"No quiero perder el tiempo con actitudes de diva”

Renée Fleming

A sus 58 años, la soprano estadounidense Renée Fleming es una de las grandes damas de la lírica actual, después de tres décadas de conciertos en los mejores escenarios. Pero su éxito en la ópera no le impide alejarse del estereotipo de la diva y experimentar con otros estilos, como el jazz de sus inicios o el pop, por ejemplo versionando a Björk en su último disco.

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Desde que hace treinta años crítica y público la elevaron a los altares tras escuchar su Condesa en Las bodas de Fígaro, Renée Fleming ha participado en más de cincuenta montajes operísticos, en los que su instrumento ha brillado con excepcionalidad. Del Metropolitan de Nueva York hasta la Scala de Milán, el Colón de Buenos Aires o el Liceu barcelonés donde, recuerda, su legión de seguidores la esperó a la salida del teatro, con el entusiasmo que parece reservado a las estrellas del pop. Este territorio, junto con el jazz, no le es ajeno y le ha permitido arriesgarse a realizar versiones de Red Hot Chili Peppers, Arcade Fire o Björk, eje central de su último álbum, Distant Light.

Estos días prepara su debut en Broadway como cabecera de cartel del musical Carousel. También asesora a varias entidades, apoyando la puesta en escena de óperas de autores jóvenes y a menudo noveles. Y hasta le queda tiempo para impartir clases magistrales en las que, por ejemplo, explica el valor que para un cantante tiene el uso de una pajita de tomar refrescos para preparar la voz. Todo ello, tras una larga gira internacional en la que ha mostrado de nuevo su admiración por Mozart y Strauss: es considerada la mejor intérprete actual de su repertorio para recitales.

¿Tiene la impresión de que si hubiera conocido a Strauss hubiese formado con él la pareja perfecta?

(Risas) Pues probablemente así es, y que no se enfade nadie. Él estaba casado con una soprano, Pauline de Ahna. Creo que lo que escribió para soprano tiene que ver con su amor por ella, por eso compuso óperas como Arabella, Capriccio y El caballero de la rosa, centrales en mi carrera y notables por la autoridad de los personajes femeninos. Ese amor por su esposa nos ha dejado un espléndido legado a las que hemos venido detrás. Así que creo que nos hubiéramos llevado bien.

Pero le habría sido infiel con Mozart…

¡Inevitablemente! (risas). Hablando en serio, mi apasionamiento por ellos es también una cuestión de acomodo vocal. A pesar de ser diferentes, hay una pureza en su línea como compositores que admiro y que me permite pasar de uno a otro con total naturalidad.

“La música es eficaz en casos de autismo, dolor crónico, estrés postraumático, parkinson o alzheimer y alivia las preocupaciones, lo que tiene hoy un valor incalculable”

En su último trabajo, Distant Light, ha viajado a Escandinavia en busca de nuevos sonidos, incluyendo varias composiciones de Björk. ¿Es dura la vida del artista que no se acomoda?

Para mí, esa “lejana luz” a la que se refiere el título del disco evoca estados emocionales y sentimientos como la nostalgia, el anhelo o la incertidumbre. Hemos grabado la mayor parte del disco en directo, en el Stockholm Concert Hall. Se perciben diferentes enfoques acústicos en las piezas de Hillborg y en las canciones de Björk que, aunque se ha desarrollado en la música popular, tiene un poso clásico que facilita que se pueda adaptar a una orquesta sinfónica. Creo que ha salido un disco cuanto menos original.

¿Es difícil dar a cada trabajo nuevo su propia personalidad?

Eso está ahí, pero no me resulta prioritario. Mi meta está en intentar ser estilísticamente apropiada para cualquier pieza que elija interpretar y esforzarme en aportarle, además de mi voz, mi sensibilidad personal. Como tengo gustos musicales muy amplios, aumentan las posibilidades de divertirme y disfrutar de lo que hago porque me atraen estilos muy diferentes: el jazz, el blues, el pop…

Habla de disfrutar con la música. ¿Es buena compañera en estos tiempos tan complejos?

Estoy convencida del poder de la música para mejorar nuestro mundo, nuestro entorno y nuestras vidas diarias. Durante el año pasado estuve ayudando en EE.UU. a crear en el National Institute of Health, en colaboración con el John Kennedy Center para las artes escénicas, un programa al que hemos llamado Sound Health. En él han participado importantes neurocientíficos, terapeutas musicales e investigadores que han examinado la intersección entre música, ciencia y salud. La música es eficaz en casos de autismo, traumatismo craneoencefálico, estrés postraumático, dolor crónico, alzheimer y parkinson. Pero además es indudable que nos hace más digeribles las preocupaciones del día a día, lo que tiene un valor incalculable en este momento.

En plena crisis de valores no sólo económicos, también éticos, ¿vislumbra un futuro esperanzador?

Absolutamente. Y en la recuperación tenemos mucho que aportar quienes nos dedicamos a la música, a la cultura y a las artes en general porque eso es lo que nos recuerda nuestra humanidad; la que compartimos a través de vivencias comunes. La experiencia de participar en la manifestación de la belleza es una de las más importantes y emocionantes. En ese momento de comunión entre seres humanos de distintas lenguas, nacionalidades y costumbres escuchando a Strauss en un auditorio hay un fragmento de esperanza para todos nosotros.

¿Piensa que las dificultades están siendo utilizadas para ajustar o poner límites a la filosofía, el pensamiento y la creación artística?

Siempre que hay desafíos económicos, las artes están bajo amenaza. Siempre son la primera víctima del hacha de los recortes. Pero aun así, con esa fragilidad, la rueda del arte no para y están ocurriendo cosas muy excitantes en la música hoy en día, especialmente por la riqueza de compositores jóvenes con voces frescas y diferentes.

Sus padres son profesores de música. ¿Habrá un componente genético en su amor por ella?

Creo de veras que el amor por la música es genético, pero no está sólo en mis genes; está en los de todos. Nos integra y hay voces de científicos que apuntan que la música podría haber precedido al lenguaje en la evolución humana. Gracias a mis padres, la música era como oxígeno en nuestro hogar cuando yo estaba creciendo. Cantábamos en todas partes, en casa, en el coche, en la iglesia. Pero además me hicieron entender la importancia del trabajo duro y de la concentración cuando se quiere lograr un objetivo. Como ambos fueron profesionales, yo crecí sabiendo que una mujer puede tener una carrera gratificante sin renunciar a la familia. Eso, como se demuestra cada día, es imprescindible a la hora de entender la igualdad como natural, no como algo que se nos permite o se nos regala.

¿Esa concentración y ese tesón son parte del secreto de una carrera tan sólida como la suya?

No sé de secretos, la verdad. Además de esa iniciación que recibí de mis padres y de la formación que obtuve en las escuelas públicas en las que me eduqué he sido afortunada de tener los ejemplos y la dirección de mentores como Leontyne Price o Marilyn Horne, que me enseñaron como ser lo que quería: una cantante americana que entronca con la larga tradición europea del canto clásico. Pero he sido rebelde y he escuchado a mi propia voz y le he hecho caso. Existía la creencia cuando empecé de que una soprano debía cantar el repertorio central italiano (Tosca, Madama Butterfly) para tener éxito real. Pero Mozart, Strauss y Massenet se adaptaban mejor a mi voz, y estoy contenta de haber respetado eso. A veces hay que escaparse y no ofrecer lo que esperan de nosotros.

El director Georg Solti la comparó con Renata Tebaldi…

Y me sentí increíblemente honrada. Es una leyenda, pero mi favorita es Victoria de los Ángeles. Amo la belleza, la dulzura y la elegancia de su voz desde la primera vez que la escuché.

Superados los años de formación, ¿qué ha aprendido por sí misma en el camino?

Con los años estoy mucho más cómoda en el escenario. Soy por naturaleza algo tímida, y cantar en clubs de jazz cuando estaba en la universidad fue una gran ayuda, porque no tuve otra opción más que desarrollar la capacidad de comentar para llevar al público conmigo de canción a canción. Pienso que por todo eso amo el personaje de Tatiana en Eugene Onegin; me veo muy reflejada en ella. Empieza siendo una chica joven estudiosa, con miedo de expresar sus sentimientos, y llega a ser una mujer fuerte de firmes principios.

Si no se hubiera dedicado a la música, ¿hacia dónde habría dirigido sus pasos?

Hacia los negocios. Estoy fascinada por el emprendimiento y la creación de una empresa exitosa. No se me da mal…

¿Qué lugar otorga a sus experiencias con el jazz o el pop?

Siempre han sido parte de mi ADN musical. De hecho, hubo un tiempo en la universidad que pensé que me convertiría en una cantante de jazz, que tanto se diferencia de la lírica, para empezar, por el uso del micrófono, que le da un enfoque más íntimo, y la tesitura, que es inferior. Para entendernos: se utiliza sólo una parte del instrumento. Cuando incursiono en estos ámbitos, mi voz es mucho más parecida a la que tengo cuando hablo.

Parece dispuesta a abandonar algunas de las heroínas que la han acompañado en su vida profesional. ¿A cuáles echará más de menos: a las damas con carácter o a las románticas?

Es verdad que ya me he despedido de la Mariscala de El caballero de la rosa, que es el papel de mi vida, porque considero que no debo revisarlo más. Pero estoy ansiosa porque lleguen otros, y especialmente por la obra de nuevos compositores. Me gustan las mujeres complejas que se esfuerzan en decidir el curso de sus propias vidas. Gran parte del repertorio estándar para la soprano lírica consiste en mujeres víctimas que son aplastadas por fuerzas más allá de su control…

“Yo crecí sabiendo que una mujer puede tener una carrera gratificante sin renunciar a la familia; la igualdad es natural, no algo que se nos permite o se nos regala”

Antes hablaba de la igualdad entre géneros. ¿No es cierto que en la ópera salen ustedes beneficiadas?

En general, sí; hay más papeles femeninos y son más largos. Pero no es notable la diferencia; depende de las historias. Y para compensar, como la mayoría de los libretos han sido escritos por hombres, eso afecta directamente a la manera en la que las mujeres somos retratadas. Me alegraría ver más mujeres compositoras, libretistas y directoras de orquesta, la verdad.

¿Los años de las divas caprichosas han quedado atrás?

En su momento, ese concepto se origina como algo positivo, ya que el público experimentaba “algo divino” cuando las veía actuar. Con el paso del tiempo, el término se asoció al estereotipo del comportamiento de la prima donna: ego hinchado, demandas irrazonables, berrinches. Era tan habitual, que hasta se la caricaturizó en los cómics de Tintín, en el personaje de la Castafiore, a la que di voz en la película de Spielberg. Tal y como están las cosas, no estamos para perder el tiempo con comportamientos de diva, pero creo que una parte del público espera eso; que las estrellas del canto, tanto hombres como mujeres, se comporten fuera del escenario igual que encima de él.

Se acerca a una nueva década en su vida que ha marcado, a menudo, el momento de grandes cambios profesionales para las sopranos. ¿Cómo lo encara?

Con tranquilidad. La agenda está más llena de recitales y conciertos que nunca. En pocos meses voy a debutar en Broadway y a participar en el thriller Bel canto, sobre una soprano secuestrada que interpretará Julianne Moore con mi voz a la hora de cantar. Y, por supuesto, intento dar clases magistrales allá donde actúo, si las solicitan.

¿Qué le gusta trasmitir en ellas?

Encuentro que hay una gran necesidad entre jóvenes cantantes de una guía técnica real en los fundamentos del buen canto: apoyo en la respiración, colocación de la voz, registro. Y posteriormente discutimos sobre estilos, dicción...

¿Cuándo se dio cuenta de que no podía vivir sin la música?

Lo supe siempre, aunque fuera de modo inconsciente. Cantar forma parte de mí: es mi pasión. Está en mi naturaleza como el respirar, y lo estará siempre, aunque llegue el momento en que ya sólo pueda tararear.

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