La creatividad sale a la pizarra

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La inventiva ha vivido durante mucho tiempo agazapada y avergonzada bajo los pupitres de unas escuelas que sólo la valoraban si se tenía que escribir un poemita o pintar un cuadro. Sin embargo, hoy en día, en un entorno en el que los cambios económicos, tecnológicos y sociales son vertiginosos, educar a los niños para que sean creativos es fundamental para que puedan enfrentarse a los nuevos retos que se encontrarán en el camino.

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Ring! Hay que entrar en clase. Hoy toca abordar la Revolución Francesa. “¿Qué platos de la gastronomía gala habéis cocinado? –pregunta el profesor–. ¿Y ya habéis elegido qué personaje de la revolución queréis representar en la obra de teatro? Venga, sentaos en el suelo en círculo en grupos de seis y acabad el guión de la obra”. No, no se trata de una actividad extraescolar. Sí, es una clase (¿de historia?, ¿de cocina?, ¿de literatura?, qué más da). Una clase en que la creatividad es uno de los ejes principales. No se trata (sólo) de memorizar las fechas más relevantes de la Revolución Francesa o los nombres más prominentes que la protagonizaron. Se trata de hacer algo con ese conocimiento. De memorizarlo, claro, pero también de concebir algo nuevo con él. No únicamente para muscular la creatividad, sino para interiorizar mucho mejor los conocimientos. Bien distinto de aquellas clases en las que había que recitar de memoria la lista de los reyes godos y saberse todos los ríos de España.

“Creatividad no sólo implica escribir con gracia, también es llegar a fin de mes o saber relacionarse”, apunta el filósofo José Antonio Marina

A pesar de que cada vez más escuelas abren sus puertas y ventanas para que entre el aire fresco de la creatividad, “aún queda mucho camino por recorrer”, señala Ramon Grau, director del instituto Quatre Cantons de Barcelona. En este centro la creatividad es el alma del sistema pedagógico. “Potenciarla debe ser uno de los objetivos de la educación, ya que es el máximo exponente del conocimiento”, defiende con pasión Grau. En este sentido, sir Ken Robinson, pedagogo británico, conferenciante y uno de los gurús de referencia en el campo de la educación, exige que se jubile de una vez el modelo en el que el profesor se limita a recitar datos y teorías, los alumnos sudan tinta para memorizarlos y luego se evalúa simplemente cuánto de ese conocimiento han sido capaces de recordar. Robinson llega a afirmar que “la escuela mata la creatividad”. En su opinión, el modelo tradicional enseña nociones básicas a los alumnos, pero aniquila su capacidad de innovación. Asimismo, Robinson defiende que todos los niños tienen el poder de ser creativos, pero que la tiranía de la única respuesta correcta que, según él, impera en las escuelas la aniquila.

“Claro que los niños tienen que memorizar, pero no sólo –explica Ramon Grau–. Tienen que inventar y crear con lo que han aprendido”. Este profesor afirma también que los alumnos deben aprender a base de preguntas, de retos, que estimulen su creatividad. Preguntas que favorezcan el pensamiento divergente, “lo que implica reflexión, pero también interacción, porque la creatividad se despierta con el diálogo”.

Como reclama Ken Robinson, se trata no tanto de llenar a los alumnos con conocimientos como de que desarrollen sus capacidades. Por eso, como apunta Manuela Romo, directora del posgrado en Creatividad Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid, “hay que plantear retos a los alumnos, hay que animarles a que participen en tormentas de ideas, hay que fomentar la imaginación, porque hacia los nueve años se produce una crisis en este sentido. Los niños están interiorizando reglas y es fácil que a esa edad pierdan mucha capacidad creativa. Los alumnos tienen que hacer ejercicios como nombrar cosas que sean rojas, cómo se puede mejorar un osito de peluche, buscar palabras con sílabas en común…, ejercicios que estimulan su creatividad”.

Un discurso que suena muy bien. Pero ¿por qué es tan importante que los alumnos aprendan los ríos de España y que además tengan inventiva? “Porque la creatividad no sólo es útil para los que ejercen profesiones artísticas –señala el filósofo José Antonio Marina–. Es útil para adaptarse a los cambios sociales”. Ahora, todo el conocimiento está a un golpe de clic. Así que, ¿tan importante es recitar de memoria las capitales de Europa si las puedo buscar en un pispás en el smartphone, tableta, ordenador, reloj inteligente…? “Y ya se esfumó ese tiempo en el que uno aprendía una profesión y la ejercía de la misma manera y en la misma empresa toda su vida”, añade Marina. Cada dos telediarios irrumpe un cambio tecnológico nuevo, una necesidad social nueva, un mercado nuevo al que vender, un universo nuevo de posibilidades y retos… “Vivimos en la sociedad de la incertidumbre –comenta Marina–, en la que se necesitan menos operarios que hagan la misma cosa durante años, y se exige capacidad para emprender, para tomar decisiones, se exige inteligencia emocional y social para manejar las relaciones humanas…”. Todo esto, avisan muchos expertos en educación, será más importante que los títulos académicos. Vamos, que la persona creativa, la que detecte qué necesita su empresa, la que sea capaz de inventar su propio puesto de trabajo, la que sepa dinamizar un equipo, a la que no le tiemble el pulso para plantear algo nuevo y defenderlo… es la que tiene más números para que le vaya bien en este siglo XXI.

¡Ring! vuelta a clase. “El día se divide en tres partes –explica Antonio Malagón Golderos, presidente de la Asociación de Centros Educativos Waldorf, pioneros en estimular la creatividad en las aulas–. Primero, dos horas con materias de las de toda la vida, como historia, matemáticas o naturales. Luego, otras cuatro que ayudan a integrar de forma creativa los contenidos que se han visto. Así que los alumnos realizan dos horas de actividades artísticas, como música, escritura o pintura. Y, para acabar, dos horas de artesanía, como trabajo con madera o elaborar unos zapatos”. Si la materia de toda la vida ha sido el romanticismo, quizás los niños escriben poemas siguiendo ese estilo o fabrican un zapato típico de aquella época. “Nosotros formamos personas; por eso trabajamos el pensar, el sentir y el hacer, y damos la máxima libertad a los alumnos”, apunta Malagón. Por ejemplo, escribir un guión para realizar un documental de un minuto sobre el romanticismo les obliga a tomar decisiones, a trabajar en equipo, a transmitir ideas… Aprenden de qué va ese movimiento artístico a la vez que ponen en marcha recursos propios para hacer algo innovador.

Varios expertos defienden que para fomentar la creatividad, el alumno también debe tener una base sólida de conocimientos con respuestas únicas del estilo “7x7=49”

“La creatividad está en el centro de nuestro sistema porque es un impulso que tienen los niños”, señala Antonio Malagón. Pero, de todos modos, aunque en sus centros se huya de la tiranía de la respuesta correcta, tanto Malagón como Ramon Grau dejan claro que es fundamental adquirir una buena base de conocimientos, es decir, de respuestas correctas. “Al fin y al cabo, siete por siete son 49, y aquí no caben respuestas creativas, por lo que en la educación también es necesario valorar las respuestas correctas”, señala José Antonio Marina.

Porque, atención, ¿qué es ser creativo? Está muy de moda hablar del tema, pero existe el peligro de caer en el todo vale, pensarán algunos, y que las clases se conviertan en una especie de paraíso con Pippi Calzaslargas como único modelo que obedecer. José Antonio Marina comenta que en la vida hay dos tipos de problemas: “Los que tienen una única solución correcta o los que tienen varias soluciones posibles”. Para estos últimos, es necesario desarrollar el ingenio, “que no implica sólo aprender a escribir versos con gracia, sino llegar a fin de mes, relacionarse adecuadamente con la pareja, saber moverse en el mundo laboral”. Se trata de “tener la intención de encontrar soluciones nuevas y útiles y además lograrlo, no simplemente que se me ocurran cosas muy originales”, añade Marina. En este sentido, no todas las extravagancias o gracias de los niños son creativas y, por tanto, no hay que colocarlas necesariamente en el pedestal de lo valioso. O, volviendo a la tabla de multiplicar, siete por siete son 49, y es necesario que los niños adquieran este tipo de conocimientos.

Por eso, y porque así lo obliga el Ministerio de Educación, en las escuelas en las que se potencia la creatividad también hay exámenes. “Pero la tradicional –comenta Grau– está planteada como ‘te cambio mi conocimiento por tus notas’, como si fueran más importantes las notas que el aprendizaje”. Grau explica que en su centro cobran especial relevancia las rúbricas: “Una cosa es el nivel de adquisición de las materias, que se puede medir fácilmente con notas, y otra es evaluar la capacidad de los alumnos”. Así que, cuando un estudiante realiza una presentación oral, “ponemos rúbricas a la coherencia del discurso, es decir, si el tono de voz es adecuado, si gesticula o no… Claro que ponemos notas, pero aparte hacemos un informe competencial de las capacidades del alumno para que este sepa dónde se encuentra y en qué puede mejorar”. Por su parte, Antonio Malagón opina que “hay quien pone exámenes para pillar a los niños”. Y en su escuela también se evalúa la parte social, es decir, cómo se relaciona el alumno con los demás, si lo hace con respeto, si motiva a sus compañeros….

Porque la creatividad no implica únicamente que a los alumnos se les encienda la bombilla de las ideas brillantes. ¿Suena la palabra “emprender”? Seguramente habrán oído hablar del emprendimiento unos centenares de veces en los últimos años. Yong Zhao, presidente de la facultad de Educación de la Universidad de Oregón (Estados Unidos), advierte que cada vez harán falta más emprendedores, y no tantos empleados. Personas que se saquen de la manga su propio trabajo, que sepan vender ideas, que dominen los resortes de las relaciones personales… ¿Y qué hay de la “inteligencia emocional”? Sí, hay que educar en la creatividad, defiende este experto, lo que implica educar en la empatía, en la capacidad para transmitir ideas, en la valentía para ser arriesgado… Por tanto, en la inteligencia emocional. Desarrollar la creatividad implica animar a los alumnos a que se enfrenten a problemas, a que tomen decisiones, a que no tengan miedo a equivocarse. “Por eso la escuela es el mejor sitio para equivocarse, ¡porque también se aprende, y mucho, de los errores!”, clama Malagón.

Pero si la escuela debe formar a personas, también tiene que enseñar a los niños a frustrarse, y ponerles límites, y el profesor debe hacerles pasar por el aro, pues la vida, al fin y al cabo, obliga a pasar por bastantes aros. Esta manera tan lúdica de educar ¿no deja fuera del aula estos aspectos relevantes en la formación de una persona? “No –defiende Malagón–, porque cuando a un alumno se le pide que escriba una historia o haga una figura con una madera, no vale cualquier cosa. Y enfrentarse a las decisiones y las dificultades que implican estas tareas también les enseña a manejar la frustración”.

En las clases donde se alienta la inventiva, muchas veces los alumnos se sientan en el suelo en pequeños grupos, salen al jardín, se buscan espacios fuera del corsé del aula. Hay quien defiende que sería necesario mezclar con frecuencia a niños de diferentes edades para que así un día sean los peques y otro los mayores, lo que les permite asumir roles distintos. Todo ello para crear dinámicas mucho más atractivas que pasar seis horas al día escuchando la lección y tomando apuntes.

“Esta forma de aprendizaje, además, ayuda a que los alumnos se vinculen más con lo que hacen en clase –concluye Malagón–. Como tienen que tomar decisiones, están más implicados. Y disfrutan mucho más aprendiendo”.

Por cierto, ¿alguien enseña a los profesores a desarrollar la creatividad?

“Muchos profesores sienten que no tienen herramientas para ayudar a sus alumnos a desarrollar la creatividad, porque a ellos nos les enseñan esas herramientas durante su formación”, señala Manuela Romo, del posgrado en Creatividad Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid. De todos modos, hay docentes que “son creativos y que, por tanto, tienen intuición para enseñar creatividad, y también los hay que buscan formarse en creatividad”. En estas clases, el profesor, aunque consciente de la autoridad de su rol, es más un dinamizador de las ideas de los niños que un recitador de contenidos. Aunque, claro, ¿hay espacio para la inventiva en clases con 30 alumnos? “Es complicado, porque el sistema educativo, en general, no apuesta por dar espacio para la creatividad”, comenta Romo. “Y además hay profesores que se resisten –asegura Antonio Malagón–, porque es más cómodo seguir el libro que plantear retos y tareas para estimular la creatividad”.

¿Para qué sirve un sombrero?

El pensamiento divergente es uno de los conceptos clave en el ámbito de la creatividad. Consiste en romper esquemas, en salirse del camino marcado, en dar con una idea original y nueva. Si a un adulto se le muestra un sombrero y se le pregunta qué puede hacer con él, probablemente dirá que ponérselo en la cabeza. Esta es una idea propia del pensamiento convergente, es decir, basado en la lógica. Pero ¿y si la pregunta se dirige a un niño de cinco años? Quizás ve un barco, quizás ve un escondite para sus cromos, quizás ve… Ideas propias del pensamiento divergente. La mente de los niños aún no está tan maniatada por los esquemas propios de la razón. Es más fácil que bullan extrañas combinaciones de posibilidades. No todas son útiles. No todas, por muy originales que sean, tienen valor. Pero la historia de la ciencia, de la economía, del progreso social, está marcada por personas que tuvieron ideas originales y que las llevaron a cabo. Los defensores de que se potencie el pensamiento divergente en las escuelas consideran que este tipo de razonamiento es fundamental en la vida adulta, ya que permite dar con soluciones originales.

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