“La ciudad es una bella invención”

Renzo Piano

Uno de los magos de la arquitectura contemporánea y senador vitalicio en Italia está empeñado en un proyecto de rehabilitación de las periferias urbanas. A ello dedica su salario como parlamentario. Cree que la arquitectura también es política y que la búsqueda de la belleza mejorará el mundo, gota a gota, con el compromiso de todos.

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Renzo Piano da detalle de un plano en el laboratorio de ideas que ha montado en una sala del palacio Giustiniani de Roma

La habitación G124 del palacio Giustiniani, en el centro de Roma, ha sido transformada en un singular laboratorio de arquitectura y urbanismo. Renzo Piano (Génova, 1937), nombrado senador vitalicio en agosto del 2013 por el presidente Giorgio Napolitano, retiró los muebles, hizo montar una mesa redonda de tres metros de diámetro y cubrió las tapizadas paredes con paneles para pegar planos, fotos y esbozos. Una metamorfosis total en una estancia noble de un edificio del siglo XVI.

Piano dedica su salario íntegro como parlamentario a pagar a varios jóvenes arquitectos –con contrato anual y que van relevándose– para elaborar proyectos “de remiendo” de las deterioradas periferias de las ciudades italianas. El proyecto, bautizado G124, ofrece las ideas pero no las lleva a la práctica por falta de recursos y para evitar la colisión de intereses. Corresponde a los municipios asumirlas y realizarlas, si las ven convenientes. “Queremos mantener la independencia y la libertad”, insiste el célebre arquitecto en una sesión de trabajo, con una veintena de participantes, a la que asiste Magazine. No aceptan donaciones ni patrocinios. “La regla de oro es no deber nada a nadie”, agrega Piano.

La idea que obsesiona al arquitecto genovés es que las periferias, asociadas a fealdad y conflicto, sean rehabilitadas. “Las periferias están llenas de problemas, lo sabemos todos, pero también llenas de orgullo, de energía positiva e incluso de belleza”, explica Piano a los presentes, entre los que se encuentra su amigo el arquitecto británico Richard Rogers, con quien diseñó el Centro Pompidou de París. Piano cree en las mejoras aisladas, en las “obras ligeras” que no obliguen al éxodo de la población, más que en el derribo y la construcción de nuevos barrios.

La sesión de trabajo del G124, dedicada a un proyecto en el barrio multiétnico milanés de Giambellino, se convierte en una clase magistral y en un manifiesto. “Todos los cretinos que dicen que para resolver el problema de las periferias hay que demoler no han entendido nada –sostiene Piano–. Las periferias se hicieron sin afecto, sí, pero la gente las ha adoptado y tiene sentido de pertenencia. Hay que transformarlas, mejorarlas”. Luego resume su filosofía vital: “Si se quiere cambiar el mundo, será gota a gota, persona a persona. Pero tienen que ser gotas con significado, las gotas adecuadas”.

Al término de la reunión, Piano amplía reflexiones en la entrevista a este suplemento.

¿Existe la ciudad ideal o cercana al ideal?

(Largo silencio reflexivo)

Creo que la ciudad es una bella invención. En la naturaleza no existe la ciudad. Es la idea de comunidad, donde nace la convivencia, donde nace el arte de estar juntos, de compartir los valores. Creo también en la ciudad como lugar de civilización. En italiano son prácticamente las mismas palabras (città y civiltà). Es verdad que la ciudad es un lugar de sufrimiento, de tragedias, pero también el lugar de la convivencia cívica y de la conciencia. Todos sabemos que son los desiertos los que dan miedo, no las ciudades. Las ciudades, sean de mar, de puerto, en los ríos, son siempre sitios donde, sustancialmente, se han celebrado los ritos de estar juntos. Hay un bellísimo libro de Italo Calvino –que fue amigo mío, en París–, Las ciudades invisibles, en cuyo final explica que en todas las ciudades, también en las más infelices, siempre hay algo bueno.

“Todos los cretinos que dicen que para resolver el problema de las periferias hay que demoler no han entendido nada. Se construyeron sin afecto, pero la gente las ha adoptado”

Calvino anima a buscar lo que se salva en el infierno…

Exacto. El secreto está en encontrarlo y darle fuerza. Ese es el sentido de nuestra labor en las periferias. Los centros se han salvado. Pero se han convertido en museos, en centros comerciales. Donde vivo yo, una plaza del centro de París, se ha ido vaciando poco a poco, se ha convertido en un lugar de boutiques. Es cierto que en la relación entre los centros y la periferia hay siempre algo que funciona mal, pero también hay siempre algo muy bueno e interesante. Volviendo a su pregunta, sí que existe esa ciudad ideal, me gusta imaginarla, pero sé muy bien que hoy no la tenemos.

¿Cuáles serían las ciudades con mejor diseño urbanístico?

Si contestara, diría una estupidez. Como arquitecto, es necesario saber convertirse en ciudadano de la urbe donde se trabaja. Yo, en Nueva York, me convierto en neoyorquino; en Berlín, un berlinés; en Roma, romano; en Milán, milanés. No se trata de transformismo. Es una cuestión de seriedad. Un arquitecto no puede ser turista. Debe amar la ciudad donde trabaja. Yo amo Chicago, amo San Francisco, amo incluso Los Ángeles. Estuve hace poco en Los Ángeles, donde hago una obra. La conozco, navego en un velero, cuando puedo, la respiro. Me resulta difícil escoger una ciudad. Incluso en Los Ángeles consigo encontrar momentos de disfrute cívico. En todas encuentro un ángulo feliz.

¿Cómo se vivirá dentro de 50 o 100 años?

La ciudad del futuro ya la tenemos. Son nuestras periferias, que se convertirán en ciudad. Porque si no lo hacen será un desastre desde todos los puntos de vista. Pienso que las ciudades del futuro se parecerán bastante a las ciudades de hoy, más bellas. Espero que las ciudades seguirán siendo lugares de civilización y de convivencia, donde se comparten los valores. Por eso yo doy prioridad a las ciudades. Prácticamente no hago otra cosa. Doy prioridad a los lugares públicos, sean universidades, escuelas, hospitales, museos, salas de conciertos, bibliotecas. Prefiero estas cosas porque es donde se realiza la ceremonia extraordinaria de estar juntos, de compartir valores. Dan a la ciudad la esencia de lo que son, lugares de sorpresa, de intercambio. También lugares bastante inesperados. Una ciudad plana, predecible, da miedo. La ciudad consiste en imprevistos, saltos de dimensión. Me gusta la idea de fecundar las ciudades, como lugares públicos importantes. Y ese es el objetivo en las periferias. En París, donde vivo, estoy construyendo dos edificios públicos importantísimos, uno en la periferia norte (los tribunales) y otro en la periferia sur (ciudad universitaria). Se quiere transformar la banlieue en un lugar de convivencia. Sí, seguirá siendo un lugar de tragedia, pero donde también podrá vivirse bien. La ciudad del futuro será la ciudad metropolitana, donde desaparezca la noción del centro embalsamado y periferia maldita. No, los dos viven juntos. Uno es el alma del otro, pero se intercambian. Los transportes no serán sólo radiales. Debe rehacerse la red de transporte público. Debemos dejar de construir aparcamientos y dedicar el dinero al transporte público.

“La belleza es una experiencia extraordinaria, una emoción importante, equivalente a esas tan peligrosas como el poder, el dinero, la victoria. La belleza es una de las cosas que podrán cambiar el mundo. Y lo hará gota a gota, no de golpe. Es obvio”

¿Los países emergentes, como China, han aprendido de nuestros errores urbanísticos?

Ahora tengo un proyecto en China, pero durante 20 años no conseguí trabajar allí. Creo que eran esclavos de la peor cultura occidental. Las nuevas generaciones están aprendiendo. Se necesitan dos o tres generaciones.

¿El modelo americano de los suburbios ha fracasado?

Los suburbios anglosajones, también en Londres, no son la periferia. Es otro concepto. Esos suburbios son un lugar aburrido e insostenible (por el transporte, la recogida de basuras, etcétera), pero no peligroso.

El papa Francisco habla mucho de periferia. ¿Qué le parece?

Pienso que tiene toda la razón. Lo comparto. La palabra periferia representa bien la esencia urbana de ciertas partes de la ciudad y también representa bien el mundo. Hay países que son periferia del mundo. Hay ciudades periféricas. Yo soy alguien que creció en la periferia. Adoro el silencio de las periferias. Adoro también el deseo de fuga de las periferias. Las periferias son fábricas de deseos. El primero es el deseo de moverse, de descubrir, de explorar. En las periferias del mundo suelen nacer las cosas bellas, auténticas, ya sea en arte, literatura, ciencia, porque no dependen de las modas, de los hábitos, o de lo que es chic o snob. Dependen del silencio, del hecho de que se sea más introspectivo. Se contemplan los árboles, el mar. Yo observaba el mar, en Génova. Y durante toda la adolescencia esperaba descubrir el resto del mundo.

Tres de sus obras más recientes, Parco della Música en Roma, el nuevo museo Whitney de Nueva York (inaugurado en abril) y el Shard, el penúltimo icono de Londres

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Muchas veces la desidia en las ciudades, como en Roma, no se debe tanto a los políticos como a la falta de sentido del bien común de la gente. ¿Cómo se cambia esa actitud, gota a gota, como dijo en la reunión?

La persona, ya sea arquitecto, periodista, intelectual, artista o político que tuviera la pretensión de cambiar el mundo de un día para otro sería un auténtico bobo, porque no es posible. Yo estoy profundamente convencido de que la belleza, no en el sentido cosmético de la palabra, es una experiencia extraordinaria, no sólo un hecho romántico. Es una emoción importante, equivalente a esas otras tan peligrosas como el poder, el dinero, la victoria. Estoy convencido de que la belleza es una de las cosas que podrán cambiar el mundo. Y lo hará gota a gota, una persona cada vez. No todo de golpe. Es obvio. Cada uno en su función, como arquitecto, como periodista, como científico. Conozco científicos extraordinarios que investigan el cerebro en la Universidad de Columbia. Te explican que su programa de investigación es de 50 años. Y me lo explica un hombre de más de 80 años, como Eric Kandel (premio Nobel de Medicina en el 2000), que naturalmente ya no estará dentro de 50 años y que está escogiendo, para trabajar con él, a 900 jóvenes de una edad media de 30 años, para que estén todavía vivos dentro de medio siglo. Eso quiere decir sembrar gota a gota. Es verdad que la sociedad tiene de vez en cuando sacudidas de cambio, y los arquitectos podemos ser testimonios y representar bien estos cambios. Es lo que hice con Richard Rogers, hace 40 años en Beaubourg (Centro Pompidou). Algo debía pasar en el mundo del arte. Era el momento adecuado, tres años después de Mayo del 68.

“La ciudad del futuro son nuestras periferias, que se convertirán en ciudad. Se parecerán a las de hoy y serán las que hagan desaparecer la noción del centro embalsamado y periferia maldita”

¿Es el Centro Pompidou su criatura preferida?

Es imposible decirlo. ¿Usted tiene hijos? ¿Cuál es su hijo preferido? Si me contesta, no me estará diciendo la verdad. Quizá me dirá que el más pequeño. Yo le diré que mi criatura preferida es el Museo Whitney (Nueva York), porque lo he abierto recientemente, con personas que lo han entendido, con una ciudad que lo ha acogido. Pero no le digo la verdad. Tengo un vínculo afectivo con todas.

Cuando ganó el premio Pritzker (considerado el Nobel de la arquitectura), lo compararon con Miguel Ángel y con Leonardo Da Vinci.

Eso son estupideces. No dude en escribirlo.

¿Pero usted se siente más ingeniero, técnico o artista?

Esa es una bella pregunta. Yo crecí en un hogar de constructores. Mi padre era un pequeño constructor, con doce empleados. Yo crecí en las obras. Y nunca tuve dudas sobre el hecho de que el arquitecto era un constructor. Y le diré más, durante mis primeros cinco años en el oficio hice de constructor, hacía estructuras. Me divertía hacerlo, como un niño que juega con la arena. Y luego sucedió que, con 33 años, gané un concurso en París para hacer un gran proyecto en medio de la ciudad. Por fuerza me convertí en arquitecto. Pero yo nací, emotivamente, como constructor, como constructor de edificios básicos, que den cobijo. Luego, obviamente, aprendí y me di cuenta de que, como animal social, tenía que acoger los ­cambios y celebrarlos. Además, la arquitectura tiene la aspiración a la belleza, a la que es imposible llegar, pero lo ­intentas.

¿Qué consejo daría a un joven que quiera trabajar en su oficio?

Que lo haga con pasión. A un joven que quiera ser arquitecto le daría el consejo de saber construir, de aprender a construir cosas sólidas que se tengan en pie. Y no lo digo para mitigar el aspecto humanista de mi oficio, sino porque sin esa capacidad, no hay nada que hacer. Si usted no supiera escribir, me podría hacer una espléndida entrevista, pero al final no sabría escribirla. El arquitecto debe ser humanista, debe ser un poeta, debe ser un artista, debe ser un hombre de comunidad, que pertenece a la gente. Pero si posee todo eso pero no es un buen constructor, no sirve para nada. Así que todo va ligado. El primer consejo que daría sería aprender a construir con pasión. Pero luego hay otra cosa que se llama arte de construir, hay una belleza, difícil de captar. Hay un hilo rojo que une el construir con la política del construir. Es algo complicado.

Cuando Napolitano lo nombró senador vitalicio, usted dijo que no pudo dormir durante una semana, por el sentido de responsabilidad.

Exageré, ja, ja. Dormí perfectamente. Pero no sabía muy bien qué decirle. Le dije: “Presidente, soy demasiado joven”. Y él me contestó: “No, no eres demasiado joven”. Yo estaba en Nueva York, en un taxi, con ruido. No entendí bien qué me decía. Pero después nació esta idea (del laboratorio de arquitectura). Un arquitecto, digamos la verdad, es un político, un político diferente. Cuando encontré la manera de seguir siendo yo mismo y hacer de senador, le dije que sí.

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