11 años para salvar el planeta

Ecología

Once años es el tiempo que, según los expertos, queda para evitar que el cambio climático sea irreversible. El calentamiento del planeta y la extinción de especies son una emergencia global que exige acciones políticas, pero también urge un cambio de hábitos de la ciudadanía

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El cambio climático y la pérdida de biodiversidad pueden empezar a frenarse cambiando algo tan nimio como el cepillo de dientes. Así lo descubren los asistentes a la charla titulada Cero Residuos, organizada en la acogedora oficina de Keli, una inmobiliaria barcelonesa, propiedad de Queta Xampeny y Ventura Garrido.

Padres de dos niños y con una profesión que poco tiene que ver con el medio ambiente, Queta y Ventura –como la treintena de personas que han convocado– son una prueba de que el ecologismo se está convirtiendo en algo transversal. En una cuestión que preocupa a las clases medias, que aún tienen el poder de convertir tendencias en hábitos sociales, fundamentales para revertir la emergencia climática global.

Yve Ramírez, la conferenciante, es autora de Residuo cero: Comienza a restar desde casa (Titilante), donde se urge a superar la cultura del “usar y tirar”. Miembro fundador del Moviment per la Justícia Climàtica, impulsado en Barcelona, se ha especializado en sostenibilidad y explica que sus charlas tienen cada vez más demanda.

Disponemos de once años para evitar que el cambio climático no sea imparable. Para frenar la conversión del planeta en una sauna que no puede apagarse y mandarnos a una extinción exprés

En la de hoy, ilustra el día a día de María, quien, como tantos millones de personas, incluye en su rutina matutina el lavarse los dientes con un cepillo de plástico y un dentífrico convencional. Después, se prepara un café de cápsula –un nuevo residuo, ya omnipresente–, se toma unos cereales y envuelve en papel de aluminio los bocadillos de sus hijos. Con estos gestos rutinarios, aparentemente inocuos, María pone su granito de arena para incrementar la crisis medioambiental que sufre nuestro planeta.

El cepillo de dientes, por ejemplo: utensilio que, como tantas cosas, tiramos con una facilidad pasmosa. Se calcula que al año se desechan 4.500 millones en todo el mundo. Casi a medio cepillo por habitante. Y no todos se reciclan, porque el plástico de estos cepillos –que tarda 400 años en descomponerse– supone casi el 1% del total que invade los mares. Sin olvidar, añade Ramírez, los microplásticos que llevan los dentífricos convencionales, algo que desconocían la mayoría de asistentes a su charla.

A las nueve de la mañana, tras dejar a sus hijos en el colegio en su coche de gasolina y conducir después hasta su trabajo, María ha contribuido también a aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero. Es como se conocen los gases (como el dióxido de carbono o CO2) que están provocando la crisis climática; un fenómeno que va camino de ser irreversible. Así lo aseguraba el pasado octubre el IPCC, el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, la máxima autoridad mundial sobre esta cuestión. En su informe, el IPCC emitía “una última llamada” para salvar a la Tierra. Según sus cálculos, sólo disponemos de once años para evitar que el cambio climático no sea imparable. Para frenar la conversión del planeta en una sauna que no puede apagarse y mandarnos a todos a una extinción exprés.

El mundo, alerta el IPCC, continúa calentándose. Y si esta tendencia no se detiene, vamos hacia un aumento de 3°C de la temperatura global; muy por encima de lo contemplado por el Acuerdo climático de París de 2016. En ese pacto, todos los países del globo (menos Siria y Nicaragua) se comprometieron a limitar el aumento a 1,5°C para reducir el impacto del cambio climático. El histórico acuerdo, un triunfo de la colaboración internacional, ha servido sin embargo de arma electoral para personajes como Donald Trump, quien en 2017 decidió abandonarlo para “proteger al país y a sus ciudadanos”, dijo.

Sin embargo, lo que ha hecho Trump es desproteger a los estadounidenses y al resto del mundo de un monstruo que avanza a pasos de gigante y que nos afecta cada vez más. Un monstruo que si hace apenas unos años era algo amenazante pero intangible, hoy tiene múltiples rostros y se manifiesta cada vez con más contundencia.

¿Cómo? “Pues empezando por las olas de calor, que cada vez son más frecuentes, largas y duras, con picos de temperaturas que cada año alcanzan un nuevo récord”, enumera Tatiana Nuño, responsable de la campaña de Energía y Cambio Climático de la organización Greenpeace. Unos veranos –como el que estamos viviendo– cada vez más tórridos pero que, añade, “vienen asociados a una inestabilidad climática que nos lleva a olas de frío o a grandes nevadas o a grandes bajadas repentinas de temperatura, que también estamos viendo”.

España –en especial su vertiente mediterránea–, es muy vulnerable al cambio climático. Ya en uno de los primeros informes del IPCC, en el 2007, se señalaba este aspecto, hoy ratificado con datos. “Nuestras temperaturas superan la media global –explica Nuño–. Si las temperaturas globales ya han aumentado 1ºC desde la época preindustrial, en España han aumentado 1,5ºC.”

Pero España no es, ni mucho menos, el único de los puntos calientes afectados por el cambio climático. En esta categoría entran, entre otros, gran parte de los países de la cuenca mediterránea, la región centroamericana, la del Amazonas, el sureste australiano, la Gran Barrera de Coral y la llanura tibetana. Sin olvidar ciudades junto a deltas, ríos o mares como Buenos Aires, Nueva Orleans, Dacca, Tokio, Bombay, Londres, Amsterdam y Alejandría. El cambio climático no conoce de fronteras y aunque afecta más a los pobres, a las mujeres y los niños, es un fenómeno global y transversal que, por mucho aire acondicionado que se tenga, acabará llegando a todos.

Los dispuestos a actuar ya no son una minoría: en el último Eurobarómetro, un 96% de los europeos consideraba que tiene la responsabilidad de proteger la biodiversidad del planeta

El último informe de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemed) cifra en 32 millones el número de personas afectadas en España. Por el alargamiento de los veranos –cinco semanas más que en los años ochenta, según la agencia–; el aumento de la frecuencia de noches tropicales y fenómenos como las “islas de calor” en las ciudades, que elevan las temperaturas mínimas nocturnas. Días y noches cada vez más tórridos, que no solo afectan al confort de las personas sino, también, a su vida: “A partir de un determinado umbral de temperatura máxima las muertes aumentan de forma notable”, informa el Observatorio DKV de Salud y Medio Ambiente.

“Sin olvidar que todos estos cambios van asociados también a la contaminación del aire”, prosigue Tatiana Nuño, “el déficit hídrico, la falta de lluvias, es otra consecuencia del cambio climático. Al llover menos y haber temperaturas más altas, la contaminación se queda más tiempo en la atmósfera”. ¿Consecuencias? Se disparan las alergias y los problemas respiratorios, como el asma, y se agravan muchas enfermedades que ya tenemos. También llegan de nuevas, como el dengue. Lo hacen vía otro de los rostros del cambio climático, como el mosquito tigre y otros parásitos vehículo de las enfermedades tropicales, que ahora tienen en más lugares una temperatura idónea para proliferar.

“El cambio climático está aquí; ahora hay que manejar sus riesgos”, aseguró a esta periodista la diplomática costarricense Christiana Figueras, una de las artífices del acuerdo de París, en vísperas de la histórica reunión. Han pasado algo más de tres años, pero el monstruo sigue creciendo, adoptando otras contundentes encarnaciones. Incluso los que lo niegan detectan que los veranos son cada vez más insoportables y largos, las tormentas y las inundaciones más poderosas y las sequías, más prolongadas. Mientras que en televisión vemos cómo cada año se reducen los glaciares y el deshielo se acelera en los polos, los bosques más cercanos se incendian incluso en pleno invierno. Fuegos, además, más voraces y difíciles de extinguir. La falta de lluvias está también incidiendo en la agricultura, ya que las superficies aptas para el cultivo disminuyen a gran velocidad.

La acidificación de los mares, debido al CO2 –que además de recalentar la atmósfera, también se disuelve en los océanos del planeta–, no solo se traduce en la pérdida de corales en la lejana Australia. En el Mediterráneo, los cada vez más abundantes bancos de medusas son el resultado del aumento de las temperaturas, además de la sobrepesca y la acción silenciosa de los desechos que llegan al mar.

Aquí y en Australia, el cambio climático ya dificulta nuestro bienestar: en cuestiones tan básicas como la salud, la alimentación y la economía pero, también, en aspectos supuestamente más frívolos, como el ocio. Un baño entre medusas es una tortura, como también es desolador pasear por un campo donde no se escucha el canto de los pájaros. Porque mientras las medusas y los mosquitos tigre proliferan, las especies comunes de pájaros, como los gorriones y las golondrinas, están en declive. “¡Nos estamos quedando sin ellas! Su población ha bajado más del 30% en los últimos veinte años”, denuncia Asunción Ruiz, directora de SEO Birdlife. Para la responsable de la oenegé conservacionista más veterana de España, la actual emergencia climática precisa de soluciones urgentes: “Urge naturalizar a la sociedad. Y la política y los ciudadanos deben tener muy presente una doble exigencia: ni un grado más, ni una especie menos. De lo contrario, nos arriesgamos a ser nosotros esa especie menos”.

Junto al cambio climático, la pérdida de biodiversidad es la otra dramática consecuencia de la actual crisis medioambiental. Y se ratifica también con datos contundentes: el pasado mes de mayo, el mayor informe sobre biodiversidad realizado hasta la fecha (auspiciado por la ONU) alertaba de la aceleración de la extinción de especies como consecuencia de la acción humana. Si no se toman medidas urgentes, un millón de especies de animales y plantas podrían desaparecer en pocas décadas.

Este artículo podría seguir desgranando más datos desoladores, las evidencias de este monstruo global que ya tenemos encima. Amenaza que, como observaba Christiana Figueras, aumentará si no tratamos de manejarla. Por fortuna, todavía hay tiempo para frenarla. Existen soluciones, empezando por la descarbonización de nuestro modelo energético, que implica decisiones políticas valientes.

Otras medidas están en las manos de la ciudadanía. Son pequeños gestos, cambios de hábitos. Algunos tan simples como beber agua del grifo, optar por el transporte público o cambiar el cepillo de dientes de plástico por uno de bambú. Estadísticamente, la voluntad existe. Los ciudadanos dispuestos a actuar ya no son minoría. El último Eurobarómetro revelaba que el 96% de los europeos considera que tiene la responsabilidad de proteger la biodiversidad. Queda poco, pero todavía estamos a tiempo si nos ponemos a ello.

Acciones que suman

1. MENOS CORTOPLACISMO

Nuestra sociedad de la inmediatez está tan exhausta que parece incapaz de pensar en el futuro de sus hijos. Quizás por ello, cada vez son más quienes optan por no tenerlos, dadas las circunstancias. Una postura respetable, por supuesto, pero que no sería la solución. Esta pasa por actuar a largo plazo, pensando en el bienestar de esos futuros descendientes, en la humanidad futura. Es como plantar un árbol que quizás nunca te dará sombra, pero sí a los que vendrán después.

2. MENOS AVIÓN

En tiempos de vuelos low-cost, que han normalizado irse de fin de semana a Londres, vale la pena recordar que el avión es el medio de transporte más contaminante. En especial, en distancias inferiores a mil kilómetros. Para estos recorridos, la mejor alternativa es el tren. La cuestión empieza a entrar en la agenda política. En Alemania, el Partido Verde plantea un máximo de tres vuelos internacionales al año, de ida y vuelta, por persona. Quien necesite superar ese límite podría comprar certificados ambientales a otros ciudadanos. La activista adolescente sueca Greta Thunberg hace tiempo que se niega a ir en avión. De hecho, ha anunciado que irá en un barco de vela a la cumbre del clima que organiza las Naciones Unidas en Nueva York este septiembre.

3. MÁS CERCANO

Al consumir alimentos cultivados cerca y de temporada se evita producir la enorme cantidad de CO2 que implican su almacenamiento y transporte en naves y camiones refrigerados. También se impacta positivamente en la economía local y los alimentos saben mejor. Son más sanos, pues al reducirse su tiempo de transporte, están más frescos y conservan más nutrientes.

4. MÁS RENOVABLES, MENOS DERROCHE

Vivimos en una sociedad en la que el despilfarro se ha normalizado. Tanto el visible (se calcula que, por persona, al año, tiramos 250 € de comida), como el invisible (energía, etcétera). Conviene apostar por las energías renovables, energías limpias, como la solar, cuyos beneficios son ya incuestionables. Sin olvidar otros aspectos, como moderar la calefacción en casa, evitar los aires acondicionados y hacer un uso racional del agua y de los electrodomésticos.

5. MÁS RECICLAJE

Después de reducir y reutilizar, viene reciclar. Aunque este proceso conlleva la emisión de CO2, es una solución mucho más sensata que tirar todo. En el primer mundo, las facilidades para reciclar residuos como el papel, el plástico, el aceite y el vidrio son cada vez mayores y su práctica, más extendida. Sin embargo, ha aparecido un poderoso frente, que son los desechos tecnológicos: aparatos poco duraderos y difíciles de reparar que se acumulan en vertederos.

6. MENOS ROPA

El éxito de la organizadora Marie Kondo es el mejor ejemplo de que la acumulación en los hogares, especialmente en los roperos, es un signo de nuestros tiempos. La adicción a la llamada moda rápida ha derivado en millones de armarios atiborrados, que Kondo gestiona tirando lo que no se usa en enormes bolsas de plástico negro. Pero comprar-tirar-comprar es absolutamente antiecológico. Greenpeace calculó que conservar la ropa uno o dos años más reduce las emisiones de CO2 en este sector en un 24%.

7. MENOS CARNE

Si hubiera un país habitado sólo por vacas, sería el tercer emisor mundial de contaminantes. La ganadería es la responsable de la emisión del 14,5% de los gases de efecto invernadero y la ganadería industrial, de la pérdida de biodiversidad en ecosistemas como la Amazonia. La producción de carne roja conlleva un número mucho mayor de emisiones que la de pollo, frutas, verduras y cereales. No hace falta convertirse en vegetariano si no se quiere, sólo reducir el consumo de carne.

8. MÁS CRÍTICOS

La crisis climática implica el deber de ejercer nuestros derechos como consumidores y ciudadanos. Para cambiar lo que no funciona, hay herramientas para presionar a compañías y gobiernos. La primera, el voto: informarse de las políticas ecológicas de los partidos y exigir que se apliquen. El pensamiento crítico puede servir ante aspectos a primera vista banales, como el etiquetado de alimentos. Un correcto etiquetado permite elegir lo más sostenible.

9. MENOS COCHE

Prescindir del coche es la más efectiva de las acciones cotidianas para frenar el cambio climático. Los vehículos privados, de diésel o gasolina, son uno de los principales generadores de gases efecto invernadero. Urge un cambio, ya en marcha, hacia una movilidad más sostenible. ¿Cómo? Desplazarse andando (no tiene rival medioambiental), apostando por el transporte público o utilizando otros medios, como la bicicleta, los vehículos compartidos o los no contaminantes.

10. MÁS ÁRBOLES

En las excursiones de fin de semana, al hacer turismo... cuidar el entorno debe ser siempre una prioridad y, un paso más allá, una manera de contribuir es plantar árboles en la medida de lo posible, sea en el jardín particular o apoyando proyectos contra la desertización y la deforestación. Los árboles son una gran ayuda para reducir los efectos del calentamiento global.

11. MENOS PLÁSTICO

El plástico invade nuestro entorno. En el supermercado, auténticos templos de este material, envuelve hasta los pepinos y las naranjas. Difícil de reciclar y casi indestructible, millones de toneladas contaminan tierras y mares. Por fortuna, empieza a haber una reacción y se ofrecen más alimentos y productos sin plástico. Además de optar por ellos, otros gestos efectivos son beber agua del grifo, no embotellada y, al comprar, usar bolsas reutilizables o el carrito de toda la vida.

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