Arqueólogos del presente

Historia

¿Sirve para algo la arqueología? Para los amantes de la historia y de las humanidades en general, sí, desde luego. Pero las humanidades, precisamente, no pasan su mejor momento en un mundo en que imperan las disciplinas más enfocadas a satisfacer las necesidades del sistema económico. Sin embargo, aunque en ocasiones de forma insospechada, los resultados de la investigación arqueológica tienen impacto, a veces directo a veces indirecto, en nuestro día a día.

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Representación de un arquero en el yacimiento de Val Carmonica (Italia)

A pesar de que no es ni biólogo ni climatólogo, Jos Bazelmans recorre Holanda investigando el efecto del cambio climático en bosques de pinos. Para ser exactos, este científico de mirada viva estudia bosques que crecieron hace miles de años, al final del último periodo glacial, y confía en que sus conclusiones sirvan para que los estudiosos puedan comprender lo que está sucediendo hoy en el planeta. Y no es una excepción entre los arqueólogos: la mayoría del trabajo de estos científicos tiene una aplicación, más o menos concreta, en el presente y, probablemente, en el futuro.

Este investigador participó en Barcelona hace unos meses, junto a más de 3.000 especialistas, en el Congreso Europeo de Arqueología, seguramente una de las mayores reuniones de esta disciplina que se pueden producir actualmente en el planeta. Viendo una concentración de especialistas de tales dimensiones puede surgir la pregunta de qué ocurriría si repentinamente todos esos científicos dieran con el descubrimiento que persiguen. ¿Cuántos enigmas que llevan siglos o tal vez milenios sin poder ser desvelados quedarían al descubierto? ¿Y la respuesta a esos interrogantes qué consecuencia tendría para los humanos de estas primeras décadas del siglo XXI?

Arqueólogos investigan en los troncosde árboles fosilizados para intentar desentrañar cuál es el mecanismodel cambio climático

En el caso de Bazelmans, investigador de la Agencia de Patrimonio Cultural holandesa, esta última pregunta tiene una contestación bastante directa. “El cambio climático es muy importante para nosotros –afirma–, por lo que nuestra investigación está muy vinculada a los debates actuales. Los climatólogos hoy están tratando de conocer cómo es el mecanismo que hace que cambie el clima”. Este tipo de variaciones no han sido excepcionales en el pasado, porque en variables como las temperaturas ha habido cambios profundos en muchas épocas, pero lo que quieren conocer los científicos es por qué mecanismo se producen, y, en concreto en esta investigación, por qué terminó de forma relativamente brusca el último período frío y empezó la actual era cálida. “Por eso –agrega– estoy involucrado en la investigación de bosques de entre hace 11.700 y 14.000 años. Queremos encontrar e interpretar los anillos de los troncos fosilizados, porque en ellos queda registrada la información sobre su crecimiento. Así se podrá entender lo que ocurre hoy”.

Si hay cuestiones que rivalizan hoy en el espacio mediático con el calentamiento global, la inmigración y el crecimiento galopante de las desigualdades son dos de ellas. Y la investigadora portuguesa Marina Diniz las observa también desde la perspectiva que dan miles de años. “Me interesa muchísimo el cambio de forma de vida de un mundo de cazadores-recolectores que funcionó de manera sostenible durante dos millones de años, hacia otra, el neolítico, que trajo la caza y la recolección desde Oriente Próximo. ¿Qué ocurrió para que se produjera esa transformación?”, se pregunta, para añadir que “muchos de los problemas sociales que tenemos hoy, las desigualdades, los medioambientales... empiezan, o al menos crecen, al aparecer las sociedades productoras de alimentos”.

Una de las condiciones indispensables para esos cambios son “los movimientos de población, que tienen una historia muy antigua y a partir de los cuales se dan los grandes avances humanos, por la interacción que conllevan, incluso cuando las personas en un primer momento reaccionan con un poco de resistencia”. ¿Les suena?

Los estudiososdel neolítico reflexionan sobre una cuestióntan actual comola inmigración y destacan que es consustanciala la historia

El neolítico y los avances que trajo con él llegaron al continente bajo el brazo de inmigrantes que llevaban consigo la modernidad, con pros y contras, es cierto, pero modernidad al fin y al cabo. Diniz reflexiona sobre el paralelismo entre aquel fenómeno y el actual: “Es una coincidencia que debería hacernos pensar, porque los neolíticos recorrieron los mismos caminos que hoy recorren los refugiados. Vienen de Siria y del alto Éufrates hacia Europa y también hay movimientos desde el sur del Mediterráneo hacia la orilla norte. Esa mezcla de hace 5, 6 o 7.000 años es impresionante… ¿Por qué vamos a tener miedo hoy de cosas que se han repetido en la historia, que no son nada nuevas?”.

También en el Mediterráneo, la arqueóloga menorquina Montserrat Anglada se ha especializado en el estudio de las culturas talayóticas en las Baleares, y sobre todo, al igual que Mariana Diniz, en la investigación de qué ocurrió para que se produjera ese cambio que hizo que culturas nuevas se impusieran a las sociedades anteriores. Y, de la misma manera, ve la traslación de su estudio a la actualidad, porque “se trata de procesos sociales, que a pesar de que corresponden al pasado, tienen vínculos muy claros con los presentes y las comparaciones siempre nos pueden hacer reflexionar; en realidad, somos los mismos que los que habitaban el territorio miles de años atrás”.

Precisamente porque somos los mismos humanos, Margarita Díaz-Andreu cree que su proyecto de investigación prehistórica tiene una gran conexión con quienes hoy vivimos en este planeta. Díaz-Andreu defiende que “la trascendencia de la arqueología reside no sólo en los tesoros sino en intentar entender el mundo del pasado de las personas, su forma de pensar, su forma de sentir, su universo religioso; como estudiosos tratamos de ir más allá de lo que simplemente es la materialidad”.

Esta arqueóloga, investigadora del Institut Català de Recerca i Estudis Avançats (Icrea), lleva a cabo un proyecto relacionado con la electroacústica, es decir, “estamos intentando descubrir si existe una relación entre el sonido, la acústica del paisaje, y el ritual y los sentimientos religiosos que podía tener la gente relacionados con el arte rupestre”. “Me gustaría –añade– hallar datos y resultados que confirmaran mi hipótesis: que hay ecos especiales, o una reverberación o un sonido que es envolvente y que levanta en ti un sentimiento religioso”. Si fuera así ¿no serían unos mecanismos comunes con los que aún hoy se experimenta en la religiosidad o, si se prefiere, la espiritualidad?

La arqueología contemporánea puede llegar a tener un impacto directo en el ámbito político;la investigación sobre la Guerra Civil es el ejemplo más claro

El caso de Alfredo González-Ruibal es algo distinto porque su materia de estudio no se remonta a miles de años atrás, sino a épocas más recientes, inquietantemente recientes incluso. Este investigador del CSIC ha desarrollado gran parte de su trayectoria escarbando en los restos de conflictos armados del siglo XX y, entre ellos, la Guerra Civil. La conexión de su trabajo con nuestros días es, por tanto, evidente, no sólo por la proximidad en el tiempo, sino también por su significado político. En consecuencia, la arqueología puede acabar teniendo un impacto directo en la opinión pública y, convertirse, literal y figuradamente, en una ciencia de trinchera.

Y eso, que es cierto con la Guerra Civil o la represión de la posguerra, sucede también en otros terrenos. “Hay temas que me emocionan particularmente”, explica González Ruibal. “Uno que me encantaría poder estudiar es el final de las sociedades multiculturales europeas en el siglo XX; cómo esa sociedad increíblemente compleja y diversa que era Europa hasta los años 30 del siglo pasado quedó completamente arrasada por una serie de genocidios, guerras y limpiezas étnicas”. Es una diversidad que hoy hemos olvidado completamente, porque “nos hemos creído que en la República Checa sólo vivían checos, en Alemania, alemanes, y en Francia franceses, cuando la realidad es que ochenta años atrás eran sociedades mucho más ricas, que hablaban muchas lenguas. Ahora lo único que queda de ellas son restos materiales, cuando sólo hace unas décadas eran culturas vivas”.

Más de un arqueólogo mira al cielo cuando se le recuerda la imagen estereotipada que ha transmitido de ellos el cine y que ha calado entre el gran público. “Se nos identifica muy a menudo con la búsqueda de civilizaciones en selvas de África o en el Próximo Oriente –dice González Ruibal–, cuando las tenemos aquí al lado, y no datan de hace miles de años, sino de unas pocas décadas atrás”. Y, lógicamente, la proximidad de esos objetos de investigación, de esas culturas perdidas europeas, hace que su sombra se proyecte con mucha fuerza en el presente: “Creo que es fundamental volver a recuperar esta historia de una Europa diversa y compleja, en un momento en que nos enfrentamos a cuestiones como la diversidad cultural en nuestras sociedades, la inmigración o la propia integración de la UE, o incluso en el caso de España, con la cuestión del nacionalismo catalán y del nacionalismo español”.

Karin M. Frei dirige un equipo de investigadores del Museo de Copenhague que estudia la movilidad de las mujeres en la cultura neolítica, a partir de cuerpos en excepcional estado de conservación hallados en Dinamarca. Los resultados de estos trabajos, basados en el análisis de la ropa, los tejidos y la alimentación de estas antiguas europeas, están poniendo en cuestión algunas ideas asumidas hace tiempo, como, por ejemplo, que la movilidad geográfica, en busca de recursos, de comercio o de poder, era un patrimonio básicamente de los hombres. Las investigaciones de Frei muestran, por el contrario, que también las mujeres participaban en esos movimientos de población.

¿Qué interés tiene para los actuales europeos conocer cómo vivían sus antepasados en la edad de bronce? Para quienes se interesan en la arqueología y en la historia, lógicamente, la cuestión tiene ya un atractivo en sí misma, pero, para Frei, de la misma manera que para sus colegas, existe un interés que trasciende el mismo hecho científico. “Este tipo de descubrimientos son verdaderas ventanas al pasado, que hacen que podamos identificar y descifrar cambios importantes en nuestra historia y a través de ellos comprendemos mejor tanto el pasado como el presente”. Y podemos reinterpretar nuestra propia trayectoria como especie humana, se podría decir. ¿O, en un momento en que la reivindicación de la igualdad entre sexos está más viva que nunca, no tiene interés saber que la mujer en épocas ya muy pretéritas tuvo un peso más importante del que le había otorgado la ciencia hasta ahora?

Pepita Padrós ha dirigido durante décadas las excavaciones arqueológicas en Badalona. Su campo de investigación se centra en el mundo romano (en Baetulo, pues), pero dentro de él lo que más le interesa no es tanto cómo se expandió ese imperio, sino cómo terminó. “La ciudad romana –explica– era muy estructurada, muy ordenada, pero, en cambio, en la edad media esa estructura se convirtió en desorden. Me gustaría saber por qué el urbanismo perdió su razón de ser, por qué se produjo este cambio de mentalidad, por qué, en el tránsito de una etapa a otra, la gente aceptó empobrecer su forma de vida”. Esas calles en forma de retícula, ese espacio urbano limpiamente geométrico, con aceras, alcantarillas y muchos otros elementos propios de las ciudades modernas, desapareció. “La gente empieza a tirar la basura en cualquier lugar, a interrumpir las calles construyendo nuevas casas. ¿Qué ocurre? ¿No hay gobierno?”. Es el eterno debate sobre la caída del Imperio Romano y sus causas, pero analizado, en un sentido literal, a pie de calle. “Me gustaría responder a la pregunta sobre por qué se perdió la conciencia de ciudad”, añade, y con ella un concepto milenario de sociedad.

Como en el caso de las mujeres del neolítico estudiadas por Karin M. Frei, cabe preguntarse qué aporta ese conocimiento del pasado y qué representaría responder a las preguntas que se plantean. “Tenemos que ser capaces de poner en valor los restos arqueológicos que encontramos para explicar a la gente la evolución de su ciudad y de su sociedad, que se han pasado épocas muy malas, de retroceso, y épocas buenas, de progreso”, explica Padrós. El urbanismo de un lugar tan concreto como Badalona es un ejemplo de lo que ocurrió con una de las grandes culturas de Occidente; una sociedad que tras conocer unos avances extraordinarios terminó en gran parte por olvidarlos. Es un ejemplo como los que podemos encontrar hoy prácticamente a diario, de que, al fin y al cabo, el progreso no es lineal.

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