"Si te detienes, te mueres, y yo no estoy preparado"

Morgan Freeman

Irradia sabiduría y no sólo por ser uno de los grandes ni por haber interpretado a Dios en persona. De niño, Morgan Freeman soñaba con ser actor y se las ingeniaba para ir cada día al cine. Le costó triunfar, así que no piensa retirarse. Si apenas tiene 82...

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En Objetivo: Washington DC, la tercera parte de la trilogía iniciada seis años atrás con Objetivo: la Casa Blanca, que se estrena esta semana en España, Morgan Freeman vuelve a intepretar a Allan Trumbull, ya convertido en el presidente de EE.UU. Como tal, el actor realiza una de las escenas más intensas de su carrera cuando un ejercito de drones ataca la lancha en la que viaja y debe arrojarse al lago, escapando del atentado guiado por el agente Mike Banning, encarnado por Gerard Butler. La magia del cine ayudó a concretar la escena, pero queda claro que Freeman tuvo que estar en forma.

Este año ha presentado la tercera temporada de la serie de National Geographic La historia de Dios con Morgan Freeman. En mayo estrenó The Poison Rose en el que comparte cartel con John Travolta, y ya ha concluido el rodaje de otras dos películas, la secuela de El otro guardaespaldas y The Comeback Trail, en la que ha vuelto a trabajar con Robert DeNiro. Con un Oscar bajo el brazo y otras 4 nominaciones, además de una considerable fortuna personal, el dueño de la voz más reconocible del Hollywood contemporáneo parece decidido a no tomarse un respiro a una edad (82) en la muchos de sus contemporáneos prefieren quedarse en casa mirando la tele. ¿Qué le lleva a trabajar así? Lo explica en esta cita exclusiva.

¿Qué es mejor, ser presidente de EE.UU., Dios o una estrella de cine?

Ser una estrella de cine, sin lugar a dudas...

¿Por qué?

Porque te pagan. En ninguno de los otros trabajos te pagan, al menos no tan bien...

¿Y cuáles son las complicaciones de ser una estrella de cine?

Las complicaciones son lo de menos, porque en mi caso, eso es lo que yo siempre quise ser. Desde muy pequeño soñé con trabajar en las películas. Pero es cierto que a medida que desarrollas tu carrera, te das cuenta de que en realidad no quieres ser una estrella. Lo que te interesa es ser un actor. Cuando te conviertes en una estrella, ya no puedes transformarte para un personaje ni hacer los papeles más interesantes, que son los de un actor de carácter. Una estrella muy raramente tiene la oportunidad de hacer papeles como los de Quasimodo.

Pero en su caso, ha logrado ser estrella y a la vez hacer papeles de un actor de carácter...

No se crea. Recuerdo cuando Bob De Niro podía caminar por la calle sin que nadie lo reconociera después de hacer Muerte de un jugador en 1973. Y luego hizo El padrino 2 y Toro salvaje, y seguía haciéndolo sin que nadie se diera cuenta que era él. Eso es ser un actor de carácter, alguien que se puede esconder en sus personajes, porque se convierte en ellos. Esa es la mayor diferencia para mí. No puedo decir que a mí me resulte tan fácil...

Es cierto. Primero tiene que lograr que la audiencia se olvide que está viendo a Morgan Freeman, y luego debe convencerles que es el presidente o Dios, ¿no es así?

No lo podría haber descrito mejor. Pero todo pasa por cuál es tu posición personal frente a eso. ¿Me lo creo o no? Creo que es allí en donde empieza a producirse ese cambio en los espectadores. Yo espero seguir siendo capaz de transformarme en un personaje, en lugar de interpretarlo...

No interpretarlo...

Así es. Actuar es creer. Eso es algo que yo aprendí muchísimo tiempo atrás. Tal vez fue Stanislavsky el que lo dijo, tal vez fue otra persona que pensaba así, pero sea quien fuese, determinaron que actuar es creer. Yo sólo puedo hacerte creer que soy otro si primero me lo creo yo. Esa es la esencia de la actuación. Pero, ¿qué es lo que ocurre cuando no me lo creo? Es de eso de lo que estoy hablando. En esa situación, dejas de ser el personaje y empiezas a actuar. Puede sonar muy complicado pero he hecho algunos papeles en el teatro en donde yo simplemente caminaba por el escenario mientras decía mis líneas. Y también he hecho papeles en el teatro en donde estaba totalmente involucrado en lo que estaba pasando. Esa es la diferencia.

¿Cree que si alguien se sienta a ver la filmografía completa de Morgan Freeman logrará darse cuenta de en cuáles de ellas estaba actuando y en cuáles se había convertido en el personaje?

Estoy seguro que si se toma el trabajo de mirar todas mis películas, va a poder determinar en cuáles estaba involucrado con el personaje y en cuáles estaba simplemente actuando. En realidad, creo que yo también le podría dar esas listas...

Ha estado en el oficio muchísimo tiempo. ¿Debe estar atento para no poner el piloto automático a la hora de actuar?

No necesariamente, porque cuando te envían un guion, y empiezas a pensar en cómo vas a hacer tu trabajo, la clave es tratar de encontrar una manera de identificarte internamente con un personaje. Si lo intepreto y de pronto siento que todo me sale como automáticamente es porque de verdad me he transformado en él. La gente con la que trabajé en Invictus, en la que intepreté a Mandela, veían como yo me convertía en él porque había muchas cosas que Mandela hacía en su vida cotidiana y que yo había incorporado en mi intepretación. Me había sumergido completamente en el personaje. Hubo situaciones en la que fuera de cámara la gente me decía Madiba, en una cena, en una fiesta, y yo respondía con toda naturalidad como si de verdad hubiese sido Mandela. Esa era la mejor prueba de que había logrado mi cometido.

Trabaja muchísimo. Muchos hombres de su edad ni siquiera quieren salir de casa. Pero usted trabaja en películas de acción y recorre el mundo para National Geographic. ¿Por qué lleva una vida tan intensa a esta edad?

Porque cuando te detienes te mueres. Y yo no estoy preparado para morirme.

También es cierto que a la gran mayoría de la gente de su edad no les invitan a viajar a los sitios más exóticos del mundo...

Es algo que entiendo perfectamente. Mi madre vivió muchos años. Pero fui testigo presencial de cuando ella decidió que ya era hora de marcharse. Fui yo mismo el que le pregunté: “Ya estás lista, ¿no es así?”. Y ella me dijo que sí. Le respondí que se marchara entonces, pero que no iba a ir a su funeral. Nunca voy. Esa fue la conversación que tuve con mi madre...

¿Al leer el guion, no le preocupó que en Objetivo: Washington DC su papel fuera tan exigente para alguien de su edad?

Es que no fueron escenas difíciles. El desafío fue encontrar la manera de hacerlas. Obviamente uno siempre tiene un doble que va a hacer todas esas escenas que pueden complicarte la vida, sin que necesariamente sean peligrosas. Pero hay momentos en que tienes que ser tú el que está allí. Después de todo, me están pagando un montón de dinero, y no puedo decir que no cuenten conmigo para eso. No tendría sentido.

¿Le parece que es más difícil mantenerse dentro del personaje mientras hace una escena de acción?

Creo que todo pasa por la forma en que uno procesa las cosas. Hay un dicho que también se le atribuye a Stanislavski que habla de la memoria sensorial. Eso es algo que usamos mucho en actuación, en donde nos conectamos con una emoción que sentimos en algún otro momento de nuestra vida. Pero si nunca entraste en pánico, ¿podrías recordar lo que se siente, o serías capaz de recrear la forma en que reacciona una persona cuando entra en pánico? Es algo muy difícil. Yo creo que ese es uno de los desafíos de la actuación: ¿has vivido lo suficiente? ¿conoces todo lo que tienes que conocer en tu vida personal como para reflejarlo en la pantalla?

Cuando ha logrado convencerse de que es el presidente, ¿es algo que le produce placer?

Claro. El placer es trabajar. Tengo que admitir que al creerme que soy el presidente o Dios, o el diablo, o lo que sea, el único placer que eso me da es darle vida al personaje. Pero no hay un placer personal en sentir el poder de Dios o el del presidente. Convencer a la audiencia es convencer a la audiencia. Detesto cada vez que, cuando me ve entrar, la gente se maravilla y dice: “Dios acaba de llegar”. Por favor, no lo hagan.

¿De niño soñaba con ser presidente?

No, sólo soñaba con ser actor. Iba al cine todos los días, aunque me resultaba muy difícil encontrar el dinero para pagar la entrada. No me interesaba ser presidente de Estados Unidos ni director de una gran compañía. Cuando fui un poco más mayor empecé a pensar que podía ser interesante lo de pilotar autos de carrera...

¿Lo logró, no es así?

Sí. Lo he hecho.

¿Hay algo que le quede en la lista de sueños incumplidos?

Por ahora es seguir estando aquí durante mucho tiempo. Yo quería ser piloto y lo fui. Quise ser marinero y también. Quería ser jinete y soy un muy buen jinete. Me encantan los caballos y vivo en el campo, los tengo cerca. Mi sueño sigue siendo poder quedarme aquí un tiempo más, disfrutando de la vida.

Comenzó a trabajar muy tarde en el cine. ¿Cree que eso le benefició como actor?

Por supuesto.

¿Por qué lo dice?

Porque me pasé 20 años en los escenarios de Nueva York antes de tener una carrera cinematográfica. Es cierto, trabajé en televisión e hice algunas películas en ese periodo. Pero creo que el entrenamiento, tanto en la profesión como en la vida, me beneficiaron. Cuando estuve trabajando en las décadas de los setenta y ochenta, la cultura de las drogas estaba en pleno apogeo y hubo mucha gente que no sobrevivió...

¿A qué atribuye que no hubiera encontrado el éxito antes?

¿En qué consiste la vida? Todo pasa por el lugar en el que estás y la hora exacta en la que llegas allí. En otras palabras, hay que estar en el lugar correcto a la hora correcta. Yo era muy nómada cuando era joven. A mis veintipico me pasaba el tiempo viajando de Nueva York a Los Ángeles y a San Francisco, tratando de hallar la puerta para poder entrar al mundo que me fascinaba.

O sea que no es que no haya buscado la puerta, sino que no la encontró durante un buen tiempo...

Exacto.

¿De qué manera influye esa experiencia hoy en día? ¿Acaso aquel joven y frustrado Morgan Freeman que lleva dentro es el que decide aceptar todo lo que le proponen en la actualidad?

No. El viejo Morgan Freeman es el que toma las decisiones, preguntándose cómo va a hacer para darle vida a ese personaje que le están ofreciendo...

¿Qué es lo que le lleva a recorrer el mundo con la serie documental La historia de Dios? Me imagino que aunque viaje en avión privado o en primera clase, a su edad no debe de ser nada fácil...

Así es. Pero siempre he tenido una gran curiosidad sobre los sistemas de creencias. ¿Sabe por qué existe la religión?

Tengo varias teorías, pero aquí lo que importa es lo que usted piensa. ¿A qué lo atribuye?

A la inmortalidad. La religión es lo único que te la garantiza. Y yo no creo que la humanidad pueda tolerar la idea de no seguir existiendo. Los cosmólogos y los astrónomos nos hablan de lo que va a ocurrir en la Tierra de aquí a mil millones de años. ¿Y a quién le importa eso? Lo que nos preocupa es lo que ocurrirá mientras nosotros estemos aquí. Pero todas las religiones te garantizan que habrá vida después de la muerte. Todas ellas giran en torno a lo que vendrá después: el cielo, el paraíso... Siempre te ofrecen algún lugar al que ir, para que no tengas miedo de morir, porque siempre seguirás siendo tú mismo aunque estés en otro sitio. Creo que la única religión que no te propone eso es el zoroastrismo, la que yo adopté en cierta forma.

Durante mucho tiempo fue agnóstico, ¿no es así?

En efecto.

¿Creció en un hogar religioso?

No, pero mi abuela era una gran creyente. Hasta que mi hermano mayor, que era el querubín de la familia, falleció a los 19 años, cuando se había alistado con los marines. Eso quebró a mi abuela. Yo siempre pensé qué clase de Dios le haría algo así a uno de sus seguidores más fervientes? Y aunque podía tomar la historia de Job en la Biblia, en la que se muestra que Dios siempre te pone a prueba, esa explicación no me convenció para nada...

La entrevista no puede acabar sin preguntarle por sus abejas. ¿Cuán involucrado está en su cuidado?

Es muy simple. Si tienes abejas en tu campo, y tienen colmenas artificiales, es que estás muy involucrado en su cuidado. Tengo un equipo que se ocupa del trabajo duro, pero uno tiene que cuidarlas mucho. Son muy frágiles, y son una parte esencial de la fundación de la vida en la tierra. Sin embargo, las estamos matando...

¿Pero fue una decisión ecologista o una cuestión práctica en el desarrollo de una granja como la suya?

Una decisión práctica. Las abejas son vida, y si creo en algo, es en la continuación de la vida. No me refiero a la humana, sino a la del planeta. No hace falta que estemos para que este lugar siga existendo, pero si queremos seguir estando aquí, debemos ser mejores guardianes del tesoro que tenemos. Volviendo a la religión, hay un párrafo en la Biblia en la que se explica que el hombre fue creado y que recibió el dominio de la Tierra. Por eso tendría que cuidar mejor el lugar que recibió...

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