Una nueva generación del feminismo

Rupi Kaur

Ha despertado a la lectura a millones de jóvenes, encandilados por sus versos descarnados que supuran amor, desengaño y denuncian los abusos que sufren las mujeres en todo el mundo. Es canadiense, se llama Rupi Kaur y con sólo 25 años, dos libros y el gancho de las redes sociales, está cambiando el cauce de la poesía.

Vertical

Katrina y Ciara, 13 años, llegan como una exhalación a la sección de poesía de una librería en el downtown de Toronto. Se sientan en el suelo y devoran Otras maneras de usar la boca (Milk and honey en inglés), primera colección de poemas de Rupi Kaur, escritora-ilustradora-performer que ha reescrito la idea de fenómeno literario. A sus 25 años no sólo ha vendido más de 4,5 millones de ejemplares en 35 idiomas y alcanzado el número uno en las listas del The New York Times (lleva 122 semanas), sino que ha despertado a la poesía a una generación de lectores, sobre todo lectoras, con poemas de amor o desolación –“quiero arrancarme el pelo/ una y otra vez/ hasta que mi mente se quede en silencio”–; o denunciando la cultura del abuso sexual: “no puedes/ entrar y salir de mí/ como una puerta giratoria” o “no puedo entender el hecho/ de que tengo que convencer a la mitad de la población/ de que mi cuerpo no es su cama/ no soy un maniquí en el escaparate/ de tu tienda favorita”.

“El primer libro se escribió solo. Con este no sabía ni por dónde empezar. Me aterrorizó.El estrés fue tal que mi cuerpo casi dejó de funcionar”

Kaur, escritora sij y canadiense nacida en el Punjab indio, elegida por la BBC entre las 100 mujeres más influyentes de 2017, saltó de la autoedición y de publicar en las redes a un estrellato que lleva como puede, surfeando con un sonrisa y con pánico al fracaso. Su segundo libro, el sol y sus flores, que también publica en castellano la editorial Seix Barral (y Empúries en catalán), lleva el mismo camino que el primero, 44 semanas en la lista de los más vendidos. La sensibilidad de Kaur y su mensaje feminista han supuesto llenos absolutos en sus giras por India y el Reino Unido. En octubre recorrerá Estados Unidos. La entrevista tiene lugar en unos viejos almacenes de las afueras de Toronto convertidos en espacio de trabajo compartido. Frágil y vigorosa, el mensaje de Kaur es afilado: nunca te darán las gracias por romper las normas, pero muchas veces es necesario.

Los segundos libros siempre difíciles y más si el primero supuso un éxito tan descomunal. ¿Le costó escribir el sol y sus flores?

Mucho, el proceso fue lo peor, muy duro. El primer libro se escribió solo, tenía mil experiencias acumuladas durante dos décadas y burbujeando para emerger. Nunca imaginé que se vendería bien, ni que tendría éxito y de repente el monstruo cobró vida propia y empezó a estar en todas partes. Con este no sabía ni por dónde empezar. Me senté en la mesa y lo intenté. Toronto es una locura, así que me fui a California, me encerré en una habitación. El estrés fue tal que mi cuerpo casi dejó de funcionar.

¿Qué le pasó?

No podía digerir nada, tenía migrañas, reglas muy largas. No sabía dónde me había metido. La presión era enorme. Durante el proceso, otras maneras de usar la boca no sólo había vendido ya un millón de ejemplares, sino que el último día en California, ya en el aeropuerto, me llamaron y me dijeron que había alcanzado el número uno en la lista de The New York Times. Y ni eso me ayudó. En realidad me sometió a más presión aún.

¿Cómo lo superó?

Sentándome cada día a la mesa y escribiendo aunque fuera una página, una línea. Eso me alivió. Era la primera vez que dudaba de mí. Nunca me había importado lo que dijeran de mi trabajo. El segundo libro me aterrorizó. Y el tercero…

¿Va mejor?

¡Igual! Estoy en ello, ayer me puse a leer algunas partes y me vine abajo. Anteayer estaba convencida y ayer no, de que era basura. Llamé a un amigo y me dijo: “Me contaste lo mismo con el segundo y lo lograste, ¿no?” (Risas). Son los días que piensas que mejor dedicarse a otra cosa y al rato admites que deberías estar más agradecida y te dices “cállate y sigue adelante”.

“Ahora tengo mucho que perder, editoriales de todo el mundo esperan mi trabajo. Sólo los lectores me dicen que me tome mi tiempo: son los únicos que no me meten prisas”

La presión le viene y encima se la impone.

Ahora tengo mucho que perder. Antes no tenía nada, estaba en la universidad pensando que sería abogada. Tengo un equipo de gente que me ayuda y que quiero conservar, un agente, editoriales en todo el mundo esperando mi trabajo, así que me tiene que ir bien.

¿Siente una responsabilidad adicional por las expectativas creadas por sus mensajes a los lectores?

Sí, es posible. Pero no siento que los lectores me presionen, más bien al contrario. ‘Tómate tu tiempo’, me dicen. ¡Son los únicos! El resto me mete prisa. Creo que en dos o tres años sabré manejar mejor toda esa presión y esos quebraderos de cabeza.

¿Se puede decir que una parte de su éxito, más allá de las ventas, es la conexión con las lectoras, que son mayoría?

Sí, es lo mejor de todo, porque los libros han puesto en contacto a mucha gente y eso es fascinante. La gente me para en la calle para explicarme sus historias y es en ese momento cuando la presión que llevaba conmigo al salir de casa se desvanece. Te dicen: “Es como si lo hubieras escrito para mí, por favor continúa”. Me sorprendo y les digo: “Sí, continuaré”.

¿Cómo se navega entre el éxito y el miedo al fracaso?

Intento relativizar ambos. Entiendo que mi primer libro, más allá de su éxito, me salvó la vida, pero cuando se metió en las listas y se mantuvo durante no sé cuanto…

…Lleva 122 semanas.

…Entonces me llevé las manos a la cabeza. A veces me pregunto si merezco todo esto. Hay escritores con tantísimo talento, con 30 años de trayectoria, 30 libros, tan buenos como los míos…

¿Todavía no se lo cree?

Sí, sí que me lo creo. Es sólo que me pregunto qué hace falta para ser una buena escritora. Estoy leyendo un libro sobre creatividad que aconseja seguir tu camino e ignorar un poco lo que pasa a tu alrededor.

¿Tiene que ponerse piedras en los bolsillos para no salir flotando?

No, no. Nada de piedras. Tengo los pies en el suelo, no vivo en la torre de marfil. Necesito salir a la calle, observar, hablar con la gente. De pequeña nunca pensé que sería escritora. Empecé a recitar hace nueve años, luego publiqué algunos escritos en las redes, luego salté a Instagram… Iba intentando cosas, intentando sin parar. En mi vida privada era muy callada, tímida, con pocos amigos, invisible, nunca levantaba la voz. Pero al escribir, me volvía salvaje. Compartir esos escritos era electrizante porque podía compartir mis miedos con otras mujeres.

Hay un verso muy popular del poeta vasco Gabriel Celaya que dice “la poesía es un arma cargada de futuro”. ¿Cree que con su trabajo ha recargado esa arma?

Tal vez, sí, ¿por qué no? Estoy orgullosa de poder relanzar la poesía hacia el futuro. Cuando empecé me autopubliqué el trabajo. El día que me acerqué a mi profesora de escritura creativa y le dije que quería publicar mi colección de poemas me dijo: “Querida, nadie publica poesía, no hay mercado para eso”. Y no era verdad, el mercado está ahí. Nunca había visto a tantos poetas publicar tan rápido. Ha habido un cambio muy grande en los últimos cinco años. Creo que la gente necesita emociones, catarsis, amor, tiempo para reflexionar.

“Es fácil pensar que el mundo se está convirtiendo en un lugar para las mujeres, pero nada cambia: los hombres siguen con el poder. Eso sí, estamos al inicio de algo precioso”.

El USA Today la ha llamado “la voz de una generación”. Son palabras mayores. ¿No le dan ganas de huir y esconderse?

Cuando lo oigo, me pongo a temblar, es un locura y también es un poco por la responsabilidad de lo que decía antes, de no querer decepcionar a nadie. Está muy bien que te lo digan, pero ¿en serio lo soy? Creo que para ello tengo que trabajar mucho más.

¿Cómo se le ocurrió combinar poesía y dibujos?

En realidad dibujar y pintar fue mi primer amor… y lo abandoné durante un tiempo hasta que un día intenté combinarlos. Recuperé mis cuadernos de bocetos del instituto y vi que algunos tenían un pequeño poema en una esquina de la página. Lo que quería hacer ya lo había conseguido y no me acordaba.

¿Le dan ataques creativos?

No hace mucho me pasé una noche entera dibujando. Hice hasta treinta seguidos. A veces las ideas te vienen cuando conduces, se contrae el estómago y echo mano del móvil. Escribo cuatro notas en una mano, mientras muevo el volante con la otra (risas). A veces los ataques de creatividad duran meses seguidos, que es lo que me pasó con otras maneras de usar la boca. Era una éxtasis constante: las respuestas y los versos salían a borbotones.

Hay una placa en Yonge Street, aquí en Toronto, que recuerda que en un hotel ya derruido Charles Dickens hizo una de sus famosas conferencias en su tour americano. Usted también ha protagonizado varias de giras, en India y en Gran Bretaña, como si fuera una estrella de rock.

Recitar ante el público es lo que más me gusta porque no es sólo leer, se trata de entonar, de moverte, hay música, comedia… Me gusta leer el libro, a solas, en casa, pero ante la gente se me encoge el estómago, me siento muy poderosa y mágica.

¿Por qué da la sensación de que el statu quo literario puede aceptar que un cantante como Bob Dylan reciba el Nobel, pero que escritoras como usted, traspasando límites y abriendo caminos, son vistas con recelo?

Porque nunca pedimos permiso, porque hemos crecido y nos hemos dado a conocer en internet. Antes me preocupaban esas críticas. Ya no. Hay gente que se creen los guardianes, los amos de llaves que te dejan pasar o no, pero no pueden hacer nada con los que empezamos autopublicándonos. Los lectores son lo que importa. También sucede que somos mujeres y jóvenes. Dicen que hacemos poesía sentimental… ah, es que yo creía que se trataba de sentimientos.

Desde los años setenta existe la idea del cuerpo femenino como sujeto político de libertad y rechazo al patriarcado. Es un concepto habitual en su trabajo cuando habla de abusos, citas que acaban mal o dolorosas sesiones de depilación en un sótano clandestino…

En efecto, el cuerpo de la mujer es un elemento político de primer orden. Antes de que yo naciera había gente que se preguntaba si mi madre debía tenerme o deshacerse de mí. Así es de donde yo vengo. Lo mismo sucede en China. Cuando nací, mi abuela lloró porque yo era una niña y además la primogénita. Cuando nació la tercera hija –en casa somos tres hermanas–, la gente venía a casa no a celebrar un nacimiento sino a representar un funeral, era como si alguien hubiera muerto. La suerte es que mis padres nunca hicieron caso.

“Mi padre llegó a Canadá como refugiado político, pero al principio pensó en ir a California. Allí hay gente de mi comunidad que desde que está Trump no sale de casa ni para recoger a los nietos”

No hay país, ni siquiera Canadá, que se libre de la violencia a las mujeres.

No, me rebela el abuso sexual, los maltratos domésticos, por eso la denuncia contra todo ello está muy presente, en parte por cosas que me han pasado a mí, en parte por lo que me cuentan otras mujeres.

En los últimos dos años se ha visto un resurgimiento del feminismo a todos los niveles, latitudes y edades. Aun así, da la sensación de que hará falta una eternidad para enterrar tantos tabús sexuales.

De hecho es como un iceberg, hemos descubierto la punta, pero hay mucho más. Por ejemplo, tengo una prima que es más pequeña que yo, tiene 15 años y me explicaba cosas del colegio que son las mismas o peores que cuando yo iba. Es fácil pensar que el mundo se está convirtiendo en un lugar para las mujeres, pero creo que, por lo que me explica mi prima, de momento nada ha cambiado. Queda mucho trabajo.

Por supuesto está el #MeToo, el #Ti-mesUp, el #HeforShe de su amiga Emma Watson, pero…

Pero los hombres siguen con el poder. Si a la postre no son las mujeres las que toman las decisiones cómo narices van a cambiar las cosas. Sí, salimos a manifestarnos, protestamos, pero los hombres son los que tienen la última palabra. Con todo, siento que estamos al inicio de algo precioso, nunca me imaginé que alguien tan poderoso como Harvey Weinstein, una institución, pudiera ser vencido. Eso fue un aviso para navegantes, para darnos cuenta de que podemos ir más allá, hacer mucho más.

Hace un rato pasó un autobús con un anuncio de una cantante que publicitaba una marca deportiva con un mensaje que imitaba el #MeToo… Es el lado positivo y perverso de cualquier movimiento reivindicativo: la industria se apunta al carro.

Claro, se quieren apropiar del mensaje. La gente va adonde ve que hay dinero y el feminismo es muy sexy. Cuando tenía 16 años, la profesora de Inglés entró a clase y preguntó quién era feminista. Yo levanté la mano. Sólo yo. Nos dio una lección. Nos explicó que el feminismo no era odiar a los hombres, que era lo que todos creían. Nos descubrió de dónde venían las connotaciones negativas del término, nos habló de igualdad. Diez años más tarde gente como Emma Watson, Beyoncé, las estrellas más rutilantes, trabajan para ello sea en la ONU o en concierto. ¿Que se está comercializando? Sí. ¿Que molesta? También.

¿Es Rupi Kaur un faro del feminismo?

No, qué va. No he hecho lo suficiente. Sólo espero que la energía acumulada en todo este tiempo no se pierda y tengamos que volver a empezar. Somos un ejército, millones de mujeres estamos juntas en esto. En todo caso, acepto que mi trabajo está en la línea de algunas de esas reivindicaciones, que nuestro cuerpo es propiedad privada, de los aspectos que suponen el consentimiento. Empecé a hablar de todo ello en 2011… algunos hombres me llamaban agresiva.

¿Cómo es vivir en otro país, pero tan cerca de Estados Unidos?

Afortunadamente, la frontera se nota porque cuando la cruzas te hacen sentir que no eres americana. Que no se enfade nadie, vale, pero son muy nacionalistas, su banderas están por todos lados, te la meten casi en los ojos. En Canadá el multiculturalismo se entiende como algo normal.

¿Así que mejor su primer ministro, Justin Trudeau, que no Trump?

Sí, claro que es mucho mejor. No tengo quejas con Trudeau. Hay políticos que por mucho que quieran no pueden cambiar las cosas de un día para otro, pero él lo intenta. Ahora lo han criticado porque ha salido en defensa de unas mujeres saudíes que han encarcelado. ¡Por el amor de Dios, si está defendiendo los derecho humanos!

Antes hablaba de la responsabilidad a la que se somete, ¿su origen, el hecho de pertenezca a una minoría también influye, a la hora de enviar mensajes?

Sí, en este libro hay referencias constantes. Mis padres inmigrantes son como el puente entre las dos civilizaciones… y cuando vuelven allá ya no les gusta. Mi padre odia ir. Yo cuando voy me siento muy canadiense, pero me encanta ir, ¿eh?

Su padre llegó como refugiado político y usted tenía tres años. Como esos niños que Donald Trump separó de sus padres hace un par de meses y los metió en centros de detención.

En realidad, en su momento, mi padre pensó en instalarse en California. Claro que habría podido pasar. Hay gente de mi comunidad que vive allí, indocumentada… ya no salen de casa. Antes iban a recoger a los nietos, al médico, pero desde que Trump llegó al poder no cruzan el umbral. Ni siquiera acuden a la graduación de los hijos. Si deportaran a esas personas en India no habría nadie que las acogiera. Todas sus familias están en California.

La idea de que todos somos o podemos acabar siendo emigrantes o refugiados siempre está ahí.

Nos olvidamos a veces de que la gente que huye no lo hace por gusto sino porque no tienen más remedio. Lo peor es que ni siquiera se les trata como seres humanos, es una vergüenza.

¿Hacia dónde se dirige?

Intento seguir mi camino, ajena a las críticas y a los elogios. Crear arte. Estar concentrada. Antes me daban miedo cosas como no poder escribir si tenía una relación maravillosa con alguien porque mi primer trabajo es fruto del dolor y el sufrimiento, pero luego me di cuenta de que no es así. Siempre hay problemas. Algunos ya los reparé, otros aún esperan.

Reglas y manchas

El agente de inmigración es una ametralladora: “¿Viene a trabajar? ¿Para quién? ¿Le va a pagar un diario canadiense? ¿A quién entrevista? No, si no quiere decirlo...”. Luego se relaja. El policía es de origen indio y el nombre de Kaur sale a relucir... “Ah, la chica de las bragas”, dice refiriéndose a la foto que Rupi Kaur colgó en su día mostrando una mancha de regla en su pijama (no se ve ninguna braga). Instagram retiró la foto dos veces y luego rectificó. La poeta contraatacó: “No pediré perdón por no alimentar el ego de una sociedad misógina que permite mi cuerpo en ropa interior, pero no con una pequeña pérdida cuando vuestras páginas están llenas de tantas fotos y cuentas donde las mujeres (muchas menores) son tratadas como objetos, como porno”. La respuesta se viralizó y más allá.

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