''No entendemos a los perdedores tecnológicos"

Tim Harford

No siempre es fácil ser economista y hacerse comprender. Tim Harford lo logra con sus programas de radio en la BBC y las atrevidas ideas de sus libros. En el último repasa las 50 invenciones que han moldeado el mundo, y la lista es mucho menos obvia de lo que se puede pensar.

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El economista y escritor Tim Harford pasea junto al célebre puente de los Suspiros de Oxford el pasado mes de enero

Una copia de una vieja imprenta de 1650 preside la entrada de la biblioteca Weston de Oxford, edificio modernísimo y a la vez antiquísimo, a dos pasos del Exeter College, donde JRR Tolkien daba clases y soñaba hobbits. En la cafetería adjunta, sobre cada mesa, un cartoncito anuncia que a partir del mediodía no se pueden usar ordenadores. No es que una de las mejores universidades del mundo prohíba las últimas tecnologías y abandere el retorno a Gutenberg... es que sencillamente los platos del almuerzo no caben. Las mesas son reducidas. En una de ellas se sienta el economista Tim Harford (1973), profesor invitado en el Nuffield College, columnista del Financial Times, divulgador en la popularísima BBC Radio4 y autor de, entre otros libros, Pregúntale al economista camuflado o El poder del desorden, publicados por la editorial Conecta, que la próxima semana lanza Cincuenta innovaciones que han cambiado el mundo. En él, Harford presenta un compendio de ideas, algunas muy vigentes, otras ya obsoletas, que han moldeado nuestras vidas y nuestra economía. Desde la maquinilla Gillette, que estableció el sistema (tan actual) de que el recambio es más caro que la máquina (impresoras y cartuchos, consolas y juegos), hasta el código de barras, el plástico, el motor diésel, el contenedor de barco, las pensiones, el estudio de mercado o los videojuegos. Lo crean o no, la imprenta no está en la lista, pero sí el papel, uno de los inventos favoritos del autor, que, entre cafés matutinos y con un sol radiante colándose por la ventana, desgrana algunas claves de la economía mundial, de nuestro día a día, del poder de los perdedores y claro, del Brexit.

No eligió algunas invenciones que podrían ser obvias; otras, como el arado, pueden ser lógicas; otras, como los paraísos fisca­les, sorprenden. ¿Fue difícil hacer el ­casting?

Difícil no, fue muy divertido. Lo que hice fue hablar con historiadores, economistas, expertos en tecnología buscando historias curiosas y qué lecciones nos daban con respecto al funcionamiento de la economía. No sólo quería hablar de las ideas, sino de sus consecuencias. Por ejemplo, en el episodio sobre el motor eléctrico, hay una lección muy interesante de cómo la tecnología no hace nada hasta que cambiamos los contratos, el funcionamiento de las fábricas, el resto. Y entonces la tecnología se libera. Eso sucede muchas veces.

Prefiere el detalle y no el todo, la dinamo en vez de la electricidad, el alambre de espino en lugar de la propiedad privada.

Era una cuestión de tener los ojos abiertos y de dar la visión de un economista. Con el tema de la dinamo sucedió lo mismo que con la burbuja de internet de finales de los noventa, en la que parecía que internet no tenía una dimensión ni una aplicación clara, un impacto que no tenía una traducción en la productividad. A veces persigues la historia de una invención, a veces te encuentra a ti, te da en la cara. Intentas trabajar una a una, pero luego se mezclan, trabajas varias a la vez.

Es curioso que no aparezca la lavadora.

Con la lavadora quería hacer una historia, pero desemboqué en otro lado; también con el tampón, pero no me salió.

Una de las lecciones del libro es que con cada invención, hay ganadores y perdedores. Lo vemos cada día, es como una nueva ley: o te adaptas o te quedas atrás y, acaso, buscas consuelo votando a Trump, o a los partidos populistas y xenófobos que te prometen que tu mundo no desaparecerá ni quedará obsoleto.

Durante los últimos 200 años no hemos sabido entender a los perdedores tecnológicos. Un ejemplo muy claro es el de los luditas, que rompían los telares mecánicos porque veían el fin de su trabajo. En inglés se emplea el término ludita para hablar de aquellos que no se enteran, que no entienden la tecnología, que se han quedado atrás, atascados en el pasado. Si te llaman ludita es casi un insulto, como decirte idiota tecnológico. Y sin embargo, los luditas fueron revolucionarios que atacaron el capitalismo de la fábrica mecanizada.

Pero siempre se habló en negativo de ellos.

Sin embargo, no rompían los telares porque no entendieran la situación, sino porque la comprendían perfectamente. Decían: “Esta máquina destruirá mi empleo, no digo que vaya a destruir el mundo o arruinar la economía, ni que sea el progreso, pero sí me afecta y voy a pararlo”. Puedes discutir si su postura es positiva o no, pero no estaban locos. Si se trasplanta este modelo a la actualidad, funciona igual. Se podrá oír que esta gente, los votantes de Trump, por ejemplo, son deplorables, que no se enteran…

Pero le auparon a la presidencia. Hoy en día los telares de los luditas son robots, algoritmos, máquinas…

O bien otros trabajadores, por ejemplo en China. La reacción a los impactos del comercio o la tecnología es uno de los nuevos caminos que explora la economía. La cuestión es que, sea por un robot o por el trabajador de otro país, un día tienes un empleo y al siguiente no. Los economistas siempre habían dicho que estábamos en un momento de cambio, que esto conllevaría la aparición de nuevos perdedores y que había que ayudarles. Existía un convencimiento de que la economía se ajustaría bastante rápido para compensarles, habría nuevos empleos, nuevas industrias.

Pero eso no ha pasado.

No, los últimos estudios apuntan a que quien queda en la cuneta del desarrollo lo hace peor y durante más tiempo del que se esperaba. En algunos sectores, antes cerraba una fábrica y te empleabas en otra, pero ahora cierran todas y la gente intenta buscar otra cosa, pero no hay empleo porque muchas empresas servían a esa fábrica. No pueden trabajar en la construcción porque nadie tiene dinero para hacerse una casa. Y es cierto que se habla de la mejora de la economía, de los efectos positivos de la tecnología, pero la idea de que los perdedores estarían en el dique seco sólo durante seis meses o un año ya no es así. Este es ahora mismo un punto ciego, un ángulo muerto del sistema económico.

“Existía la idea de que la economía compensaría rápido a los trabajadores en paro que vienen de viejas industrias, pero los últimos estudios apuntan a que quien queda en la cuneta lo hace peor y más tiempo”

La dicotomía ganadores-perdedores también se cuela en el debate sobre la inmigra­ción. Usted afirma que cinco de cada seis personas se ven beneficiadas por el hecho de que otros lleguen del extranjero.

A veces la gente no nota esos beneficios de manera directa, personal. A lo mejor tu trabajo es construir autopistas y ves que un tipo de Polonia también se dedica a eso y hay una competencia. Lo que no se ve es que hay más carreteras, y eso conlleva que se construyan más casas, hay más demanda para todo tipo de servicios. Con la inmigración es más fácil ver lo que pierdes que lo que ganas.

Hablaba de los luditas. ¿Acaso no lo somos todos en potencia ante la idea de que la inteligencia artificial y los robots se encargarán de que nuestros trabajos como los entendemos ahora desaparezcan?

Ahora mismo somos todo lo contrario que luditas modernos. Nos preocupamos por nuestra privacidad, pero todo el mundo puede ver dónde estamos con el localizador del móvil. Hace dos meses descubrí que, desde que lo tengo, mi teléfono tiene todo el historial de donde he estado. Te dibuja un mapa de tus movimientos. Y no es algo que esté escondido, simplemente no lo había visto. Es como un diario. Cuando me di cuenta, pensé: “Esto da un poco de miedo” y, justo después, me pareció que la aplicación tenía su gracia. Eso sí, la apagué. Pasa lo mismo con el sistema de reconocimiento de caras. Le hice una foto a mi hija y me salieron todas las que le he hecho, y le expliqué los peligros de ciertos hábitos, pero al rato me olvidé de ello. Somos lo contrario que los luditas. Nos preocupamos un poco y luego nos olvidamos.

Es curioso que uno de los grandes cambios tecnológicos de los últimos cien años sea el gramófono, que cambió la industria musical. ¿Son más rápidos los cambios hoy en día o en décadas pasadas?

Es difícil saberlo. Hay un historiador de la tecnología, Robert Gordon, que planteaba viajar 50 años al pasado, a 1968, pongamos por caso. Vayámonos a la cocina. No encontraremos microondas, ordenadores ni pantallas. Unos fogones, un frigorífico… Ahora, viajemos otros 50 años al pasado. A 1918. La tecnología es totalmente diferente. Los coches en 1968 y el 2018 no son tan distintos, pero si los comparas con los de 1918… El Boeing 747 es básicamente el mismo en los 50 años que funciona. Entre 1918 y 1968 cambió todo radicalmente. No está claro que los grandes avances los hayamos vivido en los últimos 50 años, más bien en los 50 previos. Y eso que no hablamos del periodo entre 1868 y el fin del siglo XIX antes de que haya electricidad: imagínese el cambio.

¿Entonces estamos rodeados de charlatanes tecnológicos?

La tecnología es todo, pero la gente se refiere sólo a los teléfonos, los ordenadores… no a los coches o a la medicina. Es en el mundo de la computación donde se ha visto un progreso monumental en los últimos años, pero la evolución en otros aspectos de la vida no es tan grande ni excitante. Hay invenciones como el Google Alpha Zero, un software que enseña a jugar a ajedrez, que demuestra lo rápido que las máquinas pueden aprender. Piensas que tal vez estemos a las puertas de una revolución, pero no es así, no todavía. Hace falta hallar una nueva dinamo, como hace un siglo. En todo caso, el libro habla del pasado y no pretende predecir el futuro.

“La idea de la lavadora como transformadora de la vida de la mujer es muy popular, pero si se mira el tiempo ahorrado en tareas del hogar, el invento clave es la comida preparada”

Lo de charlatán no iba por usted.

(Risas) No soy mucho de hacer pronósticos. Ya sabemos la fama que tenemos los economistas cuando hacemos predicciones. Lo que en todo caso he aprendido escribiendo el libro es que es muy fácil dejarse deslumbrar por invenciones muy espectaculares, como el ordenador más rápido, los coches voladores, la ingeniería genética. Y en efecto, cambian el mundo, funcionan como algo mágico, pero la historia se suele escribir a partir de inventos simples, como el papel, que mejora la gran invención que todo el mundo siempre cita, la imprenta. Antes del papel, y para imprimir 2.000 biblias, se necesitaba la piel de un cuarto de millón de ovejas. Pero con el papel toda la tecnología a su alrededor encaja. Es una idea simple, como lo es el alambre de espino o el contenedor de mercancías, sencillas pero revolucionarias.

Hay dos ideas polémicas en el libro. Una es que sin pasaportes, la economía mundial sería mucho más próspera. La otra es que la agricultura es una de las peores ideas que ha tenido la humanidad.

Sí, esa idea de la agricultura como el peor error que hemos cometido es de Jared Diamonds. No estoy de acuerdo con ella, pero te hace pensar. Creo que hay un proverbio chino que dice que el pez no nota el agua. Eso nos pasa con cosas en las que nos pensamos, como enseñar el pasaporte cuando cruzas una frontera. Es algo normal. Sin embargo, hace un siglo, había la idea de que el pasaporte era una herencia medieval, una amenaza en algunos casos, que no servía para mucho. La idea, claro, cambió tras la Primera Guerra Mundial.

Existe una dicotomía curiosa entre la tecnología y el Estado. Por un lado, los gobiernos y los militares han facilitado la base tecnológica de los smartphones, pero no se les ve muy preocupados sobre los efectos de los nuevos avances en el futuro mercado de trabajo.

Sí, esa dicotomía existe. Lo que está claro es que no se puede hablar todavía de una toma de poder de los robots sobre nuestra economía. No hay evidencias de que la tecnología esté destruyendo empleos. Por ejemplo, en España, la tasa de paro está bajando, pero aún es bastante alta; sin embargo, eso se debe a los años de la crisis. En el Reino Unido, el problema es otro: la productividad. Tenemos la tasa de paro más baja en 40 años, todo el mundo tiene empleo aunque no gane mucho dinero. Es lo contrario de lo que esperarías. Si los robots se hacen con todo, esperarías mucha productividad y no habría empleos. Y lo que está sucediendo es exactamente lo contrario. Algo parecido sucede en Estados Unidos.

“No se puede hablar aún de una toma de poder de los robots sobre la economía. Si fuera así, habría mucha productividad y apenas empleos. Y eso no está sucediendo”

Pero cada día vemos como las máquinas provocan la desaparición de oficios y el despido de trabajadores.

Eso ha sido así a lo largo de la historia. Uno de los inventos que más me gustan es el del ascensor. Cuando se volvió automático, el oficio de ascensorista desapareció. Por completo. Hay un estudioso, James Bessen, que ha investigado al respecto y ha concluido que el del ascensorista es prácticamente el único trabajo que ha sido sustituido totalmente. Todavía hay gente que hace discos para el gramófono, o hay jinetes. Las viejas tecnologías aún aguantan un tiempo… pero no los ascensoristas. El ejemplo más claro de oficios que desaparecen está referido al de la agricultura, un sector en el que hasta hace unos siglos todo el mundo trabajaba en él. Hoy ocupa un 3%.

La lavadora ha aparecido al principio de la conversación. Es curioso porque usted apunta que es la comida precocinada y no la lavadora la gran invención de la liberación de la mujer y su incorporación al mercado profesional. Está claro que hoy en día no podemos vivir sin lavadoras, pero menos aún sin comida preparada.

La comida precocinada es el elemento crucial, en efecto. La alimentación ha cambiado enormemente, y cuanto más lejos te vas, mejor se ve. Imaginemos que primero plantas el grano, luego lo cosechas, lo separas de la paja y lo llevas al molinero, que muele la harina, luego regresas a casa para amasar… Y así con todo. La idea de la lavadora como transformadora de las vidas de las mujeres es muy popular y fácil de entender, es un robot, con pinta de R2D2, que nos hace el trabajo. Pero cuando se observa la evidencia, lo que se ve es que con la popularización de la lavadora no es que se lavara mejor, es que se hacía muchas más veces. Si se mira el tiempo ahorrado en tareas del hogar, es la comida preparada la que le quita un peso de encima a la mujer. Es cierto que como historia la de la lavadora es mucho más atractiva que la del tiempo que te ahorras pidiendo una pizza a domicilio.

Frances Perkins impulsó las pensiones, concepto cada vez más nebuloso en países como España. En 1920 ni un solo estado de EE.UU. las pagaba, y en 1935, todos lo aplicaban. ¿Podemos resucitar a esta señora y evitar que el pensionista sea una especie en vías de extinción?

El tema de las pensiones es muy complicado. De entrada, a nadie le gusta la idea de hacerse viejo. De esta manera, las pensiones están infravaloradas, incluso en el terreno privado por los propios trabajadores, que prefieren cobrar ahora más y luego tener pensiones más bajas. Con la pensión pública, los gobiernos tendrían que preocuparse más. Al principio era una cosa barata. Te jubilabas a los 65, pero muchos trabajadores morían antes de esa edad. Ahora es diferente, porque la esperanza de vida es mucho más alta. Recuerdo haber ido a una conferencia sobre pensiones en el 2000 en Suiza. Estaba lleno de superexpertos. Entonces dijeron: ‘Tendríamos que haber empezado a buscar soluciones en 1975’. Y el problema sigue. Creo que sí, que necesitamos a muchas Frances Perkins.

El otro día comparaba el Brexit con el Señor de las moscas, de Golding, y decía: “El proyecto no puede continuar, pero no puede deshacerse. El desastre flota en el aire”. Vaya panorama..

Hay voces que dicen que si no hay un Brexit duro, mejor seguir en la UE. ¡Irse y quedarse a la vez! Esa incertidumbre es malísima para la economía. Lo que me sorprende del Brexit, con todo, es que los indicadores económicos han ido mejor de lo esperado, pero la política ha ido peor de lo imaginable. Todavía no ha habido un debate serio sobre lo que significa el Brexit. La primera ministra no puede decir lo que quiere porque no tiene suficientes apoyos, el Labour está dividido.... Hay una conspiración de silencio, y el reloj sigue corriendo.

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