"El mundo siempre está en crisis"

Maribel Verdú

Afirma, con ironía, que es “patrimonio nacional” porque el país la ha visto crecer ante las cámaras, desde que Vicente Aranda la descubrió, aún adolescente, para el cine. Treinta años después, con más de ochenta personajes a sus espaldas, Maribel Verdú (Madrid, 1970) estrena 'Felices 140', su tercer filme a las órdenes de Gracia Querejeta.

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Hace ya algo más de treinta años que la madrileña Maribel Verdú inició su vertiginosa trayectoria de más de ochenta personajes interpretados, en teatro, en televisión y, sobre todo, en el cine, donde ha desarrollado la mayor parte de su trabajo. Sin la amplia sonrisa de la actriz, sin sus chispeantes ojos oscuros en los que, en ocasiones, aparece la sombra de la reserva, sería muy difícil explicar el cine español de las últimas décadas. Fue Vicente Aranda quien le ofreció esa primera oportunidad, siendo adolescente. Él y Fernando Trueba cuidaron de que a la carrera de esta niña que se hizo adulta ante los ojos de un país no le faltaran buenos títulos. De Amantes a El año de las luces o Belle époque. No han sido los únicos. Sólo en España, la actriz ha sido requerida por Bigas Luna, Saura, Armendáriz, Ricardo Franco o Gracia Querejeta, que se ha convertido, en los últimos años, en su más fiel valedora. Por su filme Siete mesas de billar francés consiguió un primer Goya, al que seguiría el logrado como madrastra de la sufrida Blancanieves en blanco y negro que creó Pablo Berger. Presenta estos días el tercer largometraje que ha realizado a las órdenes de la directora. En Felices 140 encarna a la ganadora de un premio millonario en un juego de azar, que reúne a sus allegados para celebrar su cumpleaños en una casa rural y darles la feliz noticia, sin imaginar que se tejerá a su alrededor una peligrosa telaraña, por culpa del dinero.

¿Qué le da a Gracia Querejeta, que se le ha vuelto usted imprescindible?

Gracia a mí me saca petróleo. Me conoce muy bien, y cada personaje que me ha regalado no tiene nada que ver con el anterior; es un reto cada vez. Y luego ella, además de dirigir, también es escritora, y eso es muy importante. Es fundamental lo que los personajes van a soltar por esa boquita; cómo esté dialogada la película. Hay algunas ideas estupendas que se pierden porque no están bien expresadas a través de los diálogos. Soltar los que escribe Gracia es un gusto para un actor.

¿Influye de algún modo el hecho de que sea una directora?

No es así; esto va por sensibilidades. Yo he trabajado a las órdenes de otras mujeres con las que no me he entendido para nada. Y con los directores hombres me ha pasado lo mismo, con unos ha ido genial y con otros fatal. Eso depende de la persona, de la sensibilidad, del carácter. A menudo se trata de una cuestión de piel.

“Ahora nos echamos las manos a la cabeza porque son nuestros vecinos quienes pasan hambre. Pero hace siglos que miles de niños mueren por no tener agua potable. Y todo sigue igual”

¿Cree en esas cosas?

Sin duda, y voy al ejemplo más sencillo posible de ello. Los amigos de tus amigos no tienen por qué ser tus amigos. Incluso, en ocasiones, no puedes ni mantener una conversación de media hora con ellos y encima te pasas todo ese tiempo pensando “pero este cómo le puede caer tan bien a tal o cual, a los que adoro, ¡si no tienen nada que ver!”. Eso ocurre cada dos por tres y a mí no me cabe duda, es cuestión de química; a veces nos mezclamos bien con los demás y otras no. Pero vamos, a lo que iba; que con Gracia ha funcionado desde el principio.

Se trata de una fábula sobre la avaricia. ¿Cree que es el mal de nuestro tiempo?

Ahora mismo tener dinero es muy importante, pero siempre lo ha sido. Pienso que algo hemos hecho mal en esta sociedad cuando se ha convertido en el eje de la vida de la mayoría de las personas. Para unos, porque sin él no creen que puedan llegar a ser felices. Y para otros, porque no tienen un momento de paz pensando si lograrán llegar a fin de mes, lo que es mucho más angustioso. No digo ya lo de comer o tener un techo bajo el que cobijarse. Para muchos, la gloria sería no tener que pensar en el dinero. Como decía Woody Allen, no da la felicidad, pero la sensación es tan parecida que se necesitaría a un especialista muy avezado para notar la diferencia.

A estas alturas, ¿qué le pide a un personaje?

Fundamentalmente, que la vida le sorprenda. Lo más interesante de este último es el choque brutal entre su sinceridad, su nobleza y su generosidad y la cruda realidad. Quiere compartir algo maravilloso con la gente a la que ama y se lo devuelven de la peor manera posible. Ahí hay unos cuantos retratos de seres humanos que conviene saber que existen. Cuando se habla de dinero, a la gente se le va la cabeza. A ver si no por qué está así la clase política. Pero vamos, cuántos amigos hay que se adoraban, que montaron un negocio juntos y terminaron sin volverse a mirar a la cara o en los tribunales. ¿Y las familias con las herencias? El dinero pudre a la gente, y sin embargo no podemos vivir sin él. ¿Dónde quedó el “contigo pan y cebolla”? A la ambición y la avaricia hay que ponerles límites.

¿A la ambición del ciudadano de a pie y a la avaricia de los bancos, por ejemplo?

En la naturaleza de la ambición no hay nada malo per se. Es algo que nos puede servir como acicate, como motor en nuestro trabajo, por ejemplo. Pero si la dejas que se desmande, entonces ya no es buena compañera. La avaricia es otra cosa y tiene que ver con decirle al que va a pedir un crédito que no va a poder pagar que no se preocupe de nada, que no hay problemas de intereses ni de ninguna otra cosa. Y luego, cuando vienen mal dadas, dejarle sin casa, obligarle a seguir pagando la hi­poteca y encima llamarle imbécil porque no sabe hacer sus cuentas y quiere vivir por encima de sus posibilidades. Es muy injusto que le echen la culpa al que está sufriendo, cuando cualquiera con dos dedos de frente sabe que las cosas no son así.

¿Cómo se maneja en medio de este estado de las cosas?

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El mundo siempre está en crisis. Ahora nos echamos las manos a la cabeza porque son nuestros vecinos, que son del primer mundo como nosotros, los que sufren; los que han perdido lo básico: calefacción en sus casas para el invierno, algo para llevarse a la boca, un hogar y agua caliente y corriente. Pero a mí me estremece pensar en los miles de niños que mueren en el mundo por no tener agua potable. Eso que es tan dramático lleva ahí siglos y siglos. Y todo sigue igual y va a peor. Es muy difícil ser optimista. Quiero serlo, pero no sé si es muy inteligente.

“En esta profesión nunca te puedes creer nada. Por eso odio a la gente prepotente, no me parecen muy inteligentes. Hoy están ahí arriba y quizás mañana nadie les recuerde”

¿Por qué cree que fue tan criticada cuando expresó su malestar sobre las injusticias sociales al recoger su segundo premio Goya?

Porque aquí siguen estando presentes las dos Españas. Mi discurso jamás fue político. Me hubiera dado igual quién hubiera estado gobernando o no. Jamás me metí con un partido político, sino con un sistema que ya ha demostrado que no sirve, que no vale; que genera injusticia social y pobreza. Por otro lado, entiendo que tengo todo el derecho del mundo a hacer uso de la libertad de expresión para decir lo que opino, y eso hay gente que, visto lo visto, no lo termina de entender o se lo aplican sólo para beneficio propio. Y salen diciendo que no era el sitio, como si para expresar lo que pienso hubiera lugares que sí y lugares que no. Todo fue un despropósito. Creen que por ser más o menos conocido puedes influenciar a la gente y les sienta fatal. Pero vamos, lo volvería a hacer, sin dudarlo un momento.

Su personaje reúne a sus allegados para darles la buena noticia económica, el día en que celebra su 40 cumpleaños…

Sí, pero yo, los próximos que cumpla serán ya 45.

¿Algún problema?

Por el momento, ninguno. Lo estoy llevando con toda la naturalidad posible, porque no queda otra. Y contenta porque me están llegando personajes muy interesantes acordes con los años que tengo, lo que es maravilloso, porque supone toda una novedad. Si filmáramos ahora Amantes, yo tendría que interpretar el papel que hizo entonces Victoria Abril. Pero por ahora, no he notado ese parón de trabajo que han sufrido muchas compañeras al llegar a esta edad.

¿Quizá porque lo vivió con treinta y pocos, un tanto inexplicablemente?

Y tanto. Fue justo después de que se estrenara Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón, que fue un éxito aquí, en México, gané premios y me nominaron para otros, tuve unas críticas estupendas… Y sin embargo, estuve sin trabajar dos años. Si eso pudo pasar entonces, es que puede ocurrir en cualquier momento. Esta profesión es muy difícil, muy dura en esto. Nunca te puedes creer nada, por eso odio a la gente prepotente y que te mira por encima del hombro; no me parecen muy inteligentes. No saben que hoy están ahí arriba y mañana puede que nadie se acuerde de ellos.

¿Qué es más importante: prepararse para el éxito o para el fracaso?

Que le llegue el éxito a alguien que no está preparado para ello puede ser dramático y lo vemos a menudo en los periódicos. Debe de ser muy duro. Pero que hayas sido el centro del mundo para luego convertirte en alguien que parece no haber existido también debe de ser horrible. Hay tantos actores y actrices que fueron tan importantes y de los que no se ha vuelto a saber… ¿Dónde están?, ¿qué ha pasado con ellos?, ¿cómo puede darse esto la vuelta de tal manera que pasas de las portadas al más absoluto ostracismo? Eso tampoco puede ser bueno. Creo que hay que estar preparado para todo; para lo que tenga que venir. Lo más importante es tener la cabeza bien amueblada, impregnar todo en esta vida con sentido del humor y estar rodeada de muy buena gente.

"La mejor gente que conozco se dedica al arte. La que menos juzga, la más abierta de mente. Los prejuicios te enclaustran en ti mismo y hacen que te pierdas cosas maravillosas"

Lleva más de treinta años trabajando. ¿Le ha merecido la pena?

Sin duda. La gente más maravillosa que he conocido en mi vida se dedica a esto. La que menos juzga, la que menos prejuicios tiene, la que es más abierta de mente, porque la cerrazón es lo peor que le puede pasar a alguien. Los prejuicios te enclaustran en ti mismo y te hacen perderte cosas maravillosas de la vida y del ser humano, de sus virtudes, de sus dudas y sus defectos. La mejor gente que conozco se dedica al arte. Eso es lo mejor que me ha dado mi profesión.

Cuando está con ellos, ¿es más de hablar o de escuchar?

Cuando estaba con Ricardo Franco, que ya falleció, o cuando estoy con Fernando Trueba lo que quiero es escucharles. ¡Qué voy a hablar yo! Si todo lo que tienen que contar es tan alucinante, aprendes tanto de ellos, de lo que han vivido, de lo que sienten, de sus anécdotas. Lo único que quieres es poder estar escuchándoles horas y horas seguidas. Yo les considero mis maestros, a los dos. Los directores de cine forman un colectivo muy especial porque tienen que saber un poco de todo y un mucho de la vida. Excepciones habrá, pero suelen ser gente muy preparada; de miras amplias.

¿Cree que algunos directores la han considerado una especie de talismán? Tiene una filmografía de lo más saneada…

En cuanto a películas que han sido éxitos comerciales puede ser, pero para mí también hay un puñado de pequeñas películas que no lo fueron tanto, pero en las que me gustó mucho estar. Y otras que no debería haber hecho, la verdad, que parecían una cosa sobre el papel y luego acabaron siendo otra. No es tanto ser un talismán como tener la fortuna de que las cosas te cuadren y que estés en el instante adecuado, con el director preciso, con el papel que tienes que hacer en ese momento de tu vida porque te toca. Y que encima, para cuadrar el círculo, la gente haya decidido que le interesa y que quiere ir a ver esa película al cine. Que la suerte enreda en algún punto de todo ese proceso no me cabe la menor duda.

¿Con quién le falta trabajar que le apetezca?

Aquí, con Amenábar. Me parece que tiene muchísimo talento. Y fuera de aquí, con el argentino Campanella, que hace películas como El secreto de sus ojos, que te dejan de piedra.

"En los últimos años mi vida personal está por encima de todo, después de mucho tiempo de que el trabajo fuese lo primero. Ahora lo que quiero es estar a gusto conmigo y con mi gente"

¿Cómo imaginaba, siendo una niña, que sería cumplir ese sueño infantil de ser una actriz reconocida?

No tengo ese recuerdo claro en la cabeza. Era demasiado pequeña. Todo mi empeño era ir a las pruebas, a ver si conseguía un papelito, un anuncio. Y mi madre, todo el día de un lado para otro cargando conmigo. Era muy tenaz, eso sí lo sé. No me desanimaba fácilmente. Siempre he sido una persona muy animosa, valiente por inconsciente. Sonriente, intentando estar de buen humor y no ser una niña pesada. Y ahora, tanto tiempo después, eso no ha cambiado. Sigo queriendo y necesitando crear buen ambiente a mi alrededor. Lo que sí recuerdo perfectamente fue el primer día en que me puse delante de una cámara. Fue en los estudios Cine Arte de Madrid, para rodar con Vicente Aranda Los crímenes del capitán Sánchez. Tenía 13 años y sé que me dije: “¡Dios mío! ¿Pero esto qué es? A poco que pueda yo no dejo de trabajar en un plató en toda mi vida”.

De momento, así ha sido…

Y aun pensando aquello, no tenía noción alguna de que llegaría adonde he llegado; que la vida iba a ser tan generosa conmigo. Que podría sentirme tan satisfecha de cómo me han ido las cosas; viéndolo todo con una cierta tranquilidad, sin ansiedades. Eso está muy bien.

¿Le enorgullece o le da pudor haber sido niña y haberse convertido en mujer madura ante los ojos de tanta gente?

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Me encanta que sea así. Que haya tanta gente que lo vea de esa manera; es algo que me hace sentir especialmente querida; que formo parte de la vida de los demás. No somos muchas las que hemos crecido ahí, ante las cámaras, la verdad. Soy patrimonio nacional (risas).

Su marido, al parecer, dice de usted, además, que es “producto nacional”…

Pero eso es por meterse conmigo, porque nunca quise coger la maleta y poner rumbo a Hollywood. No me apeteció, no me vino bien, tenía trabajos estupendos aquí y además, eso, como dicen los argentinos, ya fue. Ahora, con 45 años, en ese país en el que todas necesitan aparentar 32 para trabajar, ¿qué pinto yo? Todavía llegan proyectos de Estados Unidos, afortunadamente, y no tengo problema en irme a rodar adonde haga falta si el trabajo pinta bien, pero si no me interesa…

A Francis Ford Coppola, cuando le ofreció trabajar en Tetro, no le dijo que no…

¿Quién se puede negar a trabajar con Coppola? Fue una experiencia impresionante. Como si me vuelven a llamar Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro, que son mexicanos pero prácticamente están radicados en Hollywood. Las películas que hice con ellos –tanto Y tu mamá también como El laberinto del fauno– han marcado mi trayectoria; son dos de los papeles más importantes de toda mi carrera y me han abierto las puertas a un mercado de enorme alcance. Da igual si yo lo he querido utilizar o no. Gracias al fauno me conocen en todas partes, vaya al festival que vaya. Y las propuestas llegan de lugares diferentes. Acabo de filmar en Argentina una comedia romántica con Diego Peretti, Sin hijos. Y justo antes de ella rodé aquí La punta del iceberg, que está basada en una obra de teatro que se representó en La Abadía en la que interpretó a una ejecutiva que tiene que investigar una serie de suicidios en su empresa, con un guión excepcional…

Parece vivir un momento profesional estupendo. ¿Cómo tiene ahora organizadas sus prioridades?

Pues ahora mismo mi vida personal está por encima de todo lo demás. La verdad es que desde hace muchos años es así, después de mucho tiempo en el que el trabajo fue lo primero para mí. Ahora, no. Ahora lo importante para mí es estar a gusto conmigo y con mi vida, disfrutar de la gente que me gusta, de comidas y cenas en casa, aunque sigo sin guisar porque no he sido llamada por ese camino; yo luego entro en la cocina y la dejó limpia, organizadita e impoluta, oliendo genial. Leo; leo muchísimo y escucho música. La verdad es que habrá a quien todo eso no le parezca mucho, pero es todo lo que necesito para ser feliz.

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