Casting sentimental

Psicología

Internet permite conocer los gustos y los valores de un candidato amoroso y por tanto elegir mejor, antes de ser arrastrado por la tormenta bioquímica que causa el enamoramiento

Vertical

Doreen Lioy escribió en su diario personal: “Siento tanta compasión por él. […] Cuando le miro, veo a un chico realmente agradable que fracasó en su vida porque nunca tuvo nadie que le guiara”. Hablaba con esa dulzura y empatía de Richard, el que luego sería su marido. Como buena escritora que era, Doreen supo captar en sus frases esos sentimientos románticos que muchos hemos disfrutado con deleite. Cuando contrajo matrimonio con Richard tenía 41 años, edad suficiente para saber mucho de la vida y de los hombres. Y pudo decir que lo que sentía por él era de una gran intensidad: “Nunca encontré a alguien como Richard”.

Su amor se había iniciado una década antes, cuando vio fotos de su pareja siendo reducido por la policía. Según esta mujer, lo que despertó su amor fue la sensación de indefensión que Richard ofrecía.

Por el simple hecho de estar cerca de la persona amada segregamos dopamina, hormona que produce una sensación agradable, aunque lo que ocurra no nos guste

♦ ♦ ♦

Juntarse con alguien sólo porque tiene las hormonas correctas e inventarse luego, por el ‘efecto halo’, que es compatible es una lotería emocional macabra

♦ ♦ ♦

Internet permite hacer preguntas tabú antes de que la química nos haga inventarnos las respuestas a favorde la personaa la que nos hemos enganchado

♦ ♦ ♦

En el casting previo al amor se puede averiguar si el candidato sabe resolver conflictoso negociar, rasgos esenciales en una relación de pareja

A pesar de sus dulces sensaciones internas, los que analizaron su caso desde fuera tenían claro que Doreen se engañaba. Para los observadores externos, lo que la sedujo fue el gran atractivo de Richard. Lo sabemos, entre otras razones, porque ella no fue la única en recibir el influjo de ese perturbador rostro. Este brutal asesino –conocido como el Merodeador Nocturno– hechizó a tal número de mujeres que su juicio se convirtió en un desfile de enamoradas. Mujeres de todas las edades cayeron rendidas a sus atributos. El atractivo físico de Richard Ramírez pudo más que el relato de sus atroces crímenes. Mientras Doreen y otras mujeres le miraban ensimismadas, el fiscal describía cómo este hombre había acuchillado hasta la muerte a maridos a los que había hecho contemplar previamente la violación de sus mujeres.

El corazón –dicen– tiene razones que la razón no entiende. Nuestra forma de enamorarnos es irracional. Guiados por las hormonas, despreciamos variables muy importantes (¿quién piensa, por ejemplo, en la compatibilidad a la hora de educar hijos?) y sobrevaloramos otras triviales. El principal de estos factores frívolos pero decisivos es la belleza.

Aristóteles decía que “la belleza física vale más que cualquier carta de presentación”. Desde luego, en el amor es así: muchos experimentos lo confirman. El psicólogo Michael Efran, el antropólogo Desmond Morris y el psicólogo David M. Buss muestran en sus obras que nuestra selección emocional (aunque no nos guste reconocerlo) está guiada por patrones físicos. Las personas más deseadas (y con diferencia: en el atractivo sólo hay ricos y pobres, no existe clase media) son aquellas que tienen rasgos que aumentan la posibilidad de que nuestros genes se reproduzcan.

Pero la seducción nos llega también a través de los otros sentidos. Se investiga mucho últimamente, por ejemplo, el olfato, quizás por ser el sentido más primario. La memoria olfativa es la que más directamente se asocia a lo visceral. Nos besamos para intercambiar fluidos, medir nuestra com­patibilidad biológica y olernos de forma sutil (el beso es un mordisco civilizado). Por eso, científicos como Helen Fisher nos recuerdan que la sensación de enamoramiento nos llega poco tiempo después del primer beso profundo en la boca.

Atractivo físico, compatibilidad bioquímica, olor… Estas son las variables que hacen que nos enamoremos. Sin embargo, el ser humano ha ideado una enorme parafernalia para envolver este sentimiento y poder pensar que responde a causas profundas. Para autoengañarnos usamos un mecanismo mental: el efecto halo, que tiene muchas variables. Asociamos las variables realmente importantes pero de efecto inconfesable (como la belleza) a otras más sensatas que realmente no han tenido efecto. Por ejemplo: muchos experimentos demuestran que, cuando un individuo nos parece guapo, tendemos a pensar que es una persona de éxito en la vida. De esta forma, podemos pensar que hemos elegido a esa pareja porque nos gusta su capacidad de emprendimiento y su seguridad en sí mismo, aunque en realidad lo que nos atrajeron fueron sus ojos o su mandíbula.

Lo mismo ocurre con otras variables que también tienen efecto halo: investigaciones realizadas por Fisher demuestran que las personas con un olor “compatible evolutivamente” con nosotros (debido a sus anticuerpos, Ph y otros factores biológicos) nos parecen similares a nosotros en escala de valores, desenvoltura sexual y sentido del humor. ¿Cuántas veces hemos oído frases como: “Me entiendo muy bien hablando con él”, “nunca he disfrutado tanto con nadie en la cama” o “me río un montón con ella: tenemos el mismo sentido del humor” como explicaciones del enamoramiento? En realidad, según los científicos citados, la cuestión funciona al revés: una vez que nos hemos enamorado bioquímicamente, tenemos la sensación de que compartimos valores, gustos sexuales y risas. Pero esto sólo son efectos secundarios de una tormenta química previa.

He aquí un ejemplo que ofrece Fisher. Por el simple hecho de estar cerca de la persona amada segregamos dopamina, una hormona que produce sensaciones agradables aunque lo que esté ocurriendo no nos guste. Eso hace que, incluso cuando viviendo una situación potencialmente peligrosa (por ejemplo, una contestación inquietante a una pregunta que hemos hecho), nuestro estado de ánimo sea placentero.

George Bernard Shaw afirmaba que “cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta, la más insana, la más ilusoria y la más fugaz de las pasiones, se les pide que juren que seguirán continuamente en esa condición excitada, anormal y agotadora hasta que la muerte los separe”. Eso es exactamente lo que ha ocurrido hasta ahora. Hemos dejado que la bioquímica (seleccionada durante la evolución humana para aumentar la probabilidad de supervivencia de los retoños) decidiera por nosotros quién sería la persona más cercana e influyente en nuestra vida durante los siguientes años. Y así nos ha ido. El fracaso estrepitoso de esta táctica hace que muchas mujeres se enamoren de manifiestos maltratadores o que otras mantengan largas relaciones de supuesta pareja con hombres obviamente homosexuales.

¿Por qué seguir manteniendo esa estrategia tan azarosa y emocionalmente ineficaz? El amor visceral (es decir: la elección a través de la fisiología) goza de un gran prestigio cultural, pero se ha convertido en una de las principales fuentes de problemas del mundo moderno. Juntarse con alguien sólo porque tiene las hormonas correctas e inventarse después (merced al efecto halo) que es compatible afectivamente es una lotería emocional macabra.

Hay otra estrategia posible: hacer un casting emocional previo, antes de que llegue la revolución bioquímica. Si conocemos a las personas antes haciéndoles las preguntas adecuadas, podemos elegir de verdad. Y para la llegada de esa táctica de “corazón bien informado” que reclamaba el psicólogo Bruno Bettelheim poseemos un instrumento: internet.

Los estudiosos de los cambios que están produciendo las redes sociales en las relaciones amorosas (por ejemplo, Sherry Turkle) hablan de ese efecto de enlentecimiento del ritmo hormonal. En internet, podemos conocer al otro antes de intercambiar fluidos, olores y diversos condimentos del amor romántico. Podemos hacer preguntas antes de que la bioquímica haya actuado y nos haga inventarnos las respuestas a favor de la persona a la que nos hemos enganchado.

Y eso es lo que está ocurriendo. Poco a poco, los seres humanos empezamos a hacer preguntas tabú antes de caer en las redes del amor. Se trata de cuestiones que las hormonas nos impiden plantear una vez que nos hemos enamorado, pero que si conseguimos preguntar previamente nos ayudan a conocer bien a nuestra pareja.

Por ejemplo, los que hacen un casting previo a la revolución hormonal pueden preguntar cómo fue la ruptura de la anterior relación de nuestra potencial pareja. Esa pregunta (imposible de realizar cuando ya estamos enamorados y no queremos ni oír hablar de anteriores vínculos afectivos) les ayuda a conocer el lado oscuro de su posible compañero sentimental. Todos tenemos debilidades que salen a la luz en las rupturas de pareja: ponerlas sobre la mesa ayuda a clarificar la siguiente relación.

Adelantarse a la tormenta bioquímica también permite preguntar a estas personas por otras cuestiones sentimentales: duelos sentimentales no terminados (“¿hay alguien a quien no puedes olvidar?”), relaciones tóxicas con familia o compañeros de trabajo, excesivas dependencias (por ejemplo, de los padres)… Todos estos problemas marcan decisivamente las futuras relaciones y, sin embargo, en otra época se solían desvelar cuando era demasiado tarde.

Por último, preguntar antes de que la oxitocina nos haga confiar ciegamente en la otra persona permite averiguar algunas características psicológicas trascendentales a la hora de mantener una relación. En el casting previo al amor averiguan si el candidato tiene tolerancia a la frustración (“¿Qué haces cuando no consigues lo que quieres?), si es capaz de afrontar los conflictos o si sabe negociar, características esenciales a la hora de mantener una pareja.

Por supuesto, estos individuos asumen que la otra persona puede negarse a contestar cualquiera de esas preguntas del casting. Pero son conscientes de que ese silencio ya les proporciona información: saben cuáles son los temas tabú del otro, aquellas cuestiones que no quiere que se le planteen. Y pueden actuar en consecuencia a partir de esa información.

En el mundo moderno, el amor sigue siendo la respuesta, pero se empieza a reformular, poco a poco, la pregunta. Cada vez más personas se niegan a deshojar la margarita preguntando a sus hormonas y prefieren que su cerebro eche una mano antes de desconectarse definitivamente durante unos años. Gracias a ese casting previo, quizá vivamos etapas en las que el amor sea algo más que una locura indomesticable.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...