En la primavera de 1946, Jacques Heim, el diseñador francés que vestía a la esposa de De Gaulle y a Mamie Eisenhower, presentó un traje de baño de dos piezas que bautizó con el nombre del elemento más pequeño conocido entonces, lo llamó Atome y pretendía ser “el más pequeño del mundo”. Quiso la mala suerte –o no, porque un año después presidía la cámara sindical de la alta costura– que a las tres semanas su rival Louis Réard –ingeniero de automoción y también diseñador– apareciera en la célebre piscina Molitor acompañado de la bailarina del Casino de París Micheline Bernardine. Se celebraba un concurso de bellezas en traje de baño que patrocinaba Réard, pero fue Bernardine quien atrajo las cámaras como un imán: iba desvestida con un sucinto traje de baño que, por primera vez, dejaba ver el ombligo y las nalgas. “El bikini, la primera bomba atómica” estaba estampado con un patchwork de recortes de prensa de Elsa Schiaparelli y cabía en una caja de aluminio de 7x7 centímetros. Hoy a nadie se le ocurriría usar la radiactividad para promocionar un producto, pero apenas cuatro días antes de aquella mañana parisina, Estados Unidos había detonado una bomba nuclear de 21 kilotones en ese atolón del Pacífico, y su nombre estaba en boca de todos.
La guerra nuclear para descubrir más y más el cuerpo de la mujer estaba lanzada, pero el atrevido diseño de Réard pasó más inadvertido de lo que se cree y, como explica el libro Bikini. La légende, que acaba de publicar Michel Lafon, su creador no volvió a diseñar nunca más uno tan pequeño. Mientras en Estados Unidos Marilyn Monroe y Jayne Mansfield popularizaban esta moda, la prohibían Italia, Bélgica, Alemania (hasta 1970), Francia (en la costa atlántica) y España, aunque Benidorm lo indultó en 1952. Su visionario alcalde, Pedro Zaragoza, se lo pidió personalmente a Franco, intuyendo que ayudaría al despegue turístico. Acertó.
La presentación del bikini en 1946 no fue el bombazo que esperaba su autor, pero seis años después una Brigitte Bardot de 17 años puso el mundo patas arriba en La reina del bikini y más aún cuando se mostró en vivo en Cannes luciendo esta prenda.
Y ya no hubo quien parara el fenómeno, ni siquiera los avisos contra los perjuicios del sol en la piel. El monokini, un bañador sostenido por dos tirantes que dejaba al descubierto los pechos, aparece en los sesenta, como la lycra, una fibra de secado rápido que puede tensarse y estirarse hasta seis veces su longitud y que mejora las prestaciones de la ropa de baño. Para entonces, Ursula Andress en Doctor No (1962) o la canción Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polka Dot Bikini (1960), de Brian Hyland, ya habían puesto su granito de arena para popularizar el bikini, que en los setenta –¿recuerdan Eva María, de Fórmula V?– se convirtió en símbolo de una juventud desacomplejada que lo vestía como ropa de calle, con falda o pantalón.
Galliano retomó en el 2000 el viejo patchwork de Schiaperelli, y como en moda todo lo que pasa renace de un modo u otro, esta temporada están de moda el estilo surfero y el neopreno... Pero también los retro de braga alta. ¿Vuelve el bisabuelo del bikini?