"Sólo me siento joven cuando escribo”

Philip Roth

El escritor estadounidense Philip Roth, fallecido en Nueva York a los 85 años y una de las grandes figuras literarias norteamericanas del último tercio del siglo XX y principios de este, fue entrevistado en abril de 2010 por Xavi Ayén para Magazine, con motivo de su libro 'La humillación'. En ella, el autor desgranaba algunos de los temas recurrentes en su obra y de sus obsesiones.

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Unos calcetines verdes. Es lo primero que destaca en el hombre mayor y espigado que abre la puerta de su luminoso apartamento de Manhattan y que, con gestos elegantes, conduce a sus invitados hasta el salón. No se pondrá los zapatos ni siquiera al salir al balcón para hacerse unas fotos. Es Philip Roth, para algunos el mayor escritor norteamericano vivo. En la mesa del salón, descansa un CD de Brahms

–Cuarteto de primavera, opus 51–, pero el primer impacto de esta residencia cercana a Central Park son las vistas espectaculares de los rascacielos neoyorquinos.

“En estos libros míos hay siempre un enemigo acechando a los personajes, catástrofes imprevistas”

Desde el sofá donde se sienta se ve su dormitorio, porque se ha dejado la puerta corredera abierta: la cama está hecha, todo aparece muy ordenado, con una decoración minimalista y el blanco y el negro como colores dominantes. “Guardo todos mis libros y objetos personales en mi casa de campo en Connecticut, donde vivo los meses calurosos del año”, explica. La cocina es americana, y hay unas teteras en los fogones, junto a unos cacharros medio usados. En la pared, un gran plano de Newark –su ciudad– del año 1933, el de su nacimiento. En los estantes, reposan dos fotos de fuerte valor sentimental: Philip Roth cuando era soldado del ejército estadounidense (“estuve un año”), y de niño, abrazado por su padre, sonriente, durante unas vacaciones de verano.

Su nueva novela, La humillación (editada por Mondadori en castellano, La Magrana en catalán), habla de la crisis creativa, de la depresión, y ofrece perturbadoras escenas de sexo sin tabúes. Con el morbo añadido de saber que, como siempre, las ficciones de Roth son altamente autobiográficas.

¿Qué es este nuevo libro suyo?

Hace unos años, me contaron el caso real de un gran actor que había perdido de golpe sus habilidades interpretativas. Me intrigó esa idea, y me puse a escribir. Y así empieza el libro: con un actor que ha perdido su magia. Encima, su mujer le abandona, lo que, tras ser internado por depresión, le abrirá la puerta a otras aventuras sexuales.

Este es el tercer libro de un cuarteto temático, junto con Elegía e ­Indignación...

Solamente quería escribir una serie de libros cortos, pero no preví que iban a tener tanta semejanza en el tema. En todos aparece la muerte, ya se puede imaginar el porqué. He acabado el cuarto, se titula Némesis, una palabra que podría funcionar como el nexo común a los cuatro libros. Némesis era la diosa griega de la justicia retributiva, la venganza y la fortuna, sanciona la desmesura y no permite que los hombres sean demasiado afortunados, va compensando los éxitos con fracasos; es una palabra que se utiliza también con el significado de enemigo al que nos enfrentamos y que nos supone un reto. Y en estos libros míos hay siempre un enemigo acechando a los personajes, catástrofes imprevistas.

“Cuando escribo no aprendo nada sobre la vida, pero aprendo cómo escribir ese tipo de historia de un modo eficaz y verosímil”

¿Es también un ciclo sobre la vejez?

¿Sobre el deterioro físico? No, porque Indignación y Némesis no hablan de la decadencia del cuerpo. En Indignación hay un hombre joven que se enfrenta a la muerte, y en Némesis hay jóvenes enfermos de poliomielitis. En La humillación, Simon Axler, el actor, está deprimido y hace inventario de sus defectos porque no es capaz de salir de ahí.

Cuando tenía 35 años ya le preocupaba la idea de la muerte, ¿no?

Sí, entonces me dije: “Estás muy lejos de eso. Preocúpate cuando llegues a los 70”. Y aquí estamos.

Si en Sale el espectro, su mítico álter ego, Zuckerman, no puede hacer el amor por razones físicas, aquí, el sexo es una vía de escape para Simon.

Es una vía de placer, sobre todo. Si comparamos ambos libros, este es sobre alguien que vive la agonía de perder su vocación, mientras que Zuckerman sufrió cirugía prostática, con serias consecuencias, pues se quedó a la vez incontinente e impotente. Ese es un tipo de pérdida. En cambio, Simon mantiene la actividad sexual, pero pierde otra cosa: su oficio, un oficio que llenaba su vida y le definía.

Su personaje es un artista que ya no puede seguir creando. Es actor, pero podría ser escritor. ¿Siente usted limitaciones como escritor?

¿Yo? ¡Cada día! Esto no es nada fácil. Escribir, para mí, es una lucha, algo duro, me cuesta, muchas de las sensaciones del personaje son las mías, aunque en toda mi vida jamás he llegado al punto en el que está él, yo jamás he parado de escribir. Esa es la diferencia, que no es pequeña: nunca me he enfrentado al vacío o al bloqueo… todavía. Es la pesadilla de cualquiera que se dedique a esto, y también la mía. Pero, puestos a ser positivos, hacerme viejo me da, como escritor, una perspectiva histórica, es decir, puedo ver cosas que no veía cuando tenía 30 o 40 años. Veo mi propio pasado con claridad. A mi edad la gente pierde la memoria a corto plazo e incluso olvida palabras. Y, ciertamente, eso es algo que me sucede en la vida cotidiana, pero jamás cuando escribo. Es milagroso, pero me concentro tanto que todas las distracciones desaparecen. Solamente me siento joven cuando escribo.

Simon ingresa en un psiquiátrico, donde le someten a terapia con escaso éxito. Usted estuvo también en un centro psiquiátrico cuando se sintió cerca del suicidio. ¿Se debe concluir que, para recuperarse de un mal trago, es mejor una novia que otra cosa?

No es una mala experiencia la del hospital, no quise criticar las terapias antidepresión sino mostrar lo lento de estos procesos. Ya veo por dónde va la pregunta, pero diría que, para vencer la depresión, no es necesariamente mejor una cosa que otra. Tener al alcance de uno a la pareja nunca perjudica, parece ser que incluso sin depresión.

“¿Que si prefiero leer los últimos diez premios Pulitzer o los últimos diez premios Nobel? Esa pregunta es muy fácil: ¡ninguno de ellos!”

¿Actuar en una obra de teatro es como escribir?

Ambas cosas son actuaciones. Escribir es una interpretación, te metes en un papel, no lo haces ante un público sentado que te mira mientras escribes, pero requiere la misma concentración y estado de ánimo, salir de uno mismo y meterse en la piel de otros. El actor de mi libro actuaba por instinto, pero ahora piensa demasiado, todo lo analiza e interpreta, y eso le paraliza, ha matado su espontaneidad.

¿Usted escribe por instinto o es un proceso más cerebral?

Ambas cosas. Empiezo siempre por instinto, espontáneamente, me pongo a seguir una historia que me ha seducido y, a medida que avanzo, noto como dentro de mí se activa la imaginación, el cerebro piensa, pero siempre después del chispazo instintivo.

En la novela hay sexo explícito y no demasiado convencional: lesbianas que se enamoran de hombres, cambios de sexo, tríos… ¿Qué papel tiene el sexo en esta obra?

No surgió así inicialmente, todos esos episodios del último capítulo... Para mí, lo que es central en la trama es el extraño juego al que se entregan ellos dos como pareja. Ambos vienen de haber vivido un momento personal dramático que ha revolucionado su vida cotidiana. Ella, además, era lesbiana y nunca antes había estado con un hombre como él, tan mayor. Él no sabe si va recuperar su talento y está saliendo de una depresión. Aquí el sexo es el desencadenante de una serie de cosas. Él lo utiliza para llevar la relación a su lado más perverso, con el fin de domesticarla y tener una relación convencional. Pero no le sale bien, y la humillación del título es la que él sufre por los desplantes de la muchacha. Coquetear con un hombre mayor puede ser una forma perfecta de humillarlo. El amor y la lujuria son tan maravillosos como peligrosos, pues su naturaleza es obsesiva y restrictiva.

John Updike dijo que veía demasiado Philip Roth en los personajes de sus libros. ¿Está de acuerdo con la etiqueta que le cuelgan de ficción autobiográfica?

No del todo. Introduzco elementos autobiográficos en mi ficción, cierto, pero incluso cuando empiezo un libro a partir de elementos exclusivos de mi vida, en el desarrollo siempre surgen cosas nuevas, la historia se transforma en otra cosa.

Escribe sobre affaires de gente mayor con chicas jóvenes. ¿Qué le fascina de este tipo de relaciones, también tan autobiográficas?

Que sucedan. Porque suceden, según constato en mi papel de observador de la realidad. Eso me interesa como narrador: ver qué atrae al uno y al otro.

¿Y aprende algo al escribir, sobre estos temas u otros?

¿Cuando escribo? No, no aprendo nada sobre la vida, pero sí aprendo algo muy valioso: cómo escribir ese tipo de historia de un modo eficaz y verosímil. Aprendo cómo ocuparme de ese tema de una manera literaria, cómo tratarlo y ordenarlo, cómo darle sentido. Por ejemplo, hay millones de parejas que viven juntas pero que son infelices. Pues convertir la vida de los matrimonios en material literario ha sido uno de mis trabajos.

¿Le gustan las cinco películas que se han hecho sobre sus libros?

¿Cinco? A ver… Se han filmado Complicidad sexual –de 1969, basada en Goodbye, Columbus–, El lamento de Portnoy (1972), El escritor fantasma (1984, para televisión), La mancha humana (2003) y Elegy (2008), de Isabel Coixet, que en realidad está basada en El animal moribundo y crea confusión porque en español han traducido otro libro mío, Everyman (cada hombre) como Elegía. Lo de Coixet fue un cambio de título realmente estúpido, sólo se me ocurre como razón que tuvieran miedo de que la palabra moribundo fuera poco comercial…

¿Cuál es la peor?

¿La peor? Bueno, eso es difícil de decir… Me resulta más fácil constatar que el mejor filme, sin duda, fue el de Goodbye, Columbus, la trama está muy bien llevada, y hay actuaciones memorables de los actores, como Richard Benjamin y Ali MacGraw. Las otras películas no son buenas.

¿Qué va a escribir tras Némesis?

No lo sé. ¿Alguna idea?

Hombre, así de pronto…

Antes mi cantera de temas era enorme, pero con 30 libros publicados me pregunto cuántas historias me deben de quedar por explicar. No sé yo si es un buen negocio esto de hacerse mayor…

¿Cómo es un día normal en su vida?

Desayuno y me voy a la piscina, a un gimnasio que hay aquí en la calle 59. Nado al menos cinco días a la semana. Salgo de la piscina, me seco, me visto, y a las diez y media ya estoy de vuelta aquí, ante mi escritorio, y empiezo a trabajar, un par de horas, hasta la hora de comer. Como, leyendo el periódico. Después, trabajo dos horas más, hasta las cuatro. Luego salgo a dar un paseo, pienso cosas mientras camino, vuelvo a casa… Vaya, me estoy dando cuenta de que mi vida suena muy aburrida, ¿no? No sé si parecerá una buena vida a sus lectores. Bueno, tras el paseo vuelvo a casa, miro las noticias en la televisión durante una hora. Y por las noches salgo con amigos, voy al cine, a cenar o a un concierto, pero siempre paso al menos tres noches a la semana en casa. ¿Qué más? Duermo muy bien y veo béisbol, me encanta ver los partidos de béisbol por la tele. Todo esto cambia radicalmente cuando estoy viviendo en mi casa de campo, a la que me traslado cada mes de mayo, con la llegada del calor, y que abandono en octubre para volver aquí a Nueva York. Allí vivo totalmente aislado, no hay gente, no hay nadie, no hay sitios adonde ir, así que trabajo más horas.

¿Qué son esos libros sobre deportes que tiene en aquella mesa?

Son sobre lanzamiento de disco, de jabalina, submarinismo… cosas que aparecen en Némesis, la novela sobre una epidemia de poliomielitis que se desarrolló durante el verano de 1944 en mi ciudad, Newark. Explico cómo afectó al vecindario. Hay una cancha de deportes, con pista de atletismo, y el protagonista del libro es el joven que la dirige. La epidemia va afectando a los chicos, deportistas aficionados. Él abandona su puesto y se va a un campamento de verano para niños, donde es el instructor de natación y submarinismo. Así que he tenido que investigar sobre la naturaleza de los deportes que enseña.

¿Es verdad que usted ha predicho el fin de la novela en tan sólo 25 años?

Bueno, mi profecía, exactamente, es que los lectores de novelas se van a reducir muy notablemente en 25 años, como si una epidemia los fuera matando. Y la lectura va a caer en picado. Está todo listo para que ese cambio se produzca de modo inevitable. Lo observo cada día, en los detalles de la vida cotidiana, incluso en mí mismo. Leer novelas será una especie de culto minoritario, como una secta distinguida.

¿Por qué?

Mire sus bolsillos: ¿cuántos gadgets lleva? ¿Cuántos dispositivos electrónicos? ¿Cuánto tiempo les dedica? Vivimos la era de las pantallas…

Bueno, también hay los e-books…

Sí, pero las pantallas de su e-book le van a permitir muchas otras opciones que van más allá de descargarse una novela. Y las otras opciones van a ser más espectaculares. Cuantos más dispositivos salen, más llamativos son. La concentración necesaria para leer una novela se da en unas circunstancias que no son las de la vida de hoy. Es la era de los artefactos electrónicos.

Su productividad como escritor se ha incrementado: publica casi un libro cada año…

Nooo, bueno, sí, pero son libritos muy cortos. Es una cuestión de tamaño. Tengo el mismo ritmo productivo que antes, siempre he escrito de manera apremiante. Cuando empiezo un libro, trabajo en él todos los días de la semana. Mi amigo Saul Bellow me decía que ningún escritor debería morir mientras tuviese un libro entre manos. Ojalá tenga razón...

Sigue recibiendo críticas de las feministas...

¿Aún siguen?

En internet, una reseñista se refería a usted como “el gran macho novelista”.

¿Dónde ha visto eso? ¿Gran macho novelista? Ah, pues está bien, no me suena mal.

¿Cuáles han sido sus mayores errores como escritor?

De 1962 a 1967 no pude escribir. En esos cinco años empecé varios libros que jamás acabé, podría usted llamarlo error, pero por otro lado era muy joven y estuve probando diferentes ton+os y modalidades, iba encontrando mi voz como escritor. Así que mis errores fueron muy útiles. Pasaba meses leyéndome y exclamando: “¡Esto está mal! ¿Pero por qué?”. Al final empecé a usar un truco que aún me resulta práctico: pienso en lo que escribo como si fuera algo que realmente ha sucedido y, para hacerlo creíble, me pregunto: “¿Esto cómo sucedió? Intenta recordar…”. Y así me sale.

¿Lo mismo le sucede en la vida? ¿Da gracias a sus errores?

Aprender es bueno. Si no fuera por mis equivocaciones, seguiría en el porche de la casa donde crecí.

Como lector, ¿qué prefiere leer, los últimos diez premios Pulitzer o los últimos diez premios Nobel?

Esa pregunta es muy fácil: ¡ninguno de ellos!

¿Cómo le sienta ser eterno candidato al Nobel?

No espero nada de la Academia Sueca. Y ellos, cada año, satisfacen mis expectativas.

¿Le molestaron los comentarios despectivos de Horace Engdahl, el dimitido secretario de la Academia Sueca, sobre usted y la literatura norteamericana?

No comento eso. Pero la literatura de EE.UU. es la más fuerte del mundo. Mire mi generación: Ed Doctorow, Reynolds Price, Joyce Carol Oates, Toni Morrison… Son bastante buenos, ¿verdad? Y acabamos de perder a tres gigantes: Saul Bellow, Norman Mailer y John Updike. Todos son nombres de primera fila. No todos los países tienen eso.

¿Qué está leyendo?

He acabado Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, a quien precisamente le dieron el Nobel pero nunca pudo recibirlo. Hay una serie de libros que quiero releer antes de morirme, y ahora he empezado uno de ellos, los Cuentos de Canterbury, de finales del siglo XIV; yo estudié inglés antiguo en la universidad para poder leer ese libro. Ahora he olvidado lo que aprendí y lo releo en una traducción al inglés moderno, y me estoy dando cuenta de la cantidad de cosas que me perdí por mis defectuosos conocimientos lingüísticos. Me he hecho una lista de autores que voy a releer antes de irme de este mundo, que incluye a Dostoyevski, Faulkner, Turguenev o Conrad.

¿No lee a escritores vivos?

Sí, a mi amigo Don DeLillo, y a Salman Rushdie.

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