Paz Vega "Me gusta poner a prueba mis límites"

Desde que desembarcó en Hollywood hace una década, Paz Vega ha trabajado por afianzar su carrera en la meca del cine, sin olvidar su proyección europea. Ahora, la actriz sevillana de 38 años, madre de tres hijos, vuelve al cine español con un thriller policiaco de Manuel Gómez Pereira.

Hace tiempo que cambió los dejes de su hablar andaluz por los rudimentos de un inglés que le fue ajeno y molesto, pero que ya domina a la perfección. Paz Vega celebra la primera década de su éxodo a la tierra prometida del cine mundial desde su óptica de actriz sin fronteras que, aun afincada en Hollywood, se niega a perder sus raíces españolas y europeas, buscando que la globalidad en la que cree sin dudas juegue a su favor obviando fronteras y cortapisas. Desde que esta sevillana de 38 años, a la que el cine español consideraba un valor seguro, decidió hacer una maleta en la que sueños e ilusiones se mezclaban con camisetas, calcetines y algún traje de marca, han transcurrido años de esfuerzo, empeño y estrategia que, finalmente, han posicionado su marca. Su marido, Orson Salazar, padre de sus tres hijos, maneja con energía el negociado de la actriz, que considera que, desde que emigraron, forman el equipo perfecto, porque, “aparte de ser mi marido, me cuida y es quien supervisa a todos los demás. Trabajamos codo con codo, y él tiene su sitio, y esto es así. Eso de esconder a la pareja yo no lo entiendo, porque es parte de ti y está contigo”.

“En el trabajo sigo igual que cuando empecé: intentando dar lo mejor de mí misma en cada escena. Soy rigurosa y exigente conmigo y con los demás. Hay que aspirar siempre a la excelencia”

“La imagen es importante, pero para mí el glamur tiene que estar sustentado por el saber hacer. Porque si no, es como una caja de regalo vacía. Con un envoltorio bello, pero sin nada más. Y ese engaño nunca puede durar”

“Mis últimos papeles han tenido una gran carga emocional. Me gusta explorar esa parte más visceral del ser humano.
En ese desequilibrio yo encuentro un cierto placer”

uriosa desde siempre, su primera vocación fue el periodismo. Pero su interés por la interpretación estaba ahí, y una serie de afortunadas situaciones la pusieron al frente de una teleserie irrepetible, 7 vidas, que le procuró un baño de popularidad. Así se le abrieron las puertas de un cine taquillero y cómodo, con películas como Al otro lado de la cama, y de otro más profundo y personal. Lucía y el sexo, de Julio Medem, reveló a una intérprete capaz de convertir su espontaneidad en materia fílmica, lo que le valió su primer Goya. Un drama sobre el maltrato de género, Sólo mía, le procuró la segunda candidatura. Apuntalada por la confianza de directores tan dispares como Almodóvar, Vicente Aranda o Martínez Lázaro, pronto avistó que su prodigiosa fotogenia podía tener proyección internacional. Spanglish, en la que interpretaba a la criada hispana de Adam Sandler, con la que este no tenía forma idiomática de entenderse, pero de la que se enamoraba sin remedio, le sirvió para escalar ese primer peldaño, el más dificultoso. Entonces, ella se consideraba algo así como una “turista” en Hollywood. “Era una experiencia muy divertida. Conocía gente, me llevaban a hoteles estupendos y me trataban de fábula”, manifestaba. Tanto que allí se quedó. Desde entonces, se ha codeado con grandes como Samuel L. Jackson, Morgan Freeman o Colin Farrell, sin olvidar que en Francia, Italia o México a menudo se hacen películas quizá menos comerciales, pero artísticamente más interesantes. Y sin descuidar España, donde afirma, rotunda, que no quiere “dejar de estar”. Su retorno lo marca La ignorancia de la sangre, en la que el solvente Manolo Gómez Pereira la sitúa en el centro de una atmosférica trama policiaca. Interpreta a la amante del chandleriano detective Falcón (Juan Diego Botto), proveniente de las novelas de Robert Wilson, que, por su relación con él, ve cómo su familia se desmorona cuando diversas mafias la colocan en el punto de mira.

Hace ya diez años que hizo las maletas rumbo a Hollywood. ¿Cómo le sale el balance?

Positivo. Muy positivo. Si miro atrás, todo lo que me viene a la cabeza son momentos maravillosos. En estos diez últimos años se han hecho realidad muchos de mis sueños, por los que he trabajado duro. Y me han pasado cosas increíbles, tanto profesionalmente como en mi vida personal. He tenido buenas oportunidades para crecer como actriz y como persona. Y he sido madre tres veces. Me siento muy afortunada.

¿Le ha dado más y mejores oportunidades Hollywood o el cine internacional?
Ambos. He tenido la inmensa fortuna de haber sido bien acogida en Hollywood, donde he hecho muchas películas, sin necesidad de abandonar la oportunidad de trabajar en otros países. Esto es algo que pase lo que pase cuidaré. Siempre lo digo, pero es que pienso así: un actor o una actriz deben ir sin dudarlo allá donde haya un buen personaje esperándoles. Vivo en Estados Unidos, pero siempre tengo un pie en Europa, y especialmente en España, donde están mis raíces.

Hace diez años, tras rodar Spanglish, contaba lo mucho que le sorprendía que la reconocieran en Hollywood por la calle. ¿Se ha acostumbrado?
Te acostumbras a todo, aunque yo intento pasar inadvertida para hacer una vida normal, sin sentirme acosada por la mirada de la gente. Para Orson y para mí es muy importante preservar nuestra intimidad y que nuestros hijos tengan unas vidas exactamente iguales a las de los demás niños. Pero tengo que decir que en España, en general, la fama para mí ha sido muy fácil de llevar. Incluso en la Gran Vía de Madrid no me solían parar. Me decían “¡Hola!” y “¿Me firmas un autógrafo?”. Una persona, dos. Aquí es diferente. Tienen otro modo de ver al actor.

¿En qué se diferencia ser artista aquí o allá?

No sabría decirlo, así de entrada. Si lo pienso, creo que no hay grandes diferencias. Quizás estas radiquen en cómo es tratado el artista en los medios. En el alcance que tiene cada paso que da, que se multiplica hasta el infinito. Es muy potente la imagen del artista que llega al público. Hay que esforzarse porque, dentro de las reglas del sistema, llegue auténtica. Lo menos distorsionada posible.

¿Se siente cómoda cuando se la considera una celebridad internacional?
Ni me siento totalmente cómoda, ni me incomoda. Es algo que viene dado. Es consecuencia de trabajar en muchos países y sobre todo de hacerlo en Hollywood. Todo lo que haces aquí tiene una repercusión mundial. Es inevitable; es así.

¿Y cómo es su día a día? ¿A qué le obliga esa consideración?
Mi día a día en el trabajo es el mismo que hace 18 años, cuando empecé. Sigo intentando dar lo mejor de mí misma en cada proyecto, en cada personaje, en cada escena. Soy rigurosa y exigente conmigo, y por tanto, también con los demás. Me gusta poner a prueba mis límites. No hay que conformarse, hay que aspirar siempre a la excelencia, y esto es algo que no se puede olvidar. Lo tengo muy presente.

En la maquinaria de Hollywood, ¿pesa más el talento, el glamur o ambas cosas?
Desde luego lo más importante es el talento. Estoy convencida de que es lo que los estudios buscan y en lo que las producciones se apoyan. Por supuesto que la imagen es importante, pero para mí el glamur tiene que estar sustentado por el “saber hacer”. Porque si no, es como una caja de regalo vacía. Con un envoltorio bonito, pero sin nada dentro. Y ese engaño nunca puede durar y permanecer.

Hace diez años comentaba que allí se sentía algo pueblerina entre comillas, sobre todo por el idioma. ¿Prueba superada?
Lo de pueblerina debió de ser fruto del deslumbramiento del momento, porque ahora no lo veo real. Nunca fue así. Yo nací en una gran ciudad. Aunque cueste creerlo, Sevilla no tiene nada que envidiar a Los Ángeles. Más bien diría que el no saber el idioma hizo que no me adaptara como yo hubiera querido. Ahora que lo hablo, me siento muy cómoda viajando a cualquier lugar del mundo y trabajando en cualquier país. Así que sí. Prueba superada.

¿En algún momento se vio regresando a casa?
¿Por nostalgia? Esa sería la única razón, porque por otro lado no hay motivo para ello. En estos últimos años he trabajado en muchos países, no sólo en Hollywood, y tengo la inmensa fortuna de no tener que renunciar a nada para seguir haciéndolo. Yo nunca dejé mi país, simplemente quise y quiero seguir teniendo la posibilidad de trabajar en otros lugares, aprender y crecer como persona y como actriz.

¿Y en algún momento le pareció que iba todo muy deprisa?
Sí y no. Piensas que va deprisa, pero, por otro lado, también que hay algo que está por llegar. La realidad es que las cosas tienen su ritmo y no se le debe poner más velocidad al tren porque no puede correr más. Y de vez en cuando hay que parar, olvidar internet, dejar morir la batería del móvil y descansar. Siempre hay que poder elegir si se quiere estar presente o incomunicado en algún momento.

¿Es usted mitómana?
Todo el mundo tiene sus mitos. Por ejemplo, el hecho de participar en la película sobre Gracia de Mónaco fue una experiencia preciosa. Aunque también una carga de responsabilidad importante, porque Maria Callas, el personaje que interpreté, es de esos seres casi intocables que están en la memoria de todos. Lo afronté con el respeto y la admiración más absolutos. Los que siento hacia ella.

Tiene una carrera envidiable por variada y a las órdenes de directores muy dispares: de los Taviani a James L. Brooks; de los modernos Albacete y Menkes a Vicente Aranda o Pedro Almodóvar. ¿Qué le han aportado todos ellos?
De todos he aprendido una barbaridad. Es el camino del actor; el del aprendizaje que nunca se acaba. Todos y cada uno de ellos han sacado de mí momentos, sentimientos, emociones que ni yo misma sabía que estaban ahí. Que no sabía que podía mostrar. Y de todos y cada uno de ellos guardo recuerdos de instantes preciosos. Imborrables.

¿Julio Medem y el Goya que vino de su mano, por su trabajo en Lucía y el sexo, merecen capítulo aparte?
A Julio le tengo mucho cariño y le estaré eternamente agradecida por regalarme aquel personaje tan “lleno de luz”, como él decía, que fue Lucía. Con él aprendí mucho en un momento en el que apenas ­sabía nada. Es muy importante que, cuando no has explorado todavía tus posibilidades, cuando sabes que quizá algo hay, pero no sabes qué, llegue alguien que derrumbe las barreras. Confió en mí, y yo confié en él. ¡Con los ojos cerrados me embarcaría en otro proyecto con él!

Vuelve ahora al cine español con una película de altura y alcance ¿Satisfecha?
¡Y tanto! La experiencia ha sido increíble. Me ha permitido ponerme a las órdenes de Manuel Gómez Pereira, director con el que desde hacía tiempo quería trabajar. Y encima he tenido unos compañeros de reparto maravillosos, como Juan Diego Botto, al que admiro y que ha sido un gran compañero de aventura, y mi querido Alberto San Juan. Y volver a rodar en Sevilla. El reencuentro ha sido especialmente emocionante, nostálgico y a la vez excitante. Ha sido todo un lujo. Me siento muy afortunada de formar parte de este proyecto. Al lado de ese comisario Falcón que se ha convertido en referencia del policiaco moderno. El reencuentro con el cine que se está haciendo en España ha merecido la pena. No rodaba aquí desde hace tiempo, salvo por mi participación en Los amantes pasajeros con Almodóvar.

¿Es el thriller dramático uno de sus géneros favoritos?
Y de todo el mundo, creo. El thriller es un género que tiene unas determinadas características, como la tensión, el suspense, el misterio, a los que nadie se puede resistir. Y en este caso también hay un componente dramático importante que viene dado por la desaparición de un niño. Lo maravilloso de estas películas de género es contar con un director capaz de equilibrar todos estos elementos y de llevarte por terrenos desconocidos e inquietantes. Ahí está la maestría.

Alguna vez ha comentado que es usted “desgarrada, muy tremenda, y muy intensa”. ¿Es usted “carne de drama”, aunque se le dé bien la comedia?
Me siento cómoda en los dos registros. Al principio hice muchas comedias y disfrutaba mucho. Pero últimamente todo lo que estoy haciendo son dramas o personajes con mucha carga emocional. Y la verdad es que me gusta explorar ese parte del ser humano más visceral y contradictoria donde los sentimientos se muestran tal y como son, llevándome a veces a terrenos muy inestables.

 

 

¿No le da miedo hurgar en lugares quizá demasiado profundos de su interior?
No. De hecho, en ese desequilibrio yo encuentro un cierto placer.

¿Cómo concilia su carrera y su vida familiar, eso que tanto quebradero de cabeza provoca?
La verdad, no creo que haya muchas diferencias con cualquier otra familia en la que trabaja el padre y la madre y en la que hay hijos de los que ocuparse. Para la conciliación hace falta mucha dedicación, mucho sacrificio y por supuesto dosis infinitas de amor. Amor a mi familia y también a mi trabajo.

Cuando mira atrás y recuerda aquel primer día de rodaje de la serie televisiva 7 vidas, ¿qué sensación le corre por el ­cuerpo?
Nunca me cansaré de agradecer a Luis San Narciso y a Daniel Écija la oportunidad que me brindaron dándome el personaje de Laura en aquella serie. Tener de compañeros y a la vez maestros a Amparo Baró, Javier Cámara, Toni Cantó y Blanca Portillo es algo que sólo te pasa una vez en la vida. Si me remonto a aquel tiempo, me entra una nostalgia infinita. Lo veo lejano, porque hay que ver la de cosas que me han pasado después, pero a la vez es algo cercano, entrañable, maravilloso... ¡Cómo lo disfruté!

Teniendo en cuenta el momento por el que atraviesa el colectivo de actores en nuestro país, con altísimos índices de paro..., ¿recomienda usted a los que ahora sufren dificultades profesionales que hagan la maleta y sigan sus pasos? Porque trabajo no le falta…
Pues no lo sé. Esa es una decisión muy personal. Al margen de la actual situación que está viviendo nuestro país, yo soy de la opinión de que viajar y trabajar en otros lugares es algo que nos enriquece, hace que crezcamos espiritualmente y sobre todo nos hace más tolerantes y más abiertos. Y no sólo hablo de los actores, hablo de cualquier profesión. Cada uno se traza su propia meta en la vida, y no importa dónde se encuentre esa meta, lo importante es dar lo mejor durante el camino y disfrutar de cada una de las etapas conseguidas.