Clásicos sobre ruedas

Motor

Son, con seguridad, las motos menos eficientes. Sin embargo, ninguna otra las supera en cuanto a estilo. Centradas en el placer de lo único, la moda de las motos café racer regresa con fuerza.

Vertical

Lo retro está de moda. Vuelven los vinilos, la fotografía con carrete y las motos con aire vintage. Cada vez es más frecuente ver máquinas de los años sesenta o setenta rescatadas, o modelos que imitan las líneas y el estilo de sus predecesoras. Si las miramos de cerca, nos daremos cuenta de que poseen una gran cantidad de detalles modificados, desde suspensiones relucientes hasta luces de posición y giro minimalistas o asientos de cuero cosidos a mano: se trata de una moto café racer, customización que entronca con la moda británica de los cincuenta. Aquellos eran tiempos de posguerra, de presupuesto corto y ansias de libertad largas, de necesidad de vivir el momento. La motocicleta se convirtió en el catalizador de estas aspiraciones, pero el problema era que casi nadie podía pagar el precio de los mejores modelos, por lo que se compraba lo que se podía y se modificaba poco a poco hasta conseguir alcanzar los 160 km/h rodando, lo que en argot se denominó the ton. Para ello, se aligeraba la moto obviando la seguridad y la estética; de lo que se trataba era de ser el más rápido volando entre café y café, restaurantes de carretera frecuentados por camioneros que tomaban el pelo a aquellos moteros diciendo que lo suyo eran competiciones cerveceras. De ahí surgió la expresión café racer. Los desafíos consistían en poner en el jukebox del local un tema de rock & roll –la música que personificaba lo más contracultural del momento– y lanzarse a tumba abierta para ir hasta cierto punto y regresar antes de que terminara la canción. De la época han sobrevivido el Jack’s Hill y el Squires Coffee Bar en el extrarradio de Londres, así como el Ace Café, que volvió a abrir sus puertas en 1994 al detectar una corriente nostálgica. Claro que ahora es más un negocio que vende desde tazas hasta camisetas con su logo que un modelo de rebeldía motera.

El término surge en los años cincuenta a partir de los desafíos de ir a cierto punto y volver antes de que finalizara una canción en el ‘jukebox’ de un bar

La moda actual busca tener una moto única, una pieza de arte transformada con paciencia y estilo para contemplarla desde la terraza del bar

La moda del café racer ha vuelto con fuerza, pero no para jugarse el tipo y los puntos del carnet en una carretera secundaria. Al café racer de ahora le gusta disponer de una moto distinta, única, una pieza de arte para contemplar desde la terraza del bar. En los cincuenta, se sacrificaba la estética de una moto de serie para convertirla en una deportiva. Ahora, lo que prima es su aspecto. Por el mismo precio de partida encontraremos motos de última generación de igual cilindrada y mayores prestaciones, pero esta no es la actitud café racer. Lo que se lleva es el built, not bought, o sea, lo construido, no lo comprado. Ir a una tienda y salir con una máquina de espectáculo no tiene mérito. Lo que importa es el trabajo que uno le pone. Para realizar las transformaciones, bastan paciencia, manitas y el garaje de casa. Pero no todo el mundo dispone de la habilidad o el espacio para realizar un buen trabajo. Entonces se puede contar con los servicios de talleres reputados. En España, en Madrid están el Café Racer Obsession (CRO) y el Café Racer Dreams. Los andaluces de Macco son otro referente, así como el Adhoc o el Café Racer Bikes en las cercanías de Barcelona.

Para crear una buena café racer cualquier moto vale, si bien las que gozan de mayor aprecio son las Triumph Bonneville. Ya en los cincuenta se montaba su motor sobre un chasis de Norton para crear una Triton –tal y como se conocía al vehículo resultante–. También se podía combinar piezas con una BSA, una Guzzi o una Royald Enfield. En la actualidad hay muchas japonesas modificadas, como por ejemplo la Kawasaki W650 o las Honda CB500T o CB750. También abundan las BMW, en especial las R80. Es decir, hablamos de motores fiables y asequibles. Y si el dinero no es problema, se puede partir de una modern classic, es decir, una moto actual de estilo tradicional, como serían los modelos de la propia Triumph. Luego toca instalar semimanillares deportivos, retrasar los estribos, modificar los faros, la suspensión y el asiento, que tradicionalmente debe terminar con un colín aerodinámico o ser plano como una tabla de planchar.

Como es obvio, disfrutar de una moto hecha a medida supone realizar una importante inversión. A cambio, se dispondrá de una máquina exclusiva y de bajo mantenimiento.

No es una compra que se justifique con la cabeza sino más bien con el sentido del gusto. Por eso abundan las tiendas especializadas en las que se venden todo tipo de piezas y complementos para el piloto, no vayamos a comprometer la estética con nuestra apariencia. Porque luego hay que salir a lucir el palmito en lugares de encuentro como el bar Nou Sol de Cunit (Tarragona) o el Café Racer Club 70 de Madrid. O participar en la carrera de regularidad para motos clásicas Andorra 500, de periodicidad anual. E incluso enrolarse en la Distinguished Gentleman’s Ride, salida que se realiza el mismo día en varios países y cuya finalidad es recaudar fondos para la lucha contra el cáncer de próstata. ¿Las condiciones? Moto clásica o modificada y vestirse con corbata y chaqueta de tweed.

Talleres

www.caferacerobsession.com

www.caferacerdreams.com

www.adhocaferacers.com

www.maccomotors.com

www.tamaritmotorcycles.com

Para la moto y para el piloto

www.monegroscycles.com

www.thevintagespeedshop.com

www.laurbanabike.com

www.customcreative.es

www.fuelmotorcycles.eu

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Una japonesa sólida, de motor sencillo pero potente

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