte de la reformas de Ruiz Gallardón son inaplicables y ni siquiera tienen el refrendo real de su propio partido, con lo cual todo comienza a entrar en el terreno del ridículo. La justicia no debe estar al servicio del que acaba de llegar a un cargo, porque nada nos garantiza que tenga dos dedos de frente. Cuando yo formé parte del Consejo General del Poder Judicial, de las pocas cosas que hicimos bien fue crear el libro blanco de la justicia, con un consenso enorme entre todas las tendencias ideológicas. Se analizaron los males de la justicia y se aportaron soluciones satisfactorias para todos. Unas más que otras para cada cual según los asuntos. Esto fue en 1996. La pregunta es: ¿por qué no se ha continuado por ese camino, se ha evaluado el desarrollo y se ha corregido el rumbo en caso de ser necesario? Pues Gallardón lo ha puesto todo patas arriba, ha roto el consenso y ha disminuido los derechos de los ciudadanos y entorpecido el acceso a la justicia de los menos pudientes, a fuerza de imponer tasas abusivas. Y como además en lugar de apostar por la eficacia, lo ha hecho por la austeridad, tenemos los juzgados más obstruidos que nunca.

Pero ¿usted cree que desatascarlos es realmente posible?

Sólo hay que quitarles la grasa. Si una persona tiene sobrepeso no se corta un brazo para pesar menos y quedar con un muñón. Se pone a dieta para disminuir la grasa. La grasa de la justica es la burocracia, que comienza desde que al ciudadano, cuando llega al juzgado, en lugar de preguntarle: “¿Usted qué necesita?”, se le dice: “Tráigame un escrito”. El impreso, tal o cual, por triplicado, fotocopia de esto o aquello. Y venga papeles y papeles. Y ese hombre o esa mujer no saben redactar ese documento y, además, ¿por qué tienen que relacionarse por escrito? Ese sistema acaba devorándolo todo. Y claro, ¡cómo no va a ser lenta la justicia así! Si viene un señor a exponer un caso, ¿no es más fácil que se reúnan quienes tienen que escucharle –fiscal, juez, etcétera– que cada cual se lea el famoso escrito, que ni siquiera tiene el espíritu real de lo que quiere contar esa persona, y lo interprete a su modo sin escucharle? Porque no olvidemos que al ciudadano normal le han dado “un golpe con el coche”, no ha tenido “una colisión con el vehículo”.

“Siempre hay una barrera que separa al que tiene privilegios del que no los tiene. El que posee poder se sabe especial y no quiere ir preguntándose qué ha hecho para merecer ese trato”

Se habla mucho estos días de que los poderes públicos parecen vivir en una realidad paralela muy alejada de la auténtica.

Y con razón. Siempre hay una barrera que separa al que tiene privilegios del que no los tiene. El que posee poder se sabe especial y no quiere andar preguntándose todo el día qué ha hecho para merecer ese trato. Todo se le hace más llevadero alejándose de la calle y encerrándose en una burbuja con sus iguales. No quieren que les reprochen, ni sentirse culpables. De todos modos, esto es más de políticos que de jueces, aunque alguno hay. Cualquiera puede ser diputado o ministro. No hace falta estudiar, ni saber idiomas por ejemplo. Es cuestión de cualidades personales y, a menudo, de “saber moverse”.

Según esto, ¿dónde queda la vocación de servicio?

No niego que exista. Pero yo he visto más ansia de estatus que vocación de servicio. Mucha gana de plaza de aparcamiento o de coche oficial, despacho con vistas, secretarias y adulación. Las gentes con responsabilidades deberíamos comer cada cierto tiempo con algún amigo que nos conozca bien y que sea capaz de decirnos qué cosas hacemos mal y lo tontos que nos hemos puesto.

¿Se caza la adulación cuando se está produciendo?

Sí. Siempre. Otra cosa es que se quiera mirar para otro lado y dejar hacer.

¿Cómo se puede variar ese grisáceo panorama?

Como siempre, desde el colegio. No nos han educado para el cambio, para intentar mejorar las cosas. Nos educan para continuar haciendo lo mismo que los anteriores, incluso a sabiendas de que es algo erróneo. Con esos libros de texto tan alejados de la realidad del momento, aleccionadores, capaces de aburrirle la curiosidad al más espabilado. La tan temida Educación para la Ciudadana es, en sí, una excelente idea, mal desarrollada, pero más terrible me parece la desaparición de los planes de estudio de la Filosofía: lo que hace pensar, lo que hace que uno se pregunte sobre las cosas, que es a su vez el motor del cambio y de la mejora. Han puesto en su lugar una asignatura para hacerse empresario, que es más de nuestros días.

¿Considera que se ha manoseado un tanto lo de “ser emprendedores”?

Bueno, yo fundé Yayos Emprendedores, una empresa social para comercializar juguetes y ropa infantil hecha por mujeres presas, pero eso fue antes de que se ensuciara el término. ¿Cómo se puede estar destruyendo puestos de trabajo a diario y tener el descaro de decir a los parados que “emprendan”? Haga usted bien su trabajo y, en cualquier caso, no me diga lo que tengo que hacer. No todo el mundo tiene por qué ser empresario, porque eso es una elección personal. A mí me interesan los emprendedores sociales que han sido fundamentales en asuntos clave, como la educación por ejemplo. Es el caso de la Institución Libre de Enseñanza, que renovó lo caduco y emprendió el camino hacia un bien social. Lo otro es mercantilismo puro. Pero, además, es muy importante tener gente pensando cómo queremos que sea el futuro de nuestra sociedad.

“¿Cómo se puede estar destruyendo empleos a diario y tener el descaro de decir a los parados que ‘emprendan’? Haga usted bien su trabajo y no me diga lo que tengo que hacer”

Lo que llama en el libro “innovadores sociales”…

Pongo un ejemplo: hagamos desaparecer el dinero físico. Sólo tendrá validez el dinero electrónico, que siempre deja rastro. El tráfico de armas, las cuentas en Suiza, los negocios de drogas y la prostitución se verían claramente obstaculizados. A los delincuentes se les ocurrirá otra cosa a los dos días, pero de momento, eso que ya hemos ganado. En fin, que si no se invierte en I+D no se puede mejorar y seguiremos nadando en círculos y promulgando leyes y leyes y leyes. Ni yo sé cuántas hay.

¿Y eso no crea una confusión notable?

Así es, pero es materialmente imposible. Ni lo sé yo, ni lo sabe nadie. Tal es el barullo. Se aprueba una nueva ley pero se mantiene en vigor la que regulaba lo mismo con anterioridad. Es como si no hicieras más que comprar zapatos y jamás tiraras ningún par por viejo que esté. Llega un momento en que no sabes cuántos tienes. Cuando los gobiernos no saben qué hacer con una situación, siempre hacen lo mismo: prohibir. Por eso quieren prohibir la consulta catalana, por ejemplo. Porque no saben manejar ese asunto de otro modo.

¿Es jurídicamente posible?

Podría serlo o no, pero eso no es lo importante. Lo importante es que cuando se es demócrata hay que aceptar que los ciudadanos quieran expresarse. A mí, personalmente, el nacionalismo no me dice nada. No me gustan las patrias. A mí lo que me interesa es el ser humano venga de donde venga y provenga de donde provenga. Pero, en cualquier caso, esa consulta debería celebrarse, ponernos todos de acuerdo en cómo se hace y una vez visto el resultado reflexionar sobre los pasos que haya que dar, si es que hay que dar alguno. Utilizar la prohibición es poner chinas en los zapatos y palos en las ruedas. Acaba complicando las cosas.

¿Cómo ha vivido el fin de la violencia en el País Vasco?

Como lo que es: lo mejor de nuestra historia reciente. Lo difícil, el gran reto, es tratar de reinsertar en la sociedad –una vez superada la doctrina Parot, que vulneraba claramente los derechos humanos– a estas personas que han llevado a cabo delitos tan graves y que han ca usado tantísimo dolor. Y eso va mucho más allá de pagar las indemnizaciones correspondientes. Deberían pedir perdón y ponerse a disposición de esas familias a las que han perjudicado muy gravemente con sus actos. Es decir, han de intentar hacer lo posible por enjugar ese dolor. Otra cosa es que les quieran perdonar, pero el gesto se ha de hacer y se ha de hacer de verdad. Y luego, desde los poderes públicos, se debería promover un análisis muy profundo de cuanto ha sucedido, para que no vuelva a pasar. Creo incluso que se debe contar con esas personas que crearon tanto dolor, pero que son necesarias para ayudar a cerrar esa terrible herida. Me gusta mucho el ejemplo de Mandela porque supo trastocar la sangre en paz, contando con todos.

“Si sólo tuviera validez el dinero electrónico, que siempre deja rastro, se verían obstaculizados el tráfico de armas, las cuentas en Suiza, los negocios de drogas y la prostitución”

¿Cree que su profesión es vocacional?

Tiene un alto componente, sí. Pero tiene mucho que ver con la curiosidad. Observas el mundo que te rodea, y te formas una opinión sobre lo que ves. Yo iba para escritora, pero mi padre me convenció para que probara con el Derecho. Quizá intuía que me podía entusiasmar, y así fue. Guardo en la memoria aquellos días en los que me preparaba en la universidad, de un lado a otro con el 600 que me regaló mi padre. Acabé llevando y trayendo a compañeros y compañeras todo el tiempo. Como era un gasto de gasolina tremendo, puse una hucha y todo el mundo echaba lo que podía. Cuando mi padre vio que había socializado el coche, no le gustó nada. Menos aún cuando apareció por ahí, debajo de alguna alfombrilla, algún ejemplar del Mundo obrero, que era la publicación del PCE y totalmente ilegal. A mi padre no le gustaba prohibir, pero estaba preocupado por mí. La universidad estaba en aquel momento muy posicionada contra la dictadura.

Universitaria, abogada, conductora de un 600 comunitario. ¿Se sentía rara avis?

Es que en aquella época la mujer era, legal y socialmente, un objeto. Me sentía observada y juzgada, pero no sólo en la facultad. Ya en los setenta, embarazada, unos abogados me afearon que fuera a un juicio en avanzado estado de gestación. Me preguntaron que si no me daba vergüenza. Iba yo con mi vestidito rosa premamá tan mona y con la tripa de una señora que lleva una hija dentro. ¿Dónde estaba lo vergonzoso? Bueno, pues no han cambiado tanto las cosas en el terreno de la igualdad como creemos. La mujer, en la mayoría de los casos, ha abandonado las señas de identidad de su género, para adoptar los modos y maneras de los hombres, en cuanto tiene cierta parcela de poder. Según los estudios, el porcentaje de mujeres encarceladas por delitos violentos es muy pequeño. La cultura del género femenino es la de la no violencia. No somos violentas, pero la sociedad sí lo es. Por tanto, nuestra influencia en ella no es compara­ble todavía a la de los hombres, que, entre sus muchos rasgos, se caracterizan por una mayor agresividad.

Hablaba de estadísticas, de las que está la actualidad llena a diario. ¿Las considera útiles?

Si se hiciera una auténtica valoración de los elementos que se desprenden de las resoluciones judiciales, tendríamos una fotografía de las situaciones conflictivas de la sociedad de extraordinario valor y podríamos saber cómo enfocar el tema de la violencia de género, por ejemplo. Yo he hecho un pequeñísimo estudio referido a estos casos, y he llegado a la conclusión de que no se enseña a los niños a controlar su ira. Perpetúan lo que ven en su entorno y hay vidas que se pierden por eso. La maldad, la crueldad absoluta no es tan frecuente como parece.

¿La ha visto cara a cara en un juicio?

Sí.

¿Cómo la definiría?

Es el desprecio absoluto por los demás. Eso es lo que le permite a alguien herir, torturar, asesinar. La persona o personas a las que están machacando no son nada; no existen, para quien es así. Da igual que lloren o que se estremezcan. En los casos que se archivan por miles en los juzgados hay documentos de un valor incalculable para llegar a conocer el funcionamiento del ser humano en conflicto.

¿Se ha sentido alguna vez jueza estrella?

Para nada. Es un concepto muy de estos días en los que enseguida se arma revuelo mediático y que demuestra lo poco fluidas que son las relaciones entre los representantes de la justicia y los medios. Cuando un juez toma una decisión que llama la atención, el foco se posa en él y algunos parece que le cogen gusto. Pero del juez es mejor que se sepa poco. Cada uno tiene su ideología porque está en su derecho, pero, por ejemplo, jamás debería militar o haber militado en una formación política. Eso, como mínimo, podría descalificar sus decisiones. No quiere decir que no pueda ser justo; quiere decir que no lo parecerá.

En su libro explica que es una jubilada desjubilada, según sus propias palabras. ¿Echaba de menos su antiguo ritmo de vida?

Algo de eso hay, pero además creo que los mayores somos muy útiles en muchos campos. Somos terreno abonado para la empatía, para la generosidad, que es lo que nos salva. ¡Cuántos abuelos están volviendo a ayudar a sus hijos, como cuando eran pequeños! Es de las cosas más positivas de nuestra sociedad. Ese milagro que hace que la gente se vuelque para echar una mano a los demás cuando hay una situación de necesidad. Y ahí no hay diferencias de género, ni de edad, ni de nacionalidades. La esperanza de nuestra sociedad es que los seres humanos se miren a los ojos sin tapujos ni cortinajes de ningún tipo, e intenten ponerse los unos en los zapatos de los otros. La esperanza está en la empatía.

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