Una ingeniera modelo para las niñas africanas

Elizabeth Rasekoala

La nigeriana Elizabeth Rasekoala ha convertido su titulación de ingeniería química en un trampolín para impulsar su activismo contra la discriminación por razones de etnia o sexo y en favor del conocimiento científico.

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Elisabeth Rasekoala (Nigeria, 1960) espera con una franca sonrisa a Magazine sentada en un banco a la entrada del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. Frente a ella pasa un grupo de niños y niñas de cinco o seis años, que se quedan mirándola. “¡Hola!”, les saluda efusiva. “Les llama la atención alguien como yo, tan genuinamente africana, con este vestido de colores”, comenta.

Esta doctora en ingeniería química es una de las voces de referencia en el mundo en favor de la igualdad y de la diversidad. Preside la organización African Gong, una red panafricana que trabaja para fomentar la comunicación de la ciencia como una herramienta de inclusión y de transformación social del continente. Ha impulsado proyectos como Wafira, para el empoderamiento de la mujer en África. Y es asesora de organismos como las Naciones Unidas, la Comisión Europea, la Unesco o el Banco Africano de Desarrollo.

“Ay, el síndrome del salvador blanco… europeos con muy buenas intenciones que vienen con sus proyectos a salvarnos. Es gente que ni ha estado en África, no la conocen”

Rasekoala visitó Barcelona para recoger el premio Nat 2019 a la divulgación de la ciencia, concedido por el Museo de Ciencias Naturales y el Ayuntamiento de la ciudad, junto a la Generalitat de Catalunya. “Este tipo de premios no se acostumbran a dar a mujeres negras africanas, lo que indica una doble discriminación: hay puertas de cristal que no pueden traspasar las personas de color. Y sigue habiendo techos de cristal que las mujeres no pueden superar. De ahí la importancia de que este galardón recaiga en mí, porque envía un mensaje muy potente a las niñas negras: ‘Miradme, esta es la pinta que también tiene una ingeniera química. Vosotras también podéis convertiros en científicas e ingenieras’”, reivindica.

“Fui una niña muy afortunada. Desde bien pequeña, mi padre, que era abogado, nos animó a mí y a mis cinco hermanos, tanto a los chicos como a las chicas, a dedicarnos a la ciencia”, cuenta.

¿Por qué?

Mi padre participaba muy activamente en el movimiento por la independencia de Nigeria y en su visión de cómo lograr que las naciones de África se liberaran y se desarrollaran, consideraba que la ciencia era crucial para transformar la sociedad e impulsar los países. Siempre nos inculcó desde pequeños la obligación moral de transformar la sociedad. En ese contexto, para mí fue muy natural convertirme en científica y querer usar mi conocimiento para cambiar el mundo. Y lo mismo ocurrió con mis hermanos, todos ellos se dedican a la ciencia.

“La discriminación por etnia o género no es personal, sino sistémica. La gente se siente herida, como algo personal, eso dificulta que se vean los sistemas que sustentan el racismo, el sexismo...”

¿Y por qué decidió estudiar ingeniería química?

Me interesaban los procesos y los sistemas, la resolución de problemas, y ver cómo todo esos conocimientos y habilidades que te da la ingeniería se podían aplicar a trabajar en un banco, un hospital o en cualquier lugar. En todo lo que he hecho en términos de innovación pública, de transformación, de inclusión, he aplicado el conocimiento que tenía de procesos y sistemas. Porque los problemas de inclusión y de diversidad son problemas de procesos y sistemas.

¿A qué se refiere?

La mafia italiana solía decir que “no es nada personal, son solo negocios”. A mí me gusta parafrasearla y decir que los problemas de discriminación por etnia o género no son personales, sino sistémicos. Sólo una vez que entiendes eso puedes empezar a cambiarlo. A menudo, la gente se siente herida, como si fuera algo personal, que tuviera que ver sólo con ellos y eso dificulta que vean los sistemas y procesos que sustentan el patriarcado, la misoginia, el racismo y el sexismo en las instituciones.

Usted se ha dedicado a promover las disciplinas STEM (el acrónimo en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) sobre todo entre las niñas. ¿Por qué hay menos niñas que niños que eligen estudiar ingeniería?

Para las niñas pequeñas en particular, la ingeniería, a diferencia quizás de otras disciplinas STEM, tiene la imagen menos femenina. Y eso tiene que ver con la imagen que siguen teniendo los ingenieros y que no ha cambiado desde la edad media: un hombre vestido con un mono de trabajo cubierto de grasa. Estereotipos, un mal global. Yo no tenía esa idea en la cabeza cuando era niña. Pero fui muy afortunada, tanto que di por sentado que aquella educación que recibía en casa sobre la igualdad entre géneros era la misma que recibían todas mis compañeras. Cuando crecí y empecé a hablar con otras mujeres, me di cuenta de que no era así. Me sorprendió mucho, porque en casa, mi padre incluso nos había animado más a las chicas que a los chicos a dedicarnos a la ciencia. Eso creo que fue la vacuna más importante.

¿En qué sentido?

Contar con el apoyo de mi padre, el hombre de la familia, que nos hablaba de igualdad de género, fue transformador y tiene que ver con lo que ahora estamos discutiendo acerca de la poca presencia de mujeres en carreras STEM. En la sociedad actual, a las niñas, desde una edad muy temprana, se les inculca lo que llamo ‘el juego de suma cero’, por el que aprenden que para ser una chica, ser femenina y gustarles a los chicos no tienen que ser buenas en matemáticas ni ciencias. Y eso es un veneno peligroso y traicionero. Por eso creo que debemos vacunar contra esos estereotipos a las niñas desde muy pequeñas. El empoderamiento que un padre transmite a su hija hablándole de igualdad es la vacuna más poderosa contra los estereotipos.

“Fui a hacer un posdoctorado al Reino Unido y en los estudios de grado no había estudiantes británicos negros, eran excluidos, se les convencía de que sólo eran buenos para la música o el deporte”

¿Y cuándo decidió comenzar a combatir activamente esos estereotipos?

En la universidad, en Nigeria, fui capaz de lidiar con todos estos temas gracias al empoderamiento que mi padre nos había inoculado. Pero entonces me fui al Reino Unido a estudiar un posgrado. En mi curso, en la Universidad de Manchester, éramos un 40% de chicas ingenieras químicas, pero en otros cursos de ingeniería la presencia femenina era menor. Estar allí me abrió los ojos. La discriminación por género y etnia era muy evidente, como también la hipocresía de la globalización, el perverso juego de recompensas e incentivos, de exclusión e inclusión para los estudiantes extranjeros africanos y los estudiantes negros británicos.

¿Cómo era?

Mi departamento parecía la ONU: había estudiantes de África, Oriente Medio, Europa y un equilibrio entre hombres y mujeres. Increíble. Pero cuando mirabas a los estudiantes de grado universitario la realidad era otra: no había ni un solo estudiante británico de color. Sólo extranjeros. Curiosamente, la universidad estaba separada por un puente de un área residencial con una comunidad negra muy grande. ¡Menuda metáfora! Al percatarme de esa diferencia entre los estudios de grado y posgrado, tuve una conversación con mi tutor y creo que si no me hubiera dado una respuesta tan directa y honesta, no hubiera tomado el camino que tomé.

¿Qué le dijo?

Que era la hipocresía y el doble estándar del sistema de educación británico. Por una parte, pregonaba al mundo las maravillas de su sistema educativo en África, que permitía que estudiantes africanos cursaran másters y postdocs y pudieran prosperar y tener éxito. Pero por otra parte, los estudiantes negros británicos, nacidos y criados en el Reino Unido, de segunda o tercera generación, eran excluidos del sistema, por eso no los vería jamás en la universidad. Se les convencía de que sólo eran buenos para la música y el deporte. Aquella explicación me dejó completamente conmocionada.

Vivió 20 años en el Reino Unido con esa realidad social ­marginadora.

Tras esa conversación con mi tutor, podía hacer dos cosas: o quedarme de brazos cruzados y colaborar con ese sistema que me privilegiaba a mí y a mis hijos, a expensas de mis homólogos negros británicos y sus hijos. O podía unirme a otros e intentar cambiar las cosas. Y siendo la hija de mi padre y tras comprender que aquello tenía que ver con el sistema, que era perverso, empecé a movilizar a otras personas y creamos la Red Afrocaribeña para la ciencia y la tecnología, que pretendía juntar a estudiantes africanos como nosotros y los pocos negros británicos de STEM.

“Muchos europeos se esconden detrás de esa afirmación de ‘todos somos iguales’ y no quieren tener datos (como de estudiantes por etnias) porque con los datos en la mano debes actuar”

¿Qué hicieron?

Empezamos con cosas muy prácticas, como crear clubs de ciencia en barrios desfavorecidos, cafés científicos Ishango, que es el nombre de un fósil prehistórico africano en el que hay símbolos matemáticos. Empezamos a trabajar con profesores de escuelas de barrios con un alto riesgo de exclusión social, con una elevada proporción de estudiantes negros, para ver cuáles eran sus resultados en ciencias y matemáticas. También implicamos a los padres. Y empezamos a colaborar con los políticos para obtener datos segregados por sexo y etnia, porque el sistema se combate con datos, y si no mides una cosa, no la valoras. Nos aliamos con la Comisión para la Igualdad Racial, una agencia del gobierno británico que trabajaba para la igualdad entre etnias. Nos llevó cinco años, pero logramos un cambio en las políticas: desde entonces, cada vez que había un examen público, obteníamos datos por género y por etnia. Además, no nos servía lo que denominamos ‘caras negras’, queríamos datos específicos: negro africano, británico, caribeño. Sólo de esa forma podías ver las diferencias entre el rendimiento de niños de cada comunidad.

¿Qué revelaron aquellos datos?

Que ya era en la educación primaria donde se expulsaba a los niños negros del sistema. Los datos señalaban que a los cuatro años, cuando empezaban la escuela y se les hacía una prueba de inglés, matemáticas y ciencias, los niños británicos negros de origen caribeño obtenían los mejores resultados. Llegaban al sistema de educación inglés preparados por sus padres. Sin embargo, a medida que avanzaban, iban perdiendo posiciones, hasta que a los 16 años estaban totalmente fuera. Los datos nos permitieron desafiar el estereotipo de que se debía a que eran pobres y empezar a desactivarlo. Incluso pusimos en marcha un proyecto de fomento de la ingeniería a nivel nacional e impulsamos la campaña Respect, sobre género y etnia.

¿En qué consistía?

Tomamos el nombre de la canción de Aretha Franklin, que es una especie de himno de género. Y cogimos la S, T, E, de ciencia, ingeniería y tecnología, y las usamos para promover esas disciplinas en comunidades de minorías étnicas. Hasta nos involucramos en proyectos europeos y fuimos a escuelas multiétnicas de seis ciudades en las que intentábamos mejorar el rendimiento de los niños en inglés, matemáticas y lengua.

“En Occidente os estáis percatando de que la globalización no es esa píldora maravillosa que nos quisieron vender contra la desigualdad. En el África poscolonial ya nos dimos cuenta”

¿Qué consiguieron?

En el Reino Unido las autoridades de educación utilizan los datos segregados y muy detallados para establecer sus objetivos. Está claro que no todo está resuelto, pero comparado con dónde estábamos, es un gran logro. El siguiente desafío es implementarlo en el escenario europeo. Fue frustrante hablar con colegas franceses, que decían que no necesitaban obtener esos datos porque “todos eran franceses”. Ya, claro, y por eso no hay blancos en los suburbios de las grandes ciudades francesas. Muchos europeos se esconden detrás de esa afirmación de ‘todos somos iguales’ y no quieren tener datos, porque con los datos en la mano tienes que actuar.

La irrupción de partidos de extrema derecha en muchos países europeos puede poner en peligro esas estrategias para combatir la discriminación por sexo o etnia.

Lo que ocurre es algo que nos es muy familiar en África. ¡Bienvenidos a nuestro mundo! En esto vamos por delante vuestro, os podemos enseñar algunas cosas [Ríe]. Estamos en una época en que sufrimos el contragolpe de décadas en que nos han vendido falsas ideas sobre la globalización. En Occidente ahora os estáis percatando de que no es esa píldora maravillosa que nos quisieron vender contra la desigualdad, que nos tenía que acercar a la prosperidad. En el África poscolonial ya nos dimos cuenta de que era una gran mentira. Ya nos decepcionamos, perdimos nuestros sueños, hemos tenido al presidente T o S de turno, dictaduras. Pero como las cosas iban bien en vuestra parte del planeta, todo el mundo estaba feliz. Ahora, en el siglo XXI, ya no vienen a buscar al otro, sino a vosotros. Y experimentáis la caída de todas las falsas promesas de esa agenda globalizada. Y esperad a que lleguen los robots, la inteligencia artificial, y le quiten a la gente sus trabajos. Aún nos siguen intentando vender la maravillosa idea de que la tecnología resolverá todos nuestros problemas. ¿En serio? Aún espero que creen un robot que me haga el trabajo de casa, que limpie y cocine y me libere de la lata de las tareas asociadas a la feminidad. Pero eso no es en lo que Silicon Valley está interesado. Decidir en qué se invierte también tiene que ver con una perspectiva de género.

“Aún espero un robot que me libere de las tareas asociadas a la feminidad. Pero eso no es en lo que Silicon Valley está interesado. Decidir en qué se invierte también tiene que ver con el género”

Pero usted dice que la ciencia y la tecnología pueden redundar en mayor democracia.

Es lo que tratamos de hacer desde African Gong, una iniciativa desde la que intentamos alfabetizar científicamente a la ciudadanía africana para que pueda tomar decisiones informadas en su día a día, sea a quién votar o cómo prevenir la mortalidad infantil. No esperamos que todo el mundo vaya a la universidad a cursar una carrera STEM o haga un máster. Pero si tienes una sociedad en que la gente sale de la escuela con un mínimo conocimiento matemático, científico, eso te empodera: ‘así cuido de mi familia, tomo decisiones de vacunación y entiendo que si mi hijo se puso enfermo no es por qué fulanito lo miró mal’. La superstición... es increíble este tipo de pensamiento cuando la gente es ignorante y busca a quien culpar.

También ha puesto en marcha el proyecto Wafira.

Nos propusimos crear un modelo práctico válido para la mujer africana, que fuera africacéntrico, hecho por ellas, para ellas. Unimos a mujeres, mentores y modelos en STEM africanos para crear un marco de trabajo junto a las universidades, para promover el avance de la mujer en la academia y la investigación. En cada país hay entre seis y ocho mujeres lideresas en STEM y es increíble el impacto que están teniendo.

Deben de estar cansados de proyectos pensados en Europa e implementados en África, con éxito cuestionable.

Uno de los hashtags recientes en redes sociales que me encanta es #NWS #NoWhiteSaviours, no salvadores blancos. Ay, el síndrome del salvador blanco… europeos con muy buenas intenciones que vienen con sus proyectos a salvarnos. ‘Queremos hacer esto por África, queremos hacer aquello por América Latina’. Y es gente que ni ha estado en África, no la conocen. Creen que es gente negra, animales salvajes... ¡Como si viviéramos todos juntos! Le sorprendería la de veces que dan por sentado que yo veo a diario elefantes en Sudáfrica, donde vivo desde el 2000, cuando, no he visto ninguno en mi vida.

Estereotipos.

Y esa gente con ideas preconcebidas falsas sobre lo que es África llegan a hacer proyectos y luego se preguntan por qué no funcionan. El problema también tiene que ver con la financiación, porque la ayuda internacional parece ir destinada a esos proyectos made in Europe. Si eres africano y vives en un país africano y conoces la situación y solicitas esas ayudas, nunca las consigues. La financiación perpetúa ese síndrome del salvador y hasta que no se recompensen las buenas prácticas y se fomente el verdadero empoderamiento africano, nada cambiará.

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