El despertar de la clase media cubana

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Después de más de medio siglo de comunismo, Cuba emerge de su aislamiento. Una nueva clase media pugna por abrirse camino aprovechando la apertura económica del régimen castrista y la desdemonización del Tío Sam. Este es un viaje al interior del cambio cubano.

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Milagros Contreras (de blanco), da clases de baile y alquila habitaciones para redondear sus ingresos

¡Bienvenida a La Habana! Pasada la medianoche, Carlos Bacerio y María Luisa Santiesteban reciben con una amplia sonrisa –y la cena en la mesa– a su huésped, haciéndole olvidar las sofocantes horas de espera para recuperar el equipaje y el trayecto desde el aeropuerto José Martí bajo una violenta tormenta tropical que se colaba por las múltiples rendijas del destartalado Buik negro de 1957. La tromba había arrancado de cuajo el parabrisas, todo un drama para el taxista, que, pese a la nula visibilidad, logró conducir –y tranquilizar con sentido del humor– a su pasajera a destino: una bonita y espaciosa casa unifamiliar construida en 1940 en el distrito residencial Miramar Playa.

Aquí vive el matrimonio formado por Carlos, de 57 años, y María Luisa, de 52. Ambos han crecido bajo el castrismo y desarrollado su vida profesional totalmente al margen del sistema capitalista, ocupando puestos significativos en el aparato del Estado. Él, en la importación de productos farmacéuticos de los países de la antigua Unión Soviética; y ella, como directora nacional de Educación Primaria. En el 2001 invirtieron sus ahorros en la permuta –entonces la compra directa no estaba autorizada– de su apartamento por un inmueble medio en ruinas que, pese a la escasez de materiales, han transformado en acogedor hogar. Ahora alquilan una parte en un entusiasta afán por amoldarse a los nuevos tiempos.

“La apertura no se refleja en los sueldos, lo que ayuda a muchos a prosperar son los negocios relacionados con el turismo”, dice un profesor y guía

“Nos estamos reciclando, aún tenemos mucho que aprender, pero esto nos permite mantener el inmueble y, sobre todo, sufragar la vocación de Orlando”, explican. Orlando, de 30 años, hijo de María Luisa, vive en la casa y trabaja como psicólogo en la unidad de cardiología del hospital universitario Calixto García. En Cuba, el sueldo de un médico no llega a los 50 pesos convertibles –popularmente llamados cucs– al mes, lo que viene a ser la misma cantidad en euros. Y algunos productos, como la leche, cuestan más caros que en Europa. “En este país la sanidad es buena y gratis para todos, pero tiene que gustarte mucho, porque con lo que cobramos es imposible independizarse y fundar una familia”, admite Orlando.

Tras el legendario ingenio de los cubanos para subsistir hay mucho sacrificio. “Aquí todos tenemos varios trabajos y casi todo lo encuentras en el mercado negro”, constata Henry Colina, 27 años, profesor de Economía en la Universidad de La Habana y guía turístico. “De momento la apertura no se está reflejando en los sueldos, el Gobierno no quiere hacer las cosas deprisa, así que lo que está ayudando a muchas ­personas a prosperar, a convertirse en la nueva clase media cubana, son los negocios ­relacionados con el turismo”, analiza.

En el 2015, Cuba batió el récord de visitantes, con 3,2 millones, y se estima que en los próximos cinco años la cifra alcanzará los 5,8 millones. En su mayoría son estadounidenses. Un mercado inmenso –entre el 2010 y el 2015 ya experimentó un crecimiento del 150%– con mucho recorrido por delante. El próximo mes, American Airlines se convertirá en la primera compañía de EE.UU. que vuela a Cuba después de más de 55 años de ausencia de relaciones comerciales. Y la apertura de la línea regular de ferry que cubrirá los 140 kilómetros que separan Miami de La Habana está en marcha.

“Aquí no sabemos lo que es un atasco de tráfico y apenas hay parkings. No estamos preparados para un desembarco masivo de turistas”, previene Yosvany Coca, de 39 años, mientras contempla la caída del sol y saborea una Bucanero (la cerveza local) en el balcón de su casa de huéspedes, frente al Malecón. Pertenece a una generación que emigró muy joven, parte de la cual está regresando animada por las reformas económicas. “Es el momento de invertir, antes de que los precios se disparen”, sostiene este musculado entrenador personal que durante tres lustros se ganó la vida en Turín. Hace tres años –al legalizarse la propiedad privada– decidió comprar un edificio en ruinas, de esos que los cubanos clasifican de “estática milagrosa”. “Me costó 30.000 dólares, ahora una vivienda como esta, con techos de cinco y seis metros de altura, se cotiza a 150.000”, se congratula. Ya tiene en marcha las obras de la segunda adquisición.

Los cubanos ven esnob la nostalgia de los europeos por la Cuba comunista y creen que el turismo será, sobre todo, norteamericano

Su madre, Milda Montes de Oca (67 años), jamás ha salido de la isla. Dentista jubilada, admite que “ni con el trabajo de toda una vida” habría podido permitirse la compra. Educada en el antiamericanismo feroz, descubre que los turistas procedentes del país del Tío Sam no son los “diablos con cuernos y cola” que le vendió el régimen: “¡Son muy majos! Además vienen con ganas de conocernos y se interesan por nuestra cultura”, dice. El aterrizaje de estos clientes ha venido de la mano de la plataforma digital Airbnb, una de las primeras empresas norteamericanas que operan en la isla desde que el 14 de agosto del 2015 se reanudaron las relaciones diplomáticas.

La foto del fundador de la plataforma de economía colaborativa, Brian Chesky –uno de los empresarios que acompañaron a Barack Obama en la histórica visita que realizó el pasado mes de marzo a Cuba– está colgada en la entrada de Casa Manrique, vivienda colonial del siglo XVII y residencia de un senador antes del triunfo de la revolución. “Ahora sólo trabajo con Airbnb, me gusta porque te enseñan a manejarte, ¡yo no sabía nada de la economía de mercado!”, proclama Reysa, que ha dejado su profesión de abogada para dedicarse de lleno a sus huéspedes. “Empecé a alquilar habitaciones después de divorciarme, por pura necesidad, ya que el sueldo no me daba para mantenerme con mis dos hijos. Amo mi carrera y confieso que me resistía a la idea de abandonarla, pero hoy no me arrepiento”, relata. Los 35 euros por noche (casi lo que cobraba en un mes) de cada una de las tres estancias que dedica a los turistas le permiten vivir desahogadamente y organizar sus apreciadas fiestas en el pintoresco patio interior de la casa.

Las viviendas que alquilan habitaciones se distinguen por su buen estado de conservación. Por primera vez, la iniciativa privada es un factor de regeneración urbanística. Contrastan con las que parecen sostenerse en pie por arte de magia. Apenas hay término medio. En casa Sanchana, en el distrito de El Vedado (barrio aristocrático a principios del siglo XX), la enorme imagen del Che colgada en la pared se conjuga con una preciosa residencia colonial con todas las comodidades. Salvo internet. La conexión está limitada a algunos puntos de La Habana, y para acceder a la red es necesaria la adquisición de una tarjeta, disponible en determinados establecimientos por dos euros, si es que hay, y por tres en el mercado negro, donde curiosamente las existencias son inagotables.

“A diferencia de mis padres, para mí el socialismo no significa nada. Nuestro reto como pueblo es mejorar las condiciones de vida sin perder nuestra esencia”, dice un diseñador de 30 años

Alvara Leonard, 70 años de pura energía, regenta la finca, construida en 1920 y con un precioso Chevrolet Bel Air de 1956 color verde loro en el patio. Enfermera jubilada, se lanzó gracias a la ayuda de su hija, que emigró a París. Como la mayoría de estos negocios, la financiación inicial procede del extranjero –con EE.UU. el correo directo, que permite enviar dinero a la isla, se reanudó el pasado 16 de marzo– y se trabaja en familia. “Cuando terminan sus jornadas, mi hermana, farmacéutica, y su marido, mecánico, vienen a ayudarme en la cocina. Pagamos una tasa elevada –el 10% del alquiler va al Gobierno–, pero estamos encantados, ¡por fin podemos vivir sin agobios!”, confiesa.

Los productos frescos los compra en el mercado de la esquina, bautizado por los locales “la boutique”, porque sólo se pueden permitir sus precios los nuevos emprendedores. En la tienda de víveres del Estado, las estanterías están medio vacías, mientras que las reservas de arroz se pudren en los hangares del puerto debido a las lluvias y la falta de transporte. Lo explica la televisión pública en la apertura de su noticiario. “Esto hasta hace poco no se habría mencionado, empiezan a ser un poco críticos”, observa Carlos Bacerio.

También en El Vedado nació el primer bar privado, el Café Madrigal, instalado en una espléndida vivienda de 1914. “En el 2011, cuando se autorizaron los negocios privados, me decían que estaba loco, que esa actividad no estaba en la lista de cosas estipuladas por el Gobierno. Pero yo dije: ‘Si no está prohibido, es que se puede hacer’”, relata el propietario, el cineasta Rafael Rosales.

Yosvany Coca detecta otra señal de cambio igualmente paradójica: “Ahora recibimos al Papa con todos los honores, pero hasta hace poco te podían poner en prisión si te encontraban una figura religiosa”.

La apertura del régimen tiene su reverso. “‘Cuando cambie, Cuba dejará de interesarnos’. Todos los europeos vienen con la misma canción”, resopla Coca, que se ríe de lo que a ojos de los isleños es una nostalgia esnob. “Este país que tanto les gusta, anclado en mediados del siglo pasado, es fruto de la penuria y la falta de expectativas de la población. No me preocupa que los europeos se retraigan, nuestro principal mercado está aquí al lado. ¡Millones de norteamericanos desean venir!”, añade.

Mientras las grúas levantan hoteles de lujo con capital extranjero en primera línea de mar, en Central Habana, Milagros Contreras, bailarina, coreógrafa y compositora, da clases de salsa a un grupo de turistas en el último piso de su modesto apartamento. “Y uno, dos, tres, cuatro, media vuelta y... ¡hop! Ahora de lado, muevan los brazos, no sean tímidos, ¡disfruten!”, anima a sus esforzados y sudorosos alumnos. Esta actividad y el alquiler de un par de habitaciones le permiten complementar los escasos ingresos como bailarina profesional. “Mis jornadas de trabajo son interminables, pero ahora por lo menos podemos prosperar”, comenta.

Para Ángel Vázquez, 30 años, diseñador y fotógrafo descendiente de gallegos, el país afronta la nueva etapa muy descapitalizado. ”Toda mi generación ha emigrado”, lamenta. Una generación que creció durante el “periodo especial” –los diez años en que la isla sufrió graves restricciones tras la caída del muro de Berlín, que puso fin al trato comercial privilegiado con la antigua URSS– y educada en una ideología desmentida por los miles de balseros que se aventuraban en el océano en busca de un futuro en tierra enemiga. “A diferencia de mis padres, para mí el socialismo no significa nada. Nuestro reto como pueblo es mejorar las condiciones de vida sin perder nuestra esencia”, opina.

Luis Delgado (25 años) trabaja desde los 16 en una fábrica de puros, sector mimado por el Gobierno y el único con derecho a prima oficial: cada cien puros enrollados, cuatro para el obrero. “En la práctica se cogen más y se venden en el mercado negro, ‘por la izquierda’, como se dice aquí”, dice. “Cuba produce 80 millones de cigarros en un año, la exportación ha crecido un 20% pero eso no se nota en el salario”, deplora este nieto de destacados miembros del Partido Comunista. “Incluso ellos tenían que hacer trapicheos para salir adelante”, sostiene. “Aquí todos robamos al Estado, es algo enfermizo. No me gusta vivir así. No pretendo ser rico, sólo quisiera mantenerme”, afirma.

Delgado valora la evolución de su país, donde “hace seis años, no podías ni viajar, ni comprar ni tener negocios”, pero sueña con una Cuba diferente. ¿Su idea del cambio? No se trata de “abolir la revolución” ni de “ser un apéndice de EE.UU.”, dice, pero sí de modificar algo que juzga fundamental: “Quiero tener la oportunidad de elegir lo que quiero ser y hacer”.

Idania del Río, de 26 años, diseñadora y fundadora junto con la española Leyre Fernández de la firma La Clandestina, comparte este objetivo. Aunque ahora sea legal, crear de cero un negocio para el que “ni el sistema productivo ni la mentalidad del país” están preparados es, hoy por hoy, una heroicidad. Tras superar todo tipo de vicisitudes dignas de una novela de García Márquez, su marca “99% diseño cubano” (el humor negro de la isla está presente en gran parte de su producción) es todo un éxito. A diferencia del desfile que hizo Chanel en primavera, que aterrizó, desplegó su glamur y se fue sin dejar más que un reguero de lentejuelas y frustración, la empresa de Idania da trabajo a una antigua colonia fabril y empieza a exportarse.

Los artistas también aprovechan la apertura. “El Gobierno nos deja salir sin problemas porque sabe que volveremos, que nuestro trabajo está asociado al contexto cubano. Tenemos una libertad que no existe en otros ámbitos”, admite Orlando Montalbán, litógrafo, delante de una de sus obras: una enorme ambulancia. “La veo como un símbolo del país. Esta isla está en cuidados intensivos, necesita una ambulancia, una transfusión e inyectarle vitaminas”, aclara. No hay más que pasarse una noche por La Fábrica, antigua manufactura de aceite cedida por el Gobierno y gestionada por un grupo de artistas, para comprobar la vitalidad que atraviesa la creatividad en la isla. Entre las obras expuestas, puede verse un perfil de Fidel Castro con un alegórico tornillo clavado en la frente.

En las calles de La Habana, las proclamas revolucionarias cenden paso a los grafitis, y los Lada soviéticos, a modernos todoterreno, pero la nueva clase media está aún en pañales. Queda camino por recorrer antes de que las reformas transformen una sociedad de amedrentados funcionarios en avezados emprendedores. Como dice Carlos: “En un año se puede construir un nuevo edificio, pero no se puede cambiar la mentalidad de un pueblo”. Cuba despierta al capitalismo... a ritmo caribeño.°

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Reysa Arauz, antes abogada, vive ahora de alquilar a turistas su casa en Central Habana

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Arriba, un hombre con su nieto en el Paseo de Martí, en el corazón de la capital cubana

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Unos hombres miran el proyecto de un hotel en construcción en el paseo de Martí

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Alvara Leonard, de 70 años, se felicita por “poder vivir al fin sin agobios”.

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Una joven, durante una actuación del grupo estadounidense Major Lazer, en marzo en La Habana

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La diseñadora Idania del Río (sentada)

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Carlos Bacerio y María Luisa Santiesteban, en su casa

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