Cómo impulsar la economía durmiendo

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Dormir poco lastra la creatividad, nos hace ser menos felices y nos acorta la vida. La ciencia trata de concienciar sobre la importancia de un buen sueño para mejorar la salud, pero, además, varios estudios señalan que dormir más constituiría un impulso para la economía en forma de un aumento de la productividad y del PIB. Descansar mejor es ya una cuestión de Estado.

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Aseguraba en una entrevista con The New York Times Elon Musk, el magnate al frente de las compañías Tesla y Space X, que sus semanas laborales son de 120 horas y que duerme muy poco. Tampoco el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dedica demasiado tiempo al descanso, supuestamente, sólo tres o cuatro horas de sueño cada noche, y ha dicho que “¿cómo alguien que duerma 12 o 14 horas puede competir con quien duerme cuatro?”

“Si el sueño no tuviera una función vital, sería el error evolutivo más importante que ha cometido la naturaleza”, señala el especialista David Gozal

Como Musk y Trump, otros magnates, políticos, empresarios, actores, escritores y celebrities se vanaglorian de escatimarle horas al descanso, lo que contribuye a alimentar aún más la idea ya instalada en el imaginario colectivo de que dormir es algo parecido a una pérdida de tiempo y que hay que aprovechar cuantas más horas al día mejor. Así, dormimos menos para ir al gimnasio, para salir o trabajar más, para estar con la familia o los amigos. Para, para, para... como si la ecuación fuera dormir poco igual a éxito.

Y sin embargo, no podríamos estar más equivocados. Porque cuanto menos dormimos, menos productivos somos, menos creativos y más enfermos. Cuando no descansamos lo suficiente, en calidad y cantidad, estamos de peor humor, cometemos más errores, tomamos peores decisiones, nos cuesta planificar, concentrarnos, recordar, atender...

Por si fuera poco, un sueño insuficiente aumenta el riesgo de morir de forma prematura y de padecer un sinfín de enfermedades a corto y largo plazo. Se ha visto, por ejemplo, que las personas que duermen menos de siete horas al día de manera sistemática tienen tres veces más probabilidades de resfriarse, porque la falta de descanso compromete al sistema inmunitario.

“Que gente con tanto éxito pueda decir tonterías tan grandes implica una ignorancia tremenda respecto al sueño”, se lamenta David Gozal, responsable de salud infantil en la Escuela de Medicina de la Universidad de Missouri (EE.UU.) y experto en sueño. Y remacha que “el sueño es la columna sobre la que el resto de funciones del organismo se van a construir; si no tuviera una función vital, sería el error evolutivo más importante que ha cometido la naturaleza”.

En Seattle se probó que retrasando 50 minutos la entrada al instituto, los adolescentes dormían unos 35 minutos más y mejoraban sus notas un 4,5%

Cierto es que las condiciones de vida actuales no lo ponen nada fácil. De ahí que estén surgiendo cada vez más iniciativas desde distintos ámbitos para, por un lado, concienciar a la sociedad de la importancia de dormir y, por el otro, comenzar a mejorar la cantidad y calidad del sueño. Eso pasa por lograr ciudades más silenciosas y menos hiperiluminadas, pero también por impulsar una reforma horaria que acomode la vida laboral –y la educación o el ocio, porque hay actividades extraescolares que acaban a las 10 de la noche– a las necesidades del organismo.

Y es que el sueño, como reivindicaron expertos de distintas disciplinas en una conferencia internacional recientemente celebrada en Barcelona (B-Debate, una iniciativa conjunta de Biocat y la Obra Social La Caixa), es, en definitiva, el cuarto pilar de la salud, junto a una dieta equilibrada, el deporte, y el bienestar emocional.

Dormir para vivir más y mejor. Numerosos estudios científicos han comprobado que lo más saludable es dormir entre siete y nueve horas cada día. “Hay una estadística muy sólida en torno a la relación entre horas de sueño y mortalidad: se ha observado que dormir menos de seis o siete horas y más de nueve al día se correlaciona con una mortalidad más elevada. Y que es alrededor de las siete horas cuando se da la mortalidad más baja”, señala Manolis Kogevinas, director del programa de investigación en cáncer del Instituto de Salud Global (ISGlobal) de Barcelona, centro impulsado por la Fundación Bancaria La Caixa.

¿Y qué hace el organismo mientras dormimos esas siete horas? Pues aprovecha para repararse y para regenerar ADN, tejidos y células dañados; restablecer funciones; para eliminar toxinas... “Y el cerebro reordena lo que hemos aprendido durante el día para que podamos usarlo más adelante. Como si tuviera una serie de papeles delante que fuera colocando en cajones para poderlos encontrar rápidamente en caso de necesitarlos”, apunta Óscar Sans, director médico del Instituto AdSalutem de medicina del sueño y coordinador de la unidad de sueño del hospital maternoinfantil barcelonés Sant Joan de Déu.

Una hora más de sueño diario elevaría un 16% la productividad del país, dice un estudio en EE.UU.; otro cifra las pérdidas por falta de descanso en el 2% del PIB

Cuando se altera el descanso, ya sea en cantidad o en calidad, se dañan los mecanismos que regulan el apetito y el metabolismo de la insulina, por lo que aumenta el riesgo de obesidad y de diabetes. Y tanto el exceso como la privación de sueño están firmemente relacionados con la hipertensión y el ictus. Un estudio reciente liderado por el Centro Nacional de Investigación Cardiovascular (CNIC) concluía que las personas que dormían menos de seis horas al día tienen un 27% más de riesgo cardiovascular que las que duermen entre siete y ocho. Y las que duermen mal, con interrupciones frecuentes, un riesgo un 34% más elevado que las que lo hacen de forma continua.

También empiezan a acumularse pruebas de la relación entre un sueño deficitario y cáncer. Por ejemplo, estudios realizados con animales han hallado que cuando se fragmentan las horas de descanso, hay más riesgo de desarrollar tumores. “Los trabajadores de turnos de noche suponen entre el 10% y el 20% de la sociedad occidental. Si estas personas trabajan muchos años en estos turnos, tienen un riesgo incrementado de obesidad, infarto de miocardio, pero también de cáncer de mama y de próstata”, señala Kogevinas, dos tipos de tumores muy relacionados con la secreción de hormonas.

“Duermen de día, lo que evolutivamente hablando es un horario erróneo que afecta a la segregación de hormonas, también sexuales, como la progesterona o esteroides, que puede ser una de las explicaciones para el aumento del cáncer de mama y de próstata”, puntualiza. “Una cosa es un periodo de la vida corto y otra trabajar sistemáticamente por la noche durante 20 o 30 años, porque entonces sí tiene efectos importantes en la salud”, agrega.

Los más sensibles. Aunque la mayoría de personas en algún momento de la vida podamos padecer un problema de sueño (tras el nacimiento de los hijos, durante una época estresante, por una enfermedad, por ejemplo), algunos grupos poblacionales son más sensibles. Es el caso de embarazadas, niños, adolescentes y ancianos. Los problemas de insomnio que suelen aparecer sobre todo en el último trimestre del embarazo pueden estar asociados a un aumento del riesgo de diabetes gestacional y depresión postparto y de parto prematuro y un bebé con bajo peso al nacer.

El punto álgido de productividad laboral es sobre las 11; por ello, la reforma horaria plantea centrar el trabajo por la mañana y estar a las cinco en casa

Los niños, con un cerebro en formación, “tienen que dormir entre 10 y 11 horas cada noche. Si están privados de esta cantidad de sueño de manera crónica, tienen más problemas de concentración y tienden a estar nerviosos e irritables. Es la forma que tiene el cerebro de intentar no quedarse dormido durante el día”, explica Sans, que añade que bastan 10 días seguidos de privación del sueño para que les repercuta a nivel cognitivo y lastre su capacidad de atención y su memoria de trabajo: “Un niño que va al colegio sin haber dormido lo suficiente no podrá explotar su potencial cognitivo”.

En los adolescentes el problema es igual o más acuciante. Aunque la teoría asegura que deberían dormir entre ocho y 10 horas, los datos revelan que uno de cada dos no llega a las ocho. Influye en parte el hecho de que, al entrar en este periodo de la vida, se produce de forma natural un retraso del reloj biológico de casi dos horas, lo que hace que les cueste más conciliar el sueño por la noche.

Al llegar a clase al día siguiente, están demasiado cansados para aprender, tienen problemas de concentración, memoria y atención. También de metabolismo. Dormir menos de las horas que necesitan los pone en mayor riesgo de sufrir depresión y ansiedad, y también de consumir alcohol y marihuana. Porque la privación de sueño altera la capacidad de toma de decisiones.

En este sentido, en Seattle (EE.UU.), un estudio de investigadores de la Universidad de Washington y del Instituto Salk de Estudios Biológicos ha demostrado que tan solo retrasando 50 minutos la hora de entrada al instituto, los chavales dormían de promedio 35 minutos más cada noche y mejoraban sus notas un 4.5%. Además se reducían el absentismo escolar y los retrasos.

Una hora más. Aumentar el tiempo de descanso no solo redunda en una mejor salud y una mejora del rendimiento escolar, también incrementa la productividad laboral, individual y social. Un estudio realizado por investigadores de la universidad de Nueva York y de Columbia fijó en un 16% el aumento de la productividad de los países si sus ciudadanos sumaran una hora más de hora de sueño al día. Según este trabajo, el descanso insuficiente de la masa laboral de un país tiene repercusiones importantes en la economía.

Otro estudio, realizado por el instituto de investigación RAND Europa, cifra las pérdidas económicas en países como Estados Unidos en un 2,28% del PIB, lo que se traduce en ¡más de 400.000 millones de dólares (351.742 de euros) de pérdidas al año! Otras naciones, como Japón (2,92% PIB), el Reino Unido (1,86% del PIB) Alemania (1,56% del PIB) tampoco se quedan cortas. Este mismo estudio, que no incluye datos sobre España, arroja que si los americanos que duermen menos de seis horas al día descansaran entre seis y siete, la economía de Estados Unidos crecería en 226.000 millones de dólares.

La privación de sueño lastra la productividad por el absentismo laboral, pero también y sobre todo, porque los empleados somnolientos no rinden a un nivel óptimo. Basta no dormir bien una noche para comprobar al día siguiente lo difícil que resulta concentrarse en el trabajo. Y cuando esa situación es sostenida en el tiempo se traduce en una cantidad significativa de días laborales perdidos al año: ¡en EE.UU. la cifra es de 1,2 millones de días! El descanso insuficiente les supone a las empresas unos 2.280 dólares por empleado y año, según un estudio de la Universidad de Harvard.

“O empezamos a corregir los problemas de sueño de la sociedad o los robots nos acabarán substituyendo, porque ellos sí podrán trabajar 24 horas al día de forma efectiva”, alerta David Gozal, quien defiende que hay que revisar también las condiciones laborales de ruido, estrés y luz, que también influyen en la calidad del sueño. “Si la iluminación no es la adecuada, puede producir alteraciones en el reloj circadiano (el reloj biológico por el que se rige el organismo) y hacernos vivir un jet lag laboral continuo”, se lamenta este experto, que defiende que se debería regular el tipo de luz a lo largo del día en las oficinas para que imite a la luz solar.

Pero no tan sólo las condiciones del lugar del trabajo nos afectan. También las nuevas tendencias laborales merman la capacidad de descanso. Con la incorporación del móvil o el correo electrónico, la división entre oficina y vida privada se ha difuminado. Seguimos trabajando desde casa, contestando mensajes, enviando informes. Y eso es, en sí, una enorme paradoja, porque mientras que las horas oficiales laborables se han reducido en la mayoría de países, también en España (la exministra de Empleo y Seguridad Social del gobierno Rajoy, Fátima Báñez, presentó a finales del 2016 un pacto nacional por la racionalización de horarios que pretendía que, con carácter general, la jornada laboral se acabara a las seis de la tarde), las extraoficiales han aumentado.

Y, claro está, a expensas de ocio, vida familiar y también de tiempo para dormir. Por no hablar del aumento de trabajadores autónomos. y otras formas de trabajo precario, que dejan a los individuos aún más vulnerables a ciclos laborales interminables.

Horarios adaptados a la biología. Precisamente, para intentar modificar esas condiciones de vida actuales que suponen un estorbo para el sueño de calidad, los expertos llevan años reclamando una reforma horaria. En España, de hecho, todo se hace más tarde que en los países de nuestro entorno, incluso que aquellos con los que compartimos clima, como Italia o Portugal. A lo que se suma que estamos en un huso horario que no nos corresponde: el de Europa central cuando en realidad deberíamos compartir hora con Londres.

“Los horarios actuales no responden a criterio alguno, ni científico ni de tradición, sino que vienen dados por las largas jornadas laborales que se desarrollaron en los años 50 y a la introducción de la televisión, que cambió los hábitos domésticos. El resultado es que tenemos un gran desorden horario”, explica el sociólogo Salvador Cardús, profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona y miembro del comité de expertos por la reforma horaria en España.

La estructura de horarios laborales perjudica, asegura este investigador, a la productividad y a la vida familiar. Y repercuten en la calidad y cantidad de sueño de que disfrutamos.

“El resto de países de Europa no necesitan ni horas extra, ni horarios extensivos. En España se trabaja una media de 300 horas más al año que en Alemania, lo que se traduce en una hora más al día. Y sin embargo, la productividad española es de las más bajas, junto con Grecia. Nosotros vamos a echar horas, mientras que otros van a hacer trabajo”, afirma.

Científicamente hablando, el punto álgido de la productividad laboral es sobre las 11 de la mañana, por ritmo circadiano y concentración de azúcar en sangre, y el rendimiento cae en picado a partir de las cuatro de la tarde. De ahí que la propuesta de reforma horaria contemple comenzar a trabajar con luz de día, concentrar el máximo de trabajo en las primeras horas de la mañana, con un almuerzo ligero a las doce o la una, y poder estar en casa a las cinco. Entre la cena y la hora de dormir deberían pasar al menos dos horas. Con un esquema así “nuestro tiempo rendiría mucho más”, asegura Cardús.

Si el lector se pregunta si da tiempo a trabajar lo necesario en un tiempo tan condensado. ¿En sólo siete horas al día? Precisamente, los expertos para la reforma horaria dicen que uno de los escollos para aplicarla son, eso, nuestras reticencias.

Cardús cuenta que recientemente visitó la Universidad de Stanford (EE.UU.) como profesor. Se alojaba en casa del jefe de investigación del servicio de cardiología del hospital de Stanford, adscrito a la universidad. “Tenía una enorme responsabilidad, gestionaba equipos grandes y grandes presupuestos”, destaca. Pues bien, señala que llegaba al campus a las 7.30 h, en bicicleta; comía la fiambrera que se había preparado el día anterior. Y a las 17 h. ya estaba en casa de nuevo. Y no, no seguía trabajando, sino que se dedicaba a tocar la guitarra, a preparar la cena y las fiambreras del día siguiente, a estar con los hijos. “Es un ejemplo de que es posible rendir al máximo en un tiempo condensado y no expandido como el nuestro”, señala Cardús.

Que en España nos vayamos al trabajo a las siete o las ocho de la mañana y regresemos a las ocho de la tarde dificulta la vida familiar e incluso impacta sobre el rendimiento académico de nuestros hijos. Estudios como el informe PISA destacan que un factor para el buen resultado de los chavales en el colegio son las horas de convivencia familiar. “Si los padres llegan tarde, sin tiempo para cocinar, y los niños también de sus actividades extraescolares, además de comer cualquier cosa, como un bocadillo delante de la televisión, es imposible mantener un rato de diálogo familiar. En otros países es incluso más extremo: en Reino Unido el 60% de los hogares ya no tienen ni mesa en el comedor”, alerta este sociólogo.

“De lo que se trata, al final, es de reorganizar horarios para disponer del máximo tiempo a nuestra disposición, que no quiere decir tiempo libre, sino sobre el que tomar decisiones, ya sea cuidar de los hijos cuando son pequeños o jugar con ellos en el parque, estudiar, tocar un instrumento, aprender un idioma”, defiende este sociólogo.

Con horarios más racionales se reducirían, seguramente, nuestros problemas de sueño y seríamos, tal vez, más sanos y felices. Al país, en su conjunto, le saldría muy a cuenta: menos gastos sanitario y más productividad. Así pues, ¿por qué no intentarlo?

Los humanos primitivos dormían siete horas

Siete horas parece ser la cantidad natural de sueño de la especie humana. Investigadores de la Universidad de California-Los Ángeles (UCLA), liderados por el investigador Jerry Siegel, estudiaron durante tres años a tres poblaciones de cazadores-recolectores con hábitos muy similares a las sociedades humanas primitivas, los hadza de Tanzania, los san de Sudáfrica y los tsinamé de Bolivia. Vieron que dormían entre seis y siete horas de media, generalmente una más en invierno que en verano. Y sólo el 15% de los individuos se echaba una siesta. “En Occidente tenemos la idea equivocada de que cuanto más durmamos, más sanos estaremos. Pero no es cierto. La cantidad óptima de sueño es sobre siete horas”, asegura Siegel, quien mantiene que “es un mito que tengamos que dormir ocho horas al día”.

VITORIA Y LLEIDA,PRIMERAS SMART SLEEP CITIES

Este 2019 Vitoria y Lleida comenzarán un proyecto pionero para concienciar a los ciudadanos de la importancia de dormir y mejorar sus hábitos de sueño. Arrancarán con una prueba piloto en la que participarán durante seis meses 300 estudiantes universitarios de ambas ciudades, a los que se equipará con dispositivos electrónicos  que escrutarán su actividad diaria. “La iniciativa pretende favorecer la calidad y la cantidad de sueño de nuestros ciudadanos, con el objetivo de que sean más felices y productivos”, resume Ferran Barbé, jefe de Neumología del hospital Arnau de Vilanova y del Instituto de Investigación Biomédica de Lleida (IRBLleida) y coimpulsor del proyecto.

Los dispositivos obtendrán información sobre hábitos que se almacenará en una plataforma online. “Esos datos alimentarán un algoritmo que aprenderá y nos ayudará a ver qué cosas son más importantes y a tomar mejores decisiones”, apunta Carlos Egea, jefe de la unidad de sueño de la Organización Sanitaria Integrada de Araba. Además, los científicos medirán el rendimiento académico de los jóvenes, para ver si ha mejorado al aumentar las horas de sueño.

Los aparatos incitarán a los chavales a mejorar ese descanso. “No sólo les diremos el tiempo que han dormido, también les daremos consejos de manera interactiva y atractiva. Lo importante es que la persona entienda que el esfuerzo tendrá recompensa a corto y largo plazo. Y que, si a dormir más y mejor, le añade deporte y una buena alimentación, puede vivir hasta los 100 años”, asegura Egea. La siguiente fase medirá la calidad del sueño y si tiene repercusiones en la felicidad y el rendimiento laboral.

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