El alma de un crucero

especial verano

Ofrecer el mejor servicio de restauración, hostelería y ocio a bordo de un gran crucero no es fácil. 'Magazine' ha comprobado cómo con profesionalidad, desenfado y buen humor, la tripulación supera todas las estrecheces.

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Hablar de gran hotel flotante para referirse a uno de los grandes cruceros que cada semana atracan en los puertos de Barcelona, València, Palma o Eivissa no es sólo caer en un tópico demasiado manido, sino quedarse corto. Los servicios que ofrece a bordo cualquiera de estos barcos igualan e incluso superan al de cualquier complejo hotelero. El reto, en alta mar y en un espacio limitado, no es fácil. Magazine ha tenido la oportunidad de visitar las entrañas de uno de estos buques que surcan el Mediterráneo con casi 6.000 personas a bordo, MSC Meraviglia.

Lo primero que llama la atención de cualquier profano al sector de la perfecta organización dentro del aparente caos que puede asaltar a cualquier intruso en el puente 4 –el cuarto nivel de los 18 que tiene en barco–, que podría definirse como la planta técnica, la que acoge la gran arteria de servicios. Se trata de un amplio pasillo de más de 300 metros de proa a popa que cubren prácticamente la eslora del barco y que conectan con las cocinas, despensas, lavandería, comedores de la tripulación, sala de control de máquinas, administración, acceso a las cabinas y zonas de uso privado de los tripulantes y hasta un servicio de inmigración, dadas las más de cien nacionalidades de las 1.500 personas que trabajan a bordo para dar servicio a 4.400 pasajeros cuando el barco está en plena ocupación.

El carácter italiano de la compañía se descubre en la sala del control de máquinas, donde los ingenieros charlan animosamente de fútbol en torno a una cafetera

“Desde aquí se articula lo que sería la organización de un gran complejo hotelero, un parque temático o incluso de una pequeña ciudad, aunque desde un espacio muy limitado, teniendo en cuenta que esto es un barco y también necesita el personal propio para navegar”, explica Simon, un suizo de Lugano que decidió echarse a la mar hace 18 años en lugar de mantener la tradición familiar en la hostelería de montaña. Hoy es el responsable de dar de comer a un pasaje tan variado como la propia tripulación.

La calidad del servicio, con especial atención a colectivos específicos, es su principal preocupación. Puede vanagloriarse de tener una oferta variada y segura para celíacos, vegetarianos y veganos y contar con personal adecuado para atender a personas con problemas de alergias y hasta contar con un menú kosher, convirtiendo en una ventaja lo que podría aparecer como un inconveniente: trabajar con personal de orígenes tan diversos. “Eso nos permite ofrecer siempre un servicio más adecuado a cada cliente”, señala. Entender los gustos y hablar el mismo idioma que los comensales es algo que, paradójicamente, se puede ofrecer en alta mar. De hecho, de atender los servicios de restauración, tanto en el bufet y el gran restaurante de popa como en los diversos bares y restaurantes temáticos, se ocupan 900 de los tripulantes.

Un reto añadido dentro de sus responsabilidades es una logística que debe adaptarse a espacios reducidos, con maquinaria y personal específico que, más que almacenar, debe estibar, siguiendo unas estrictas normas de ocupación de espacios, sujeción y apilado. La retahíla de kilos y litros de todo tipo de alimentos y bebidas que trasiegan diariamente los operarios por estas despensas no dejan de ser cifras tan extraordinarias como las del propio barco. Llama la atención, sin embargo, que suelan compararse con los que consume cualquier municipio de 10.000 habitantes, casi el doble de la ocupación del barco. Como también es llamativa la eficacia para reponer completamente las bodegas durante la escala de unas horas que el crucero realiza en Génova.

Aunque el carácter estrictamente italiano de la compañía se descubre en uno de los espacios de acceso más limitado de la embarcación: el control de la sala de máquinas. El visitante improvisado –que no imprevisto, ya que para acceder allí es necesario hacerlo con algún miembro del servicio de seguridad, en su mayoría israelíes o sudafricanos– puede encontrarse una escena pintoresca: la de un grupo de ingenieros vestidos con un impoluto mono de trabajo charlando animosamente de fútbol alrededor de una cafetera italiana. Lógicamente, en una de las escalas.

Antonino, jefe de ingenieros, es uno de los numerosos técnicos que la propia compañía ha formado en una de sus escuelas, en Sorrento. Eso hace que muchos de los técnicos y oficiales de MSC sean originarios del sur de Italia y que estos espacios sean un reducto de lo que en su día fue una compañía que aún presume de su carácter familiar.

Lorenzo, jefe de mayordomos, tiene 72 años, 47 de ellos en el mar; aún recuerda emocionado su época en el ‘Achille Lauro’, secuestrado por un comando palestino en 1985

Quien mejor puede hablar de ello a bordo es Lorenzo, un napolitano que presume de ser el empleado más antiguo de la compañía. Jefe de mayordomos en el selecto Yatch Club, la zona reservada del crucero a los pasajeros de las cabinas más exclusivas, sus 47 años de servicio y 72 de edad muy bien llevados hacen de él la voz más autorizada del crucero. Tripulante del Achille Lauro, recordado por su secuestro en 1985 por parte de un comando palestino, es la memoria viva de la época dorada de la navegación de recreo y testigo de un sinfín de vivencias glamurosas. Giuseppe, responsable del club, le insta a explicar anécdotas de selectos tripulantes como Sophia Loren, Kirk Douglas o Anthony Quinn cuando a Lorenzo se le quiebra la voz rememorando aquel trágico episodio que acabó con el asesinado de un pasajero al que los terroristas acabaron arrojando por la borda. “Lo que más ­recuerdo de aquellos días es la humanidad que aflora en situaciones de ­tanta tensión”, recuerda reservándose los detalles escabrosos. Superada aquella crisis, Lorenzo sigue preguntándose por qué no fue reque­rido para embarcarse en la nave cuando años después sufrió un incendio que provocó su hundimiento ante las costas de Somalia.

Su reconocida vocación de servicio le llevó a convertirse en el asistente personal de Sophia Loren a bordo de sus numerosos viajes con la compañía e incluso en sus estancias junto a la familia propietaria, a la que le une una larga amistad. “Me propuso irme con ella como asistente, pero le dije que ella ya tenía bastante con los rumores que cada día salían en las revistas como para meter a un hombre casado en su casa. Y seguí navegando”, explica.

También acumula un sinfín de historias Francesco, italiano de Cagliari y director de crucero, lo que viene a ser el máximo responsable de los espectáculos y el ocio de a bordo. Salvo el que ofrece en exclusiva el Cirque du Soleil, toda la programación del barco es cosa suya. Sus 30 años de experiencia en el cargo dan también para innumerables anécdotas. Aunque ninguna como con la que inició su función, ya que empezó formando parte de un espectáculo griego en un crucero en el que él llevaba la voz cantante –sin hablar el idioma–. Eso y una soltura innata le abrieron las puertas de ese peculiar mundo del ocio de cubierta y alta mar al que ha entregado su vida. “He dado y me han dado, ya que mi mujer era una de las primeras bailarinas que contraté”, explica.

Hoy son Gabriela, Marta y la madrileña Blanca quienes tratan de labrarse un futuro en la danza contemporánea en el espectáculo que representan en dos sesiones diarias. Como Silvia, una cantante que da un toque lírico a un espectáculo ecléctico que pretende dar cabida a todos los gustos y orígenes de los espectadores.

“Somos una compañía italiana y todo el mundo sabe que nuestros espectáculos serán divertidos y descarados”. De ahí que cada cena en el gran restaurante de popa también esté amenizada por un pequeño espectáculo italiano que protagonizan los propios camareros y al que los comensales se suman sin dudarlo ondeando sus servilletas al ritmo de una escandalosa fanfarria. No hay que decir que la fiesta acaba en una gran conga mientras los camareros se afanan en servir los postres.

Todas esas servilletas, muchas de ellas pisoteadas, acabada la cena estarán junto al resto del servicio de mesa en la lavandería que dirige Kadek, un indonesio que también puede presumir de haber empezado desde abajo en las rutas que la naviera tiene en el mar de China Oriental.

La capacidad de asumir una gran carga de material y de trabajo en un espacio reducido es otra de las cosas que más sorprenden de esta lavandería flotante atendida en su mayoría –se cumple el tópico– por personal oriental. Más de 250 personas se encargan de lavar y planchar de 15.000 a 20.000 toallas al día, a lo que se suman también las sábanas de las 3.000 cabinas de pasaje y tripulación en lavadoras para más de 300 kilos de colada.

Sorprenden, también, las sonrisas, bromas y buen ambiente que se respiran pese a la carga de trabajo y el limitado entorno, donde se ve casi al descubierto la estructura interna del casco.

Los tripulantes tienen plena libertad para desembarcar o utilizar libremente las zonas comunes del barco y comprar en sus tiendas. Eso permite que, llegada la noche, sea habitual ver a muchos tripulantes en la pista polideportiva de la que también dispone la embarcación en apasionantes partidos de ecuavoley –una variante ecuatoriana del voleibol– o baloncesto. Apasionantes partidos siempre abiertos a los pasajeros. O que el horario de música latina de la pequeña sala de fiestas de popa sea un hervidero. Nada de ello forma parte de la oferta de ocio de un crucero que, desde dentro, también se disfruta y tiene un encanto especial y auténtico.

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