Un tercio de las mujeres sufre abusos, ¿en serio?

Melinda Gates

Hace mucho que dejó de ser “la mujer de Bill”. Melinda Gates, la filántropa número uno del mundo, lleva 20 años trabajando para que millones de mujeres y niñas despeguen y dejen atrás la pobreza, lo que muchas veces implica enfrentarse a la Iglesia católica y a los poderosos, incluido Trump: "Prefiero que esté dos y no seis años".

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Melinda Gates, en el 2018, con madres del programa de lactancia Alive & Thrive (Burkina Fasso)

Durante muchos años, Melinda Gates (1964) no fue mucho más que “la mujer de Bill”, el cofundador de Microsoft, el hombre más rico del mundo. Con el tiempo, y con cierta discreción, esta ingeniera en computación dejó de diseñar productos informáticos para dedicarse a criar a sus hijos, y en paralelo, iniciar una labor de cooperación con las mujeres y las niñas de los países más desfavorecidos del mundo y tratar de combatir lacras como la muerte infantil por malaria y diarrea, los embarazos adolescentes, el matrimonio forzado o la mutilación genital, prácticas amparadas por el peso de la religión y la tradición y el dominio patriarcal que contribuye al silenciamiento y la invisibilidad de la mujer.

Hoy en día, Melinda Gates es la filántropa más importante del mundo con un presupuesto anual cercano a los 50 millones de euros. En los últimos años su organización ha conseguido cambiar las tornas en algunos aspectos: dar acceso a anticonceptivos a millones de mujeres (muy a disgusto de la jerarquía católica, su religión), extender programas de educación, de mejora de la sanidad. Está orgullosa, pero no satisfecha. En un encuentro exclusivo con Magazine en Los Ángeles, Gates cuenta sus experiencias acumuladas en los últimos años, también las personales como los abusos que recibió de una pareja anterior o la lucha por conseguir que su marido conciliara, y ahora recogidas en No hay vuelta atrás. El poder de las mujeres para cambiar el mundo, que publica la editorial Conecta.

Una figura vital en su trayectoria es un doctor sueco, Hans Rosling, que trabajó en África y al que le daban pavor “los ricos americanos queriendo salvar el mundo”… ¿Alguna vez se libra de esa etiqueta de señora rica privilegiada?

A veces, sí. Sobre todo cuando visito países en vías de desarrollo. Allí sólo soy una mujer occidental que viste unos pantalones cualquiera. Una mujer más. Una razón por la que quería escribir el libro era para romper esa etiqueta de mujer rica o las otras etiquetas que me quieran poner. Seas lo que seas, todos tenemos barreras que romper y problemas que resolver.

“No tengo nada que ver con Microsoft volviendo a la cima, ni quiero salir en la lista de los 500 más ricos, ni participar en política. Lo que quiero es empoderar a mujeres y niñas en todo el mundo”

Explica que para ser un buen filántropo hay que aprender, rectificar, ampliar miras… ¿En todo este tiempo ha logrado su máster en la materia?

Tal vez el doctorado no, pero el máster sí… son 20 años de trabajo. Lo que sí sé es que nunca dejas de aprender y más en estos países donde hay multitud de obstáculos que impiden que las familias y las mujeres progresen y consigan la igualdad.

Al principio usted tenía las cosas muy claras, pero sus colegas le decían que eso sólo era el principio, que después de la planificación familiar de la mujer, venía la educación propia y la de los hijos...

Sí, la suerte es que estaba rodeada de gente que me decía las verdades a la cara, que me explicó la importancia de la igualdad de género como idea básica en la mejora de las condiciones de vida de la mujer en el mundo. Fue en Londres en el 2012 en una conferencia internacional cuando conseguimos recaudar muchos fondos para planificación familiar y anticonceptivos, pero a la vez me di cuenta, porque otras mujeres me abrieron los ojos, que ese sólo era el inicio del camino. Estaba atónita.

Es paradójico que usted, como mujer rica y formada, aprenda de gente que no lo es ni tiene estudios, pero es valiente.

Sí, ellos me enseñan a mí y lo que comparten conmigo es un regalo indescriptible. En realidad, lo que haces como un trabajo no lo sientes como tal. A veces sí, tienes reuniones, tomas decisiones… pero la mayor parte del tiempo sientes que son ellos los que te regalan, los que te abren sus casas y te invitan a té, sea donde sea.

¿Un trabajo que no es trabajo?

Sí, sí. Es mi vocación, lo que quería hacer en la vida. Podría gastar mi tiempo de muchas maneras distintas, pero creo de verdad que lo que haga tiene un sentido para mí. Y no quiero hacer nada más.

¿Así que usted no tiene nada que ver con que Microsoft haya vuelto a la cima de las empresas tecnológicas?

Nooo, ni hablar. Ni tengo nada que ver ni quiero volver a la lista de los 500 más ricos, ni quiero participar en política. Lo quiero hacer el resto de mi vida es esto, empoderar a mujeres y niñas en el mundo. Y ni sabía que Microsoft había vuelto al número uno, no me fijo en eso.

“Ahora que los gobernantes hombres saben que la economía de su país prosperará más si se da más poder a las mujeres, ya vienen a las cumbres de la ONU... antes no”

¿Cómo hoy en día aún hay gobiernos, poderes, casi siempre hombres, que no entienden que una sociedad con mujeres más libres, con un cumplimiento más alto de derechos humanos es una sociedad más rica?

Lo cierto es que es así, sigue siendo difícil convencerles, pero antes era más complicado. La cosa está mejorando. Hace años, por ejemplo, cuando había una conferencia sobre niñas o mujeres, los mandatarios, presidentes, primeros ministros ni acudían y ni siquiera prestaban atención. Pero ahora que tenemos datos y que saben que su economía irá mucho mejor y su sociedad prosperará si se le da más poder a las mujeres, entonces ya tienen más interés y acuden a esas reuniones en la ONU. Pero ha costado mucho, ¿eh?

¿También en su país?

Sí, cuando pronuncias las palabras igualdad de género, te responden: “No sé si estoy a favor de eso en mi lugar de trabajo”. Se creen que los hombres van a tener que ceder sus trabajos a las mujeres o algo así. Y sí, todavía nos queda argumentar en muchos países en África y aquí… En Europa no tanto.

La palabra feminista, que siempre ha sido muy interpretable para quien no le interesaba el término, aparece poco en el libro. Pero al inicio deja muy a las claras que usted es una “feminista apasionada”.

Soy feminista, vaya si lo soy. Al inicio, cuando me preguntaban no sabía muy bien qué contestar por las connotaciones y las raíces hundidas en el pasado que tiene el término. Para mí ser feminista es lograr que la mujer tenga y use una voz plena en todos los papeles de su vida, en su casa, en su trabajo, en la comunidad. Una voz y una decisión total de llevar adelante su vida. Creo que eso es feminismo.

¿Usted cree en Dios de la misma manera que cuando iba al instituto? ¿Cree más en él, menos, de manera distinta?

(Silencio) Ah… esta es buena. Si me hubiesen preguntado hace 20 años, tal vez me hubiera costado, pero ahora no. Lo cierto es que he mantenido una lucha con mi fe, he forcejeado con mis creencias. Cuando en el 2012 organizamos esa conferencia a favor de los anticonceptivos, tuve esa sensación. Mi fe dice que no hay que usarlos, en la (Iglesia católica) no creen en ellos. En esa pugna aparece un interrogante: ¿Cómo creo yo que es Dios? Y veo que mi Dios de ahora es más universal que en el que creía cuando iba al instituto. Lo que veo es que muchas religiones apuntan en esa misma dirección, en la verdad universal que es el amor y para mí eso Dios. Cuando conectas con la humanidad de la gente, para mí eso es Dios.

“Explicar el abuso que sufrí en una primera relación fue muy doloroso. Cuando lo escribí, lloré, pero sentí que era importante compartirlo, aunque me hiciera más vulnerable”

Le han dicho de todo: anticatólica, mala católica...

...Pero no me importa. A estas alturas sé en lo que creo y sé lo que he visto: he visto muerte en los países en vías de desarrollo. Niños nacidos al mismo tiempo, uno que nació en una clínica y otro que, por culpa de barreras, no llega a tiempo, y nace en el camino. Y ves, uno al lado del otro, quien va a vivir una vida sana. Y quien no va a ver la luz del día siguiente. Cuando veo que puedo, podemos, hacer algo para mejorar eso te dejas de preocupar sobre tu religión, o sobre cuáles son las reglas del patriarcado al respecto.

¿Es como pasar página?

Recuerdo la primera vez que vi Los miserables. Me encantan los musicales. Al final cantan “Amar a una persona es verle la cara a Dios” y es cierto, conectas con su humanidad.

Luego podría cantar alguna.

No, usted canta, yo tarareo (ríe).

Al principio, como filántropa dijo muchas veces “lo dejo”.

Porque era difícil acometer proyectos. Y sigue siéndolo. A veces te dices, “no podremos hacerlo”. Lo que aprendí de las monjas en el instituto Ursulines es que siempre hay que tomarse un tiempo. Cuando estoy de viaje en Tanzania, Malaui o Kenia y antes de volver a casa y seguir con una vida acelerada me tomo un tiempo de tranquilidad y silencio para digerir el dolor y la tristeza que veo. De regreso a casa, transformas esa tristeza, esa rabia incluso, para actuar e intentar mejorar el mundo.

¿Cuesta controlar la rabia cuando ve todo lo que ve: matrimonios forzados, pobreza, muerte, mutilación genital...?

A veces sí. Porque ves que las estructuras de poder impiden que las mujeres levanten la cabeza. Así que tengo que asumir esa indignación y rabia y transformarlas en algo bueno, en acciones positivas. Pero no sólo en esos países. Me indigno aquí, en Los Ángeles, cuando visito una escuela y un adulto, que no era profesor, les dijo que nunca podrían ir a la Universidad y que mejor que hicieran un curso de manicura. Eso también me pone de los nervios. Nadie puede poner ese tipo de barreras para silenciar a los jóvenes, a las mujeres...

“No me da alergia pronunciar el nombre de Trump. Su mandato acabará. ¿Que prefiero que acabe en dos años y no en seis? Sí”

Habla de retos, de abrir puertas y derruir muros. ¿Le pasa como a Hércules que le cortaba una cabeza a la Hidra y a esta le crecían dos nuevas?

Soy más optimista en el sentido de que a las mujeres, con que les proporciones una ayuda para que hagan oír su voz, consiguen cuadrar el círculo y que este sea virtuoso. Cuando Bill y yo empezamos en esto y, especialmente, en la mejora de la salud en estas poblaciones es porque sin salud no puedes acceder a una educación y al revés sí. Puedes formarte, trabajar, crear, caminar a ese círculo virtuoso. Un ejemplo es el uso de anticonceptivos porque es el arma más poderosa contra la pobreza.

Porque espacia la maternidad.

Sí, puede programarla, crear una oportunidad, no siempre pasa, pero ayuda a empezar a salir de la pobreza.

¿Cuántas lágrimas ha derramado en sus viajes y cuántas escribiendo su testimonio?

Buf. Estuve en Indonesia hace unos meses. Conocí a unas mujeres que trabajan con muchas dificultades en su trabajo de cuidados intensivos. Y pensé “mira, esta vez no has llorado”. Y cuando les pregunté por sus vidas y me contaron que habían abusado de ellas, todas nos pusimos a llorar.

En el libro revela una primera relación en la que abusaron psicológicamente de usted. ¿Explicar todo eso era más necesario que conveniente?

Era necesario, pero para mí fue muy doloroso. Cuando escribí sobre los abusos en esa primera relación lloré porque fue muy difícil. En los últimos años lo he hablado con amigos y familia. Más que conveniente, creo que era importante compartirlo. Hubiera sido más recomendable y fácil dejarlo de lado, me hubiera hecho menos vulnerable... En realidad lo incluí porque no se trata sólo de mi historia, sino la de millones de mujeres de las que han abusado en todo el mundo. En mi caso no sólo me silenciaron sino que perdí confianza en mí misma. Un tercio de las mujeres en todo el mundo sufre algún tipo de abusos. Un tercio. ¿Estamos de broma o qué?

Tampoco se queda corta cuando habla de su marido, Bill, con el que tuvo momentos duros porque no eran una pareja de igual a igual. Cuándo leyó lo que usted escribió, ¿cómo reaccionó? ¿Se lo enseñó antes o fue sorpresa sorpresa?

No, no fue sorpresa sorpresa, eso no lo haría. Se lo mostré de antemano. Sobre algunos detalles dijo que tenía que consultarlos con la almohada. Al día siguiente vino y me dijo: “De acuerdo. Todo eso pasó. Y me parece bien que lo expliques”. Para mí era importante hacerlo público. Él era joven y ha madurado. Además, en cualquier matrimonio que va bien y está sano hay momentos de toma y daca, de tensión. Dependiendo de cómo sales airoso de esa tensión, la pareja crece. Tiene que haber ese punto de conflicto y a mí eso no me da miedo.

Hay dos momentos en los que usted se pone seria en casa... una es con el tema de lavar los platos. La otra con lo de llevar a su hija pequeña al colegio.

Sí, decidimos llevarla a un colegio que estaba lejos. Y Bill pensó que tenía que aportar, ayudar, así que se ofreció. Al cabo de unos días, un montón de padres empezaron a hacer lo mismo. El razonamiento de las madres a sus maridos fue: “Bien, si Bill Gates lleva a su hija a la escuela, tú también puedes”.

Lo de lavar los platos...

Ah sí. En su casa, después de las cenas familiares, Bill solía lavar los platos con su hermana mayor. Y yo lo hacía con mis hermanas mayores. Ya casados y con hijos, también lo hacíamos todos juntos… pero justo en el momento en que se lavaba el último plato, todo el mundo desaparecía. Hasta que un día, frustrada, me enfadé y dije: “Nadie se va de la cocina, pero yo sí” y entonces comprendieron que todavía quedaban cosas por hacer. Entre todos se hacía enseguida. Es por eso que es tan importante que se reconozca y se redistribuya el trabajo no remunerado de las mujeres en la casa o donde sea.

Existe esa anécdota en la que Jimmy Carter, el expresidente de EE.UU., explica que su mayor discusión con Rosalyn, su mujer, fue porque escribieron un libro juntos y no se ponían de acuerdo. ¿A ustedes le pasa?

Al principio escribir a cuatro manos era como bailar un rock & roll rápido, pero ahora es como un vals muy bonito (risas). Tuvimos que aprender a bailar juntos, en los últimos años se ha convertido en algo más fácil.

Su fundación trabaja mucho en EE.UU. y denuncia que con la “actual administración” ciertos programas, como la prevención del embarazo en adolescentes, está en peligro...

¿Queremos más desigualdad en nuestro país y en el resto del mundo o no? Si echas para atrás esos programas, estás condenando a mucha gente a una vida sumida en la pobreza. En concreto a muchas mujeres negras. Otro de los planes propuestos por este gobierno es cerrar el grifo de la ayuda internacional. Afortunadamente el presidente propone el presupuesto y el Congreso dispone. Si quitas ayuda internacional, vas a tener más conflictos, sociedades menos pacíficas y prósperas. Eso es lo que está en juego.

En el libro, en la misma página, escribe el nombre O-B-A-M-A, pero no el de TR***. ¿Por qué?

Si he escrito el nombre de Obama es error mío porque quiero que el libro sea lo más intemporal posible. Con George W. Bush trabajamos muy bien en su día. Fue muy bien con Obama. La actual administración acabará en un momento u otro, en dos o seis años. ¿Que si prefiero dos en vez de seis? Sí.

¿Le da alergia decir Trump?

No, no me da, he leído sobre Trump, pronuncio su nombre, veo todo lo que suelta por Twitter. Ahora mismo es lo que hay en los Estados Unidos. Bill y yo creemos que la sabiduría de este país y los valores que propugnamos residen en el Congreso. No compartimos los valores del gobierno actual.

¿Su idea del éxito ha cambiado a lo largo de los años?

No. Y di el discurso de graduación en el instituto y leí un poema de Henri David Thoreau que decía “Para mí el éxito es reír a menudo y amar mucho, ganar el respeto de gente inteligente y la admiración de los niños...”. Eso no ha cambiado.

¿Cuántas vidas necesitaría para cumplir sus sueños sociales?

No lo mido en números. Cuando consigamos que los países con una renta per cápita muy baja alcancen a los de ingresos medios me sentiré más que ­satisfecha. Si eso pasará en lo que me queda de vida, tengo mis dudas. Bill y yo, y todos los socios con los que trabajamos, sentimos que al menos ese es el camino, logrando una mejor vida para mucha gente en todo el mundo.a.

De invisibles a poderosas

Melinda Gates se procupa muy mucho de no compararse nunca con las miles de mujeres que ha conocido en todo el mundo, muy valientes sí, pero acechadas por todos los males posibles. El autoritarismo patriarcal, el trabajo extenuante, la falta de decisión sobre su cuerpo y la pobreza. No lo hace porque enseguida le caen chuzos de punta y lo más bonito que le llaman es “ricacha”. Sin embargo, la filántropa, que ahora añade French , el apellido de soltera, a su nombre cree que todas las mujeres en el planeta, ella incluida, “deben romper la invisibilidad, romper el silencio y hacerse oír en todos los campos posibles”. A mediodía atiende a Magazine en las oficinas de la asociación Live Talks en la Calle Broadway. Acude con una bañera de café y el discurso aprendido, pero va con pies de plomo cuando el nombre del actual presidente de los EE.UU. (nunca lo nombra en el libro) sale a la luz. La Fundación cuenta con sus fondos, notables, y la inestimable ayuda de Warren Buffet, que ha testado en vida a favor de los proyectos de los Gates. Estos han logrado atajar una parte de la pobreza en el mundo, frenado las muertes infantiles por malaria y erradicado la ablación genital en partes de África. ¿Fracasos? Claro. Por la noche, en una conversación mantenida con el célebre músico John Legend en el teatro Aratani de Little Tokyo, en Los Ángeles, Melinda Gates admite que, pese a sus esfuerzos, no se ha conseguido “cambiar el sistema educativo” de los EE.UU.. También se avergüenza de las pocas facilidades que hay en el país a la hora de cogerse permisos paternales. “Necesitamos más mujeres en el Congreso”, grita en modo mitin ante la audiencia, femenina en su mayoría. A la salida del acto, a dos calles del teatro, en pleno centro de la Ciudad de las Estrellas, malviven centenares de vagabundos, algunos caminando como zombies, esclavizados por las drogas. Pobreza extrema en el patio trasero de la propia casa.

Heroínas

En su libro No hay vuelta atrás (en inglés se titula El despegue) Melinda Gates homenajea y da voz a algunas mujeres, y algún hombre, que la ayudaron en su trabajo o le abrieron los ojos.

La señora Bauer. Profesora de matemáticas en el instituto. Logró ordenadores Aple II+ (sí, los de la competencia) y estudió informática en la universidad nocturna para enseñar a las alumnas.

Hans Rosling. Mentor de Melinda, ya fallecido. Su lema: “No basta con ayudar a los marginados a entrar, el triunfo llegará cuando ya no expulsemos a nadie (a la pobreza)”

Meena. Madre indonesia de seis niños que representa la necesidad de la planificación familiar. Ante el miedo de no poder criarlo, le ofreció el más pequeño a la filántropa por si lo quería criar ella.

Sona. Niña de 10 años en Kampur, India. La fundación acudió a colaborar en planificación familiar, pero ella se acercó a los cooperantes y espetó: “Quiero un profesor”. Sin educación, se pasaría la vida recogiendo basura como sus padres.

Kakenya. Niña masái keniana que a los 13 años se enfrentó a su comunidad y se negó a someterse a la ablación genital si eso suponía, como es la tradición, que dejara de estudiar y se casara. Logró una beca en EE.UU., trabajó para la ONU y regresó a su poblado para establecer una escuela y tratar de cambiar las costumbres.

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