Bardenas Reales, entre águilas y cazas

Ecología

En esta reserva de la biosfera en el sur de Navarra conviven rapaces, que atraen a turistas y equipos de rodaje, y el Ejército del Aire, polémico inquilino cuyos F-18 rompen la barrera del sonido y efectúan prácticas de tiro cerca de donde planean las águilas.

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La formación más famosa de las Bardenas es esta columna de arenisca llamada Castilldetierra, en franca erosión

Incluso al Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa le faltaron las palabras al descubrir las Bardenas Reales. “Mi cerebro es incapaz de asimilar un contraste tan impresionante”, fue todo lo que acertó decir, según testimonios de la visita que realizó a este parque natural del sur de Navarra en el 2002, después de que la Unesco lo incluyera entre las 500 reservas de la biosfera del planeta. El autor de La ciudad y los perros acababa de visitar el frondoso bosque de Irati, situado a 100 kilómetros. “El paisaje no permite deslindar lo real de lo irreal, una creación cambiante cada hora”, describió una vez superado el impacto que le produjo esta extensión de 42.000 hectáreas rodeada de mesetas y barrancos, con una zona esteparia y desértica en el centro –depresión de la Blanca– salpicada de montículos y cerros aislados de caprichosas formas.

A mediados del siglo pasado, tal sucesión de ecosistemas no era considerada más que una tierra árida e inhóspita. Al margen de un puñado de agricultores y pastores, no interesaba a nadie. Excepto al ejército. Era el lugar idóneo para que los aviones de guerra hicieran prácticas de puntería. Corría 1951 cuando el régimen franquista permitió a Estados Unidos instalar una base militar que el ejército español recuperó en los setenta. “A Franco le daba vergüenza que los estadounidenses vieran que en algunos pueblos la gente vivía en cuevas excavadas en la montaña. Hizo construir pisos para reubicar a los habitantes, pero estos no se querían ir porque las viviendas –el grupo Venecia– estaban en un terreno inundable, así que mandó tapiarlas”, explica José María Samames. Este campesino y empresario turístico ha rehabilitado viejas cabañas que ofrece como alojamiento y organiza recorridos en 4x4 o a caballo. Si para él, que conoce el lugar como la palma de su mano, la experiencia “cada vez es diferente”, para Fréderic Moncoqut, naturalista francés especializado en las Bardenas, “el asombro y la fascinación no se agotan jamás”. La primera vez que pisó el parque, en 1992, le costó creer donde estaba: “Era como si de repente acabara de cambiar de continente para encontrarme en algunas regiones desérticas del Magreb, de Oriente Medio o de EE.UU.”.

En general, las maniobras militares se efectúan con bombetas y cartuchos de fogueo, pero varias veces al año aviones de combate usan armamento real

Su sorpresa fue absoluta cuando se percató de que las águilas reales, los alimochos y los buitres leonados no son los únicos en surcar el cielo. “Prohibido el paso, zona militar”, reza un cartel metálico perforado con multitud de agujeros de metralla al llegar al cruce que separa la pista de acceso público de otra que se adentra hacia el centro del valle. El polígono de tiro ocupa 2.200 hectáreas, situadas en el corazón del perímetro del parque, donde se ha reproducido un escenario de guerra en el que viejos cazas y tanques en desuso hacen las veces de objetivo. En general las prácticas se realizan con bombetas y cartuchos de fogueo, pero varias veces al año aviones de combate F-18, F-16, Mirage F-1, Harrier AV-8B y helicópteros Súper Puma utilizan armamento real. ¿Cómo casa una reserva de la biosfera con las bombas? “Se trata de un caso único”, admite Julián Isla, presidente de la junta de la Comunidad de las Bardenas Reales, que gestiona el parque y es propietaria de los terrenos donde se halla el único campo de tiro del Ejército del Aire en España y uno de los mejores de los que dispone la OTAN en Europa.

“La instalación militar es anterior a la declaración de reserva de la biosfera y está clasifi­cada como zona de interés general para la defensa, lo que significa que prevalece por enci­ma de cualquier otro uso. Así que, o llegas a un acuerdo con el ejército o te expropian”, argu­menta Isla. La zona caliente, dice, se reduce a 200 hectáreas, fuera de las cuales no hay actividad humana y “las aves están más protegidas que en otras áreas”.

¿Los pájaros de hierro no tienen ningún impacto sobre los de carne y hueso? Según el estudio científico realizado en el 2012 sobre el efecto de las maniobras militares Nube Gris en las aves, se detectan consecuencias “significativas sobre la presencia y la distribución de especies de mediano y pequeño tamaño”. En cuanto a las rapaces, “reaccionan de la misma manera frente a cualquier vehículo o persona, con independencia de cómo vayan vestidos, porten cámaras, prismáticos o armas, al menos mientras no se produzcan disparos”.

Disparos hubo, y muchos, en noviembre durante la operación Tridente de la OTAN, en la que participaron 36.000 soldados. Con todo, los militares reivindican también su lado ecológico. “El ejército realiza una labor de mantenimiento de zonas rurales, la fauna es más abundante dentro del polígono. Se reproducen mejor, no hay cazadores ni presión humana de ciclistas”, sostiene en declaraciones a Magazine un portavoz oficial del Ejército del Aire. Más de un espacio natural se ha conservado en España gracias a las bases militares, como la isla de Cabrera o Cala Jóncols (Roses). En las Bardenas, la alondra de Dupont, especie protegida, sólo vive dentro del campo de tiro. “¿Debido a que hay menos presión humana o ya era así antes?”, se interroga Samames. Ello no significa que las maniobras de unos aparatos que vuelan a 2.000 km/hora sean del todo inocuas.

La prosperidad de la zona está más ligada a la actividad militar que al turismo; sin el campo de tiro, la abadía de la Oliva tal vez no habría podido restaurarse

El año pasado un visitante resultó herido y tuvo que ser hospitalizado de urgencia. “Un rebote de metralla de helicóptero de combate impactó contra el coche de un turista francés. Hay una probabilidad entre 800 millones de que esto ocurra”, reconoce el portavoz del ejército. La investigación concluyó que se produjo un accidente en un ejercicio con fuego real. “Se han cambiado los blancos de posición para reducir aún más las posibilidades de que vuelva a suceder”, informa.

El Parlamento de Navarra y algún municipio han aprobado mociones instando al Ejército a abandonar las Bardenas, pero las protestas no han ido más allá. “Los ayuntamientos de la zona están a favor del polígono, somos inquilinos”, precisa el portavoz. Las cosas han cambiado mucho desde los cincuenta, cuando el alquiler era de 20.000 pesetas (120 euros) al año. A principios de los 2000 ascendía a 3,5 millones de euros, y en el 2008 se firmó un acuerdo por el que el Estado cedía la propiedad de los terrenos a la Comunidad de Bardenas y esta prorrogaba 20 años el contrato a cambio de siete millones de euros anuales, que a partir del 2018 se convertirán en 14.

Isla recuerda que se han explorado alternativas en Portugal o el norte de África para poder desmantelar el polígono, pero no hubo una solución viable. A dos minutos de vuelo de la base aérea de Zaragoza y en el actual contexto internacional, el de las Bardenas es más que nunca un enclave estratégico. El ejército confirma el lanzamiento “esporádico” de “bombas o misiles” respetando los términos del acuerdo del 2008: “No se utilizará munición con uranio empobrecido, componentes de tipo nuclear, bacteriológico o químico que sea susceptible de causar daños a la salud de los habitantes y de la fauna y flora”.

Unas garantías insuficientes a ojos de Moncoqut. El creador de una completa web sobre las Bardenas dirigida al público francés cree que el campo de tiro “en ningún caso puede ser compatible” con el turismo y la protección de un entorno que define como “un formidable museo geológico” donde se suceden “ecosistemas preciosos y frágiles”. A su juicio, la presencia militar es un “desastre” medioambiental. “Nada es más contaminante que un explosivo, y en 65 años se han lanzado decenas de miles de bombas”, sentencia. “Es una actividad peligrosa, claro que lo es, por eso somos exigentes a la hora de pedir al ejército mayores garantías de seguridad. Es mejor esto que un cementerio atómico”, se escuda Isla, cuyo cargo es elegido por los 22 “entes congozantes” –19 municipios, el valle del Roncal, el de Salazar y la abadía de La Oliva– que integran la Comunidad de Bardenas. La terminología llamó la atención de Vargas Llosa. Para entender su verdadera naturaleza hay que remontarse al año 1705, cuando el rey Felipe V cedió las Bardenas para “uso y disfrute exclusivo” de aquellos municipios y entidades que habían ayudado a financiar la corona e históricamente habían explotado los campos y los pastos. Así –previo pago de 12.000 reales de ocho– se formó esta entidad local de carácter tradicional, que se rige por sus propios órganos y ordenanzas. “Ha sobrevivido a reinados, dictaduras y gobiernos democráticos”, se enorgullece Isla.

La prosperidad de la comunidad está más vinculada a la actividad militar que al turismo. Sin el campo de tiro, la abadía de la Oliva, uno de los monasterios cistercienses más importantes de la Península, difícilmente habría podido afrontar la rehabilitación de su patrimonio. “El dinero viene muy bien, hay que reconocerlo”, confiesa el segundo abad, Daniel Gutiérrez. “Cuando voy a caballo y oigo el estruendo de los aviones, el polígono militar me parece una chapuza ambiental, pero es cierto que los caminos están en buen estado gracias al ejército”, reflexiona Samames.

Los españoles descubrieron la belleza y el valor ecológico de la zona de la mano de Félix Rodríguez de la Fuente, que filmó algunos de sus memorables documentales sobre la fauna ibérica en los setenta. El turismo empezó en 1980, pero no se desarrolló hasta la década siguiente. En la actualidad, el parque recibe unos 120.000 visitantes al año, de los cuales un 73% son franceses y el 80% pernocta en las inmediaciones. Julián Isla admite que el plan de ordenación, que data del año 2000, se ha visto “desbordado” por la creciente afluencia, la eclosión del turismo de bicicleta... y la demanda de rodajes.

Se trabaja en un nuevo plan que, además de establecer la capacidad de absorción de visitantes y mejorar la calidad de los recorridos, fije el índice de saturación para las producciones cinematográficas. El pasado año se concedieron permisos para 59 rodajes, entre ellos la célebre serie Juego de tronos. Las Bardenas han acogido filmes españoles como Anacleto agente secreto y superproducciones como James Bond o Cartel, de Ridley Scott. En algunas zonas, el rodaje está prohibido ­durante la época de anidamiento de las aves, y la tarifa es de mil euros diarios. “Con el cine no hay afán recaudatorio”, subraya Isla.

Ante la inestabilidad de los países del Magreb, las Bardenas ofrecen un decorado especialmente atractivo. Ello no significa que esté exento de riesgos. Las extremas condiciones climáticas –viento, calor, aguaceros– arruinaron la filmación de un largometraje sobre el Quijote dirigido por Terry Gilliam, que abandonó el proyecto. Quien quiera grabar junto a la formación más emblemática de las Bardenas, Castildetierra –columna rojiza coronada por una losa de arenisca– debería darse prisa. Su erosión está muy avanzada. La comunidad ha decidido incluso escanearlo para poder sustituirlo por una versión en cartón piedra inmune a los azotes del cierzo. Una opción contestada. “Hay que dejar que la naturaleza siga su curso, si no, las Bardenas se convertirán en un parque temático”, previene Samames.

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Un caza sobrevuela la zona de prácticas en el parque de las Bardenas Reales, donde la OTAN llevó a cabo maniobras militares

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Las Bardenas Reales son un espacio único en el que el equilibrio de sus distintos usos es muy complicado. En la foto, una de las rapaces, cuyo hábitat convive con la zona en la que el ejército tiene su campo de tiro.

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Uno de los rodajes de series y películas que se llevan a cabo en la zona, el más célebre, el de episodios de Juego de tronos

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Dos ciclistas haciendo ruta en el onterior del parque natural

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