“Sé que seré el penúltimo en morir”

Roberto Álvarez

Vertical

Ha dicho de sí mismo que de pequeño estaba como una regadera, que era tímido, que estaba obsesionado con el pecado y con ahogarse por culpa de algún grifo abierto durante la noche en su casa, así que se levantaba de la cama cada día para comprobar que estuvieran todos cerrados. Hoy en día ese niño hubiera ido al psicólogo, pero en aquella época no formaba parte del paisaje colegial. La primera obsesión, la del pecado, la curó en los recreos, sin ir a jugar al patio y yendo a hablar “durante uno o dos años” con el padre Movilla. Se limitaba a escucharle y se curó. La segunda, un buen día que se dijo “prefiero morir ahogado que seguir con esa tortura mental”. Ya nunca más se levantó. Roberto Álvarez (Gijón, 1956) aprendió a afrontar las obsesiones y a ponerse delante de sus manías con su máxima “la mala suerte es pensar la mala suerte”. “Si imagino que me va a pasar algo por ir de amarillo en escena, pues ese día me visto de amarillo”, explica. Tampoco iba para actor; de hecho fracasó en su intento de formar parte del grupo de teatro del colegio. Se fue a estudiar Telecomunicaciones en Madrid y colgó la carrera en tercero. Para darle un título a su padre convalidó lo aprobado y obtuvo la Ingeniería Técnica de Telecomunicaciones. Entró entonces en la Compañía Teatro de la Danza de Madrid, y hasta hoy. Le hemos visto en series como Hospital Central o Servir y proteger o con El discurso del Rey en teatro, donde ahora interpreta por toda España en Intocables a Felipe, el aristócrata que queda tetrapléjico y contrata como cuidador a un joven marginal que acaba de salir de la cárcel.

Felipe nos enseña a mantener la integridad pese a la tetraplejia y a tener la mente abierta, a abrir su corazón a alguien de otra cultura, que tiene otra educación y otras ambiciones y además no le compadece. Y Driss, el cuidador, es un alma pura, entregada a los demás. Un joven ingenuo, inocente, vital, que no renuncia a su vida ni a su libertad.

Roberto Álvarez dice que no puede haber amor sin sufrimiento, “porque de lo contrario puedes hacer daño. Hay que conocer los efectos de ese afrodisíaco llamado enamoramiento para saber los efectos secundarios en el otro y protegerte de los propios”. No le tiene miedo a la muerte, pero sí a no valerse por sí mismo, al dolor desesperante, a las enfermedades largas y penosas. “La muerte es cerrar los ojos; un click y te vas”, sentencia. La ha visto recientemente “en un familiar, ha vivido su último aliento, cómo el cuerpo pasa de contraído a laxo, se oye el ronroneo de la falta de oxígeno, la palidez, la falta de consciencia, el calor que tarda en desaparecer, los ojos que se azulean y el alma que se va con la tuya, y desde ese día ya nunca vuelves a ser el mismo”. Lo recuerda triste, con voz seca.

Fue hace poco y era el alma de Angelita, su madre. No cree que haya nada más allá. “Estamos aquí con un propósito superior. Somos una pequeña pieza de una catedral que se construye, que si finalmente no es un proyecto fallido, se acordará de cada uno de nosotros. Esa es mi idea de Dios, puede ser hinduista o algo parecido. Esa catedral es Dios”, explica.

–¿Qué es la vida para usted? ¿Cómo hay que vivirla?

–Haz lo que puedas. Sé honesto, haz deporte, sé disciplinado al comer, cuida tus palabras, no hagas muchas suposiciones, procura estar con amigos, comparte tu vida, cuida el planeta, trata de relajarte, hazte un chequeo de vez en cuando, asómbrate cuando un árbol da un fruto, cuando una mariposa se posa en tu ventana, abraza a quien tengas cerca, cuida que no falte tu sentido del humor, si estás mal pide ayuda, ve al teatro, lee... Cosas sencillas, esa es la vida.

–¿En qué personaje histórico se reencarnaría?

– Dedicado a esta sección, en algún místico español, por ejemplo Santa Teresa de Jesús: “Vivo sin vivir en mí /y tan alta vida espero/ que muero porque no muero”. Muchas gracias, amigo.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Apenado, triste por no poder seguir conociéndome, triste por no tener un ojo abierto para poder ver a mis hijos crecer. Cogería las manos de mis hijos y compañera y les diría lo que ya saben, que les quiero. Y nada más Santo Tomás. Todo lo que no celebraste antes no lo vas a celebrar el día en que te anuncian que te vas a morir. Por otro lado estaría bastante jodido, porque sé que sería el penúltimo en morir. Es cuestión de tiempo, poco, que nuestra obsolescencia deje de estar programada. Pronto los hombres conseguirán vencer a la muerte.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

Nada. Me considero un suertudo. No doy más de mí.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Que sean buenos, libres y responsables, que cuiden de los suyos, de nuestro planeta, que luchen porque la justicia rija la sociedad en la que vivimos. Luchas concretas, pequeñas, en las que se puedan ver los resultados.

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Una vida que he vivido y la vivo consciente de mi suerte. Tengo una estrella que me protege.

5. ¿De qué está más orgulloso?

De mi integridad, incapaz de hacer daño a nadie, de ser “un tío como debe ser”, con comillas.

6. ¿Se arrepiente de algo?

De no haber sido más libre, más desapegado de mí mismo.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

No recuerdo nada que recuerde como algo excepcional. El recuerdo diario de ver a mis seres queridos cercanos que están bien, que sonríen y se levantan, literalmente, cantando.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Espárragos con mayonesa, huevos fritos, una hogaza de pan y un buen vino. Desde que soy pequeño en Fin de Año siempre pido y como lo mismo.

9. ¿Se iría a dormir?

Ni lo dudes, porque me paso la vida durmiendo.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

@robertoactor. Así, cuando lo vieran, se conectarían a internet y sabrían todo de mí, al menos lo que yo he querido que supieran.

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