Cambiar el mundo a golpe de e-mail

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Mensajes cortos, de tinte personal, que hagan pensar a quien los lea que puede ayudar a cambiar lo malo del mundo con sólo un clic en una web. Grandes plataformas como Change o Avaaz y otras menores aprovechan la ubicuidad de internet para promover campañas masivas de sensibilización de la opinión pública.

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Ben Rattay, fundador de Change, en su oficina de San Francisco (California). FOTO: CORDON

Son guapos, jóvenes, muy formados, de buena familia. Son los revolucionarios –de terciopelo– del siglo XXI. Ricken Patel y Ben Rattray son las caras (in)visibles del activismo digital. Su historia comienza en enero del 2007, cuando un joven activista llamado Ricken Patel fundó la organización Avaaz con el objetivo declarado de “cerrar la brecha entre el mundo que tenemos y el mundo que la mayoría de gente quiere”. Un mes después, Ben Rattray y Marcos Dimas lanzaban Change, otra plataforma destinada a mejorar el mundo por e-mail. No se puede decir que el activismo digital naciera entonces, pero sí que desde ese momento se ha multiplicado de forma exponencial, ya que ambas organizaciones, y otras de dimensiones menores, pero también globales, han llegado adonde nadie antes lo había hecho: a los ordenadores de nuestras casas.

La palabra es “global”: cualquier cosa que pasa en el planeta nos concierne, desde cualquier lugar podemos participar. Conciencia global en un mundo en el que la revolución informática ha permitido una especie de ágora que es el ciberespacio. Change, Avaaz, 38degrees y otras son, en afortunada definición de Time, un híbrido entre oenegé y megáfono. Dan voz millonaria a conflictos pequeños o grandes, demandas cercanas o lejanas, y permiten participar con muy poco esfuerzo, algo que tiene sus puntos positivos, pero también críticos.

Contar una historia personal, pedir algo y difundir la demanda en internet definen los mensajes masivos, dice la presidenta de Change

Es posible que alguna vez haya recibido un e-mail pidiendo su firma para alguna demanda social, cultural, ecologista… Uno recibe un correo con una breve descripción de una situación, por ejemplo, las atrocidades que están ocurriendo en Nigeria. De manera muy sintética, se explica que Boko Haram ha usado a una niña de 10 años como detonador de una bomba, causando la muerte de 2.000 personas. A continuación, que el presidente del país, inmerso en la campaña electoral, no se ha pronunciado sobre el tema. Entonces se nos ofrece la posibilidad de firmar para pedir que la ONU convoque urgentemente el Consejo de Seguridad para tratar de forma prioritaria esta tragedia, porque “si no hacemos nada, miles de personas más morirán y la amenaza de Boko Haram se extenderá. Los ataques en París nos han recordado que el terror no tiene fronteras” (como decía hace poco Avaaz).

Mensajes cortos, de fácil comprensión para la era de los 140 caracteres de un tuit. Más abajo, en el mismo correo, se insertan links donde ampliar la información. Pero sobre todo, pesa ese “si no hacemos nada”. Sólo un pequeño gesto nos permite elegir entre el bien y el mal; difícil resistirse.

En esto radica uno de los puntos fuertes de estas organizaciones: saben lo que quieren, a quiénes se dirigen y cómo movilizarlos. Estrategias de business consulting para despertar la conciencia global, ese es parte del cambio que representan, y se explica por la personalidad de sus fundadores: Ben Rattray iba para banquero, y los Patel llevaban el negocio en las venas.

Patel no estaba destinado a este camino. Pero estalló el caso Lewinsky. Dos emprendedores dedicados al software en California y de militancia demócrata empezaron a recoger firmas para que el Congreso censurara al presidente Clinton y move on, es decir, pasar página y seguir adelante con cuestiones más urgentes e importantes para el país que la mancha en el vestido de la becaria. La petición alcanzó rápidamente medio millón de firmantes y la organización saltó a la primera página de la agenda política.

Entre sus integrantes estaba Rick Patel, que fundó Res Publica, grupo dedicado a los derechos civiles. En el 2007 este joven empresario con inquietudes por cambiar el mundo dio el salto y fundó Avaaz. El nombre es tan multicultural como sus miembros: avaaz significa “voz” en hindi y en persa y “sonido” en urdu; en sólo siete años ha alcanzado los 90 millones de miembros en 194 países y utiliza 15 idiomas. Un éxito que comparte con Change.

“Lo que es realmente novedoso de estas plataformas es que permiten al usuario herramientas informáticas que antes estaban al alcance de informáticos o ingenieros. Por ejemplo, si antes querías montar una campaña en internet, tenías que abrir una web, activar un perfil en Facebook, crear un newsletter. Ahora nada de esto es necesario. Con un clic se puede sensibilizar a la opinión pública”. Mario Tascón, autor de Ciberactivismo (Libros de la Catarata), explica así parte del éxito de estas plataformas.

En cambio, la historia de Change comienza cuando Ben Rattray, joven empresario de Silicon Valley, quiso defender a su hermano, víctima de la homofobia. Montó un plan de negocio en 90 folios y así nació su empresa en el 2007, Change, que se ha convertido en una de las mayores plataformas de peticiones on line. Cuenta con 40 millones de usuarios en 196 países. Como afirma Jennifer Dulski, presidenta de Change, “somos como el YouTube de las peticiones: las alojamos, pero no las iniciamos. No obstante, analizamos qué hace que una petición tenga éxito y encontramos tres elementos esenciales: contar una historia personal, pedir algo concreto a la persona que puede cambiarlo y difundir la petición a través de tus redes”.

Aparte de la poca transparencia económica, se ha criticado que este tipo de acciones generan un activismo “de salón”, de poca implicación, pero hay estudios que lo rebaten

Avaaz sí inicia y lanza campañas, esa es su razón de ser. Cada año se realiza una encuesta entre sus miembros para determinar las prioridades; en el 2014 fueron la lucha contra la corrupción política, incluyendo las presiones de las corporaciones sobre los gobiernos, la promoción de políticas que fomenten el bien común y no para las élites, y la lucha contra el cambio climático. Las ideas se someten a un proceso de selección. Una vez asumidas, el equipo de Avaaz busca las líneas de actuación para que tengan el mayor impacto posible. Otras entidades que promueven las peticiones on line son Care2, fundada en 1998 por Randy Painter o la australiana GetUp.

Al usar internet como vehículo de información, estos sistemas permiten sacar a la luz temáticas muy locales o inadvertidas. Por ejemplo, está el caso de Beatriz Figueroa. Esta enferma de cáncer ha conseguido reunir en Change.org la friolera de 516.000 firmas pidiendo una mejora legislativa y protección jurídica de los enfermos de cáncer. Ha logrado que se presentaran dos peticiones, una de ley y otra no de ley, con un debate en el Congreso de los Diputados y además ha obtenido, después de más de tres años, una sentencia judicial favorable. “Mi petición ha dado visibilidad al problema. Estuve un mes en huelga de hambre, pero es gracias a las firmas que he tenido la oportunidad de dar a conocer la situación. Descubrí que incluso había abogados que desconocían esta realidad”, dice.

La asociación animalista Libera consiguió que el Parlamento gallego cambiara la legislación sobre el maltrato animal, que imponía multas de tan sólo 30 euros, para subirlas a 30.000. Su proposición fue aceptada con el apoyo de todos los grupos parlamentarios. “Gracias a las peticiones de Change.org hemos conseguido que confluyan en un lugar muchos de aquellos internautas que estaban dispersos. Creemos que es una herramienta fundamental, al ejercer como elemento de presión. Los propios receptores de peticiones suelen tenerlas en consideración”, dice Rubén Pérez.

Paradójicamente no todo es luz en estas organizaciones. Para empezar, las cuestiones económicas. De Change se ha afirmado que su cifra de negocios supera los 15 millones de euros (2012), pero nunca da cifras oficiales. ¿Cómo se financia? Rattray, que viene del mundo de las finanzas, explica que su empresa sí tiene ánimo de lucro y reinvierte en el funcionamiento de la organización. No hay que olvidar que Change es una organización que tiene sede fiscal en el estado norteamericano de Delaware, y que es considerada B-corporation, un estatus de empresas dedicadas a conseguir un impacto positivo que, sin entrar en detalles, les permite obtener algunos beneficios fiscales que se reinvierten en la compañía. “La transparencia es exigible, incluso el doble, en este tipo de organizaciones. Porque en el fondo tú no confías en personas, sino en un algoritmo, que es el que gestiona gran parte de la campaña de promoción de una causa. Y esto es un problema. Porque es algo sospechoso”, advierte Mario Tascón.

En el caso de Change.org, ha conseguido atraer a inversores de renombre. Bill Gates, Richard Branson y el fundador de Linkedin, Reid Hoffman, han decidido apoyar, con aportaciones económicas, el proyecto. Desde su nacimiento, la organización ya ha recibido tres inyecciones de capital. La última, de 26 millones de euros, fue el pasado mes de diciembre.

¿Es un modelo de negocio sostenible? Carol Schwartz, mujer de negocios y filántropa que ha participado en esta operación, aseguraba que no buscaba un retorno concreto de la inversión, sino que aspiraba a reforzar el papel de las empresas sociales. Pero ¿se podrán llevar a cabo peticiones contra todas estas empresas que sostienen la plataforma desde el punto de vista financiero?

Avaaz decidió en el 2009 no admitir aportaciones de corporaciones, fundaciones o gobiernos. Se financia con las donaciones de sus miembros, que no pueden superar los 5.000 dólares (menos de 4.560 euros), lo cual no es obstáculo para que haya recaudado más de 20 millones de dólares. Una parte se dedica a mantener la estructura, y otra, la más importante, a financiar campañas: en el 2012 se compró una red de módems para tener internet por satélite y de teléfonos inteligentes para al menos 200 activistas en Siria, esa fue una de las maneras de dar a conocer el principio de la sangrienta guerra civil; en el 2013 dedicó un millón y medio de dólares a comprar cámaras para periodistas en el mundo árabe. Todo para dar visibilidad a los conflictos.

No hay duda de que el hecho de que estas organizaciones manejen millones de datos de usuarios las hacen muy apetecibles. Amnistía Internacional (AI) y Humane Society pagan a Change para alojar sus peticiones. Change consigue gran parte de sus ingresos con este sistema, cuando el usuario decide firmar una de ellas. Para las oenegés resulta muy interesante, porque reciben los datos de las personas que participan en la petición, con lo que pueden contactar con ellas para futuras acciones. Este mecanismo levanta alguna que otra ampolla en lo que a privacidad se refiere. ¿Es admisible este intercambio de datos, aunque sea en principio por buenas causas?

La presidenta de Change explica: “Usamos los datos para personalizar la experiencia de los usuarios, ofreciéndoles peticiones y campañas que mejor se ajusten a sus intereses”. Las críticas no llegan sólo por ese lado. Estas organizaciones –pero no sólo ellas, Greenpeace, AI…– promueven el activismo mediante la firma para una causa, algo que en inglés ya se denomina slacktivism o activismo de salón. La idea es que, con un simple clic, el internauta concienciado ya ha dado por cumplido su espíritu reivindicativo, sin una mayor implicación.

Los más escépticos llegan a sostener que estas recogidas de peticiones sobre causas supuestamente justas tendrían un efecto sedante en la sociedad, ya que sustituirían las manifestaciones callejeras. Tal era la tesis del sociólogo Malcolm Gladwell en un artículo en el New Yorker titulado justamente “Por qué la revolución no se tuiteará”.

Sin embargo, un estudio de la Universidad de Georgetown (Dynamics of Cause Engagement Study) ha desmitificado en parte estas acusaciones. Los investigadores comprobaron que aquellas personas que firman peticiones on line también suelen estar vinculadas a asociaciones, partidos políticos u oenegés, con lo que el ciberacti­vismo complementa al activismo de calle, lejos de frenarlo. En algunos casos, este colectivo on line es más proclive a comprometerse (¡hasta el doble!) en causas sociales que los activistas tradicionales. “Sin lugar a dudas es un activismo muy cómodo. No te arriesgas a que la policía te pegue en la calle. Pero es una posibilidad que se añade a las ya existentes. Hoy un ama de casa muy poco revolucionaria puede convertirse en activista. Es algo que suma, no que resta”, valora Tascón.

Otra polémica es la que se refiere a las causas. Muchas propuestas son de escaso contenido en derechos civiles (“que vuelva TVE a emitir MazingerZ; que la isla La Graciosa sea declarada octava isla de Canarias….). PetitionOnLine desapareció víctima de las críticas por la inconsistencia de muchas de sus peticiones. “Es bueno que cada vez más gente participe en cuestiones de índole política, que se pulse la opinión de las personas que son más reticentes a participar en otro tipo de acciones. Sin embargo, también puede ser malo desde el momento en el que se trivializa una protesta, o, por ejemplo, la gente comienza a unirse a cualquier petición que vea sin ir más allá”, decía Enrique Dans, profesor de Sistemas de Información de IE Business School.

Igual que ocurre con muchas cosas de internet, estas plataformas pueden generar un exceso de información que molesta también al usuario, por los repetidos avisos en su correo, campañas en las que no tiene interés. Jennifer Dulski responde que “nosotros queremos que los cambios ocurran, no que sea difícil provocarlos”, y añade que “muchas veces acciones pequeñas como una firma son el primer paso para ir más allá”.

No siempre recoger numerosas firmas es garantía de éxito. De las peticiones que se presentan en España han conseguido su objetivo más de la mitad. Las otras han caído en saco roto. Como la de Cinta Domínguez. Esta educadora musical lucha para que no se relegue la asignatura de Música en la educación primaria. La petición ha conseguido 339.000 firmas, una cantidad incluso superior a la de otras campañas victoriosas. Todavía no ha prosperado. “Cuando presenté la petición, al día siguiente, apenas tenía tres firmas. Con el pasar de los días, su número fue aumentando. De momento no he conseguido los resultados esperados, desde el Ministerio de Educación nunca he recibido respuesta. Con todo, las plataformas on line, sin ser la solución maravillosa, ofrecen una oportunidad. No tiro la toalla. Y el hecho de contar con tantas firmas me permite hacer algo de lobby”.

“Yo diría que son instrumentos muy potentes porque son virales. No es tanto la fuerza que tienen en sí, sino la capacidad de agitar los medios. Las cosas no cambian sólo porque hay una petición, sino por la caja de resonancia mediática que genera”, matiza Tascón.

Por otra parte, es innegable que la protesta, gracias a estas plataformas, adquiere cierta visibilidad y, en algunos casos, entra a formar parte de la agenda de la opinión pública. “Firmar una petición es como prender la mecha de un cartucho de dinamita. Al principio sólo ves una pequeña chispa, pero el efecto final puede ser demoledor y desencadenar una serie de acciones de largo impacto”, afirmaba Luis Morago, director de campañas de Avaaz en España. ¿Qué ocurrirá cuándo todas las chispas prendan ­fuego?

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RAJU. El elefante Raju estuvo encadenado durante 50 años en India, maltratado y obligado a alimentarse de los restos que le echaban los turistas. Tras ser rescatado por un grupo animalista, el animal lloró. Una campaña recogió firmas por su liberación

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BRING BACK OUR GIRLS. Change.org ha promovido campañas y Avaaz recogido firmas por la liberación de las niñas secuestradas en Nigeria por Boko Haram

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EXCALIBUR. Más de 400.000 firmas no consiguieron salvar al perro Excalibur del sacrificio en la crisis española del ébola; varias campañas exigen ahora responsabilidades

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DON’T EXECUTE MERIAM. Meriam cometió el delito de casarse con un cristiano en Sudán, por lo que fue condenada a muerte. Más de un millón de firmas en Change consiguieron salvarle la vida

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PEQUEÑOS EMPRESARIOS. “No matéis nuestros proyectos en el huevo” fue el lema de la campaña de jóvenes emprendedores en Francia el 2014, pidiendo la reforma de un proyecto de ley del Gobierno

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ENCARNACIÓN ARMENTEROS. Iba a ser desahuciada de su casa después de que su hija fuera asesinada por su exmarido; al aceptar la herencia, la mujer tuvo que hacerse cargo de las deudas del asesino. Una campaña consiguió que permaneciera en su hogar

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HELICÓPTERO BASE LOZOYUELA. En el 2013 la Comunidad de Madrid decidió prescindir de este transporte que prestaba servicio urgente a media comunidad. Finalmente se mantuvo

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RECURSOS NATURALES. Activistas de varias organizaciones medioambientales y de Avaaz despliegan una pancarta en la playa de Copacabana pidiendo el fin de los combustibles fósiles y la utilización de energías limpias para luchar contra el cambio global, en el encuentro de Río de Janeiro de la Conferencia sobre sostenibilidad del 2012

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SNOWDEN. Miembros de Avaaz llevan una careta en apoyo de la petición de asilo en Brasil para Edward Snowden, el técnico que reveló secretos de los servicios de información norteamericanos

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SIRIA. Una acción callejera en la ciudad suiza de Montreux reclama atención a la guerra en Siria, durante la celebración de las conversaciones de paz en Ginebra el pasado año

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LOS BANCOS. La joven Molly Katchpole, de 22 años, lleva en su espaldas un mensaje de agradecimiento tras el éxito de su campaña contra la pretensión de algunos bancos norteamericanos de cobrar mensualmente por las tarjetas de crédito

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EL CLIMA. Caracterizados como aliens, grupos ecologistas protestan durante las conversaciones sobre el cambio climático el 2009 en Barcelona

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¿VOTO SECRETO? La campaña realizada en el 2013 por activistas por los derechos civiles con apoyo de Avaaz organizó protestas ante el Congreso brasileño en Brasilia en contra del voto secreto en las cámaras

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Ricken Patel, fundador de Avaaz. FOTO: CONTACTO

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