"Mi vida fue un camino de muchas crisis y resurrecciones"

El último día de mi vida. Adriana Ugarte

Vertical

Es mujer de frases rotundas, fuerte y débil, que se quiere y no se quiere, que se interpela, que tiene muchos ruidos en su interior que prefiere no explicar porque son de su intimidad. Adriana Ugarte (Madrid, 1985) nunca dirá de este agua no beberé, porque es humana, imperfecta, compleja, curiosa y quiere probar todo lo que no le haga daño ni lo cause. Puede equivocarse, y así aprender. Los sentimientos, dice, se tienen y punto, ni se eligen ni se piensan. ¿Qué siente Adriana?

_Suelo ser un ser humano en constante batalla interna que intenta reconciliar a los bandos que luchan. Por la herencia de nuestra educación, la culpabilidad está muy presente; al final uno se duele muchísimo de sentir lo que siente o de dejar de sentir lo que se supone que debería de sentir. Puedo elegir qué hacer con mis sentimientos, pero no puedo elegir si me gustan o no, si quiero seguir adelante o no, sentir que esta vida es mía.

Adriana es la joven Emma en Enamorado de mi mujer. El sesentón Patrick (Gerard Depardieu) deja a su mujer por ella, que también hace perder los papeles a Daniel (Auteil), ante su esposa Isabelle (Sandrine Kiberlaine).

–Para mí lo más interesante de la película es la reflexión que plantea sobre el paso del tiempo, de las etapas, de la finitud de la vida y cómo, desesperadamente, nos vamos agarrando a los escalones anteriores para no terminar de culminar el ascenso. Creo que lo que más felices nos puede hacer, aunque nos duela, es vivir la etapa que nos corresponde en cada momento de nuestra vida.

Adriana ha aprendido que, por mucho que se empeñe, cuestione o critique a sí misma, su esencia y su naturaleza no van a cambiar. Por ello ha concluido que más le vale amarse y respetarse como es porque “voy a ser mi compañera de viaje”. Admite que se ha hecho daño a sí misma porque en algu­nos momentos es muy dura consigo. Se fue a vivir al campo porque necesitaba silencio inter­no y por sus perras, Peach, de 9 años, y Ona, de seis, que lo son todo, “con mayúsculas”, para ella. “Es lo más cercano que tengo, de momento, a la maternidad”.

–¿Qué le dice su silencio?

–Ámate y busca dentro todas las respuestas; y sobre todo, me dice que resuelva en lo sencillo y no en lo complejo, que aprenda a vivir con mi ruido interno, que no hay soluciones ni respuestas fuera. El bienestar profundo sólo se va a conseguir desde la aceptación de tu imperfección.

Su madre es una abogaba y escritora; su padre, un magistrado que canta ópera en casa. Sintió de cerca la muerte cuando el coche en el que viajaba con sus padres y hermano cayó por un barranco y quedó en siniestro total. Todos quedaron inconscientes, y ella, que tenía cinco años, despertó al día siguiente en el hospital con una sensación de pánico. Estudia filosofía y se quedaría con una máxima de Kant para la vida: el deber por el deber. “Es decir, que hago lo que debo hacer porque hay un sentido del deber interno y el deber mismo me dicta actuar conforme al deber”. Otra máxima de Kant que le gusta: “Nunca utilizar a los demás como un medio, sino como un fin en sí mismos”. Una máxima para practicar el amor puro, sin instrumentalizar al otro. Para la muerte le vienen a la cabeza Nietzsche y la ausencia de Dios, el atolladero filosófico de si Dios existe o no y de si hay algo más allá de la muerte. Si lo hay o no, a Adriana le gusta pensar en el reencuentro con la parte sabia que está dentro de todos nosotros y que a veces sale para protegernos, como la madre que siempre está para cuidar a sus hijos. “Ese parte sabia que nos daría una colleja y nos diría ‘¡Anda que te ha costado enterarte!’”.

Reencontrémonos.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Para empezar, me gustaría poder mantener la calma para poder llegar a hacer algo y no quedarme acorralada con el shock en una esquina. Si superara el pánico, creo que sólo llamaría a las personas a las que amo. No les diría, por supuesto, que es el último día de mi vida, y me quedaría en casa, abrazada a ellos, pasando un día ­normal.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

¡Ufff! ¡Qué preguntas tan duras! Me hubiera gustado crear una protectora canina, de gatos, como un santuario de animales. Poder crear un lugar donde los animales abandonados vayan a parar y no tengan prisa por salir porque nadie los va a sacrificar.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Les diría que la carrera es demasiado corta como para pasársela mirando al carril de al lado y compitiendo. Al final, la batalla es contigo mismo; no hay enemigos. Que miren a los otros con ojos de posibles colaboradores y no de rivales.

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Fue un camino de trabajo, de esfuerzo a escala profesional y personal, sobre todo. Un camino de muchas crisis y muchas resurrecciones.

5. ¿De qué está más orgullosa?

De seguir en el camino aceptando cada vez más la persona que soy con todo; de aprender a amarme incondicionalmente.

6. ¿Se arrepiente de algo?

Me arrepiento de haber sido tan rígida y tan estricta conmigo y con los otros y de haber dedicado demasiado tiempo a amarme por lo que podía conseguir o conseguía y demasiado poco tiempo a amarme por lo que era.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

Creo que la primera vez que entré en el mar y me agarraba mi padre. Yo tendría como dos años y medio o tres. Mi padre es cántabro y nada en el mar que es una locura, parece parte del mar. Me metió bastante adentro, y recuerdo que lloraba, pero a la vez me gustaba.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Unos muy buenos huevos ecológicos con muchas patatas fritas.

9. ¿Se iría a dormir?

Vuelvo al pánico, que, conociéndome, creo que… Pues quizás, sí. Me acostaría y en la cama hablaría con todas esas personas que igual no pudieron asistir a la reunión y hablaría con ellas y me despediría: supongo que haría esto que nos pasa a todos, que es pedir perdón por todos los excesos o todo el daño que hubiera podido provocar a alguien.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

Diría tantas cosas... Algo así como: “No existe el fracaso”.

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